Educando a la malcriada de mi hermanastra 07

Ahora tengo un par de hermanastras que están buenísimas y por suerte me hago con un chantaje perfecto para vengarme de la malcriada de Helena. No voy a dejar pasar esta oportunidad para poner a mis pies a ese niñata y disfrutar se su increíble cuerpo...

Os recomiendo comenzar a leer desde el primer capítulo, ya que todos los relatos de la serie son una gran historia durante el fin de semana con mi hermanastra.


Me desperté cuando mi perrita entró en mi habitación totalmente desnuda y con ganas de que empezase la fiesta. Gateó desde los pies de la cama por encima de mí hasta ponerse a mi altura y comenzó a besarme.

  • Buenos días. Ya son las dos como me ordenaste. – me dijo muy juguetona al oído.

  • Buenos días perrita. Veo que te has levantado juguetona.

Me sonrió y empezó a bajar hacia mi entrepierna. Subí un poco la pierna para frotarla contra su coñito mientras iba bajando y como suponía estaba toda mojada. Me acomodé y dejé a mi perrita jugar, que parecía haber aprendido que complaciéndome le irían mejor las cosas.

  • ¿Te gusta cómo lo estoy haciendo? – me preguntó sin dejar de juguetear con su lengua en mi polla.

  • Muy bien zorrita, pero esta vez no te diré nada, que ya te enseñe ayer como me gusta que lo hagas. – le dije mientras me colocaba la almohada para estar más cómodo. – Te voy a evaluar a ver cuánto aprendiste.

  • ¿Cómo un examen? – me contestó con sonrisa picara.

  • Si mi perrita, con nota. Espero que se te dé mejor que los exámenes del colegio, porque los puntos que te falten para llegar al diez serán azotes, para que aprendas a esforzarte.

Helena me miró un poco alucinada, pero rápidamente se puso otra vez a chuparme la polla. La zorrita se lo estaba currando, seguramente porque no le apetecía que le volviese a calentar el culo. Para complacerme intentaba una y otra vez tragársela entera, pero aun le costaba, produciéndole arcadas de vez en cuando.

  • La tienes muy dura ya, ¿me la puedo meter, por favor? – me preguntó con la respiración acelerada y cara de suplica.

  • Serás viciosa guarrilla. ¿Tienes un condón?

-¡Sí! – Me contestó con una sonrisa mientras lo cogía de la mesita de noche.

  • Venga diviértete viciosa.

Como si fuese la señal para poder ir a abrir los regalos de navidad, la cara de Helena se lleno de felicidad y lujuria. La niñata se curró un gran polvo sin tener que darle ninguna orden, aunque le faltaba el morbo de forzarla y humillarla que tanto me ponía. Pero bueno, como despertador fue increíble, ya me gustaría que me despertasen así todos los días y sin duda eso intentaría.

  • Muy bien zorrita, así me gusta que me despiertes por las mañanas.

  • ¿Te ha gustado? – me contestó extasiado sobre la cama, recuperándose del orgasmo que acababa de tener.

  • No ha estado mal, pero aun tienes que mejorar perrita. – Helena se sorprendió al oír estas palabras sabiendo que eso quería decir que no tendría un diez.

  • ¿Que hice mal? – se puso rápidamente de rodillas en la cama.

  • Aun te falta práctica tragándote mi polla, si no te empujo yo la cabeza, sigues sin chupármela entera.

  • Perdón, es que la tienes…

  • ¡No me interrumpas! – mi perrita agacho la cabeza rápidamente. - ¿Hoy no te apetecía pedirme algún azote? Y para terminar que es esto de que me tenga que sacar yo el condón. – le dije mientras me lo quitaba y se lo tiraba a la cara.

  • Perdón, no lo volveré a hacer. – Helena empezó a suplicarme sabiendo que ahora vendría su castigo.

  • ¡Límpiame bien la polla! – casi antes de terminar la frase mi perrita ya tenía mi polla en su pequeña boquita. – Bien, así me gusta. Ahora ponte sobre mis rodillas.

Me senté en la esquina de la cama y mi perrita obedientemente se colocó en mis rodillas.

  • ¿Qué nota crees que has sacado?

  • Un… un siete? – me contestó dubitativa.

  • Ya te gustaría sacar un siete zorrita. Un seis y siendo generoso. – le conteste entre risas. - ¿Cuántos puntos te faltan para el diez niñata?

  • Cuatro. – me contestó temblorosa.

  • Bien. Serán cinco azotes por cada punto que te faltaba, con que veinte azotes en total. ¿Estás lista?

Helena se agarró a la colcha de mi cama mientras asentía con la cabeza. Los azotes fueron cayendo en su desnudo culo, lo que hacía que Helena apretase su cara contra la cama para ahogar los gritos.

  • Muy bien zorrita. Has aguantado muy bien los azotes sin hacer tonterías. – Helena estaba frotándose su enrojecido culo que le estaba ardiendo. – Ahora ve a ponerte crema y los leggins nuevos que te compraste con una camiseta de tirantes. ¡Nada más!

  • ¿Los nuevos? Me arde mucho, por favor, déjame ir sin ellos un rato.

  • ¿A caso te he preguntado? – dije muy serio.

  • No. Ahora me los pongo.

Helena se marchó a su cuarto y yo bajé a la cocina. Se me había ocurrido una idea para premiarla por el despertar que me dio, pero haciéndola sufrir un poco. Cogí las bolsas de hielo que usé el día anterior y las escondí. Cuando escuché a Helena bajando las escaleras cogí una de las cucharas de palo de la cocina.

  • ¡Perrita, ven aquí! – Helena se acercó a la cocina y en cuanto me vio con la cuchara de madera en la mano se quedó congelada. – Apóyate sobre la encimera y no te gires.

  • Pero…

  • ¡No me hagas perder el tiempo! – del grito Helena reaccionó y se colocó como le dije. – Mira al frente y no te gires o será peor.

  • Por favor… - me empezó a suplicar.

Me coloqué detrás de ella y empecé a acariciar su redondo culito con la cuchara muy despacio. Se le notaba como le recorría la espalda un estremecimiento con cada caricia de la cuchara. Muy despacio me guarde la cuchara en el bolsillo y tiré de la cintura de los leggins. Mi perrita apretó el culo esperando el primer azote, pero en vez de eso sintió el frio de las bolsas de hielo que metí dentro de sus leggins. La sorpresa recorrió todo el cuerpo de Helena terminado en un suspiro de placer.

  • ¿Qué tal se siente? – le susurre al oído.

  • Joder… - se giró y empezó a besarme. – Pensé que me ibas a azotar con la cuchara.

  • Pobrecita – le dije mientras me reía. – Déjate las bolsas dentro de los leggins mientras limpias la casa. Dentro de un rato llega Rebeca y no quiero se encuentre así la casa, que se nota que te has estado corriendo como una loca.

Mi perrita empezó a recoger la casa mientras yo me fui a dar una buena ducha y a pensar que haría con Rebeca. La estrategia que había usado con Helena no me parecía apropiada, ya que no tenía ninguna prueba sólida con la que presionarla, además las ganas de venganza que me impulsaron para someter a Helena, no existían con Rebeca. Tenía que buscar otra manera para tener a las dos hermanitas a mis pies y disfrutar de sus cuerpazos a mi voluntad.

Cuando salí de la ducha mi perrita me estaba esperando en la puerta de mi habitación, luciendo sus leggins ajustados que le marcaba perfectamente su rajita.

  • Ya recogí todo y limpié todo. – me dijo buscando mi aprobación.

  • Muy bien perrita. Enséñame como tienes el culo.

Helena se giró y se bajo los leggins con las bolsas de hielo, mostrándome su tierno culito aun un poco magullado por los azotes.

  • Aun lo tienes un poco magullado. – le dije mientras se lo acariciaba con suavidad. – Ve a darte una ducha y luego quiero que te vayas a tomar el sol. ¿Recuerdas como tienes que hacerlo?

  • Tengo que hacer topless para que se me vallan las marcas del bikini. ¿Y cuando venga Raquel que hago?

  • Seguirás tomando el sol. No entraras en casa hasta que yo te lo mande. ¿Te quedó claro?

Helena asintió con la cabeza y se subió los leggins para irse para la ducha. Yo mientras me fui para el sofá a esperar a que llegase Rebeca, que solía llegar sobre esa hora cuando se iba a casa de Melisa. Al cabo de un rato me sonó el móvil y me sorprendía al ver que eran dos fotos de mi perrita. La primera foto era en la ducha, con todo su cuerpo mojado mientras se masturbaba, mordiéndose el labio inferior de la boca. Tengo que reconocer que se me puso dura con el primer vistazo que le di a la foto, la guarrilla estaba impresionante. La segunda foto era delante del espejo de su habitación con la toalla cayéndose y dejando ver todos sus encantos. Lo que más me puso de esta foto era la cara de niña buena que tenía, como si la caída de la toalla fuese un accidente. La perrita aprendió la lección anoche. Pocos minutos apareció Helena con el pelo recogido y únicamente vistiendo la braga del bikini.

  • ¿Te gustaron las fotos?

  • Ya te diré mi veredicto por la noche. Ahora vete para la piscina. – le dije indiferente señalando la puerta del jardín.

Mi perrita obedeció y se marcho contoneando su precioso culo mientras se alejaba. Voy a reconocer que las ganas que me entraron de fallármela en ese momento fueron brutales, pero Rebeca estaba a punto de llegar y no podía estropear la oportunidad de tener a las dos hermanas a mis pies.

Rebeca entró por la puerta de casa tan alegre como siempre saludando y preguntando qué tal el fin de semana. Le conté que un poco aburrido y que andaba cansado de salir ayer, ya que esta versión me parecía mejor que la original, donde me pasaba todo el fin de semana fallándome a la malcriada de su hermana. Rebeca al igual que su hermana era una preciosidad, pero con un toque más delicado y con una carita de niña buena que nunca ha roto un plato. El físico de Rebeca también estaba cuidado por todo el ejercicio que hacía y a diferencia de los ojos marrones de su hermana, Rebeca los tenía azules y muy grandes. Ahora que conocía su secreto ya no la veía como una niña dulce, sino que solo me la podía imaginar revolcándose con Melisa, la cual tampoco está nada mal.

Rebeca subió a su cuarto para deshacer su maleta y a los pocos minutos yo también subí a su cuarto.

  • ¿Qué tal en casa de Melisa? ¿Eran las fiestas de su zona?

  • Si, bajamos un rato a la feria y a bailar a la orquesta. Me lo pasé muy bien. – me contestó toda ilusionada.

  • Ya veo lo bien que te lo pasas cuando duermes en casa de tu amiga. – le dije bromeando. – y yo pensando que nos echarías de menos.

  • Un poquito, no te celes. – me contesto riéndose. - ¿Y mi hermana que está recuperándose de ayer o ya se levantó?

  • Más o menos. Está tomando el sol como siempre en la piscina. – Le contesté, mientras pensaba todo lo que hizo Helena anoche. - ¿Qué esperabas que estuviese fregando la cocina?

  • Eso ya sé seguro que no lo hizo. – dijo en un tono contrariado. – Luego me tocará a mí.

  • Eso es porque quieres. – le dije esperando algún gesto por su parte.

  • Bueno… alguien tiene que hacerlo, sino esto sería una pocilga. – intento convencerme.

  • Eso es porque no le plantas caras y la pones en su sitio. – seguí pinchándola con el tema, lo que parecía que no le hacía mucha gracia a Rebeca.

  • Bueno no pasa nada, no me importa.

  • Parece que te tienes como su sirvienta. ¿Qué pasa, te paga por serlo? – era el momento de soltar la bomba a ver si no me quemaba las manos. - ¿O te chantajea con el secretito que tienes con Melisa? – mis palabras fueron como una ducha de agua fría para Rebeca, estaba paralizada.

  • No… no sé de qué hablas. – me dijo toda acelerada, mirándome asustada.

  • De lo que seguramente hicisteis las dos en la cama de Melisa durante el fin de semana. – Rebeca empezó a ponerse toda roja y muy nerviosa.

  • De que hablas… vete de mi habitación. – me empezó a gritar mientras me echaba de la habitación.

  • Tranquila princesita, tu secreto seguirá a salvo, pero dependerá de ti y a lo mejor sacas algo beneficioso de que yo sepa tu secreto. – le dije tranquilamente. – Te espero en mi habitación, pero date prisa, esta oferta tiene caducidad.

Rebeca cerró la puerta y empecé a oír como lloriqueaba. Me fui para mi habitación y me senté a esperar que mi apuesta saliese ganadora. Los minutos pasaban y dudaba de la eficacia de mi plan, lo cual solo me dejaría una alternativa más agresiva para dominar a Rebeca. De pronto escuché la puerta de la habitación de Rebeca y pasos dirigiéndose hacia la mía. Rebeca tenía sus ojos azules todos enrojecidos de las lágrimas y se colocó delante de mí con cara de rabia.

  • ¿Qué quieres? – me pregunto toda cabreada.

  • Lo primero cambia tu tonito, si no seré yo el que se enfade y esta conversación se terminará muy mal para ti.

  • ¿También me quieres tener de sirvienta? – me preguntó con más calma. - ¿Te lo dijo Helena?

  • No me interesa una sirvienta. Pero no pienses esto como un chantaje. El chantaje es mi plan B, por si no me funciona este plan. – le dije en plan burlón.

  • ¿De qué estás hablando?

  • ¿Qué me dirías si te ofrezco la oportunidad de vengarte de tu hermanita, que se chivo de tu secreto?

  • ¿A cambio de qué? – me pregunto Rebeca a la defensiva.

  • De disfrutar de ese cuerpecito tan rico que tienes. – le contesté sin cortarme un pelo, lo que produjo una cara de incrédula en Rebeca.

  • ¡Estás loco, eres un pervertido, nunca! – me contestó con rabia.

  • Tranquila niñata y si te ofrezco algo que seguramente estás deseando.

  • Olvídate eres un enfermo. – me grito yéndose de mi habitación.

  • Te ofrezco un sitio para estar con Melisas sin miedo a que os pillen mientras os lo montáis. – esas palabras hicieron frenarse a Rebeca en la puerta de mi habitación. – Sino paso al plan B. Chantaje sin que ganes nada y también a Melisa.

  • No te atreverías a hacerme eso.

  • Créeme, tu hermanita aprendió por las malas que no bromeo y te aseguro una cosa, hoy me voy a divertir con tu cuerpo, por A o por B.

  • ¿Cumplirás lo que dices si acepto?

  • Tienes mi palabra, pero decídete pronto.

  • ¿Qué es eso de que nos ofreces un sitio…?

  • Para princesita, primero quítate la ropa. – le dije interrumpiéndola. – No te voy a contar mis secretos, sin ver primero los tuyos.

  • No me fastidies. – me dijo alucinando por mis palabras.

  • Date prisa por obedecer o pasaré al plan B y te aseguro que no te va a gustar y a Melisa tampoco.

Rebeca miraba para todos lados como si estuviese en un programa de cámara oculta, ya que no se lo podía creer. Muy despacio empezó a quitarse la ropa, dejando ver su sencilla y un poco sosa ropa interior. Para el cuerpazo que tiene Rebeca, no lo aprovecha nada, siempre viste con ropas nada sexys. Le hice un gesto para que también se quitase la ropa interior, lo cual hizo a regañadientes.

  • Joder, menudo cuerpazo que tienes. ¡Aparta las manos, que quiero ver bien esas tetas! – le ordene mientras me acercaba a ella.

  • ¡Me da vergüenza! Déjame vestirme por favor.

  • Seguro que con Melisa no te da vergüenza que te vea este cuerpazo. Vaya par de tetas redonditas y suaves como tu hermana. – le dije a la vez que le acariciaba un pecho, lo cual hizo estremecerse a Rebeca.

  • ¿Qué dijiste de poder estar con Melisa? – me preguntó toda ruborizada.

  • Pues que os ofrezco un sitio donde dar rienda suelta a vuestros calentones. Relajadas en tu cama, recorriendo su suave cuello con tus labios. – le comencé a susurrar al oído, lo que hizo que se relajase. – O poder bañaros en la piscina acariciando sus pechos mientras la besas.

Rebeca se estaba imaginando las situaciones ya que su cuerpo se empezó a relajar y la rabia de su cara empezó a desvanecerse.

  • Podrás disfrutar de Melisa mientras te hace llegar al orgasmo con sus dedos, como te hizo llegar este fin de semana en su casa. – le dije suavemente colocándome a su espalda.

  • Ya me hubiese gustado. – me dijo dando un resoplido de frustración. – Nos interrumpieron sus padres que volvían de la orquesta.

  • Pobrecita. – sin previo aviso cole mis dedos en su entrepierna y empecé a acariciársela.

  • ¿Qué haces? – preguntó sorprendida.

  • Cuéntame con detalle cómo fue antes de que llegasen sus padres. – le susurre al oído mientras con la otra mano acariciaba uno de sus pezones.

  • Nos fuimos antes de la orquesta… - empecé a besar su suave cuello. – Pufff… Melisa dijo que estaba cansada…

  • ¿Y aguantaste el calentón hasta llegar a casa? – le pregunté mientras aceleraba mis dedos que estaban jugando con su clítoris.

  • Para… nos puede ver Helena. – me decía intentando poner algo de seriedad en sus palabras.

  • Tu tranquila que tu hermanita no nos va a molestar. Continua.

  • Cuando entramos en su casa… nos empezamos a besar… estaba encendidísima. Subimos a su cuarto… y le… le quité el vestido. – la respiración de Rebeca empezó a acelerarse. – No puedo… Helena me arruinaría la vida. – me dijo mientras me apartaba.

La agarré de los brazos y la apoye sobre la mesa de mi escritorio, delante de la pantalla del ordenador. Volví a meter mis dedos entre sus piernas y con la otra mano encendí la pantalla, donde estaba listo el video de Helena masturbándose.

  • Tu hermanita no nos molestará, porque la perrita hace lo que yo le digo. – Rebeca estaba alucinada con lo que veía.

  • ¿Es ella? ¿Masturbándose? – me pregunto mientras le arrancaba un gemido al meterle mis dedos dentro de su rajita.

  • Si. Ves como puedo cumplir lo que digo. – la giré y empecé a besarla sin dejar de masturbarla con mis dedos.

  • Te… te creo. – casi no era capaz de hablar. – Joder… me voy a correr.

  • Y yo que pensaba que solo te gustaban las tías. Estás disfrutando como una loca. – le dije entre risas.

  • Me gusta… Melisa, pero… también… – Rebeca estaba arqueando la espalda y los gemidos no le dejaban hablar. Estaba a punto de correrse.

  • ¿Vas a ser mi gatita obediente y viciosa? – aceleré la masturbación para hacer que se corriese.

  • Siiiiiii. – chillo mientras se corría descontroladamente, mojando toda su entre pierna.

  • Joder, si que te dejaron con ganas anoche, viciosa. – le decía mientras Rebeca se  echaba sobre mi cama para recuperar el aliento.

  • Pufff… no puedo ni hablar… Si que… tenía ganas de correrme así. – me contestó con una sonrisa de viciosilla satisfecha.

  • Pues si te portas bien, esto será lo que recibas a cambio.

Rebeca se acariciaba las tetas mostrando que aun quedaban ganas de vicio en ese increíble cuerpo. La mezcla de carita de niña buena y viciosa que estaba poniendo me la estaba poniendo tan dura que pensaba que me estallaría dentro de los pantalones.

  • Ahora te toca darme las gracias por el orgasmo gatita. – le dije acercándome a ella y desabrochándome los botones del pantalón.

  • Nunca he chupado una. – me dijo con curiosidad.

  • Ya verás cómo te gusta jugar con ella gatita.

Rebeca empezó a acariciar mi polla por encima del calzoncillo, un poco distraída, como sin saber qué hacer con ella. Me quitó el calzoncillo y Rebeca expresó una sonrisa al agarrar mi polla.

  • ¡Está durísima! – me dijo mientras acariciaba con sus dedos toda mi polla. – Me da cosa meterme eso en la boca.

  • ¿Te da cosa? – empecé a acercarle la cabeza contra mi polla. – Seguro que el coño de Melisa no te da cosa. ¡Venga chúpamela!

Empezó a chupármela lentamente, sin dejar de mirarme buscando mi aprobación. No la hacía nada mal pero aun le quedaba para llegar al nivel de la guarrilla de Helena. Le empuje la cabeza contra mi polla para ver cuanta se podía tragar mi nueva gatita, pero rápidamente le vinieron arcadas al tocar su campanilla.

  • No puedo… - me dijo tosiendo. – No me entra.

  • Tranquila, tu hermana decía lo mismo y ya se la traga enterita. – le dije volviéndole a empujar la cabeza. – Práctica.

La gatita se estaba divirtiendo con mi polla y yo estaba que no me aguantaba, quería disfrutar de ese tierno coñito. La eche sobre la cama y le metí un par de dedos en su rajita a ver qué tal estaba lubricada. Se retorció al sentir mis dedos jugando dentro de ella y al verme coger un condón del cajón se quedo un poco paralizada.

  • Me la vas… a meter.

  • Si gatita, quiero disfrutar de ese coñito tan tierno que tienes. – Rebeca cerró las piernas.

  • No por favor, me va a doler. Sigamos jugando como estamos. – me suplico mientras miraba como me ponía el condón.

  • ¿Dolerte? ¿Qué pasa, Melisa no te mete ningún juguete en ese coñito para que te corras? – le pregunté acercándome a ella mientras le acariciaba las piernas.

  • Sólo me metió el mango de su cepillo del pelo, una vez que estábamos muy cachondas.

  • ¿Y no te gustó? Yo ahora te veo muy cachonda. – empecé a acariciar otra vez su coño con mis dedos.

  • Si, pero… la tienes más… grande. – En su voz notaba lujuria al verme como acercaba mi polla a la entrada de su coñito.

  • Lo haré despacio, pero ya verás cómo me pides que no pare.

Acerque a Rebeca al borde de la cama, abriéndole las piernas y comencé a introducir la punta de mi polla en su depilado coño. Rebeca arqueaba la espalda mientras mi polla se abría camino por su estrecho coño. Le metí la mitad de mi polla despacito, pero ya no aguantaba más ser bueno y de un golpe de cadera le metí el resto de mi polla. Rebeca abrió los ojos como platos y me empezó a suplicar que fuese despacio. Yo ya no me podía controlar y empecé a bombear mi polla, mientras le separaba las piernas para poder entrar el máximo en esa tierna rajita. Rebeca estaba gimiendo y chillando de placer sin cortarse un pelo. Esta cría era puro vicio comparada con su hermana, sin duda ofreciéndole polla iba a hacer todo lo que yo quisiese.

La coloqué a cuatro patas y empecé a envestirla salvajemente. La gatita había cambiado las suplicas de que fuese despacio, por gemidos y chillidos de placer. Le di un fuerte azote que hizo que se arquease.

  • No… no me azotes… que me… me quedarán… marcas. – me suplico entre gemidos. – Por… por favor.

  • Las viciosillas como tu se merecen unos azotes. – le contesté a la vez que le daba otro azote.

Rebeca mordió la almohada mientras le seguían cayendo azotes en su rico culo. Tenía razón la gatita, ya solo con las envestidas que le estaba dando su culito empezó a ponerse rojo, lo que me encendió aun más. La agarre del pelo e hice que arquease la espalda para empezar a jugar con sus tetas.

  • No me… tires del… pelo, por… por favor.

  • Si no te gusta que te tire del pelo princesita. – le di un tirón para acercar su cara a la mía. – ¡Pídeme que pare de follarte! – acelere mis envestidas

  • No… por favor… no pares. – me miraba suplicándome que no parase.

Agarre uno de sus tiernos pezones y empecé a pellizcarlo, lo que le hizo dar un chillido, pero también apretó mi polla dentro de su rajita, casi consiguiendo que me corriese. La suspendí en mis brazos y la apoye sobre la mesa sin dejar de follar. Se agarro a mi cuello y me empezó a besar como una loca, intentando ahogar sus gemidos, que ya eran lo único que podía salir de su boca.

  • ¿Vas a ser… ser mi gatita? – le pregunte fallándola sin control.

  • Siiiiiiii.

Mi gatita se corrió apretando su coñito como su hermana, lo que hizo que no aguantase más. Menuda corrida me saco la niñata, me dejo exhausto y nos tiramos los dos sobre la cama.

  • ¿Qué gatita recuperas el aliento?

  • Pufff… no me puedo… ni mover. – me decía con una sonrisa picara. – Me he corrido unas cuantas veces.

  • Menudo vicio tienes y que bien te lo vas a pasar si eres buena. – le dije acariciándole la cara.

  • Ha sido salvaje… estoy un poco dolorida. – me dijo enseñándome su culito marcado por los azotes.

  • Ya te dije, que si no querías azotes, solo me tenías que decir que parase de follarte.

  • Estaba tan salida que no era capaz de pensar en esa opción. – me dijo tapándose la cara con las sabanas con vergüenza.

  • Lo que decía, menudo vicio tienes gatita. – le dije dándole un azote. – ahora ve a darte una ducha rápida y ven aquí que te tengo algo preparado.

  • ¿Qué es… - la interrumpí con un azote.

  • ¡Obedece o te llevo a la ducha dándote unos azotes!

Rebeca asintió con la cabeza y se fue para su habitación. Me tiré en la cama para descansar un poco mientras me daba cuenta lo bien que me había salido la jugada y la grata sorpresa de descubrir el vicio que tenía Rebeca. Necesitaba una ducha para despejarme y centrarme en lo que venía ahora, ya que se me acababa de ocurrir una idea, que hizo que se me pusiese dura otra vez.

Cuando salí de la ducha Rebeca me estaba esperando en mi habitación con una pantaloncito corto y una camiseta de tirante, que mostraba perfectamente que la gatita no llevaba sujetador. No dejaba de mirarme la polla mientras me secaba, esperando que le dijese algo para volver a empezar a jugar. Cuando terminé de vestirme podía ver en la cara de Rebeca que la estaba matando que la ignorase. Me acerqué a ella agarrándola del brazo y le di dos fuertes azotes en su redondo culito. Rebeca no se lo esperaba y los azotes le hicieron saltar como un resorte.

  • Te dije que te fueses a duchar, no que te vistieses. – le recriminé mientras le daba otros dos azotes.

  • ¡Para que duele! – me dijo intentando soltarse.

  • Esto es lo que te pasará cada vez que no me obedezcas princesita. – le dije seriamente dándole un tirón del pelo.

  • Perdón, no lo volveré a hacer. – me suplicó.

  • Desnúdate rápido. – Rebeca obedeció enseguida quedándose desnuda delante de mí.

  • Ya está. – me dijo insinuándose y acercándose juguetona.

  • Muy bien ahora vamos a bajar al salón que la perrita de tu hermana te va a explicar las reglas que tienes que tienes que seguir.

  • ¿Con Helena? – como un chorro de agua fría le sentaron mis palabras.

  • Si, tu hermanita que va explicar lo que aprendió este fin de semana y lo que pasa si no obedeces.

  • ¡Pero estoy desnuda! No quiero que Helena se entere de esto, por favor. – me empezó a suplicar.

  • Tranquila que tu hermanita también lo estará, que quiero disfrutar viendo vuestros cuerpos. – agarre a rebeca para ir saliendo de la habitación. – Ve a buscarla y dile que venga rápido al salón.

Rebeca dudó si obedecerme pero un azote la hizo entrar en razón y bajo corriendo las escaleras. Bajé y me senté en el sofá, desde donde podía ver a Rebeca desnuda paseando por el jardín. Al poco rato aparecieron las dos hermanitas en el salón.

  • Colocaros delante del sofá. – les ordené mientras me levantaba de este. – Helena quítate el bikini, que te quiero desnuda como tu hermana.

Las dos se colocaron como los ordene sin mirarse una a la otra por vergüenza. Viéndolas a las dos desnudas me costaba decir cual estaba más buena. Helena era un poco más alta con unas piernas increíbles, pero Rebeca tenía las tetas un poco más grandes.

  • ¿Qué pasa, os da vergüenza veros desnudas? – les dije riéndome mientras les daba un cache a cada una en el culo. – Relajaros. Helena cuéntale las reglas a tu hermana.

  • ¿Las reglas? Si, la primera…

  • Espera, antes ve a buscar todos los objetos que usé ayer para azotarte. – le interrumpí. – Y tu gatita trae tu cepillo del pelo.

Las hermanitas subieron a sus cuartos a buscar lo que les había mandado y rápidamente bajaron de nuevo al salón. Rebeca no dejaba de mirar la fusta y el cinturón que traía su hermana. Pusieron todo sobre la mesita al lado donde estaban de pie.

  • Helena gírate para que tu hermana pueda ver bien tu culo. – mi perrita obedeció y Rebeca se quedo alucinada al ver las marcas que coloreaban el culo de su hermana. – Explícale por qué y cómo fuiste castigada.

  • Desobedecí y me azotó. – dijo avergonzada sin mirar a su hermana.

  • Explícaselo bien. – le di un azote en su culito desnudo. – O le hago una demostración con tu culito.

  • ¡Perdón! Primero me azotó con la mano… sobre sus rodillas. – obligue a mi perrita a que mirase a su hermana mientras hablaba. – Ayer le mentí y me puse unas bragas cuando no podía.

  • ¿Y con qué te castigué, por intentar encañarme? – cogí la fusta y acaricié con la lengüeta sus pezones que estaban muy duros.

  • Con la fusta y me dolió mucho. – dijo sin dejar de vigilar la fusta como esperando un azote.

  • Me parece que se te óvida algún castigo. – bajé la lengüeta por su espalda hasta su culo, lo que hizo que Helena se pusiese muy tensa.

  • No, no, lo iba a decir ahora. – me dijo medio suplicando. – El viernes también con el cinturón.

  • ¡Muy bien perrita! ¿Has escuchado bien Rebeca? – me acerque a ella y empecé a acariciar sus tetas con la lengüeta, lo que hizo que mi gatita también se pusiese tensa.

  • Si. – me contesto acelerada sin dejar de mirar la fusta.

  • Pues es así de sencillo, si desobedeces no te podrás sentar en una temporada. – le dije mientras le daba golpecitos con la fusta en su culito.

  • ¡Obedeceré, lo prometo! – me contestó esperando que no la azotase.

  • Bien, Rebeca siéntate en el sofá y ábrete de piernas. – la gatita muy despacio se fue colocando como le dije. - ¡Sepáralas bien! Quiero ver ese coñito tierno que tienes.

Rebeca estaba totalmente roja de vergüenza, pero visto lo que le pasó a su hermana por desobedecer abrió las piernas como le ordene. Agarré a Helena y la puse delante de su hermana. Me coloqué a su espalda y empecé a acariciar su cuerpo.

  • Perrita explícame por qué chantajeabas a tu hermana. – empecé a acariciar su entrepierna con la lengüeta de la fusta.

  • Porque… - las dos hermanas estaban tan avergonzadas que no se querían mirar la una a la otra a la cara.

  • ¿Qué pasa ahora tenéis vergüenza? Miraros y contesta a la pregunta.

  • La pille en la ducha con Melisa… - cogió aire. – Estaba de rodillas comiéndole el coño.

  • ¿Y quién te dio permiso para chantajearla? – Helena me miró alucinada por la pregunta. – Vosotras solo hacéis lo que yo os digo.

  • Pero… pero eso fue hace tiempo.

  • Y por eso eres una malcriada, que se cree la dueña de esta casa. – agarré uno de los pezones de mi perrita y se lo pellizqué.

  • Ahhh… Perdón.

  • Ahora va a ser Rebeca la que disfrute un rato. – la agarre de la coleta y la coloqué de rodillas delante de su hermana. - ¡Cómeselo!

  • ¿Qué? – Helena se intentó poner de pie. – ¡Ni de coña le voy a comer el coño! – Rebeca cerró las piernas nada más escuchar mis palabras.

  • Perrita, ¿crees que es inteligente hacerme enfadar cuando tengo la fusta en la mano? – hice silbar la fusta en el aire y Helena se quedo congelada. – ¡Tu abre las piernas o serás tú quien pruebe la fusta!

Rebeca abrió las piernas muy despacio mientras su hermana se colocaba entre sus piernas. Helena me miraba esperando que fuese una broma. Recorrí su espalda con la lengüeta de la fusta lo que hizo que le recorriese un escalofrió por la columna a mi perrita.

  • ¿A qué esperas, a que te de un fustazo? Créeme, ¡empiezas o uso todo lo que hay en la mesa para castigarte!

Helena miró de reojo la mesa con todos los objetos que había usado para castigarla y comenzó a besar la entrepierna de Rebeca. Mi gatita dio un respingo al notar los labios de su hermana y empezó a moverse en el sofá, como intentando no disfrutar de lo que estaba pasando. Menuda escena, una resistiéndose a confesar que le estaba gustando y la otra separándole más las piernas para jugar con su lengua en la rajita de Rebeca. Saque el móvil para grabarlas, ya que esta escena no podía faltar en mi colección, además así podría tener algo más contra Rebeca. Cuando Rebeca me vio con el móvil me suplicó que no la gravase, pero sus súplicas fueron dejando paso a de gemidos. Incitaba a Helena para que le metiese los dedos en su tierno coño, lo que hizo dar un gemido a la gatita y empezó a revolverse en el sofá. Había perdido el control y Helena había encontrado el punto justo para volverla loca. Rebeca agarro de la coleta a su hermana y empezó a suplicarle que no parase, estaba a punto de correrse. No me imaginaba que Helena fuese tan buena para conseguir que su hermana fuese a correrse tan rápido, pero también podía ser que Rebeca estuviese tan cachonda por lo que estaba pasando hoy que no le permitiese aguantar un poco más. Rebeca arqueó la espalda mientras gemía sin control y de pronto cayó desplomada en el sofá con una sonrisa de satisfacción de oreja a oreja.

  • ¡Joder…! – entendí entre la respiración acelerada de Rebeca.

  • ¿Qué te gustó gatita? – Rebeca aun tenía la sonrisa en la cara mientras me decía que si moviendo la cabeza. - ¿Y tu perrita, vas a volver a hacer algo sin que te lo ordene yo?

  • No volveré a hacerlo. – tenía una cara de rabia mientras se limpiaba los labios. – ¿Puedo ir a limpiarme, por favor?

  • Si que puedes. Gatita tu también ve a limpiarte. – Rebeca asintió con la cabeza y se levantó del sofá. – Helena mientras os limpias dile cuales son las reglas y volver rápido.

Las dos volvieron del baño sin mirarse casi, la vergüenza por lo que había pasado aun les andaba por la cabeza.

  • ¡De rodillas las dos! ¿Te explicó las reglas? – las hermanitas obedecieron y se arrodillaron delante de mí.

  • Si, las cumpliré todas. – me contestó muy sumisa mi gatita.

  • Bien, eso es lo que quería escuchar pero para asegurarme y darte un aliciente, vas a ver como duele que te azoten con todo esto. – Rebeca se quedo congelada y aterrorizada.

  • ¡No, por favor! He hecho todo lo que me has dicho. – me empezó a suplicar con los ojos llorosos.

  • ¡Cállate! Las dos vais a jugar a un juego.

  • Yo, ¿por qué? – me pregunto Helena al ver que ella también sería castigada. – No he hecho nada.

  • A ti te vendrá bien recordar y a ti aprender. – las dos me suplicaban que no las castigase. – Si no queréis jugar, os ato a la mesa y os azoto hasta que me canse.

  • ¿De qué se trata el juego? – me preguntó Helena.

  • Seréis azotadas con todos estos objetos, pero el número de azotes con cada uno será según vuestra suerte.

  • ¿Según nuestra suerte? – me preguntó Rebeca alucinada por todo lo que estaba escuchando.

  • Usaremos un dado. Cada objeto tendrá un número y dependiendo del que os toque, seréis azotadas con uno u otro. Luego haréis otra tirada para saber el número de azotes.

  • ¿Y cuándo se termina? – dijo mi perrita sin dejar de mirar la mesa llena de objetos para castigarlas.

  • Cuando las dos hayáis sido castigas con todos los objetos. Bueno y si una termina antes que la otra… mejor os lo cuento cuando pase.

  • ¿Pero nos azotaras suave? – me preguntó Rebeca toda inocente y asustada.

  • Eso depende de si chillas o no. – le dije con una risa. – Bueno nos faltan dos objetos para empezar el juego. Helena ve al jardín y trae una de las varas que usa tu madre para apoyar sus flores, pero antes límpiala. Gatita, tu ve a buscar una de las palas de jugar en la playa y un dado.

Las dos hermanas se levantaron y fueron a cumplir las órdenes que les había dado, contoneando sus preciosos culitos mientras caminaban desnudas por la casa.

CONTINUARÁ…