Educando a Marta (4)

El castigo a Marta por su mal comportamiento, y una salida de fiesta que no acaba bien...

Tal y como me

habéis

pedido,

continúo

narrando como logré convertir a Marta, una mujer malcriada, celosa y posesiva, en toda una puta, sumisa y gótica.

Si no recuerdo mal, en el capítulo anterior, había dejado la narración en el momento en el que Marta, después de volver de comer y haber conocido tanto a Carolina (Por parte de Marta, con el encuentro en el baño del restaurante y yo, que había conocido a Lucía, por supuesto, sin que Marta supiera nada de este encuentro), se había vuelto a mear encima, al no poder aguantar más las ganas, al haber bebido demasiado vino en la comida.

En esta ocasión, por suerte, la meada de Marta, fue en una alfombra, por lo que no hubo problema en encargar otra, a una muy conocida empresa de venta de productos online y con un envío a domicilio muy rápido.

En cuanto al castigo, fue también sencillo y no tuve que pensar mucho, teniendo en cuenta que eran las 17:00, apenas habían pasado tres horas desde su última meada permitida y faltaban siete horas hasta que llegara el siguiente turno de pis permitido, pues decidí que, el mejor castigo, era darle 70 golpes en su culo, con la misma pala con la que antes de ir a comer por ahí, para celebrar su sumisión, ya le había dado 10 golpes más, por haber intentado tocar una de las tetas de Teresa.

Desnudé por completo a Marta, salvo por las botas, le puse un parche en el ojo derecho, un antifaz sobre los dos ojos, ambos ya con parches, le esposé a Marta las manos a la espalda, y le dije que me esperase, que iba a ir a por el elemento de castigo, para que pagara por lo que había hecho.

El motivo de esposarle las manos a la espalda, era para evitar que se masturbara, cosa que yo creo que iba a hacer, de haberla dejado libre, y que se quitara el antifaz y/o los parches de los ojos.

Fui al salón, donde había dejado la pala de castigo, la agarré, y volví a la habitación, donde había dejado a Marta, que, claro está, seguía tal y como la había dejado, esposada y a ciegas.

Le dije a Marta que empezara a contar cada uno de los golpes que iba a recibir, que me agradeciera cada vez que recibiera un golpe y, le advertí que, de equivocarse o perderse al contar, independientemente de que fuera por mi culpa, empezaría de nuevo desde el principio.

Para que os

hagáis

una idea, fue algo así:

“Uno, gracias Alfonso” (Sonido de la pala al golpear su culo)

Y así, hasta 120, pues, en torno al golpe 50 de la primera intentona, Marta se despistó, pues a mí me sonó el móvil por un asunto de trabajo, tuve que contestar y, como Marta, al volver de la llamada, no supo qué contestarme sobre por dónde íbamos, pues tuvimos que empezar de nuevo la cuenta y los palazos.

El culo de Marta, estaba ya muy rojo, pues, al fin y al cabo, había recibido más de 100 golpes, casi 150, entre los de la tarde y los de la mañana.

Tras acabar el castigo, llevé a Marta, con la correa sujeta al collar de cuero del cuello, hasta el salón, me senté en uno de los sofás de cuero, le dije a Marta que ella no iba a poder sentarse, no solo porque su culo estaba en carne viva casi, es que, no se lo merecía, que era un privilegio que solo las sumisas que se aguantaban el pis, podrían tener, para evitar más accidentes, esta vez, en mi sofá...

Marta se ofreció a hacerme una felación, pero yo le dije que no,

que,

si se hubiera comportado, pues habría tenido su premio, pero, como no fue así, pues no se lo merecía.

Para evitarle tentaciones, busqué una mordaza de bola, y se la puse a Marta en la boca, así evitaba también que me molestara con sus quejas de niña malcriada, mientras intentaba leer.

Yo aproveché para servirme un whisky y leer un rato, más o menos, en torno a una hora, aunque hice algunas paradas para meterle a Marta mis dedos en su coño, que estaba muy húmedo. Al tener Marta los ojos totalmente vendados, no sabía

cuándo

iba yo a meter mis dedos para jugar con su coño...

Al cabo de una hora, como ya era un poco tarde para ir de compras, además, el hecho de que Marta se hubiera meado, hizo que estuviera un poco cabreado con ella, decidí que era mejor prorrogar las compras al lunes por la tarde, con vistas de invitar a Lucía a las compras, para que ayudara a Marta, y pasar el resto del sábado en casa, al menos, la cena, y, después, salir con Marta a algún sitio, a tomar alguna copa.

Quité a Marta la mordaza de la boca, y, tirando de la correa del cuello, la llevé a la cocina, para que me ayudara con la cena, aunque evidentemente, era algo que me tocaba hacer a mí, en gran parte, debido a que no dejé que Marta pudiera ver nada, le mantuve el vendaje de los ojos.

Preparé un poco de picoteo, pues como habíamos comido en abundancia, no tenía demasiado hambre, y, según me dijo Marta, cuando le pregunté, ella tampoco tenía demasiadas ganas de cenar mucho, de hecho, su respuesta fue que le bastaba con poner cenar mi leche...

Por supuesto, el alcohol volvió a estar muy presente, le di a Marta alguna copa de vino, para que empezara ya la noche un poco contenta.

Al acabar de cenar, volví al dormitorio, y me dispuse a ayudar a Marta a vestirse. Le quité el antifaz, pero no los parches, pues decidí que, esa noche, iba a llevar los parches y las gafas de sol encima y ya.

Le puse una falda de látex, abierta en el culo, que deja ver mucho, y, claro, se veía el culo de Marta todo rojo, por los casi 150 palazos que había recibido, además, también dejaba ver, al natural y por completo, su mancha de nacimiento.

Le puse también un top de látex muy escotado, que dejaba ver todo y, como calzado, unas botas con gran plataforma.

Como ya había refrescado, le puse, por encima, una cazadora de cuero, para que no agarrara frío.

Fuimos hasta el sótano del edificio, donde está el parking, y agarramos uno de mis coches, un

Range

Rover negro, y fuimos hasta el parking de una discoteca de uno de mis amigos, que también era cliente en mis inversiones, en la que siempre podría entrar, sin importar con quien fuera y como fuera esa persona, es decir, no se iban a escandalizar por ver a Marta, ir ciega completamente, enseñando su culo rojo y su mancha.

Estuvimos en el reservado, junto con algunos amigos, con los que previamente, ya había quedado, y les había explicado con quien iba a ir a la discoteca, pero, eso sí, les advertí de que se podía

mirar,

pero no tocar.

Esa noche, el whisky corrió por el reservado como la pólvora, logré que Marta se tomara una botella entera ella sola.

Evidentemente, mi objetivo era que a Marta le entraran ganas de mear, pero, esta vez sí, fuera capaz de aguantar las diez horas de rigor, entre meada y meada.

Estuvo cerca de lograrlo, pero, en torno a la 01:30 de la madrugada, cuando ya sólo le faltaba hora y media para llegar al objetivo, me pidió que la llevara al baño, porque el pis estaba ya a punto de salir.

Le advertí de que, si meaba, aunque fuera en un baño, antes de las diez horas reglamentarias, el castigo iba a producirse igualmente, quizás en grado algo menor que si se meaba encima, como pasó con la alfombra, pero habría castigo, al incumplir el pacto que Marta había firmado.

Acompañé a Marta al baño, logré que se aliviara, volví con ella al reservado, lo mínimo para despedirme de mis amigos, pues, al haber meado, decidí que la fiesta se había acabado ahí para Marta, y que había que volver ya a casa, para que Marta cumpliera, de forma inmediata, un nuevo castigo.

Lo que le hice a Marta, así como lo que pasó, al día siguiente, el domingo, lo iré contando en próximos capítulos de este relato.

El autor está abierto a recibir comentarios y dispone de email y Skype para contacto directo; también está abierto a encontrar a alguien que quiera que le suceda lo que le sucedió a Marta.

Próximamente habrá más capítulos de este relato.