Edgar

Una chica le confiesa a su marido lo que había sucedido entre ella y el novio de su compañera de piso unos años antes.

Edgar

No sé de dónde salió tu inquietud por saber a estas alturas qué sucedió entre Edgar y yo, hace ya tantos años, ¿tal vez por mi comentario de que era un golfo? ¿no te parece más lógico que este comentario se debiera a que vi como trataba a mi amiga? ¿porqué te preocupa tanto? ¿cuáles son tus razones?. Sea como fuere, creo que ya ha pasado bastante tiempo y que nuestra relación a evolucionado lo suficiente como para que te puede confesar la verdad sin ningún temor ¿me equivoco?

Físicamente ya te había comentado que me parecía muy feo, a mi los rasgos indios y ese tono de piel tan oscuro no me resultan muy agradables, además era bajito y algo gordito, pero a Esther, mi compañera de piso, le gustaba y era lo que realmente importaba. Sobre todo me causó una mala impresión por su forma de ser, pero no se lo comenté a nadie porque a la pobre Esther se la veía muy ilusionada y, como ya me había equivocado tantas veces al juzgar a personas por mi primera impresión (recuerda si me hubiera quedado con eso solamente, jamás hubiera salido contigo) decidí que era mejor esperar a ir conociéndolo mejor, para no meter la pata.

Como sabes, en Mallorca, y debido a la agradable temperatura que teníamos todo el año, en casa andaba siempre en camiseta y sin sujetador, por comodidad. Yo, en mi inocencia, no me había percatado de nada, pero Tere, la vecina del piso de arriba, me comentó un día que tendría que cuidar un poco mi vestimenta porque Edgar no me sacaba los ojos de encima y la pobre Esther se empezaba a sentir algo celosa.

Un día especialmente caluroso estaba viendo la tele con aquella camiseta blanca de algodón (¿recuerdas? la que tu me decías que tirara porque estaba muy gastada y que utilizaba sólo para dormir) y un pantalón corto que me era muy holgado en las piernas cuando, de improviso, llegó Edgar de visita y se sentó en el salón a ver la tele con nosotras. Estuve a punto de ir a cambiarme rápidamente al ver que no me miraba precisamente a la cara cuando entró en el salón, pero sentí que iba a pasar más vergüenza todavía y opté por quedarme sentada, eso sí, con los brazos cruzados sobre los pechos.

Se sentó en el sofá de tres plazas, junto a Esther. Yo estaba en uno de los sillones, ladeada hacia la tele y un poco adelantada a su posición. Sólo tenía que desviar la mirada para verme. Corroboré que era cierto, que no me quitaba el ojo de encima, pero como se dirigía a mi comentándome cosas de lo que estábamos viendo, no tenía razones suficientes para calificar su comportamiento como anormal.

Se fueron los dos a la habitación de Esther, les oí hablar de ir al cine. Cuando ya llevaba un rato sola comencé a relajarme, despreocuparme de ellos y me desperecé en el sofá. Más que sentada estaba tumbada, con las piernas separadas, en una posición muy masculina. En un momento que giro la cabeza descubro a Edgar en le marco de la puerta observándome, no sé cuanto tiempo llevaría allí pero me puse colorada como un tomate cuando me percaté de a dónde miraba: fijamente hacia mi entre pierna. Por debajo sólo llevaba puesto aquél tanga blanco transparente, que me daba vergüenza poner porque era tan estrecho por delante que enseñaba más de lo que tapaba. Me comentó con ironía que Esther se estaba duchando y que, por una vez, había merecido la pena tener que esperarla. Desde luego que había disfrutado de las vistas: el bulto en su pantalón era más que evidente. Sentí tanta vergüenza que me levanté rápidamente, murmuré una excusa tonta y me marché a mi habitación.

Desde ese día su interés se convirtió en más que evidente, aprovechaba cualquier oportunidad para rozarse conmigo, las primeras veces realmente me parecieron sólo roces accidentales: una mano que se engancha con uno de mis abultados pezones al cruzarnos en un pasillo, un leve roce en una nalga... Empecé a sospechar que estos contactos no eran tan accidentales cuando de pronto se convirtieron en exageradamente frecuentes: sentir sus manos sobre mis pechos, o su miembro en el culito, rozándome, cada vez que nos cruzábamos en un pasillo o en el marco de una puerta no podía ser tan accidental, imagínate lo evidentes que tuvieron que ser los contactos para que se percatara alguien tan inocente como yo.

Dado lo iterativo de su conducta, me entró la duda sobre una vez que se tropezó con la mesa-camilla del salón y se cayó sobre mi, que estaba sentada en el sofá. En su momento lo interpreté como un accidente, pero ahora, y a causa de su reciente forma de comportarse para conmigo, me parece demasiado casual que sus manos fueran a parar cada una sobre uno de mis pechos, seguiría aceptándolo como accidental si no fuera porque se apoyó más tiempo del necesario para levantarse y porque, al hacerlo, sus dedos pellizcaron sospechosamente mis pezones. Recuerdo que había quedado bastante desasosegada por este contacto, pero aún así no vi otra razón en él que la circunstancial de su tropezón.

Decidí no comentar nada porque eran sólo tonterías y sabía que tu te enfadarías muchísimo. Además, a la pobre Esther se la veía tan ilusionada: no quería que me pudiera ver en algún momento como causante de sus desgracias. Era mucho mejor que ella se percatara de las cosas por si misma.

Pero Edgar interpretó mi silencio como una aceptación y sus contactos comenzaron a prolongarse. El límite lo sobrepasó una vez que estaba yo hablando por teléfono contigo y llegó a buscar a Esther. Ella le abrió la puerta y se fue a su habitación a arreglarse. Yo seguía hablando contigo al teléfono cuando comenzó a acercarse a mi, noté algo en su mirada que hizo que me empezara a poner nerviosa. Se paró delante de mi y, con una sonrisa lasciva, dirigió sus manos directamente a mis pezones, aprisionándolos entre sus dedos (No sé si lo recuerdas, pero se me escapó un suspiro y preguntaste qué me pasaba, tuve que improvisar una excusa tonta, que pareció que te habías creído, porque no indagaste nada más). Pero esta vez no retiró sus manos, siguió y siguió estrujando mis pechos y tirando de mis pezones mientras hablaba contigo. Yo ya no sabía que hacer, si colgaba iba a tener que darte muchas explicaciones porque estábamos hablando de algo importante, pero Edgar seguía apretando mis pezones y cada vez me costaba más disimular para que no notaras nada.

Estaba intentando abreviar la conversación para poder escapar de su acoso cuando, de repente, comenzó a alzarme la camiseta, intenté impedirlo, pero fue muy rápido y yo tenía un brazo ocupado con el teléfono. Aún así, conseguí sujetarla lo suficiente con los codos y el otro brazo para que sólo descubriera el nacimiento de uno de los pechos. Pero el muy ladino no se conformó, en vista de mi maniobra me agarró el pantalón de deporte y la braga por un lateral mientras que con la otra mantenía sujeta la camiseta. Tuve que despreocuparme de la camiseta para sujetar rápidamente el pantalón (sé que en esos momentos tu notaste la alteración en el tono de mi voz porque me volviste a preguntar si me pasaba algo, y no estuve segura de que aceptaras mi explicación, pero de todos modos no indagaste nada más).

Tuve que resignarme a que acariciara mis pechos sin ninguna traba mientras intentaba mantener la compostura al teléfono. Pero el muy cerdo no se conformó con eso, en vista de mi pasividad, se agachó y comenzó a acercar su boca. En contraposición a los modos bruscos de los que había hecho gala con sus manos, los besaba con suavidad: primero introducía el hinchadisimo pezón en su boca, jugaba un rato con su lengua sobre él y después, sujetándolos entre sus labios, comenzaba alejar lentamente la cabeza, tirando delicadamente de ellos hasta que se soltaban de la caricia, deleitándose con la mirada mientras el pecho rebotaba para, seguidamente, repetir toda la operación con el otro. Al mismo tiempo, había introducido sus manos por la parte de atrás del pantalón de deportes y éstas amasaban, también con suavidad, mis nalgas, introduciendo de vez en cuando uno de sus dedos en el ano. Inexplicablemente, estaba comenzando a sentirme tremendamente excitada, ya no sujetaba con igual firmeza el pantalón. Menos mal que se alejó cuando oyó la puerta de la habitación de Esther, sino no sé a donde hubiera podido llegar. A mi me dio el tiempo justo de recomponer la camiseta. La pobre supongo que pensó que el enorme bulto que se le notaba en el pantalón se debía a que se había puesto muy guapa.

Pasaron tres semanas en las que me vi extrañamente libre de sus acosos hasta que un día se presentó en casa. Me resultó raro porque sabía que a esas horas Esther nunca estaba, así que le hice notar mi extrañeza. Pero el muy caradura, sonriendo cínicamente, me dijo que ya lo sabía y que era yo a quien quería ver. Su actitud me irritó, así que comencé a echarle en cara su mal comportamiento para conmigo, así como las razones de mi pasividad; le dejé muy claro que ya no estaba dispuesta a tolerarlo más y que a su próximo roce te lo contaría todo a ti y a Esther.

Me dejó terminar mi discurso sin borrar la sonrisa cínica de su rostro para comentar: "tranquila Luisa, no volverá a suceder nada que tu no quieras ¿qué te parece si vemos una película de video que grabé el otro día?"

Introdujo la cinta casera y, ya más tranquila, me senté a ver la película. Pero torné lívida cuando comprobé su contenido: en ella primero aparecía yo tumbada en cama, con la camiseta sobre los pechos, después se veía como una mano (obviamente la suya) se acercaba por delante del objetivo hasta sujetar uno de los pezones; seguidamente, y tal y como se hace en el cine "dogma", se veía la mano acercándose a mis braguitas para comenzar tirar de ellas hacia un lado, hasta dejar un sensacional primer plano de mi rajita. Había una breve interrupción, que debió aprovechar para posar la cámara sobre un trípode porque en las tomas siguientes la imagen ya no oscilaba y volvía a aparecer su mano acercándose de nuevo a mi entrepierna para retirar la braguita hacia un lado, esta vez seguida por su cabeza: comenzó a pasar la lengua sobre mi rajita, dedicándole de vez en cuando una de sus sonrisas cínicas a la cámara.

No pude aguantarlo más y apagué el video lívida. El comenzó a explicarme con toda tranquilidad que Esther le había comentado alguna vez que yo tenía el sueño muy pesado y simplemente decidió aprovecharlo. Si no quería que todos mis conocidos vieran esta película o incluso que no la vendiera como video porno casero, tendría que acceder a sus deseos, después me la daría.

Con un hilo de voz, y sabiéndome en sus manos, le pregunté cuáles eran esos deseos, como si desconociera la respuesta. Me ordenó que me desnudara y que me tumbara en el sofá. Lo hice rápidamente y procurando no mirarle a la cara.

"Quiero volver a saborear tu lindo conejito, pero esta vez hasta oírte gemir de placer". Se agachó, separó mis piernas y comenzó a introducir la lengua en mi rajita, lo hacía a impulsos, como queriendo llegar a hasta el fondo de mi vagina. Con una mano separaba mis labios vaginales y con la otra estimulaba mi clítoris entre sus dedos. Realmente lo hacía bien, por lo que comencé a sentirme excitadísima y a notar como me humedecía rápidamente (me sentía sucia y culpable: ¡como era posible que mi cuerpo reaccionara de aquella forma a esos intolerables abusos!) tardó bastante poco en arrancarme un tremendo orgasmo, mezclado con mis lágrimas de vergüenza.

Después se sentó sobre mi barriga y puso su miembro entre mis enormes melones, de tal modo que la punta quedaba a la altura de mi boca. "Venga hazme una cubana" instó, pero en ese momento mi expresión debió de reflejar extrañeza (realmente no sabía a qué se refería) porque seguidamente comentó: "¿No me digas que no sabes como se hace? ¡Es igual, tu abre la boca!". Sujetó mis pechos contra su enorme pene y comenzó a moverlos hacia arriba y hacia abajo, mientras introducía todo el glande en mi boca, era enorme y sonrosado. Mientras lo hacía pulsaba mis pétreos pezones con sus dedos, como si fueran botones. Volvió a aparecer esa extraña sensación de excitación, distinta a lo que me sucedía contigo, pero tal vez más intensa. No podía evitar, por mis gimoteos, que mi lengua rozara y recorriera aquél sonrosado melocotón, y estos contactos parecían transportar a Edgar a otra dimensión porque me daba la sensación de que el fruto depositado en mi boca aumentaba de tamaño. Ordenó de forma tan categórica que no se me ocurriera apartar la boca que empecé a sentir miedo de él y ni siquiera se me ocurrió pensar en hacerlo, así, cuando comenzó a manar semen de aquel sonrosado capullo fue a parar todo a mi boca. Era tal la cantidad que tuve que tragar rápidamente para no atragantarme. No te puedo dar ninguna razón lógica de ello, tal vez fue un acto motivado por el pánico, con la misma sumisión que puede demostrar un preso con su carcelero, pero, tras unos instantes de recuperarme, comencé, sin que él me lo ordenara, a pasar dulcemente mi lengua por sus testículos, introduciéndolos en mi boca y soltándolos, para, seguidamente, seguir lamiendo aquél falo -que ya comenzaba a mostrarse morcillón- en toda su extensión, con ternura, como hace una vaca con la piel de su recién nacido.

No era mi intención desde luego, pero mi boca actuó como el mejor de los afrodisíacos, porque aquel trozo de carne, antes flácido y colgante, tornaba a mostrarse de nuevo erguido y orgulloso como un mástil. Edgar me giró bruscamente y me colocó de rodillas sobre el sofá, comenzó de nuevo a lamer mi humedecida rajita, pero esta vez prolongó el recorrido de su lengua hasta mi sagrado agujerito posterior. Mi cuerpo volvió a reaccionar de nuevo, contra mi voluntad, a sus estímulos, mientras mi mente se resignaba a ser profanada en mi intimidad. Extrañamente, ni siquiera me resultaba desagradable, sino placentero, que de vez en cuando introdujera uno de sus dedos en mi ano (algo que sabes que siempre me ha molestado). Pero cuando me percaté de que lo que trataba de introducir en mi agujerito posterior ya no era su dedo sino algo mucho más grueso, intenté huir y gritar, pero el pánico me paralizaba y estrangulaba mi aliento, me agarró con fuerza por las caderas y de un golpe introdujo aquel hierro candente en mis entrañas, desgarrándome por dentro. Al intensísimo dolor inicial, lo siguió una sensación extraña, nueva para mi, sus cadenciosos movimientos en mi interior estimulaban alguna parte de mi anatomía que me devolvía sensaciones de placer tan intensas que me llevaron a sentirme por primera vez como una hembra en celo, completamente entregada. Mientras seguía bombeando en mi interior, soltó mis caderas para volver a sujetar de nuevo mis estimuladísimos pezones entre sus dedos, esta vez con violencia, tirando de ellos hacia fuera, como queriendo arrancármelos, al mismo tiempo su lengua recogía el sudor depositado sobre la piel de mi cuello y mi rostro para devolvérmelo, introduciéndolo con ella en mi boca con pasión. Cuando retiró su miembro para eyacular sobre mis nalgas, yo ya había disfrutado de múltiples orgasmos. Realmente tengo que reconocerte que ese día he gozado como nunca lo he vuelto a hacer en mi vida, espero que esta confesión no hiera tu orgullo masculino.

Decidió que por aquél día ya era bastante, pues pronto llegaría Esther de trabajar y se marchó.

Menos cual que coincidió más o menos cuando estábamos con los preparativos para venirnos para la península. Este fue el verdadero motivo por el que insistí en que adelantáramos el viaje, todo sucedió tres días antes de marcharnos. Tuve mucha suerte y en esos tres días no volví coincidir nunca a solas él, tuve la precaución de estar acompañada siempre por alguien, y se tuvo que conformar con los habituales roces robados.

Aquella copia de la cinta la destruí por supuesto, pero nunca tuve ningún tipo de garantías de que fuera la única, cosa que me extraña dada su forma de ser. Solo rezo para que otras posibles copias las haya guardado para su consumo personal o de alguno de sus amigotes, y no las haya empleado en otro uso más lucrativo.

Para cualquier comentario, mi correo es Luroba35@hotmail.com