Educando a la malcriada de mi hermanastra 10

Mi hermanastra tiene que aprender a obedecer y no olvidarse los condones, porque si no tenemos condones habrá que estrenar su rico culito virgen.

Helena se estaba arreglando un poco el pelo mirándose en el espejo de la furgoneta, mientras yo recogía mi mochila y las bolsas del suelo. La pobre se veía agotada pero aun seguía teniendo una sonrisa pícara en la cara. Miró las camisetas que habían comprado y se puso una clarita de tirantes un poco tranparente, que con esa falda de colegiada le hacía muy sexy.

  • Necesito ir al baño, por favor. – me suplicó cruzando las piernas como una niña pequeña.

  • Pero date prisa que no quiero perder el bus.

Los dos fuimos hacia los baños del centro comercial para refrescarnos un poco. Las piernas de mi perrita se tambaleaban un poco al caminar de lo excitada que había estado hace un rato. Al salir del baño me encontré con Helena que se había mojado el pelo y recogido en una coleta.

  • ¿Ya te limpiaste?

  • Si, tenía manchadas las rodillas y no me había dado cuenta. – me dijo avergonzada. – Pero necesito una ducha.

  • ¿Y tu coñito también? – le susurré al oído.

  • Si, aproveché que no había nadie en el baño. Lo tenía todo pegajoso y húmedo. – me contestó mordiéndose el labio.

  • Escríbele a tu hermana y dile que ni se le ocurra faltar mañana al colegio.

  • Ok, ahora se lo digo.

  • Y recuérdale el video que me debe y que mañana se traiga el juguete.

  • Vale se lo escribo ahora. – se me acerco Helena con cara de buena. – ¿Lo de metérmela por el culo iba en serio?

  • Si perrita, es la segunda vez que me desobedeces con los condones y tu solo aprendes a base de castigos. – le contesté manteniéndome firme de mi decisión. – Hazte a la idea, porque cuanto más te resistas, más te dolerá.

  • Pero… me va a doler mucho. – mi perrita seguía intentando convencerme. – Me duele cuando me la metes por el coño y no me quiero imaginar lo que me dolerá por el culo.

  • Por algo es un castigo. – le indiqué que fuésemos para la parada del bus.

  • ¿Y me vas a poner algo?

  • Algo de qué.

  • Lubricante.

  • Que pena que no tengamos. – le dije burlándome de ella.

  • ¡Podemos comprar en el sex shop! – me suplicó.

  • ¿Ahora quieres ir a comprar al sex shop? ¿Qué pasa con la vergüenza de antes a entrar? – le dije un poco enfadado.

  • Es que…

  • ¡Olvídate! Vamos que no quiero perder el bus.

Helena empezó a caminar cabizbaja detrás de mí pensando en lo que le esperaba al llegar a casa. No podía echarme atrás con mi decisión si quería tener a esta perrita a mis pies. Llegando a la parada del autobús vi una farmacia a pocos metros y me vino a la cabeza algo que había leído en relatos eróticos y nos vendría muy bien.

  • ¿Aun sigues queriendo algo para que no te duela tanto? – le susurré al oído, lo que hizo despertar a helena de su atontamiento.

  • Si por favor, haré lo que quieras. – me empezó a suplicar un poco desesperada.

  • Quiero que te compres un enema.

  • ¿Un enema? ¿Eso lubrica? – me miraba extrañada Helena.

  • Eso te va a limpiar y mientras te lo pongo te dilataré el agujerito, que seguro me lo agradecerás cuando te la meta.

Helena dudó un poco pero viendo que era lo único que podía conseguir entro en la farmacia a comprar el enema. Mientras la esperaba me llego un mensaje de Whatsapp.

Helena – “tienen 2”

Helena – “un bote d 1 uso”

Helena – “o una bolsa d rellenar”

No sabía muy bien de que me estaba hablando mi perrita pero le dije que comprase la bolsa de rellenar, así lo tendríamos en casa para cuando hiciese falta otro castigo anal. Mientras la esperaba mire desde el móvil como tenía que estar el agua para un enema, ya que no la quería fastidiar por novato. Una vez que mi perrita salió de hacer su compra, cogimos el autobús para ir para casa y nos sentamos al final del autobús para que pudiésemos hablar sin que nos escuchase nadie. Helena empezó a mirar lo que había comprado en la farmacia y su cara no dejaba de mostrar asombro y preocupación.

  • ¿Esto es lo que me vas a meter? – me pregunto mi perrita con los ojos como platos al ver un tubo de unos diez centímetros con la punta redondeada y más ancha que el resto.

  • Pues sí. ¿Qué pasa, querías otro más grande? – le dije burlonamente.

  • Ni de coña, esto ya me va doler fijo.

  • Dependerá de lo relajada que estés. – le dije a mi perrita.

  • ¡Relajada! Me vas a… - bajó la voz para que no le escuchasen en el autobús. – Meter la polla por el culo. ¿Cómo quieres que me relaje si sé que me vas a hacer daño?

  • Pues si lo sabes no te resistas y se me ocurre una manera para que te relajes. – le susurré al oído.

Cogí una de las bolsas y se la coloqué sobre las piernas y sin previo aviso metí mi mano por debajo de su falda. Parecía que le había metido un hielo del saltito que dio y cerró las piernas para impedirme que llegase a su coñito.

  • ¡Para por favor! – me suplico agarrando mi mano. – Nos pueden ver.

  • A mi no me pueden ver con la bolsa delante, pero a ti te están viendo poner caras raras.

  • Qué vergüenza, se lo va a imaginar la gente. – me dijo Helena mirando a su alrededor.

  • Pues ponte a disimular y si separa las piernas, te lo haré suave.

  • No por favor, en casa que estamos a punto de llegar. – me suplicó.

  • ¿Quieres que te la meta por tu culito todo dolorido por unos azotes?

Helena me miró resignada y comenzó a separar muy lentamente las piernas para que yo pudiese llegar hasta su clítoris. Me encantaba que le entrase la vergüenza y el miedo que reflejaba su cara a que la descubriesen. Comencé a masturbarla lentamente, mientras Helena se mantenía firme como si no le pasase nada. A mi perrita se le estaba haciendo el viaje muy largo, pero cada vez lo estaba disfrutando más, porque se acomodaba cada vez más en el asiento para dejarme entrar más fácilmente en su mojado coñito. El autobús estaba casi vacío, pero aun así no quería montar un espectáculo con mi perrita gimiendo como una loca, por lo que no aceleré mis dedos y seguí con caricias suaves en su clítoris. Como la noche que la obligué a masturbarse en el taxi, Helena empezó a morderse el dedo, para contenerse y no soltar ningún gemido. Mi perrita me miraba y resoplaba a la vez que en su cara iba a apareciendo una sonrisa de lujuria.

  • Parece que ya estas más relajada perrita. – le susurré al oído sin dejar de masturbarla.

  • No se… que es peor… así despacito tanto… tiempo… o… cuando me lo… haces fuerte. – me dijo con la respiración que se le empezaba a acelerar.

  • Contrólate perrita, no querrás hacer un espectáculo.

Helena me miró con una mirada como diciéndome que era un cabrón. Me encantaba ponerla en esta situación y ver hasta qué punto era una guarrilla que se excitaba con mis castigos. La seguí masturbando y de pronto Helena me agarró la mano.

  • Nuestra… nuestra parada. – me dijo suplicando. – Para por favor.

Estaba divirtiéndome tanto que ni me di cuenta que habíamos a nuestra parada. Saqué mi mano de debajo de la falda de mi perrita y le di al botón para solicitar la parada. Helena tenía la cara colorada y se daba aire con la mano como si fuese un abanico. Nada más bajar del autobús Helena se apoyó en la parada para tomar aire.

  • Puff… no puedo caminar.

  • Pues si no puedes caminar, seguro que puedes ir a cuatro patas. – le dije serio, mientras Helena me ponía una cara de estar alucinando.

  • ¿A cuatro patas? – me preguntó mirando a las casa de a nuestro alrededor. – ¡Puedo caminar!

  • Ya me parecía. – le dije entre risas. – Venga date prisa que te espera un castigo.

Las ganas que tenía de humillar a Helena iban creciendo y cada vez se me ocurrían más ideas para divertirme con mi perrita. Cuando entramos en la finca que rodea la casa me fijé que estaba bien resguardada de la vista de los vecinos con los arbustos que teníamos. Cerré el portón y llamé a Helena.

  • ¡Ven aquí niñata! – Helena se acercó desconcertada.

  • ¿Qué sucede?

  • Dame las bolsas. – le dije mientras se las quitaba de las manos. – Ahora me han entrado ganas de verte como la perrita que eres.

  • ¿Cómo? – Helena estaba alucinada.

  • Ponte a cuatro patas. – la niñata se puso toda roja imaginándose lo que le tocaba hacer.

  • ¿Aquí fuera? Me pueden ver. – me dijo mirando para todos lados.

  • ¿Quién te va a ver con estos setos?

  • Es que…

  • Sólo te iba a mandar ir a cuatro patas hasta casa, pero te acabas de ganar una diversión más. – la niñata me miraba preocupada con lo que le pudiese venir. - Vamos a jugar a trae el palito.

Helena no se podía creer lo que estaba diciendo y se negaba a padecer esa humillación. Le dije que como diese un solo paso, la metería en casa a base de fustazos. Con una cara de odio y orgullo aplastado, Helena se puso a cuatro patas y empezó a gatear hasta la entrada de la casa. Dejé las bolsas en la mesa de la terraza y cogí la fusta nueva que había comprado Rebeca. La lancé hacia la zona de la piscina y le ordene a mi perrita que fuese a por ella. La expresión de la cara de Helena era puro odio en este momento, pero empezó a gatear para ir a buscar la fusta. Me senté en una de las sillas para ver como mi perrita me traía la fusta.

  • ¿Desde cuándo una perrita trae el palo en la mano? – le pregunté levantándole la barbilla con la punta de la fusta. – Lo vas a repetir hasta que lo hagas bien.

Volví a lanzarle la fusta donde antes y Helena aun más cabreada fue a buscarla. Esta vez volvió con ella en la boca y me la dio en la mano.

  • Muy bien perrita. ¿Qué les pasa a las perritas obedientes? – Helena se veía preocupada. – Pues se les premia.

  • ¿Un premio?

  • Si. Ponte de rodillas con las manos en la espalda. – le coloqué la fusta en la boca para que la mordiese. – Si se te cae, no te dilataré el culito luego.

Helena mordió la fusta y asintió con la cabeza. Me encantaba tenerla de rodillas a mis pies y parecía que a Helena no le disgustaba tanto, ya que los pezones se le empezaron a marcar en la camiseta de su hermana. Me acerqué a ella y muy despacio fui subiendo mi mano por su pierna, hasta llegar a su coño que aun seguía mojado. Helena se estremeció al notar mis dedos jugado en la entrada de su coño y me sonreía sin dejar de morder la fusta como le ordene. Le metí dos dedos y empecé a masturbarla y con mi dedo gordo busqué su clítoris para acariciarlo. Helena suspiraba y movía su cadera al ritmo de mis dedos.

  • Ves como te compensa obedecerme perrita. – Helena asentía la cabeza como si estuviese poseída. - Estas muy mojada y esto no es por mis dedos. – le dije mientras aceleraba mis dedos. - ¿Te puso cachonda que te lo hiciese en el bus?

Helena sin soltar la futa dijo un sí que pareció un poco orgásmico. Estaba tan cachonda que no me costaría mucho hacer que se corriese. Con la espalda arqueada y la respiración muy acelerada, mi perrita estaba a punto de correrse. Para terminar a lo grande decidí añadir un ingrediente más a la mezcla de placer. Con la otra mano le subí la camiseta hasta dejar sus redondeadas tetas al aire y fui a lamerle su pezón izquierdo, que sabía que era el más sensible de los dos. En cuanto mi lengua empezó a jugar con su pezón, Helena se corrió con unos espasmos que le recorrieron todo el cuerpo, haciéndole estirar los brazos y los dedos de las manos. Saqué suavemente los dedos de su coño y le saqué la fusta de la boca. Toda la rabia que tenía Helena cuando la mande gatear a cuatro patas, había desaparecido y sólo había una sonrisa de satisfacción en su cara y la respiración acelerada.

  • Bien perrita, ahora que estás más relajada vamos a preparar ese culito para el castigo.

  • Por favor, haré lo que quieras pero no me destroces el culo, por favor. – me empezó a suplicar Helena.

  • Asume que hoy te la voy a meter por el culo. – le dije acarrándole la cara. – De ti depende que use antes esto. – le dije mostrándole la caja del enema. – O te puedo tirar sobre la cama y metértela hasta que no te puedas sentar mañana.

Helena agachó la cabeza resignada por el castigo que le esperaba y que sabía que no le gustaría. Entramos en casa y le indique a mi perrita que fuese a ducharse que falta le hacía. Me fui para mi habitación dejar mi mochila y a pensar como seguiría a partir de ahora con el castigo. Tenía a mi perrita donde quería sumisa por conseguir que la perdonase, lo cual iba a aprovechar todo lo que pudiese. Mientras pensaba escuche a Helena meterse en la ducha y decidí que a mí también me hacía falta una ducha. Qué mejor forma de ducharme que con mi perrita de rodillas chupándome la polla. Me desnudé y fui para el baño, sin olvidarme de coger la caja con todo lo del enema para la niñata.

  • ¿Qué te hacía falta una ducha? – Helena se sorprendió al verme en el baño dejando la caja del enema.

  • Si.

  • Hazme un sitio que a mí también.

Entré en la ducha y nada más ver a mi perrita desnuda y medio enjabonada, mi polla empezó a ponerse dura. Helena como hipnotizada se quedó mirando mi polla como se ponía tiesa. Me coloqué detrás de ella y empecé a acariciarle los pechos.

  • Me parece que necesitas ayuda. – le dije al oído mientras le frotaba mi polla por su redondo culito.

  • Pufff… vas a acabar conmigo. – me dijo mientras se estremecía al jugar con sus pezones.

  • Te voy a demostrar que este cuerpecito tan rico que tienes, puede gozar más veces de las que tú crees al día. – le contesté mientras pasaba mi lengua por su cuello y hombros.

  • Si soy buena me perdonas. – me dijo mientras empezaba a acariciar mi polla sin habérselo ordenado.

  • Pero mira que eres guarrilla. – le dije entre risas agarrándola fuete del culo para que se pegase a mí. – Al final te va encantar ser mi perrita.

Helena empezó a pajearme mientras yo jugaba con mi dedo en la entrada de su cerrado culito. Cada vez que introducía un poquito el dedo enjabonado mi perrita me miraba y me hacía un gesto de desagrado.

  • Lo tienes muy cerrado. – le dije burlonamente a la vez que le metía un poco más profundo el dedo.

  • Si. – dijo Helena poniéndose de puntillas intentando escapar de mi dedo. – ¡Despacio por favor!

La cara de Helena mostraba perfectamente que lo de tener mi dedo entrando en su virgen culo no le gustaba y pillándome de sorpresa se arrodillo para chuparme la polla. La mamada era una gozada, mucho mejor que cuando le amenazaba con unos azotes.

  • Vaya cuando quieres sabes chuparla muy bien zorrita. – le dije dándole un tirón del pelo para que se sacase mi polla de la boca.

  • ¡Te gustará, lo prometo! Haré lo que quieras. – me suplicó intentado volver a chuparme la polla. – Pero no me des por el culo.

  • Ya me parecía a mí que fueses tan guarrilla. – le di una bofetada para que me atendiese. - ¡Última vez que te lo digo, no te vas a librar de que te folle el culo!

  • Pero… - la interrumpí con otra bofetada no muy fuete pero perfecta para mantener a raya a mi perrita.

Se terminó que mi perrita tuviese el control y quisiese convencerme de que la perdonase. Cogí el cinto de tela de su bata de ducha, lo que hizo que se le pusiesen los ojos como platos a la niñata, temiendo lo que podría venirle a continuación. La giré contra la pared de la ducha donde había un colgador y mientras le mordía el cuello para evitar que se pudiese resistir, le fui subiendo los brazos por encima de su cabeza. Le até las muñecas al colgador y comencé a bajar mis manos acariciando su mojado cuerpo hasta llegar a su entre pierna. Empecé a masturbarla con mis dedos suavemente, lo que hacía que Helena se retorciese como una culebrilla.

  • ¿Qué te mereces ahora? – le pregunté mientras con la otra mano le acariciaba el culo.

Helena me miro y mordiéndose el labio como para evitar que las palabras saliesen de su boca.

  • Unos azotes. – me contestó mientras se retorcía.

  • Así sin educación, te los vas a ganar con la fusta. – le dije mientras aceleraba mis dedos jugando con su clítoris.

  • Perdón… Unos azotes… por favor. – me dijo con un poco de vergüenza.

Le di un azote que rápidamente dejó una marca roja en una de sus nalgas. Le acaricié la nalga enrojecida y sin aviso le dejé caer otro azote en la otra nalga. Parecía que mi perrita estaba gozando con lo que le estaba haciendo con la otra mano porque no se quejo de los dos azotes que le había dado, los cuales no habían sido nada suaves.

  • Parece que ya estás lista para empezar con tu castigo. – le dije saliendo de la ducha para coger el enema.

Helena me miró y no se atrevió a decir nada, sabiendo que cualquier queja conllevaría un castigo. Mientras se llenaba la bolsa de agua, coloqué a mi perrita en una buena postura con las piernas abiertas para comenzar con su castigo. Coloqué la punta redondeada del tubo en la entrada de su culito y me acerqué a su oído.

  • ¿Estás lista niñata? – le di un tirón del pelo para que arquease bien la espalda.

  • Si estoy… Haaaaaaa. – chillo Helena al meterle de un empujón el tubo entero por su estrecho y virgen culito.

  • ¡Quieta perrita! – de un tirón del pelo hice que Helena se dejase de mover.

  • ¡Me has hecho daño! – me dijo con los ojos llorosos.

Sin hacerle caso de sus lloriqueos abrí la válvula para que empezase a entrar el agua en su culo. Helena no dejaba de removerse como intentando que el agua no entrase en su culo.

  • ¡Deja de moverte! – le ordené a la vez que la daba un fuerte azote en su culo. – Si no te estás quieta te pasaras todo el rato del enema recibiendo azotes.

  • ¡Duele! – me contestó empezando a lloriquear la niñata. – Me estaré quieta.

Mi perrita dejó de moverse, pero de vez en cuando soltaba algún quejido. Giré a Helena para contemplar su delantera y empecé a jugar con sus tetas, chupeteando sus endurecidos pezones. El cuerpo de Helena se batía entre el placer que estaba sintiendo con mis caricias y el dolor que le producía el agua entrando por su virgen culito. Le agarré del pelo para obligarla a aceptar mi beso, que con mucha pasión y lengua me devolvió.

  • ¿Aguantas perrita? – me asentía con la cabeza mientras se mordía el labio. – Bien, ahora que voy a sacar el tubo y quiero que aprietes fuerte, para que no se te escape nada.

La volví a colocar mirando a la pared y baje mis dedos acariciándole la espalda. Fui sacándole despacio el tubo, lo cual se notaba que mi perrita estaba apretando, ya que me estaba costando más que cuando se le metí al principio. Cuando le saqué el tubo entero pude notar un gesto de alivio a la niñata. La volví a colocar de espaldas a la pared.

  • Bien perrita, según la caja puedes estar aguantando sin que se te escape nada hasta diez minutos sin que te duela. – Helena se quedo alucinada cuando escucho diez minutos.

  • ¿Diez minutos? Es mucho, no aguantaré tanto, me duele.

  • Voy a ser muy claro. Si se te escapa una sola gota, te ataré a la silla y te azotaré el coño con la fusta y luego te daré por culo sin ninguna piedad. - le dije acariciando su depilado coñito. – Mañana no podrás ni sentarte, ni cerrar las piernas.

  • Pero diez minutos es mucho.

  • Bueno para que veas que soy bueno te daré a elegir entre diez minutos aquí sola o cinco minutos mientras te meto mano. ¿Qué eliges?

  • Pufff… - mi perrita dudaba mientras se revolvía. – Los cinco minutos.

  • Muy bien perrita. – le decía mientras podía la cuenta atrás de mi móvil en cinco minutos.

Volví a entrar en la ducha y agarré de la cintura a Helena para pegarla a mí. Empezamos a besarnos mientras yo iba bajando mi mano hacia su entre pierna, que no sabía si la tenía húmeda de la ducha o de lo excitada que estaba. Le metí dos dedos por su entre pierna y con el dedo gordo le acariciaba el clítoris. Helena estaba empezando a perder el control de su cuerpo e intentaba apartarse un poco de mí, lo cual le impedí al agarrarla por la cintura con el otro brazo.

  • Joder… - grito Helena con un suspiro.

  • ¿Qué pasa, hubieses preferido los diez minutos?

  • ¡Sí! – Gritó mientras apretaba todo su cuerpo para intentar mantener su culo apretado. – Para por favor… vas a hacer que… me corra y no podré controlar… mi culo.

Me entró la risa y sin dudarlo un segundo me agaché para comerle el coño. Helena se retorcía y tiraba del cinto de la bata para intentar desatarse, con cada vez que le metía la lengua por su rajita. Como estaba disfrutando mientras torturaba a la niñata, que se batía entre dejarse llevar por el placer o seguir apretando su culito.

  • ¿Cuánto… falta? No aguanto… más.

Estaba tan excitado que no hice ni caso a lo que me decía, me levanté separándole las piernas y empecé a frotar la punta de mi erecta polla en la entrada de su raja. Ya no me aguantaba más, mis ganas de follarme a mi perrita impedían que escuchase a Helena pidiéndome que no lo hiciese, que no podría aguantar que se la metiese y apretar el culo a la vez.

Me preparé para metérsela de un solo empujón, cuando me sacó del trance que me encontraba el sonido de la cuenta atrás de mi móvil, haciéndome volver a la realidad y tomar el control de lo que estaba pasando.

  • ¡Tiempo, tiempo, tiempo! – Me suplicaba Helena. – Por favor suéltame, no aguanto más.

  • Bien perrita, ve rápido al otro baño y vuelve enseguida.

Solté a Helena que salió disparada del baño y yo volví a darme una ducha para relajarme un poco, que falta me hacía. Al cabo de un rato volvió a entrar Helena en la ducha y la volví a agarrar de la cintura para apretarla contra mí.

  • ¿Ya estás limpita?

  • Si. – me contestó con una cara de vicio que no podía disimular.

La puse contra la pared y le separé las piernas con los pies. Volví a bajar una de mis manos hacia su entrepierna para jugar con su clítoris, mientras con la otra guie la mano de Helena para que empezase a hacerme una paja. La niñata estaba totalmente excitada y yo volvía estar otra vez encendido con la polla que me estaba pidiendo a gritos que se le metiese.

  • ¡Chúpamela! – le ordene susurrándole al oído. – Y quiero ver cómo te masturbas.

Helena se arrodillo y empezó a lamer mi polla como un helado. Con lo caliente que estaba no hacía falta que se esforzase mucho para ponerme a cien y más aun viendo como frotaba con sus dedos su clitoris. Le separé de mi polla con un tirón del pelo.

  • ¡Ponme un condón!

Helena se quedó congelada y me miraba sabiendo que lo que venía ahora no le iba a gustar. Sin dudarlo le di una bofetada y la levanté del suelo tirándole del pelo.

  • ¡Tu no aprendes! Te iba a perdonar por lo bien que lo estabas haciendo y te vuelves a olvidar los condones.

Sin hacer caso a las suplicas de Helena, la saque de la ducha y la lleve a su habitación tirándole del pelo. La tiré a la cama y me puse sobre ella para impedir que escapase mientras le daba unos buenos azotes en el culo.

  • ¡Cuánto más te resistas peor! – le grité mientras la colocaba boca abajo al borde de la cama con las piernas colgando.

  • ¡No por favor! – me chillaba Helena que había roto a llorar. – ¡Por favor!

Me eche sobre ella para inmovilizarla y empecé a frotar la punta de mi polla contra la entrada de su culito virgen. Helena no paraba de revolverse y poner sus manos tapando su culo, lo que solo hacía que me enfadase más. Agarré un pañuelo largo que tenía en la mesita de noche y le até las manos a la cama. Ahora que Helena ya no se podía defender y sin hacer caso a sus suplicas y llantos, empecé a empujar mi polla contra la entrada de su estrecho culo. Lo tenía más estrecho de lo que pensaba, por lo que utilicé mi peso echándome encima de ella para que la punta de mi polla se fuese abriendo camino. En cuanto mi polla empezó a entrar, Helena dio un chillido mientras arqueaba toda la espalda, que parecía que se iba a partir por la mitad. Que gozada cuando mi capullo consiguió pasar su estrecha entrada, seguía apretado pero ya no costaba tanto como la entrada.

  • ¡Para… para por favor! – me suplicaba Helena mientras le caían las lagrimas por la cara. – Aprendí… no me volveré a olvidar.

  • Pues claro que no se te olvidará. – le dije mientras sacaba lentamente mi polla de su culo. – Porque no querrás que te vuelva a follar el culo.

Antes de sacársela toda de su culo, se la volví a meter de un golpe de cadera que hizo que le entrase más de la mitad de mi polla. Helena intentó chillar pero el dolor no le dejó salir ningún sonido de su boca. La respiración de Helena empezó a acelerarse lo cual se atragantaba con los llantos y los chillidos de dolor con cada una de las embestidas de mi polla.

  • Por… favor…

  • Tranquila perrita. Si te portas bien te suelto y así podrás colocarte en otra postura que te duela menos. – le dije limpiándole las lagrimas de la cara. – Porque esto no se va a terminar hasta que yo me corra.

Helena giró la cabeza y me dijo entre sollozos que sí. Le saque la polla muy despacio del culo y fui a desatarla. Nada más desatarla Helena hecho sus manos a su culo y se giró por acto reflejo para defender su dolorido culo.

  • ¡Ponte a cuatro patas! – le ordene indicándole el borde de la cama.

La niñata dudó un instante, pero termino accediendo y se colocó a cuatro patas. Empecé a introducir otra vez mi polla en su culo, lo cual me era más sencillo ahora, seguramente por la postura de mi perrita. Helena seguía chillando con cada centímetro que entraba mi polla y los sollozos seguían. Empecé a follarle el culo despacio, agarrándola por la cintura para que no se me escapase. Si cuando le estrené el coño me encantó por lo estrecho que lo tenía, romperle el culo estaba siendo muchísimo mejor.

Con el rato Helena se fue relajando y ya no oponía tanta resistencia, aunque seguía quejándose y mordiendo las sabanas para ahogar los chillidos. Con la follada por detrás que le estaba metiendo no me pude resistir a darle algún azote en su ya enrojecido culo, por los golpes de mi cadera contra sus nalgas. Me estaba costando no correrme de lo que estaba disfrutando pero para el final le tenía reservada una sorpresa ya que me parecía que mi perrita estaba empezando a disfrutar y esto era un castigo. Sin dudarlo de vez en cuando le daba una envestida que le metía la polla entera lo que hacía que Helena gritase y arquease la espalda.

Cuando ya no pude resistirme más se la saqué de golpe y tirándole del pelo, coloque a mi perrita de rodillas delante de mi polla, mientras ella seguía lloriqueando. Le acerqué la puta de mi polla a su boca y Helena se negó a abrirla, mirando mi polla con asco. Como un acto reflejo al ver la negación de la niñata le di una bofetada y cuando abrió la boca para quejarse se la metí de un empujón. Empecé a follarle la boca, metiéndosela cada vez más a dentro hasta notar su garganta tocando la punta de mi polla. Helena me empujaba para intentar librarse de mi polla, que le estaba produciendo arcadas y no le dejaba respirar. Estaba totalmente fuera de control, con qué agarre fuerte del pelo de mi perrita, empujándola contra mi polla y me corrí dentro de su boca haciendo que se atragantase y que le saliese por la nariz. Le solté el pelo y cayó sobre la alfombra de su habitación tosiendo. Helena me miraba con una cara de odio, que si las miradas matasen yo ya estaba fulminado.

  • Cambia esa carita perrita. – le dije mientras me sentaba en su cama para descansar. – Bueno, ¿qué has aprendido niñata?

  • No me… olvidare los… condones. – me contestó intentando recuperar el aliento.

  • Muy bien. Enséñame como te quedó el culito.

Helena un poco dolorida se giro para enseñarme su culo, que estaba más dilatado y enrojecido a su alrededor.

  • ¿Te duele?

  • Si y me arde por dentro. – me contestó poniéndose de pie. – Ahaaaa… y también al caminar.

  • Bueno ve a darte una ducha para refrescar ese culito y limpiarte.

Helena empezó a caminar hacia el baño y se le notaba como cojeaba un poco al caminar.

CONTINUARÁ…