Edipo Rey

La madre de todos los incestos.

EDIPO REY

En el palacio todos observaban expectantes a aquel joven muchacho de aspecto encantador que estaba de rodillas en el suelo. Creonte, enfrente de él, con su hermana Yocasta a su lado, lo miraba con incertidumbre.

-Levántate. Dicen que tú eres el que ha conseguido derrotar a la terrible Esfinge, que has resuelto su acertijo, pero ni mis mejores sabios lo consiguieron. Cuéntanos como lo hiciste, y si tus palabras resultan sinceras, no solo te concedo la mano de mi hermana, si no también el trono de Tebas.

-Os lo contaré majestad. Durante mucho tiempo he estado vagando por los caminos, recorriendo y conociendo el mundo, cuando escuché hablar de la tragedia que azotaba vuestra ciudad y de la bestia que os asediaba. Debéis saber que soy hijo de reyes, de Polinio y Peribea de Corinto, y no me educaron para quedarme al margen de semejantes atrocidades, así que partí hacia la guarida de la Esfinge, cuya visión me horrorizó: su cuerpo era de perro, pero tenía las manos, la cara y la cabeza de mujer y voz de hombre, con una cola de serpiente, alas de pájaro y garras de león en sus patas traseras. Desafiante, la Esfinge me planteó su enigma: "Dime, mortal, ¿cuál es el animal que en la mañana camina a cuatro patas, en la tarde lo hace a dos y a la noche lo hace a tres?. Si no respondes o respondes mal, caerá mi furia sobre ti". Me quedé algo confuso por semejante acertijo y me senté a pensar sobre una roca. Debido a un traspié casi caí al suelo, pero lo evité apoyándome en una pared cercana. Fue en ese instante que supe la respuesta, y me giré para responder: "Ya sé la respuesta, monstruo del Tártaro. ¡¡Es el hombre!!. En la mañana, su niñez, gatea; en la tarde de su vida, la madurez, camina erguido; y en la noche, su vejez, se apoya con un bastón para caminar". Viendo que había adivinado el acertijo la Esfinge huyó aterrada, tropezando con una roca en su huida y cayendo de cabeza, estrellándose contra una roca mientras caía cuesta abajo.

-Realmente eres un joven muy listo y sabio. Cumpliendo mi palabra, aquí tienes mi corona y a mi hermana. ¿Cómo os llamáis?.

-Soy Edipo, príncipe de Corinto.

-¡¡Salve, Edipo, rey de Tebas-gritó para proclamar el nuevo rey-!!, ¡¡SALVE!!.

Viéndose coreado por todos y convertido en rey tomó de la mano a su futura reina, quien no pudo si no sonrojarse avergonzada.

-¿Qué ocurre Yocasta?, ¿qué os sucede-preguntó él-?.

-Perdonadme, mi futuro rey, pero seguramente debo decepcionaros, pues no soy una joven como vos. Debo pareceros una vieja.

-Es cierto que no eres una joven, pero sois más bellas que muchas muchachas de mi edad, y sabed que aún sois bellísima y que me habéis enamorado con vuestra deslumbrante belleza. No eres una vieja, esposa, si no una gran mujer.

Al oírlo ella se sintió agraciada y aceptó la propuesta, por lo que comenzaron los festejos para celebrar que de nuevo Tebas tenía rey, ya que Creonte no era más que un reemplazo provisional en espera de alguien que ocupase el trono. Ya de noche, rey y reina se fueron a su dormitorio. Él no paraba de halagarla, de acariciarla, pero ésta quedó ensombrecida, y casi rompió a llorar.

-¿Qué ha pasado?. Hablad por favor, me consume veros tan abatida.

-Siento ser tan triste en tan feliz momento, pero es que no puedo dejar de recordar a mi hijo. Me recordáis a él, ya que de vivir, ahora tendría vuestra edad.

-¿Qué le ocurrió-preguntó expectante-?.

-Los dioses maldijeron al niño, y murió apenas vino al mundo, y aunque quise darle hijos a Layo, mi primer esposo, no pude hacerlo, ya que él comenzó a ausentarse para ir a la guerra, hasta que finalmente murió hace cuatro años.

-Sabed que lamento muchísimo su pérdida, pero ahora todo eso pasó, y sé que me darás los hijos más hermosos de cuantos se hayan visto, y así perpetuaremos nuestro reinado hasta la consumación de los tiempos.

Yocasta se enjuagó las lágrimas y abrazó a aquel muchacho, quien se apretó contra ella.

-Los dioses me bendicen, pues la mujer que me hará un hombre no solo es hermosa, si no también una reina.

-Pues venid rey mío, y dejad que os haga el gran hombre que sois.

Echándose en la cama los dos se desnudaron, y Edipo quedó gratamente impresionado por el cuerpo de Yocasta. Su fragancia, su tacto, la dulzura de su piel, todo era embriagador. Posó sus labios sobre los pechos de ella y comenzó a mamar de ellos.

-Mmmmmmmm…seguid así, seguid…seréis como el hijo que no tuve, amamantaos todo lo que queráis…aaaaaaaaahh aaaaaaahh

-Tienes un cuerpo que la propia Afrodita envidiaría. No dejaré un solo rincón por probar.

Edipo tocó los pezones color canela de Yocasta, usando los pulgares para aplastarlos y moverlos de lado a lado. Luego usó los pulgares e índices para cogerlos con suavidad y girarlos entre los dedos. Volvió a pasar la lengua por ellos, los saboreó y chupó haciendo una ventosa de sus labios. De improviso se puso a alternar sus pezones con las areolas, dibujando círculos alrededor del pezón sin llegar a tocarlo, y luego centrándose de nuevo en ellos. La cara de Yocasta era la expresión de placer en estado sumo. Se abrazaba a él y lo animaba a seguir, le decía con las manos que por nada del mundo parase. Él se entregaba por entero a darle placer a ella, a oler su largo pelo azabache y sus ojos almendrados, a besar sus sonrosados y carnosos labios, a besar su cuello para hacerla gemir. Sus manos recorrían el cuerpo de Yocasta de arriba abajo y volvieron a posarse en sus tetas, que amasaba como si intentase hacer una gran hogaza de pan. No se cansaba de mamar de ellas, como si fuese un niño glotón.

-Oooooooooooohh oooooooohh oooooooooohh ooooooooohh…eres un maestro en las artes amatorias…¿y aún dices que eres virgen?...

-Es la verdad…eres la primera mujer a la que amaré

-Pues deja que te enseñe a amar. Seré tu maestra.

Al decir esto Yocasta posó su mano sobre el erecto miembro de Edipo, viendo claramente como la juventud de él obraban maravillas, pues se encontraba duro como roca. Lo palmeó largo rato, prodigándose en caricias y mimos a su pene, besándolo y reverenciándolo como si se tratase de un dios al que adorar. Edipo hacía esfuerzos titánicos por verlo, procurando mantener los ojos abiertos a pesar de las sensaciones tan increíbles que experimentaba por primera vez en su vida. Nunca había conocido nada igual, y sabía que solo ella sería capaz de dárselo.

-Relájate, pues voy a complacerte en todo lo que ordenes.

Echándose sobre la amplia cama, Yocasta agarró bien el miembro de Edipo, lo acercó a su boca y echó su cálido aliento sobre él, haciendo gemir entre dientes a su joven esposo. A continuación posó los labios sobre él, besando la punta roja que asomaba y bajando hasta la base, acogiendo sus testículos con las manos para masajearlos y que él se dejase llevar. La lujuria que la embargaba era algo que ella misma desconocía, pues ni con su anterior marido habría probado a hacer algo semejante. Algo en Edipo la animaba a satisfacer los deseos más recónditos de su ser. Con cada beso sentía el ardor que manaba de tan potente virilidad, y cautiva por la lujuria, abrió su boca, tragándoselo todo hasta la campanilla, aferrando bien el miembro, subiendo y bajando la cabeza para deleitarse con el sabor de la hombría de Edipo.

-Mmmmmmmm mmmmmmmm mmmmmm mmmmmmm mmmmmmm…no te detengas…no pares…aaaaaaaaahh aaaaaaaaahh aaaaaaahh aaaaaahh…no sabía que se hiciese esto…te amo Yocasta…te amoooooooooooooooooo

Como respuesta, Yocasta comenzó a menear la cabeza y a usar la lengua para enroscarla alrededor de su erección, como una serpiente que se enroscase a un ratón para estrujarlo y luego comérselo. La inesperada maestría de Yocasta en la felación la sorprendió incluso a ella misma, pues era la primera que hacía en su vida, pero algo la indicaba como hacerlo del mejor modo para hacer gozar a su amante y esposo. Se creyó guiada por la propia Afrodita, que ella daba su bendición a aquella relación. Animada por esa idea continuó con su maniobra, haciéndolo cada vez con más fuerza, escuchando entusiasmada los sonoros gemidos de Edipo, quien se retorcía en la cama de un lado a otro mientras Yocasta probaba sus habilidades en el arte de amar.

-Aaaaaaahh aaaaaaahh aaaaaaaaahh…¡detente!...¡déjame!...ahora me toca a mí…quiero enseñarte lo mucho que yo también te amo

Yocasta se paró y Edipo la puso en su lugar. Poniéndose entre las piernas de ella, Edipo las separó y observó atentamente su maravillosa feminidad. Sus labios se encontraban sonrosados e hinchados, con una ligera abertura que se mantenía en todo momento, sin cerrarse jamás. Un clítoris endurecido coronaba aquella belleza, con un pubis atractivo de mata reluciente, cuyo aspecto daba la impresión de que había sido recortado para tener esa forma perfecta, pero que después comprobó que era así por naturaleza. Los dioses habían dado a su esposa la figura de una ninfa. Al acercar su nariz captó el fragante y dulce olor de su cuerpo, y perdió la cordura. Posando sus labios en la feminidad de Yocasta se dedicó a probar el sabor tan dulce que tenía. Ésta quedó impresionada por la osadía de Edipo y su atrevimiento por besarla "ahí".

-Ooooooooohh ooooooohh oooooooooooohh…no sigas por favor…¿no te da asco besarme en esa parte?...

-Para nada…es dulcísimo y sabroso…así como me lo hiciste a mí ahora me toca hacértelo a ti…déjate llevar y disfruta…disfrutad del amor que te doy

Incapaz de hablar coherentemente Yocasta se volvió a recostar en la cama, agarrándose con fuerza a las sábanas y retorciéndolas para aguantar los besos tan íntimos que estaba recibiendo y que la estaban volviendo loca. Repentinamente notó la lengua de él explorándola, dibujando letras y figuras, excitando cada rincón, cada centímetro, cada milímetro de su gruta. Notó como las manos de Edipo subían por su vientre y jugaban con su ombligo hasta que siguieron subiendo, aferrándose de nuevo a sus pezones y sujetando sus pechos con sus grandes manos. La manera en que había empezado a lamerla era sencillamente indescriptible. Yocasta creía que había muerto ascendido al Olimpo. Que manera de probar sus jugos, era insaciable. Sentía como chorreaba en su cara y como él bebía como si fuese ambrosía de los dioses. La devoción que él tenía por su cuerpo era enorme. De pronto se paró.

-Voy a amarte más de lo nunca nadie te ha amado. Seré el hombre que mejor haya sabido amarte, el que más te haya amado.

La declaración de intenciones puso a Yocasta al filo de la locura, así que abrió los brazos para recibir a Edipo. Éste guió su miembro hasta la entrada de la gruta de ella, luego empujó un poco y lenta y cuidadosamente se la metió hasta tenerla totalmente penetrada. Ambos se besaron largamente, explorando con sus lenguas el sabor del otro, descubriendo nuevos placeres a cada segundo. Tras unos segundos en el que estuvieron como en trance, acomodándose entre sí después de la penetración, Edipo comenzó a mover sus caderas para yacer con su amada esposa. La forma en que él se movía hacía que ella jadease de placer y lo abrazase. Incapaz de seguir inmóvil cruzó las piernas por la cintura de él, consiguiendo que la penetrase más profundamente.

-Aaaaaaahh aaaaaaaaaaaahh aaaaaaaaaahh aaaaaaaahh…te amo Yocasta…te amooooooooooooooooooooo…agárrate a mí…cógete fuerte

-Sigue amándome…amadmeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee…hace ya tanto tiempo que no disfruto…estoy muy necesitada…ooooooooohh ooooooohh ooooooooohh

-Pues ya nunca estarás así…te satisfaré en todo…aaaaah aaaaaahh aaaaaaaaaahh…eres la mujer más bella del mundo…hasta las mismas diosas te envidian…aaaaaaaaahh aaaahh aaaaaaaaahh

El martilleo de Edipo era una constante tortura para Yocasta, pues el tamaño que tenía era realmente grande, y ella, después de tantos años sin un hombre, estaba algo cerrada pese a los intentos anteriores de Edipo por prepararla. La lastimaba con su hombría, pero era un dolor maravilloso. Se sentía más mujer que nunca, más realizada de lo que ella misma se imaginaba. Como la amaba Edipo, que forma tenía de gozar con ella. Ya no parecía Edipo, sino el joven Eros dios del amor que estuviera seduciendo a Psique. Su mente divagaba y fantaseaba a cada segundo, a cada acometida de su dios del amor, su Eros particular. Él metió la cabeza en el hueco del hombro de Yocasta y ésta lo abrazó más aún, llevando una mano a su culo par animarlo a que fuera más fuerte aún, mucho más. Quería ser desgarrada por él, violentada, forzada, exprimida hasta quedarse sin energías. Casi podía notar las ganas de él por gozarla, por llegar al éxtasis.

-Ooooooohh oooooooohh ooooooooohh ooooooooohh…ya viene, ya me vieneeeeeeeeeeeeeee…ahora, ahoraaaaaaaaaaaaa-gimió entre dientes-…OOOOHH ¡OOOOOOOOOHH! ¡¡OOOOOOOOOOOOOOOOOOOHHH!!

-Sí mi reina, ya vieneeee…ya me vieneeeee…AAAAAHH ¡AAAAAAAAAHH! ¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAHH!!

Derrengados por el esfuerzo y unidos por el paroxismo de su muto goce, Edipo y Yocasta permanecieron abrazados en la cama mirándose tiernamente, besándose y dejándose llevar por el momento. No hacían falta palabras. Reposando juntos, ambos se juraron amor eterno. Tiempo después el susurró al oído de ella que procurarían tener los mejores niños, pero que a cambio él quería probar la parte más secreta de ella, que él había ido que se hacía en bacanales y otras fiestas. Yocasta se encontraba tan halagada, tan feliz, que no tuvo reparos en acceder a tal petición, volviéndose de espaldas. Edipo se puso a acariciar la tersura de sus nalgas, la perfección de sus redondeces, la suavidad que tenían. Las besó y mordió ligeramente. Yocasta permanecía en trance sintiendo tal maravilla. No le importaba que pudiera doler, lo hacía por él, por lo mucho que lo amaba, por lo mucho que quería complacerlo. Hacer feliz a aquel mozalbete de apenas 18 años que de la noche a la mañana se había convertido en su esposo y enamorado era el mundo para ella, el cielo entero. Se sintió impresionada cuando sintió la humedad de su lengua resbalando por sus nalgas y deteniéndose en la abertura de su ano, explorándolo con infinito amor, dilatándolo para evitar cualquier dolor posible a su bienamada reina. Los gemidos que ella profería hacían las delicias más exquisitas de Edipo, se recobijaba y sentía afortunado por tener para él a una mujer tan dispuesta y amorosa. Irguiéndose, colocó su glande a la entrada de su ano, y empujó varias veces hasta que finalmente consiguió penetrarla por el orto.

-AAAAAAAAAYYY

-Lo siento mucho, reina mía. ¿Te he lastimado?.

-Aaaaaaayyy…no mi amor…no te preocupes…estoy bien…solo he sentido como si ardiera, un intenso calor…pero no dolió…poséeme amado mío…hazme tuya, no puedo aguantar más

Edipo se lanzó a perforar y explorar aquel estéril rincón, a satisfacerse tanto a sí mismo como a Yocasta, cuyos jadeos eran más elocuentes que mil discursos. Sus gemidos y contoneos, sumado a lo fuerte que se agarraba a los enormes almohadones, daban idea de cuanto estaba disfrutando de aquella experiencia. Edipo se inclinó para abrazarse a su amante, para sentir la calidez y la pasión que los embargaba. Ninguno de los dos quería volver al mundo, ni saber de sus problemas, ni de sus conflictos. Solo querían amarse durante largos y eternos siglos.

-Aaaaaaaaahh aaaaaaaaaahh aaaaaaaaahh…ooooh síiiiiii, ¡SÍIIIIIIIIIIIII!…¡¡VAMOS, DAME MÁS!!…¡¡DÁMELO TODOOOOO!!

-Sí mi reeeeeeeeyyyyyyyyyy…todo para tiiiiiiiiiiiii, todooooooo…¡¡TE AMOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!...

El tremendo balanceo continuaba a ritmo vertiginoso, como si cayeran a gran velocidad desde el mismísimo Olimpo a los abismos del Tártaro. Cada movimiento era a la vez placer y dolor, pues Edipo sentía como su miembro era estrujado y retorcido entre aquellas colinas de mujer, y ella sentía como aquella deliciosa verga la llenaba por completo. A ritmo de enamorado Edipo prosiguió empujando, cada vez más fuerte, cada vez más, acariciando a la vez el cuerpo de ninfa de su esposa, deleitándose con él, disfrutando de tenerlo para su completo capricho, saboreándolo, sintiendo mejor a cada momento. Ya se acercaba el momento del éxtasis, Yocasta podía sentirlo por como era penetrada por su esposo, como iba más rápido, más fuerte, como rechinaba entre dientes. Quería gozar con él, lo deseaba, lo deseabaaaaaaaaaaa

-LO GOZO MI REY LO GOZOOOO…OOOOOOOHH ¡OOOOOOOOHH! ¡OOOOOOOOOHH! ¡¡OOOOOOOOOOOOOHHH!!

-¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHH!!...

Absortos en su nube de felicidad, ambos se echaron en la cama íntimamente abrazados, sonriendo como niños, besándose y tocándose, admirándose el uno al otro. Fue cuando Yocasta se percibió de un curioso detalle de su esposo.

-¿Qué te ha pasado en los pies?, ¿qué son esas líneas que tienes en mitad del empeine y casi llegan hasta los dedos y el tobillo en cada extremo?.

-También las tengo en las plantas de los pies. Según me contó mi madre siendo muy niño me clavé accidentalmente unas dagas que me atravesaron, y que fue una broma de los dioses por mi nombre, Edipo, "el de los pies hinchados", pues así nací.

-Eres maravilloso mi esposo y rey. Espero darte muchos hijos.

Y así fue. En apenas 36 meses Yocasta había concebido nada menos que cuatro hijos, dos niños y dos niñas. Polínice y Etéocles se convirtieron en jóvenes excepcionalmente bellos, y Antígona e Ismene fueron muchachas de gran talante y belleza, y durante casi 18 años más reinó la paz y la justicia debido al buen gobierno de Edipo y Yocasta, pero fue entonces que sobrevino la tragedia: una turbulenta peste comenzó a asolar a Tebas y a matar a sus conciudadanos. Instigado por ver sufrir a su pueblo Edipo buscó la razón de la plaga, por lo que llamó a Tiresias, experto consejero y el profeta más celebrado, a quien consultó. Edipo preguntó: "Eres el mejor de los videntes. ¿Qué puedes decirme sobre esta peste?, ¿conoces la cura?.", y Tiresias respondió enigmático, "Sí, mi señor. La causa es una terrible tragedia ocurrida, un mal que hasta que no se enmiende seguirá azotando vuestro reino". Inquieto, Edipo en persona investigó todo y a todos, pero nada encontró sobre ese mal del que le habían hablado.

Días después recibió una visita en su palacio: un rico hacendado de Corinto, su ciudad natal, que se presentó como Forbas, quien le notificó la terrible noticia de la muerte de sus padres. Aunque Edipo se echó a llorar, luego rió notablemente, contando que cuando era joven acudió a saber su futuro al oráculo de Delfos y éste le advirtió que mataría a su padre y desposaría a su madre, con quien engendraría hijos, y que aunque le apenaban sus muertes, le alegraba saber que la profecía no se había cumplido, pero fue entonces que Forbas contó que eso no era cierto, pues él no era hijo de Polibio y Pericia, que éstos lo adoptaron cuando Forbas mismo, siendo mucho más joven, lo encontró siendo bebé colgado de un árbol boca abajo con los pies sangrando debido a unas heridas infringidas por un cuchillo, llevándolo ante los reyes debido que ellos no habían podido tener hijos, y que por esas heridas había recibido su nombre.

La noticia inquietó a Edipo, quien acudió a Delfos para pedir consejo. Según el oráculo la muerte de Layo debía ser castigada, que solo entonces la peste desaparecería. Decidiendo investigar él mismo, descubriendo por Yocasta que el rey Layo, siendo muy joven, había raptado a Crisipo, príncipe de Pisa, con la intención de seducirlo, y que al ser rechazado lo había forzado y abandonado a su suerte, provocando el suicidio de éste llevado por la locura, lo que llevó a Pélope, su padre, a lanzar una maldición sobre su linaje: "Pido a los dioses que si algún día concibes un heredero éste te dé muerte y que después despose con su propia madre para que engendre vástagos que se maten entre sí hasta que toda tu casta se desvanezca de la faz de la tierra". Supo también de cómo al visitar al oráculo de Delfos éste había pronosticado que la maldición de Pélope se haría realidad, a lo que Layo proclamó que no dejaría que eso ocurriese, siendo contrariado por el oráculo, quien le advirtió: "No busques impedir lo inevitable, pues las profecías se cumplen más fácilmente cuando éstas intentan detenerse".

De ese modo conoció toda la historia del hijo muerto de Yocasta, de cómo recién nacido Layo ordenó a un soldado de palacio llevarlo al monte Citerón para que lo matase, y que volviera con la prueba de su muerte, que fue un cuchillo con el que supuestamente lo había degollado, pero la descripción alertó a Edipo, pues los eventos le recordaban la historia de Forbas que le contó, de cómo escondido en un arbusto vio a un soldado intentar matar a un bebé, y que, incapaz de ello, hirió sus pies para manchar su cuchillo y luego lo había colgado boca abajo en un árbol, de donde lo rescató. Llevado por el miedo y una certeza cada vez más siniestra, Edipo se puso a investigar la muerte de Layo, que ocurrió cuando, luchando contra Pélope en el monte Citerón, murió cuando a punto de abatir a su enemigo un muchacho lo hirió de muerte con una honda, llevándose su cinturón. Aquello fue la confirmación final a sus dudas, pues él mismo era el asesino, ya que recordaba como, con 14 años, se encontró con la pelea de dos grandes hombres y como había matado a uno usando una honda y una piedra, y como el superviviente se había quedado el cinturón como recuerdo de la victoria.

El atroz descubrimiento provocó una reacción en cadena: antes siquiera de poder hablarlo con él, Yocasta descubrió lo ocurrido y se lanzó desde la columna más alta de palacio, ahorcándose y usando las cortinas como soga. Edipo, al saber de la muerte de su esposa, lo que fue la confirmación final de sus miedos, proclamó a los dioses "¿Por qué a mí?, ¿POR QUÉEEEEEE?. ¿Que he hecho para merecerlo?. ¿Por qué he de pagar en mí los errores de mi padre?. ¡¡Yo no era responsable!!, ¡¡NO ERA CULPA MÍAAAAAAAAAAAAAAAA!!..." antes de cegarse a sí mismo con dos alfileres de costura, quedando desvalido. Etéocles y Polínice, a quienes les podía la codicia y el deseo, usaron ese crimen para desterrar a su propio padre del trono, y así fue, no sin antes lanzarles éste una maldición: "¡Sea pues!. Gobernaréis Tebas, pero os maldigo a los dos por esta acción y así acabaréis matándoos entre vosotros, tal y como el mismo Delfos lo predijo antes". Dicho lo cual, y acompañado de Antígona, su bienamada hija, que siempre y en todo momento estuvo a su lado, abandonaron Tebas rumbo a Atenas. Poco después Tideo y sus compañeros, los Siete Generales, comenzaron un asalto sin tregua en que el que Ismena murió abatida por flechas. Etéocles y Polínice juraron ostentar el trono durante un año cada uno, alternándose para así evitar luchar por el poder, defendiéndose del ataque de sus enemigos, siendo Polínice quien gobernase en primer lugar, una medida que si bien fue tomada con alegría, también lo fue con recelo, pues ambos hermanos se prodigaban unos terribles celos.

Edipo y Antígona llegaron al templo de Colono, acerca de Atenas, donde Edipo rezó pidiendo el perdón para sí mismo y los suyos a Apolo, a quien estaba consagrado. Luego llegó a Atenas, donde fue bien recibido y tratado, siempre al cuidado de su hija Antígona, que nunca se separaba de él, observando cada vez más como a su padre se le iba escapando la vida poco a poco conforme el tiempo fue haciendo mella en él.

-Padre, tengo noticias de Tebas. Hace casi dos años que salimos de allí y ahora Polínice debe volver a reinar, pero Etéocles no quiere ceder el trono. Voy a ir a ayudarle para que pueda reinar como debe.

-Hija mía, siempre me habéis sido fiel y leal, por eso os pido que no vayáis. Allí solo encontraréis la muerte lo mismo que vuestros hermanos.

-No puedo quedarme. Debo ayudarle. Quedaréis en buen cuidado aquí y volveré pronto para seguir atendiéndote.

-Antígona, no hará falta, pues moriré pronto. No quiero morir sabiendo que vas a correr hacia la muerte tú también.

Aunque intentó protestar, no pudo, solo se limitó a abrazar a su padre, sentándose en su regazo y besándolo en los labios.

-¡¡No Antígona!!. Ya se han cometido demasiadas atrocidades. No deseo ofender más a los dioses con nuestros pecados.

-Padre mío, siempre os he amado y querido como al gran hombre que sois. Si vais a morir no deseo que lo hagáis con aflicción en vuestra alma. Y con franqueza, no creo que nada de lo que ya hagamos ofenderá más a los dioses. Así como Electra amó a su padre Agamenón, yo os amaré.

Desobedeciendo a su padre, Antígona se desnudó y sentó de nuevo en su regazo. Edipo comprendió el gran amor que su hija sentía por él y no pudo si no dejarse llevar, abrazando a su hija y notando la frescura y tersura de su piel. Acarició su nuca y de nuevo se besaron con infinita pasión, notando como a ella se le ponían los pelos de punta. Ciego como estaba Edipo usó sus manos para recorrer la cara de Antígona con el reverso de la mano, dibujándola en su mente, percibiendo su belleza, para luego explorar el cuerpo de su amantísima hija.

-Antígona, hija mía, sois la viva encarnación del amor filial. Sois más radiante que el propio Helio dios del sol.

-Os amo padre. Os quiero con cada aliento de mi ser.

Con cada palabra ambos se sentían perdidos en su propio mundo de placeres. Antígona sintió como la hermosa virilidad de su padre crecía entre sus piernas, como estaba más dura a cada segundo. Ella sentía que estaba a punto de recibir el mejor regalo de toda su vida. Los besos entre ellos se hacían intensos, apasionados, descubrían extasiados el sabor de sus bocas, la calidez de sus labios entrelazados, la frescura y humedad de sus lenguas. Él se dejaba hacer y se tumbó en la cama para que ella siguiera demostrándole su amor. Antígona besó cada centímetro del cuerpo de su padre: sus labios, su frente, su cuello, bajó por sus hombros hasta su pecho, siguió por su vientre, avanzó por sus piernas hasta los pies, volvió a subir para recorrer los brazos y finalmente se detuvo en su endurecido miembro, que despuntaba hacia el cielo. Tomándolo con sus manos lo masajeó e hizo suyo, moviéndolo en círculos hacia uno y otro lado, manteniéndolo igual de firme. Hambrienta de él se reclinó y lo engulló en su boca, degustándolo enloquecida, lamiéndolo de arriba abajo, logrando que Edipo permaneciese como en trance. La felación que le estaba proporcionando era una maravilla como jamás había sentido, ni siquiera con Yocasta, su esposa y madre.

-Ooooooohh ooooooooohh ooooooohh ooooooooooohh…no te detengas mi vida…sigue así…ámameeeeeeee…¡oooooooooooohh!...

Antígona prosiguió el arte de la felación, agarrando con sus suaves manos la durez de su padre mientras la mamaba, recorriéndola y empapándola de su saliva. La sentía cada vez mejor. Posó la punta de su lengua en la enrojecida cabeza del glande y dibujó círculos por ella, percatándose de que era el punto más sensible, por lo que lo trabajó para sensibilizarlo más todavía en el afán de dar felicidad y todo su amor a su padre. Incorporándose un poco puso sus bien formados pechos entre el miembro de él y apretó, acorralándolo y luego meneándolo haciéndolos subir y bajar, masturbándolo sin faltar de usar las manos. Edipo jamás había sentido nada parecido. Su hija ya no era su hija, era una diosa bajada del cielo para darle aquella bendición. En ese instante ella paró, poniéndose sobre la cama encima de él, con su boca de nuevo engullendo su pene. Elevando un poco su cabeza Edipo alcanzó a tocar la intimidad de su hija, notando lo húmeda y mojada que estaba. Usando las manos para agarrase bien a sus nalgas, metió la cabeza entre las piernas y comenzó a chupar todos los jugos que salían de su pequeña. Alargó la lengua incorporándose un poco más y pudo penetrarla con ella, abriendo su boca lo máximo posible para recibir las aguas sabrosas de su fuente de placer.

-Mmmmm mmmmmmmm mmmmm mmmmmmm…tus jugos son deliciosos Antígona…estás tan húmeda que casi chorreas sobre mí…adoro el sabor de tu divina intimidad…no pararía nunca de lamerte

-Y yo adoro tu hombría, cada centímetro de ella, el tacto que tiene, su calor…te amo…ooooooooohh padre poséeme, ámame, tómame en tus brazos…hazme tuya para siempre

Obedeciendo sus deseos Antígona se echó en la cama totalmente erotizada, excitadísima por lo que iba a pasar. Edipo se colocó encima de ella, y se abrazaron. Era increíble: él era tan grande, y ella tan pequeña…y aún así, era ligero como una pluma. Con las mejillas ruborizadas y su cuerpo ardiendo de lujuria, pidió de nuevo ser poseída por él. Edipo tomó su miembro en su mano y lo guió hasta la entrada de su húmeda cueva, presionando hasta penetrarla, desgarrándola por dentro. Ella intentó quitárselo de encima debido a que era su primera vez, debido a un dolor que creía inconcedible. Él la calmó con besos y susurros de amor hasta que por fin se relajó, tragando saliva para recuperarse y abrazándolo de nuevo, besándolo y suplicando que llegase hasta el final. Edipo hizo de sus deseos órdenes, y comenzó a hacerle el amor a su hija, demostrándole cuanto sabía, lo mucho que disfrutaba de aquella experiencia, de cuanto quería darle placer, de las ganas que tenía de enseñarla. Cada movimiento se convertía en una deliciosa tortura para los sentidos, en un vaivén celestial, un delirio como no se conocía otro igual. Los jadeos que Antígona profería podrían haberse oído hasta en la lejanísima isla de Britania. El calor de su cuerpo era algo que abrasaba a Edipo, lo quemaba desde la cabeza hasta la punta de los dedos de los pies. Era como el fuego del sol estuviera incinerándolos allí mismo con cada penetración, con cada bombeo, con cada movimiento que hacían.

-AAAAAAAAAHH AAAAAAAHH AAAAAAHH AAAAAAAAAHH AAAAAAAAAHH…CÓGEME FUERTE HIJA MÍA…CÓGEMEEEEEEE…GOZA CONMIGO…GOZAAAAAAAAAAAAAAAAAA

-OOOOOHH OOOOHH OOOOOOOOOH OOOOOOOOOOOHH…OH PADRE MÍOOOOO…SÍ, SÍIIIIIIIII, ¡¡SÍIIIIIIIIIIIIIIIIIII!!...¡¡YA GOZOOOOOOOOOOOOOOOOO!!

El paroxismo de los gritos fueron demenciales, y Antígona sintió el fuego líquido llenándola en su ser, regándola, casi anegándola por dentro. Era una cantidad exagerada, habida cuenta del largo periodo de castidad que Edipo había tenido. Ambos permanecieron entrelazados y unidos dándose todo su amor, su cariño, su afecto y ternura, que les llevó a amarse nuevamente hasta quedarse exhaustos. Antígona se sentía más dichosa que nunca, pues todos sus agujeros habían sido desvirgados por su padre, en lo que creía era el mejor día de su vida, y a pesar del dolor, fue incapaz de dejar de gozar todo el tiempo. Todo su cuerpo había sido explorado y usado para hacer feliz al hombre que más amaba, a la persona que más admiraba y deseaba. No podía pedir más.

Recogiendo sus ropajes, padre e hija salieron cogidos de la mano rumbo al templo de Colono, donde Edipo iba todos los días a orar, pidiendo la salvación y el perdón para sí y los suyos. Ese día, sin embargo, sus rezos parecieron ser escuchar, pues de pronto una gran luz blanca iluminó el lugar, escuchándose una poderosa y sobrenatural voz: "Desde que llegasteis a mi templo habéis rezado cada día con arrepentimiento y humildad, y es por eso que quedáis perdonados de vuestros pecados. Tanto tú como los tuyos os habéis ganado un puesto en los Campos Elíseos. Este templo antaño dedicado a mí ahora será consagrado a tu persona, y Atenas será recompensada por su bondad al recibirte". En ese momento la luz se fue y Edipo murió con una sonrisa en el rostro. Antígona, que ya estaba preparada para ese momento, colocó sobre sus ojos dos monedas de plata, con las que pagar a Caronte el barquero para cuando viajara al Hades, para así llegar a los Campos Elíseos, y acudió a Tebas para apoyar a Polínice a tener el trono, encontrándose también con Hemón, el único hijo vivo de Creonte y por tanto primo suyo, del que quedó prendada al igual que él de ella. Incapaz de pararlos en su refriega, los dos hermanos acabaron peleándose en un duelo a espada, matándose como su padre predijo. Creonte, de nuevo rey, proclamó que Polínice no fuera enterrado según los ritos normales pues estaba despechado de él. Antígona, a espaldas del rey, le dio honrosa sepultura y por ello, cuando Creonte supo lo ocurrido, la condenó a ser enterrada viva.

«Esta es la crónica de cuanto ha acontecido narrado de manera imparcial, que yo, Antígona, hija y hermana de Edipo, escribo para legar a las generaciones futuras, para que sepan la verdad. Escribo esto en mis aposentos la noche antes de que se cumpla la condena impuesta por mi tío, pero no le daré esa satisfacción, pues yo misma, con la daga que tengo a mi lado mientras escribo, me quitaré la vida, y sé que mi amado Hemón me seguirá después pues sé cuanto me ama. Sabed para finalizar que a pesar de toda la tragedia ocurrida muero contenta, pues sé que me encontraré con toda mi familia en los Campos Elíseos, que por primera vez todos seremos felices, y también que, al fin, podremos ser la familia que debíamos haber sido».

FIN