Educando a la joven Sara (II)

Sara una joven y hermosa niña mal criada por su madre, descubre que el nuevo novio de su madre no le consentirá ni una de sus faltas de educación. Si no quiere aprender por las buenas, aprenderá por las malas y descubrirá una parte de si misma que desconocía y le excita.

Sandra se encontraba en medio de su habitación aun con todo el semen de su padrastro goteando por su cara, sin dejar de recordar lo que acababa de pasar unos minutos antes en el salón. Estaba agotada, pero lo que la tenía totalmente desconcertada era la excitación que tenía.

El ruido de la puerta del jardín cerrándose la hizo despertar de su trance y se dio cuenta de que aún tenía toda la cara manchada. Le entró el asco y rápidamente se desnudó para meterse en la ducha. Una sensación de vergüenza y repulsa hizo que se metiese en la ducha sin esperar a que el agua se calentase. Se enjabono la cara para limpiarse bien, mientras en su cabeza no dejaba de repetirse lo que había pasado. Tenía grabadas a fuego cada uno de los insultos que le había dicho su padrastro y su culo le ardía cada vez que recordaba cada uno de los azotes que le dio. Sin darse cuenta ya no estaba enjabonándose la cara, sus manos había bajado, como si tuviesen vida propia, a su entrepierna y estaba acariciando su depilada rajita. Nunca había estado tan excitada y nunca había disfrutado tanto masturbándose. Cerro los ojos y revivió con su imaginación el castigo que le acababa de dar su padrastro. Las piernas les estaban fallando, con que se apoyó en la pared de la ducha para evitar caerse, mientras sus dedos jugaban con su clítoris totalmente excitado.

Sus dedos cada vez la masturbaban más rápido, aumentando el ritmo de su excitación, pero un fuerte golpe en el cristal la hizo despertar de su éxtasis. Sara abrió lo ojos y vio a su padrastro al otro lado del cristal con la misma cara de enfado que cuando le azotó el culo hace un rato.

Su padrastro abrió la puerta de la ducha y agarró del brazo a Sara, para sacarla de un tirón. Sara no se podía creer que no se enterase de que había entrado alguien en el baño e intentó soltarse de su padrastro, pero una bofetada le hizo recordar quien manda.

  • ¡Serás cerda, tocándote como una guarra!

  • ¡Suéltame! – gritaba Sara.

  • ¿Esto es lo que haces en la ducha?

  • Para, por favor. – le suplicaba totalmente avergonzada.

  • Estabas disfrutando tanto masturbándote, que ni te enteraste de que te estaba llamando.

  • No. Por favor suéltame, de haces daño.

  • Me parece que el castigo de antes no fue suficiente.

Esas palabras hicieron a Sara entrar en pánico, sabía perfectamente que significaba que la iban a castigar otra vez. Su padrastro al ver que se empezaba a resistir le agarro también por el otro brazo, para evitar que se escapase. Arturo no había planeado castigarla tan pronto, por lo que tenía que improvisar. Se fijó en el perchero de las toallas y rápidamente a su cabeza le vino la manera perfecta para controlar la situación. Cogió el cinturón de algodón del albornoz de Sara y le ató las muñecas a la parte de arriba del perchero, quedando esta con los brazos por encima de la cabeza. Sara intentaba soltar sus muñecas, mientras veía como su padrastro se iba para su habitación. Escuchaba como Arturo rebuscaba por los cajones de su habitación, intentando adivinar que usaría para castigarla.

Arturo entro en el baño con un cinturón de tiras finas de cuero trenzadas de Sara, al que le estaba arrancando la hebilla. Sin decir una palabra se colocó delante de la desnuda chica, mientras lentamente destrenzaba las tiras de cuero.

  • Visto que unos azotes con la mano, no te han enseñado a comportarte. – le dijo su padrastro mientras seguía separando las tiras. – Probaremos con esto.

Una vez sueltas las tiras de cueto las dobló por la mitad e hizo un nudo, para crear una especie de látigo de colas. Sara a ver el nuevo elemento de castigo empezó a suplicar piedad, pero su padrastro la ignoraba mientras preparaba el látigo.

  • ¡Por favor, no me pegues con eso! – suplicaba entre lágrimas Sara. – Haré lo que quieras, te la volveré a chupar, pero no me…

Un latigazo sin previo aviso en las tetas de Sara no le dejó terminar la frase. Finas líneas rojas aparecieron en el cuerpo desnudo de Sara, que le ardían como el fuego.

  • ¡Ofreciéndote como una vulgar puta! – le recriminó mientras observaba el estado de las marcas que le había propinado el nuevo látigo. – Es una pena romper este bonito cinturón, pero tu educación lo requiere.

  • ¡Duele mucho, por favor suéltame! – Suplicó Sara entre lloros.

  • Tus actos tienen consecuencias y debes afrontarlas. – le dijo mientras acariciaba suavemente uno de sus pezones con las tiras de cuero. – Si me demuestras que estás arrepentida y que aceptas las consecuencias de tus actos de guarra vulgar, este castigo terminará pronto

  • ¡Estoy arrepentida lo juro!

  • ¿De que estás arrepentida? – la pregunta descolocó a Sara.

  • ¿Cómo?

  • Dices que estás arrepentida, ¿pero que estabas haciendo? – le pregunto mientras seguía acariciando su cuerpo con el látigo.

  • Me… Me estaba… - Sara estaba totalmente avergonzada al tener que decirlo.

  • ¡No te oigo! – le dijo su padrastro mientras este hacía estallas las tiras de cuero en el aire.

  • ¡Me estaba masturbando!

  • Eso las señoritas no lo hacen y yo quiero que te conviertas en una señorita.

  • Perdón, no lo volveré a hacer, lo juro.

  • Tu castigo serán 10 azotes con este nuevo juguete y con cada uno quiero que digas, “gracias, me lo merezco por masturbarme”.

  • Diez no por favor, son muchos y duele mucho.

  • Tu preocúpate de decir bien lo que te he dicho, sino volveré a empezar el castigo. – le dijo su padrastro mientras preparaba las cintas para empezar el castigo. – ¿Lo has entendido?

  • Si. – contestó Sara, sabiendo que cualquier otra respuesta lo único que haría seria empeorar su situación.

Sin esperar más, Arturo descargó el primer latigazo sobre el cuerpo desnudo y mojado de Sara, el cual cayo nuevamente sobre los redondos pechos de la niñata malcriada. Casi antes de que apareciesen las nuevas líneas rojas, Sara gritó la frase que le ordenó su padrastro.

  • ¡En las tetas no por favor! – suplicó Sara. – ¡Duele mucho!

Al ver como su padrastro cargaba el brazo para el siguiente azote, Sara se giró para intentar proteger sus tetas y el latigazo cayó sobre su espalda.

  • ¡Gracias… me… me lo merezco por masturbarme!

  • Muy bien, sigamos con el tercero. – le dijo mientras descargaba un latigazo en su culo aun enrojecido de su primer castigo.

Sara con la cara apoyada en la pared fue recibiendo su castigo y respondiendo entre lloros correctamente la frase, para la sorpresa de Arturo. Su padrastro fue repartiendo los latigazos por su culo y espalda, intentando no incidir en ninguna zona mucho, para no dejarle marcas feas.

  • Te estás portando muy bien Sara, dos azotes más y terminamos el castigo. – le dijo mientras apartaba su pelo de su espalda.

Sara ya no podía más, las piernas no le aguantaban, pero una mezcla de ira y orgullo la mantenían aguantando el castigo. Miraba a Arturo con odio cada vez que gritaba su frase, lo que hacía que su padrastro cada vez estuviese más cachondo y disfrutase más azotando a la malcriada de su hijastra. El noveno y el décimo azote cayeron sin piedad en el culo de Sara y esta chillo la frase con ira. Arturo se acercó a la niñata que seguía con la cara apoyada en la pared y le habló al oído muy despacio.

  • ¿Qué estabas haciendo en la ducha?

  • Meeee… me estaba mas… masturbando. – contestó Sara entre sollozos.

  • ¿Te corriste?

  • No. – le contestó temiendo que la respuesta pudiese ocasionarle otro castigo.

  • Muy mal niñata, lo que se empieza hay que terminarlo siempre. – le susurro al oído mientras su mano se colaba entre las piernas de Sara.

  • ¿Pero… qué haces? – le dijo Sara al sentir los dedos de su padrastro acariciando su húmeda entrepierna.

  • Pero mira que sorpresa, estas muy mojada por aquí y dudo mucho que sea de la ducha.

Sara intentó cerrar las piernas para impedir que su padrastro pudiese seguir jugando con sus dedos, pero este se las separó con su rodilla. Arturo presiono a la joven contra la pared para que no se pudiese mover y empezó a masturbarla suavemente. Sara con la primera caricia de los dedos de su padrastro en su coño, entro en un estado de placer que nunca había imaginado. Este placer no se parecía en nada, a cuando ella se masturbaba y la excitación le hacía temblar todo el cuerpo. Las quejas de Sara se fueron transformando en jadeos y suaves gemidos, que intentaba ocultar.

Sin dejar de masturbar a Sara, su padrastro empezó a acariciar con la otra mano sus redonditas tetas. Sara había perdido totalmente el control de su cuerpo y sus jadeos se aceleraban al ritmo las caricias de los dedos de su padrastro.

  • Para… para por… favor, me… me voy a… correr. – se le entendió a Sara entre gemidos.

  • ¡Lo que se empieza se termina! – le contestó Arturo empotrándola contra la pared.

Sara notó como la enorme polla de su padrastro se frotaba por su culo, provocando que volviesen a su mente los recuerdos de lo que le costaba que le entrase en su pequeña boca. Como una descarga eléctrica, un increíble orgasmo recorrió todo su cuerpo, que hizo que se le escapase un potente gemido de placer.

Arturo satisfecho por su buen trabajo, se apartó de Sara y esta se quedó colgado como un muñeco de trapo del perchero. Sin decir ninguna palabra salió del baño dejando a Sara recuperar la respiración y las fuerzas en las piernas. Sara no podía ver que estaba haciendo su padrastro en su habitación, pero le escuchaba abrir cajones y por su cabeza le pasaba la idea de que Arturo estaba buscando otro elemento para azotarla, pero ya no tenía fuerzas para protestar o defenderse. Al cabo de unos minutos su padrastro entro de nuevo en el baño y desató las muñecas de la joven.

  • Te he dejado ropa encima de la cama. – le decía mientras salía del baño. – Póntela y baja al salón.

  • Si. – le contestó aliviada al ver que no la iba a volver a azotar.

  • Límpiate un poco que pareces una puerca. – le dijo con una sonrisa al salir por la puerta del baño.