Educando a la malcriada de mi hermanastra 03

Ahora tengo un par de hermanastras que están buenísimas y por suerte me hago con un chantaje perfecto para vengarme de la malcriada de Helena. No voy a dejar pasar esta oportunidad para poner a mis pies a ese niñata y disfrutar se su increíble cuerpo.

Os recomiendo comenzar a leer desde el primer capítulo, ya que todos los relatos de la serie son una gran historia durante el fin de semana con mi hermanastra.


Mientras esperaba que Helena me mandase las fotos, me puse a dar una vuelta por el centro comercial, a ver si encontraba algo interesante para usar en los castigos de mi perrita. Me encontré una tienda de chorradas para regalos y decidí entrar, que estas tiendas siempre tienen alguna cosa picante para las despedidas de soltero. Me encontré en una estantería unas esposas forradas de piel, que hicieron que mi imaginación se volviese loca con todos los usos que le podría dar. Me estaba comprando dos juego de esposas cuando me llego un mensaje de Helena al móvil. Era una foto de mi perrita en el probador con un conjunto de lencería fina negra que le quedaba perfecto. La segunda foto era un conjunto de color negro y encajes blancos, con un liguero y medias negras, que me están dando ganas de entrar en ese probador. El último conjunto que me mandó era de color rojo, pero ya me había decidido por el segundo que me mandó y así se lo dije, metiendole prisa para marchar para casa.

Llendo para la entrada donde quedé con mi perrita pasé por delante de una farmacia y me acorde que si quería follarme a mi perrita hoy necesitaría condones. Mejor prevenir que luego lamentar. Nunca los había comprado antes, con que no tenía mucha idea, pero me vino a la cabeza que los estriados daban más placer, con que los pedí. Ahora si que estaba listo para encontrarme con mi perrita y disfrutar de su cuerpo.

Al cabo de un rato apareció Helena en la entrada del centro comercial y nos dirigimos hacia la parada del bus. Algo no me cuadraba con la actitud de la niñata, estaba como más relajada, pero supuse que sería por el orgasmo que tuvo hace poco en el probador. Ya en el autobús me dí cuenta que la niñata aún no se había quejado o preocupado por colocarse la falda como cuando vinimos al centro comercial. Mirando las bolsas que llevaba Helena me vino a la cabeza la respuesta, la niñata tenía puesto el tanga nuevo que acababa de comprar. Decidí no decir nada y esperar a llegar a casa donde tendría la excusa perfecta para estrenar la nueva fusta. Cuando llegamos a casa Helena entró rápido dirigiéndose hacia el piso de arriba.

  • Espera un minuto niñata. ¿A dónde vas tan rápido? - le grité antes de que empezase a subir las escaleras.

  • Tengo que ir al baño y de paso a dejar las bolsas en mi habitación. - me dijo sin mirarme a la cara.

  • Primero quiero que me enseñes todo lo que compraste. Ve poniéndolo sobre la mesa.

  • Subo y te lo enseño ahora. No tardo nada. - la cara de Helena era un libro abierto, se le notaba que la había pillado.

  • Te voy a dar la oportunidad para que recapacites.

  • No sé de qué estás hablando. - su voz empezó a sonar nerviosa.

  • ¡Quítate el vestido!

Helena sabía que la había pillado y con miedo de lo que le podía pasar ahora, se empezó a quitar el vestido. Como sospechaba llevaba el tanga nuevo puesto.

  • ¿Qué te dije que quería que llevases puesto? - le pregunté muy serio.

  • Sólo el vestido, pero es que no lo podía soportar, me estaba muriendo de vergüenza. No quería que nadie se diese cuenta que no llevaba bragas.

  • A parte de desobedecerme, me quisiste engañar llendote al baño a quitarte el tanga, antes de que me diese cuenta. - le dije mientras me acercaba a la bolsa donde estaba la fusta. - Pues con esta estupidez te acabas de ganar poder estrenar tu juguete nuevo.

  • No por favor, no lo volveré a repetir. Lo siento. - empezó a suplicar entre sollozos.

  • Quítate el tanga y échate sobre la mesa. - le ordene mientras empezaba a abanicar la fusta delante de ella.

  • Te la chupo otra vez, pero no me azotes. - me suplico arrodillándose delante mia.

  • De esta lección no te vas a librar niñata. Cuanto más tardes en colocarte más fustazos te daré los azotes.

Helena viendo que no me echaba atrás, se quitó el tanga y se colocó como le dije en la mesa. La mesa de cristal estaba fría lo que le hizo dar un respingo cuando sus pezones tocaron la superficie. Con el pie le separé las piernas, lo que me dejó un vista perfecta de su rosado coñito bien depilado. Se agarró a los bordes de la mesa y no dejaba de mirarme con cara de cachorrillo buscando que me apiadase de ella. Avaniqué un par de veces la fusta, lo que hizo que silvase en cada movimiento, lo cual hizo que por reflejo Helena apretase el culo. El primer fustazo cayó sobre su desnudo culo, lo que hizo que Helena diese un salto y se saliese de la mesa.

  • ¡Vuelve a colocarte en la mesa! - le dije muy serio, señalándole con la fusta el sitio.

  • ¡No! Duele mucho, no quiero más. - me dijo llorando mientras se frotaba el culo, en el que acababa de aparecer una línea roja.

  • ¡Ponte en la mesa o será peor!

Helena se levantó del suelo e intentó salir corriendo hacia las escaleras, pero al pasar a mi lado le conseguí agarrar del brazo. La sujeté fuerte y la llevé hacia la mesa, la perrita no paraba de patalear intentando escaparse. La coloqué sobre la mesa y me acordé de las esposas que había comprado. Sin soltarla rebusqué en las bolsas y las saqué, lo que hizo que Helena se quedase congelada ya que no se las esperaba. Le puse una en cada muñeca y las amarré a unos aros que tenía la mesa a cada lado, lo que le impedía levantarse de la mesa. Ahora más tranquilo cogí la cuerda y le até un tobillo a cada pata para que no pudiese patalear ni cerrar las piernas. Helena no se podía mover, por lo que cambió sus forcejeos por súplicas y promesas de portarse bien. Sin hacerle caso cogí la fusta y comencé a azotarle su precioso culo. Con cada azote la niñata gritaba más, lo que empezó a molestarme.

  • Como sigas chillando así solo vas a conseguir que te azote más fuerte. Si te comportas el siguiente azote será más suave, pero si chillas será peor. ¿Te quedó claro?

Helena me cotestó con la cabeza ya que los llantos no le dejaban casi hablar. Decidí darle el siguiente azote más suave, que no quería marcarle mucho el culo. Las cinco líneas rojas de los azotes que le había dado se veían marcadas como a fuego en su culito. El azote cayó y esta vez Helena se apretó la boca contra el brazo para que no se le escapase el chillido. En los siguientes tres azotes la perrita obedeció muy bien con lo que decidí terminar el castigo.

  • Espero que hayas aprendido la lección.

  • Si lo siento, no volveré a desobedecerte. - me contestó entre lloriqueos.

  • Bien, ahora te voy a soltar. Quiero que vayas a buscar tu crema hidratante y la llevas a tu cuarto.

Nada más soltarla Helena se echó las manos al culo que el simple roce de sus dedos le escocía. Empezó a subir las escaleras con dificultad, ya que le ardía el culo con cada movimiento. Mientras tanto fui a la nevera a buscar las bolsas de frío que usábamos para las lesiones, que le vendrían muy bien para relajar ese culito.

Cuando llegué a su cuanto mi perrita estaba de pie esperándome con el bote de crema en la mano, con la respiración entrecortada por los lloros. Cogí el bote y le indiqué que se tumbase sobre la cama, a lo que obedeció rápidamente. Se le podían contar perfectamente cuantos azotes le dí en su pequeño culito. Tengo que reconocer que me dió pena la pobre niñata y me sirvió para saber que no le podía dar tan fuerte con la fusta, si no quería dejarle marcas. Empecé a ponerle crema sobre el culo dolorido con caricias muy suaves, lo que hizo que Helena se relajase. Cuando terminé de ponerle crema le coloqué las bolsas de frío, lo que reflejó un poco de placer en la cara de Helena. Me tumbé a su lado para consolarla un poco y sin esperarmelo se abrazó a mi pecho como si fuese uno de sus peluches.

  • Gracias por la crema, ya no me escuece tanto. - me dijo mirándome con sus ojos llorosos.

  • Ahora descansa un poco gatita.

De tanto llorar Helena se quedó dormida sobre mi pecho enseguida, la pobre estaba agotada. Yo decidí descansar un rato que también estaba cansado de forcejear con ella.

CONTINUARÁ...