Educando a la joven Sara
Sara una joven y hermosa niña mal criada por su madre, descubre que el nuevo novio de su madre no le consentirá ni una de sus faltas de educación. Si no quiere aprender por las buenas, aprenderá por las malas y descubrirá una parte de si misma que desconocía y le excita.
Sara es una preciosa chica de 18 añitos, con una figura que la hacían la más deseada de su clase. Esculpía su cuerpo yendo al gimnasio y cuidando mucho su alimentación, para verse siempre increíble. Pero todo lo que tenía de hermosa, lo tenía de mal criada y consentida. Su madre, Lucia, le consentía todos sus caprichos y faltas de obediencia, desde que se divorció del padre de Sara, cuando esta era pequeña. Sara conocía perfectamente la debilidad de su madre, culpándola de todos sus problemas en el colegio, al no tener un padre y así la hacía sentir responsable.
En el verano antes de empezar su último año de instituto, la madre de Sara conoció a un hombre muy apuesto, del cual rápidamente se enamoró. El hombre la trataba como nunca la habían tratado y esto hacía que Lucia suspirase por él. Arturo era un empresario de éxito, lo que a Sara le encantaba, ya que veía sus caprichos de marcas y lujos consentidos.
Al poco tiempo Lucía y su hija se fueron a vivir al chale de Arturo en una finca sin vecinos que los molestasen en una de las mejores zonas de Madrid. Sara se sentía una princesa en su nuevo hogar con una habitación de ensueño y un armario casi del tamaño de su anterior cuarto. La casa disponía de todos los lujos que siempre había soñado Sara, además de una piscina, con una zona increíble para tomar el sol, como a ella tanto le gusta.
Pero aun con todos estos nuevos lujos, el comportamiento de Sara no había cambiado nada y sus pataletas eran continuas para conseguir lo que quería de su madre. Esta situación cada vez le molestaba más a Arturo, ya que no soportaba las malas contestaciones que le daba Sara a su madre. Pero casi al finalizar el verano, Arturo decidió tomar las riendas de este problema. Convenció a Lucia, lo que no le costaba mucho, para que se fuese con sus amigas unos días a un balneario, quedándose así a solas con Sara y dejarle las cosas bien claras.
En cuanto Lucia se marchó, Arturo fue a hablar con Sara para conseguir que cambiase su actitud. Como de costumbre estaba tomando el sol en la piscina, luciendo su increíble cuerpo tostado al sol. Había salido a su madre, con unas tetas redondas y firmes.
- Hola. – como de costumbre Sara le ignoró. – Ahora que tu madre no está, tenemos que hablar de tu comportamiento.
Sara soltó una carcajada y siguió tomando el sol, como si Arturo no estuviese.
No me gusta nada tu comportamiento y sobre todo como le hablas a tu madre. – Sara seguía sin inmutarse. – Ya eres mayorcita, para comportarte como una niña consentida…
Mira Arturo, me caes muy bien. – le contestó Sara interrumpiéndole muy chulita. – Pero la relación que tengo con mi madre es cosa nuestra y tu no eres mi padre para decirme como tengo que comportarme.
Disculpa, pero yo no soy tu madre, que te lo consiente, conque a mí me hablas con más respeto.
Si, si lo que tu digas, pero si no te importa quiero tomar el sol antes de salir con mis amigas.
Arturo se levanto y se marchó sin decir nada, pero su cabreo era considerable. Él sabía que a esta chica con palabras no se le podría cambiar, conque tendría que pasar a la acción.
Cuando Sara se cansó de tomar el sol, subió a su cuarto para cambiarse. Con el calor que hacía se puso un vestido de tirantes muy veraniego, con el que lucía sus increíbles piernas. Arturo entró en la habitación de Sara con una cara muy sería.
¿A dónde vas?
A dar una vuelta con mis amigas. – le contestó Sara mientras elegía unas sandalias de su armario.
¿Y a quién les has pedido permiso? – le preguntó Arturo cada vez más serio.
No me hagas reír, ya soy mayorcita.
Pues no lo pareces, comportándote como una niña pequeña mal criada.
Hoy estás pesadito, por qué no me dejas en paz. – le contestó Sara poniéndose toda chula.
Ya que no te sabes comportar, te quedas castigada sin salir. – le dijo Arturo mientras salía por la puerta de la habitación.
Arturo bajo al piso de abajo con un cabreo monumental, intentando contener su rabia. No se podía creer como le había hablado la niñata de Sara y lo único que le pasaba por la cabeza era darle un buen escarmiento. Dando vueltas por el salón, para intentar calmarse vio a Sara bajando las escaleras dirección a la puerta.
¿A dónde crees que vas? – le grito Arturo dirigiéndose hacia ella.
¡Déjame en paz! Me voy a dar una vuelta. – le contestó aún más chula que en su cuarto. – Tu no me das orde…
Sara no pudo terminar la frase porque una bofetada sin previo aviso la cayo en su suave mejilla, que le hizo desestabilizarse. No se lo podía creer, estaba en shock, ya que era la primera vez que alguien le pegaba. La rabia invadió a Sara he intentó pegar a Arturo, pero este mucho más hábil y fuerte, la agarró del brazo y la echó sobre la mesa del salón.
¿Qué coño haces, gilipollas? – gritaba Sara intentando soltarse.
Si no quieres aprender por las buenas, te aseguro que aprenderás por las malas. – le contestó inmovilizando sus dos brazos a su espalda. – Hoy vas a aprender educación, como te tenían que haber enseñado hace muchos años tus padres.
Sara no se podía creer lo que estaba pasando e intentaba soltarse de la inmovilización que le estaba haciendo Arturo, pero le era imposible por la diferencia de fuerza. Arturo la tenía totalmente inmovilizada con su culo totalmente indefenso para lo que le estaba a punto de llegar.
Sin mediar palabra, el primer azote cayó sobre el redondeado culo de Sara, que le hizo soltar un grito. La fina tela del vestido no protegió mucho el tierno culo de la chavala. Antes de que Sara pudiese replicar alguna queja le cayeron dos azotes seguidos tan fuertes como el primero, que hicieron brotar las primeras lágrimas a la chavala.
- ¡Suéltame pedazo de animal! – gritó Sara entre sollozos. – Se lo diré a mi…
Esta vez fueron cuatro azotes seguidos, que no dejaron terminar a Sara su amenaza. La chavala pataleaba y se movía intentando librarse de su castigo, pero Arturo la tenía muy bien sujeta.
- Hoy cuando termine el día, va a haber dos cosas seguras. – le dijo al oído Arturo. – Que no te podrás sentar y que habrás aprendido a respetarme.
Arturo le subió la falta, dejando al descubierto su redondeado culo, que empezaba a tomar un color rojo. Sara llevaba puesto un diminuto tanga, que Arturo se lo arrancó de un tirón y dejándolo caer al suelo. Sara viendo lo que le venía empezó a suplicar y a llorar, pero esto no hizo apiadarse a Arturo. Los azotes volvieron a caer sobre el desnudo e indefenso culo de la joven, haciendo que llorase y suplicase desconsoladamente.
Sara había perdido la cuenta de los azotes que había recibido en su desnudo culo, al igual que sus fuerzas para resistirse. Le ardía el culo y tenía los brazos entumecidos por la inmovilización que le aplicaba Arturo, que cada vez que se resistía se los retorcía más. En la vida le habían castigado y menos de esta manera, solamente había escuchado historias de amigas suyas que tenían padres que las disciplinaban con azotes.
Arturo viendo que Sara ya no podía ni resistirse, decidió soltarla. El tampoco sabía cuantos azotes le había dado, pero tenía la mano caliente de tan fuerte que le castigó. La joven cayó como un trapo al suelo y empezó a apretarse las nalgas entre sollozos. No quedaba ni rastro de la chulería de hace un rato y Arturo estaba satisfecho con lo que veía.
- ¡Ponte de pie! – le ordenó son voz firme.
La joven dolorida no lo dudo ni un segundo, por miedo de que la volviese a azotar y se puso de pie, sin atreverse a mirar a Arturo a la cara.
- Ahora te vas para tu cuarto y no saldrás hasta que yo te lo diga. – le indicó Arturo. – Y recoge esas bragas de buscona que usas.
Sara se giró y recogió su tanga roto, antes de empezar a caminar hacia su cuarto. Cada paso que daba la podre niña, le ardía el trasero y necesitaba frotárselo para calmarlo un poco. Arturo al verla subir las escaleras, que cada peldaño parecía un infierno para ella, se sentía orgulloso del buen castigo que le había aplicado a la mal criada.
Una vez en su cuanto Arturo le quitó su portátil y el teléfono móvil, ya que no quería que tuviese tentaciones de aviar a su madre antes de terminar con su plan. Le indicó que se pusiese crema hidratante y que no saliese de su cuanto hasta que el se lo ordenase. Una Sara sumisa que antes nunca había visto Arturo empezó a obedecer las indicaciones.
Arturo cerro la puerta y bajo al salón para preparar la siguiente parte de su plan, dejando a Sara sollozando en la cama.
Pasada casi una hora, Arturo había preparado la siguiente parte de su plan para educar a Sara y se dirigió al cuarto de esta. Al abrir la puerta de la habitación de Sara, se encontró a la niñata mirándose en el espejo su rojo y dolorido culo. La joven al ver a Arturo saltó como un resorte para ponerse con el culo pegado a la pared, con miedo de que le volviesen a azotar. El hombre con mucha calma cogió la silla del escritorio de Sara y la colocó delante la de cama de esta.
- ¡Siéntate! – le ordeno mientras el se sentaba en la cama delante la silla.
Sara con mucha cautela y sin dar la espalda a Arturo se acercó a la silla. Al sentarse la pobre niña notó un pinchazo en el culo y supo que estar sentada iba a ser un buen sufrimiento.
- Visto tu comportamiento de antes y lo que me has obligado a hacer, he decidido que necesitas una estricta educación. – la cara de Sara con cada palabra parecía más aterrada. – Y he decidido que te vas a ir a un internado de monjas a terminar tus estudios.
Arturo le dio un folleto de un colegio privado de monjas, que Sara miraba sin poder creérselo.
- En este colegio te enseñarán educación…
Sara se levantó como una fiera de la silla y le tiró el folleto a la cara a Arturo.
- ¡Y una mierda, me pegas una paliza y crees que puedes hacer lo que quieres conmigo! – le gritó como una gata salvaje. - ¡Se lo voy a contar a mi madre y te voy a joder la vida!
Arturo se levantó de la cama y agarró a Sara del pelo, tirándola sobre la cama. Le pegó cuatro azotes rápido lo más fuerte que pudo, haciendo que las lágrimas volviesen a los ojos de Sara.
Escúchame bien niñata, tu madre hará lo que yo le diga. – le dijo con un todo que hizo temblar a Sara. – Vas a ir al internado y me aseguraré de que las monjas te azoten cada día.
Suéltame, por favor. – le suplicó Sara.
No olvides que me sobra el dinero, conque pagaré gustosamente una buena donación, para que cada noche te azoten. – le dijo mientras Sara se echaba a llorar. – Me voy a asegurar que aprensas a respetarme.
Arturo soltó el pelo de la joven y le dejó el folleto en la cara para que lo leyese. Toda la valentía e ira de Sara habían desaparecido y miraba con miedo como Arturo se marchaba de su cuarto. Arturo bajo al salón y se sentó en el sofá a ver como transcurrían los acontecimientos. Se preparó una copa y puso el televisor, mientras escuchaba lloriquear a Sara en el piso de arriba.
Al cabo de un rato apareció Sara en el salón con los ojos rojos de llorar y el folleto del internado en las manos arrugado.
¿Podemos hablar? – le preguntó Sara con una voz sumisa y calmada que nunca había escuchado Arturo.
Dime. – le contestó Arturo apagando el televisor y dándole un trago a su whisky.
Por favor, no me envíes al internado. – le suplicó. – No quiero que me azoten las monjas.
Sara, necesitas que te eduquen correctamente y en ese internado lo lograrán.
Pero por favor, ya he aprendido la lección. – le suplicó con lágrimas en los ojos.
Aun te queda mucho por aprender niñata. – le contesto Arturo con un toque burlón. – Y tu solo aprendes a base de castigos.
No, lo prometo, he aprendido la lección. No volveré a desobedecerte.
Tu lo que necesitas es que te den una buena educación a base de azotes, para que aprendas y olvides tantos años de niña mal criada. – le contestó mientras volvía a encender la televisión.
Sara empezó a lloriquear al ver que Arturo no cambiaba de opinión y pensar en las palizas que le darían como la de hoy en el internado. La pobre chica estaba desesperada.
Por favor, haré lo que quieras. – le suplicó arrodillándose delante de Arturo. – Si lo que quieres es que me castiguen, hazlo tú, por favor.
No creo que aprendas igual a obedecer aquí, que en el internado.
Aprenderé, lo juro. – suplicaba Sara ya toda desesperada.
Si te dejo quedar, tendrás que aceptar los castigos que te merezcas y tendrás que ganarte el dinero para tus caprichos.
Los aceptaré, lo juro. – dijo Sara viendo una salida a su calvario.
Arturo se terminó la copa y se puso de pie mirando a Sara aun arrodillada a sus pies. La joven asustada sin saber que castigo le esperaba, miraba a Arturo buscando un poco de piedad. Se acercó a la joven y se abrió el pantalón dejando salir una enorme polla, que dejó sin palabras a Sara, ya que era la primera vez que veía una fuera de una película.
Demuéstrame que serás una perrita obediente. – le dijo mientras le agarraba del pelo, acercándole la cara a su enorme polla aun dormida.
Espera, por favor, ¿pensé que me ibas a azotar? – le dijo intentando alejarse de esa monstruosidad.
Puedes ser agradecida ahora o puedes serlo después de unos cuantos azotes. – le contestó golpeando su mejilla con la punta de su polla. – tú decides.
Nunca lo he hecho antes. – le dijo buscando algo de piedad.
Tranquila aprenderás rápido.
Arturo empujó la cabeza de la niñata hasta que cedió y abrió su pequeña boca. La imagen era increíble, como semejante monstruo entraba en una boquita tan pequeña y cada vez se ponía más grande. Para ser su primera vez la niñata tenía muchísimo potencial y cada vez que miraba para arriba con sus ojos azules, buscando algo de compasión, Arturo se excitaba más. Las embestidas comenzaron a ser más profundas, para ver hasta dónde podría tragar y acostumbrar esa joven e inocente boca.
Con una de las fuertes envestidas, Sara tubo una arcada que no pudo aguantar y necesito sacarla para poder vomitar en el suelo.
- ¡Perdón! – dijo mientras tosía y escupía. – No pude…
Arturo de dio una bofetada y la agarró del pelo, para volver a meterle su dura polla en la boca. Le estaba follando la boca de una manera brutal y Arturo estaba a punto de llegar a su límite. Le tiró del pelo hacia atrás para sacar su enorme polla de la boca y se corrió en la cara de la joven.
Sara cayó rendida en el suelo tosiendo e intentando recuperar el aliento, con la cara llena del semen de su nuevo amo. Arturo cogió el móvil y empezó a sacarle fotos, con una sonrisa de satisfacción.
- Lo has hecho muy bien perrita, si te portas así de bien, te podrás quedar y disfrutar de los caprichos que tanto te gustan. – le decía mientras Sara le miraba desde el suelo con una mezcla de odio y vergüenza. – Ve a darte una ducha, que tienes la cara que parece un muñeco de cera derritiéndose.
Sara se levantó y se marchó sin decir nada, toda avergonzada y humillada. Pero al llegar a su habitación se dio cuenta de una cosa, tenía toda su tierna entrepierna mojada y excitada.