Edgar (1)

Él cambió mi vida, él me hizo olvidarla, él me hizo sonreir. Primera parte.

Prólogo

Caminaba distraído por la calle- Era febrero y aún podía notar el frío congelando mis huesos cada vez que salía a la calle. Iba abrigado con una parca negra que me llegaba hasta un poco más debajo de la cintura, unos vaqueros desgastados y descosidos a la altura de las rodillas y deshilachados por los bajos. Debajo de mi abrigo llevaba un polo negro y una corbata gris oscuro. Mis greñas de color negro azabache escondían los laterales de mi cara, incluyendo mis ojos, verdes claros, y mi labio estaba perforado por dos aros, uno a cada lado, y yo estaba cubierto por una raspa de barba de unos cuatro días. No era extravagante, no, pero no era un chico propio de los dieciséis años.

Caminaba deprisa. Llegaba tarde a mi cita con mis amigos, aunque no se morirían porque llegase a las siete y media en vez de a las siete de la tarde. Pero odiaba la impuntualidad. Iba fumando un cigarro con bastante nerviosismo. Junto con mis amigos, me esperaba Hada, una chica a la cual me había propuesto conseguir. No la quería. Ni siquiera me enloquecía. Era simplemente un reto personal.

Andando por la acera, yo con la cabeza gacha, sumergido en mis pensamientos, alguien chocó con mi hombro izquierdo, haciendo que se me cayese el cigarro y éste rodase por una rajilla de agua.

-Uish, perdón- me dijo benévolamente. Levanté la mirada para verle. Era un tío alto, más o menos como yo. No me fijé mucho en él. Pero era rubio y llevaba un polo negro, con un pantalón caído y un cinturón. ‘Pijo de mierda. No hay suficiente acera y no hay nadie caminando, que tienes que chocarte conmigo’. Me resigné a haber perdido el cigarro y me giré-. ¿Quieres que te de uno…?- me giré, y le vi sonreír ofreciéndome el paquete de tabaco.

-Gracias, ya tengo- dije sarcásticamente con un tono repulsivo. Y seguí con mi camino, encendiéndome otro pitillo.

1- Apariencias

Me desperté con el bostezo en la boca. Me encontraba entre las suaves, limpias y perfectas blancas sabanas de Hada. La luz que entraba por la ventana e iluminaba la habitación, hacía de ese cuarto fresco e inmaculado. Siempre sienta mejor despertarse ante ese panorama que en el de mi cama, con toda la habitación patas arriba y con una peste repudiante.

Hada estaba abrazada en mi pecho, y sus piernas se entrelazaban entre las mías. Mi brazo rodeaba su cuello, y su cara estaba pegada en mi pezón izquierdo. Recién abría los ojos, y ya me sentía bien. Era una imagen preciosa. Su delicada piel blanca, contrarrestando la mía, de un color más bronceado. Y su cara… su cara era hermosa. Sus ojos azules, su pelo negro en finos mechones tajantes, un cuerpo escultural, perfecto, unos pechos turgentes, normales… radiaba normalidad, y eso la hacía perfecta.

A mi mente vinieron imágenes de la noche anterior. Y no me suscitaba remordimientos… me parecía bello, lejos de obscenamente sucio.

Hacía cinco meses de esa cita en el parque junto mis amigos… y ahora estaba allí junto a ella. No era un compromiso. No estábamos ‘saliendo’. Simplemente, cuando estábamos juntos, nos sentíamos bien. Pero inconscientemente, manteníamos la compostura, y nos éramos fieles

Nuestros amigos lo habían aceptado, y no éramos ‘Edgar y Hada’, juntos en un mismo pack, éramos Edgar, y luego Hada. A veces me preguntaban si la quería, si pensaba pedirle salir, pero ahora todo era perfecto. Había encontrado trabajo de monitor de verano, con niños de edades entre seis y nueve años. Y en mi familia había una estabilidad. Mi hermano se había prometido con Julia, una abogada de 27 años, y mis padres salían continuamente de fiesta, a viajes, disfrutando de sus cincuenta años. Era libre, y por primera vez en mi vida, feliz.

Tenía unos diecisiete años bien puestos. Había sentado la cabeza, a lo que las depresiones se refieren, y me había tornado más sociable y abierto. Junto a Hada, había empezado una nueva vida.

-Buenos días campeón- susurró Hada desde mi pecho, acabada de despertarse y sacándome de mis pensamientos, sonriente.

Mi respuesta fue un beso, que acabó en cosquillas y revoltones por todo el colchón. Me levanté y fui al baño. Ese lugar era adorablemente precioso. Y no lo entendía. Encima del mármol había un jarro con flores, las toallas eran a juego, las cortinas alegres, y todo estaba perfectamente limpio

Me metí bajo la ducha mientras el chorro helado me quitaba la tontería de no despejarme del todo. Hada entró en el cuarto, bajándose unas braguitas negras y sentándose a orinar.

-Joder cariño, sabes que odio que mees mientras me ducho- dije molesto.

-Bah, calla, que llegas tarde- me contestó concentrada, con los codos apoyados en sus muslos.

-Tarde no, son las ocho menos cuarto- le repliqué. Empezaba a trabajar a las nueve.

-Que te lo has creído. Son las ocho y media- dijo alegre, enfatizando en el ‘y media’.

Media hora más tarde ya estaba en la playa, donde se hacía el casal de verano. Algunos niños ya habían llegado, y correteaban por el recinto cerrado especial para el casal, en la arena. Yo iba vestido con la camiseta de trabajo, una ancha y verde lima, y un bañador de esos surferos. Siempre me había visto como un capullo vestido así. No era mi estilo, pero, era trabajo.

-¿Te has levantado tarde?- me preguntó Carol, una compañera de trabajo, dos años mayor que yo, sonriente.

-Más o menos…- contesté dejando mi mochila debajo de una carpa preparada para comer, para sentar a los niños a dibujar

-Hoy viene uno nuevo, ¿no?- me preguntó, mientras vigilaba a los niños.

-¿Oh, sí?- pregunté. Era una conversación bastante trivial. Pero era Carol. Una muy buena amiga.

-No sé… nos lo dijo Conchi- la directora del casal, la jefa más enrollada que jamás iba a conocer.

Los niños empezaron a venir. Yo los iba saludando a todos, mientras me acorralaban y saltaban encima de mí para abrazarme. Era un monitor bastante querido. Y los padres me saludaban con entusiasmo, y los niños me preguntaban cosas. Y los otros monitores iban llegando.

-Anoche te escaseaste- me dijo recién llegado Ferrán, un chico monísimo cuatro años mayor.

-¿De dónde?- pregunté, mientras le ataba los cordones a un niño, de cuclillas.

-De la fiesta.

-Oh, ya, había quedado con Hada.

-Tu novia…- susurró contento, sabiendo que le iba a replicar-. ‘No es mi novia’- soltó antes de que lo dijese yo, poniendo una voz rara.

-Yo no hablo así- le contesté, mientras le daba una palmada en el culo al niño para que saliese corriendo a jugar.

El día pasó con normalidad, dentro de lo que cabe. Jugamos con los niños en la arena, almorzamos en un circulo enorme (eran como 50 niños, y seis monitores), y nos dispusimos a bañarnos en el mar.

En la carpa, y entre gritos (‘Jessica, deja a Paula’, ‘Joan, collons, no seas pesado’…) un chico se me acercó por la espalda y me puso la mano en el hombro.

-Hola, perdón, soy el monitor nuevo- dijo, mientras yo no conseguía girarme porque un niño me tenía cogido por los pies haciendo de Pressing Catch, y podía hacerle daño.

-Si, espera- dije tambaleándome-. Kevin, joder, o me sueltas o te quedas sin baño… mierda… ¡Kevin! ¡Ferrán! ¿Quieres ayudarme con este moco?

Cuando ya me hube librado, me giré para ver al chaval nuevo.

-Hola, soy Frankie- me dijo dándome la mano.

-¿Francisco?-le vacilé estrechándosela.

-Fransces, en verdad- contestó devolviéndome una bonita sonrisa.- Tú

-Oh, sí, Edgar.

-Hey, tu eres el nuevo, ¿no?- dijo Ferrán a mi espalda, con una oleada de niños encima de él-. Te saludaría pero… ¡Ah!, pero no puedo- dijo ya desde el suelo.

A los diez minutos, habíamos reunido a todos los niños en la arena, y aun quedaba alguno por callarse. Presentamos a Frankie, les dijimos que sería el nuevo monitor y lo típico.

-¡Al agua!

Carol, Ferrán, Jenny y Gerard se metieron en el agua con los niños, y Susana, Frankie y yo nos quedamos vigilando desde afuera.

-¿Eres de por aquí?- le pregunté.

Frankie se había sacado la camiseta que llevaba, pues suponía que tardaría unos días en darle la camiseta verde lima, seguido de mí, ya que me sentía ridículo con tanto color junto, y pude observarle mejor. Era rubio oscuro, con el pelo algo engreñado y con el flequillo de lado, tenía la cara angulosa, con puntitos de barba, y un piercing en la ceja. Su cuerpo era escultural, bronceado, teniendo una edad parecida a la mía, 17, por lo que pude saber después. Sus tetillas eran de un marrón claro, y la derecha estaba agujereada por un aro negro. Y sus abdominales estaban sutilmente formados, lo que le daba una imagen más sensual. Sus brazos eran tan varoniles… bajando por su ombligo, había un hilacho de pelusilla marrón, al igual que los pelajos de su axila. Iba con un pantalón negro pirata, que dejaba ver medio calzoncillo Calvin Klein, blanco con el borde negro.

Yo sabía de mi bisexualidad. Hada lo sabía. Mis amigos lo sabían… pero no era mi tipo. Era demasiado pijo. Yo era un tío más sencillo que unas pascuas. Me gustaba la sencillez. Y Hada y yo éramos la forma de tal. Y ese chico era como un modelo, perfecto, guapo, con esos Calvin Klein’s

La brisa del mar me apartó de todo pensamiento lascivo. Me quedaba una hora para ver a Hada. Habíamos quedado en casa de Ferrán, para comer junto a Joan y Aida.

Tumbados en el sofá, yo y Ferrán, bebiendo cerveza; Aida cocinaba, y Joan y Hada ponían la mesa. Ese era el panorama.

-Haced algo, ¿no?, vagos- nos replicó Joan yendo y viniendo de la cocina con los platos, vasos… porqué Hada se había entretenido hablando con Aída.

-Calla perro, que venimos de currar- le grité tirándole un cojín, casi cayéndosele los platos.

-Además, yo pongo la casa- cuchicheó Ferrán con los ojos cerrados.

-¿Queréis bajar la música?- gritó Aida desde la cocina, con un delantal, con unas manoplas y algo raro en el pelo. En la casa tronaba Lacimas Profundere.

Sentados en la mesa, charlábamos mientras comíamos sin rechistar los macarrones salados de Aída, el puré salado de Aída, y la carne quemada de Aída. Era divertidísimo ver la cara de Ferrán retorciéndose, la de Hada tragándose el puré sin respirar, y Joan revolviendo la comida en el plato, mientras quitaba con un cuchillo las costras quemadas del bistec, intentando encontrar algo de aprovecho.

-Voy a hacer café, ¿queréis?- dijo Aída en la sobremesa, levantándose.

-¡NO! No, cariño… ya lo hago yo- respondió Hada con rapidez.

Me sentía muy cómodo allí, junto esas personas que se habían convertido en mi razón para vivir. Éramos un grupo de amigos jóvenes, con ganas de sobrevivir en un mundo que se había tornado gris ante nuestras expectativas. Cada lágrima llorada era secada por ellos, cada grito de impotencia, silenciado por sus atenciones. ¡Dios! Mis amigos

Y todo parecía irreal, tumbados todos encima de uno y de otro, pasándonos el mismo porro de marihuana, haciéndonos reír como unos subnormales. Estaba recostado en el pecho de Ferrán, y encima de mí estaba Aída. En el otro sofá, estaba Joan, siendo abrazado como un osito por Hada, que le vacilaba haciéndole unas cosquillas interminables.

-¿Vamos a la playa?- preguntó Ferrán, riéndose porque se le había caído el capullo del porro encima de su camiseta, y se quemaba, pero mi cabeza no le dejaba levantarse.

-Sí, con el morado que llevamos encima- exclamó Joan, levantando un poco la voz sin saber muy bien porque. Los efectos de las drogas

-Sí, si, si, si- contestó entusiasmada Hada-. Vamos, vamos-

-Mierda, me paso medio día en ella

-Te jodes, queremos ir- me replicó Aída.

-Puta

Cuarenta minutos después, estaba tumbado en mi toalla, bocarriba y achicharrándome un poco más al sol de la tarde. Todos estaban en el agua, haciendo aguadillas o algo por el estilo. No me animaba a ir, la consecuencia del canuto aún perduraba en mí. Estaba apoyado en mis manos, debajo de la cabeza, y ahora con un bañador que de seguro escandalizaría a los niños que cuidaba. Un pequeño bóxer blanco que dejaba poco a la imaginación. Me alimentaba de una cerveza caliente. Que asco me daba. Me levanté perezosamente, me fijé un poco en los críos jugando en el agua, y descalzo, me dirigí al chiringuito a conseguir alguna bebida de aprovecho. La arena ardía, e iba saltando, evitando quemarme más la planta de los pies. Y a mi desgracia, la barraca de madera estaba como a doscientos metros de donde estábamos.

Cuando llegué, descansé los pies en la sombra. Bien, no había nadie dentro. Me apoyé en la barra con los codos y la cabeza gacha, aun algo mareado.

-¿Quieres algo o no me levanto?- me dijo una voz desde una de las mesas en la arena. Me giré. El dueño parecía un chulo.

-¡Edgar!

Y sentado junto a él, estaba Frankie, con una camiseta de tiras blancas y un slip negro, con unas gafas de sol y su pelo ondulándose ante el aire, con un vaso de sangría en la mano. Se levantó para saludarme, todo entusiasmado. Le di la mano cortésmente, mientras me decía que pidiese lo que quisiese, que invitaba su hermano, el dueño, que ya se encontraba detrás de la barra.

-¿Qué haces por aquí? ¿Estás solo?- me preguntó, después de invitarme a sentar con ellos, bebiendo un vaso de lo que ellos estaban tomando.

-No, estoy con Ferrán y unos amigos, que están por allí haciendo el gañán- le contesté, invitándoles a un cigarro a él y a su hermano, el chulo de los tatuajes y el pelo rapado. Nadie hubiese dicho que tenían un parentesco tan cercano.

-¿El del curro?

-Sí, el mismo capullo

Estuve allí como una hora. Incluso se me olvidó que los chicos ya deberían haber notado mi ausencia. Estuvimos hablando de lo típico que se habla con un compañero que acabas de conocer. Temas banales.

-Es el primer año que hago de monitor. Aunque ya he tenido experiencia con niños, pero en fin…- me explicaba. Y yo le miraba. Me parecía alucinante que tuviese esa edad.

-¿De verdad tienes 17 años?- le pregunté repentinamente, cambiando de tema.

-Sí, ¿por?

-No sé… aparentas más

-Tu si que pareces un viejo- dijo, ofreciéndome una panorámica perfecta de su sonrisa.

-¿Y eso?- pregunté extrañado.

-Joder, hemos hablado de política, de sociedad, de trabajo… sin recurrir al sexo- soltó alegre y rascándose la espalda.

-Sí, será que somos maduros, inteligentes

-Y soberbios- me cortó, sonriente.

-Exacto.

Estuvimos unos segundos en silencio, de incómodo silencio, de esos pensamientos de ‘¿ahora de que hablo?’, un pensamiento típico, vamos, aunque me sentía muy bien charlando con él. A lo lejos, vi a mis amigos venir, con las mochilas a cuesta de los hombros de Ferrán y Hada. Aida estaba sentada en los hombros de Joan, y caminaban tan alegremente que parecía la cosa más normal del mundo. Por otra parte, Hada andaba tan sensualmente, con un bikini negro y una camiseta blanca mojada, que me excité en el mismo instante. Y al lado, Ferrán con su cuerpo de niño hippie al descubierto.

-Tú qué, perdido, que te vas y no dices nada- me reprochó Aida, abrazándome por detrás y clavándome un beso en la mejilla, mientras Hada se sentaba encima de mí como una princesita y me dejaba empapado.

-Cucha el Paco- soltó Ferrán al ver a Frankie, tomándose la confianza de vacilarle, aunque éste se lo tomó bien, pues no puso ninguna cara de desagrado ni nada, sino una implacable sonrisa.

-¿Podemos sentarnos?- preguntó la tajante Aida con una cara que como para negárselo. Frankie hizo el gesto de invitación, y pronto estábamos los seis bebiendo más sangría, ésta vez, pagada por todos.

Y entre sangría y sangría, cigarro en mano, nos quedamos hablando en el chiringuito hasta bien entradas las diez, cuando el sol ya hacía poco que se había escondido, y el fresquito empezaba a notarse en nuestras pieles, y cada cual se marchó a su casa, incluso Hada, ya que al día siguiente teníamos que madrugar para trabajar.

Frankie resultó ser un cielo de tío. Quien lo diría, con sus calzoncillos Calvin Klein’s.

Llegué como cada mañana, bostezando, lamentando no poder estar ahora mismo en la cama, con el aire acondicionado, tumbado, dormido. Daba igual.

Y como cada mañana, el ritual de los niños-come-monitores se produjo. Apenas aparqué la moto, me saqué el casco y me dirigí hacia el recinto del casal, una avalancha de gremlins tostados al sol, se me echaron encima. Otra vez los ‘mira que dibujo he hecho’, ‘L’Ana m’ha picat’ y ‘La meva mare ha dit que…’ me taladran la cabeza desde las nueve de la mañana hasta la una y media. Pero en fin, eran tan adorables que se te hacía imposible ignorarlos.

-¿Vendrá hoy el nuevo monitor?- me preguntaban los niños-. ¿Vendrá?

A lo que les contestaban con pacientes ‘siii’. Y una parte muy dentro de mí quería que lo hiciese. Y por un momento, sin saber muy bien porque, se me pasó el hecho de que quizás no viniese más. Pero eso se esfumó al verle bajar de un Audi TT blanco, con una camiseta blanca de marinero, un pantalón muy estrechó, que le llegaba hasta las rodillas, de cuadros escoceses grises y negros, unas gafas de sol a los años 60’, y unas esparteñas, con una mochila colgando del brazo.

Al acercarse a mí, fue poniendo una de sus sonrisas que te dejaban medio tonto. Me saludó empujándome levemente.

-Y el niño pijo, con su Audi TT…- le critiqué a modo de broma.

-Discrepo- me contestó en un tono serio-. El Audi es de mi hermano. El pijo es él- siguió, con su risa permanente en la cara.

Durante la primera hora de la mañana, y ya llegados todos los niños y monitores, estuvimos jugando a un intento de partido de voleibol, que más que jugar, lo que hacíamos era tirarnos al suelo. Y ya a las diez y media, cuando el sol empezaba a broncear más nuestros cuerpos, nos dispusimos a desayunar, como habitualmente hacíamos, sentados en una redonda gigante, para mantenerlos a todos en el mismo sitio y vigilarlos mejor. Frankie estaba a dos niños más allá, con lo que charlábamos amenamente, mientras Ferrán se las veía canutas para animar a una niña bastante depresiva, que lloraba por no tener un bocadillo de chocolate. Era gracioso verle perder la paciencia intentando ponerse en el lugar de una niña malcriada que se nos hundía ante sus caprichos no cumplidos. Pero que más se podía esperar… tenía siete años.

Y ya comidos, lo más fácil para entretener a los niños era meterles a remojo. Ésta vez nos tocaba a Frankie, Susana, Carol y a mí bañarnos, mientras los otros vigilaban desde afuera. Sin embargo, Frank se demoró in poco, pues tuvo que acompañar a un niño al lavabo, porque le daba vergüenza ir solo.

Llegó cuando yo ya estaba entre las olas del mar, siempre muy cerca de la orilla, para que los mocos no se fuesen donde no tocaban, aunque ya ellos mismos sabían sus capacidades. Él iba con al niño pegado en la mano, que, al ver a sus amigos en el mar, lo soltó y se olvidó de él, corriendo a zambullirse como era comprensible. Y me giré para mirar levemente a Frankie, más que nada para observar su cara al entrar al agua helada. Y me divertí, pues ponía caras muy raras mientras iba mojándose levemente el cuerpo y la nuca. Estaba muy sexy, así, con un bañador negro y en plan bóxer, y su cuerpo deslumbrándote con el brillo del sol en las gotas que resbalaban por su cuerpo, desde su cabeza hasta sus rodillas, donde a partir de allí, ya estaban cubiertas bajo el mar.

Como veía que no se decidía a entrar de golpe, avisé a unos niños, silenciosamente, de que fuesen a mojarlo y a hundirlo. Y parece que él se dio cuenta, pues al ver a los niños acercarse a él, nadando torpemente, comenzó a suplicar ‘no, no, no, no, ¡Aaaaah! ¡Está helada!’’.

Y pronto vi yo la venganza, que al librarse de los niños, vino hacia a mí, con una sonrisa de malicia y picara insuperable, riéndose.

-Prepárate tú ahora- me amenazó entre dientes.

Al momento, lo tenía pegado cuerpo a cuerpo, intentando hundirme bajo el agua. Pero poco sabía que mi fuerza no se aparentaba con mí físico, que era más delgado que el suyo. La batalla fue monumental, y los niños nos hacían corro. Pero poco sabían ellos que debajo de la apariencia, había cierto erotismo despertándose dentro de cada intento de vencer y no ser vencidos.

2- Dreamerx

Sábado por la noche. Jóvenes, con ganas de fiesta. Sin mucho dinero, pero con el espíritu libre. ¿Dónde ir? A Dreamerx.

Éste era un famoso bar de mi ciudad, donde se juntaban los jóvenes, donde ponían rock (a diferencia de otros sitios, donde no se cansaban del reggeaton y el pachangeo), donde la bebida era barata. Vamos, el sitio perfecto.

Habíamos quedado allí todos. Nos reunimos en la puerta del pub a medianoche. Yo iba con una camisa blanca, una corbata negra, un pantalón de cuero negro, y unas botas con cadenas. Tenía unas pintas rarísimas, lo sé, pero ese era mi estilo. Entramos, y la música estridente (ahora sonando Sounds Like Violence), la condensación del humo, la aglomeración de gente… nos hizo sentirnos como en casa. Joan fue a pedir litronas de cervezas, y nosotros nos sentamos en una mesa alta que quedaba libre, cogiendo otros taburetes también altos de otras. Así empezó la noche.

Habían pasado un par de horas. El ambiente era relajante, pese que ahora estaba más lleno que antes. Habíamos jugado al futbolín, habíamos hecho un corto campeonato de billar, y habíamos bebido bastante. Yo aun estaba bien, dentro de lo que cabe, pero Hada y Joan, que no tenían como costumbre beber mucho, estaban ya para el arrastre. Estábamos en el callejón donde se encuentra el pub, tirados en el suelo, riendo, fumando, bebiendo. Y los dos más borrachos, estaban por quedarse dormidos.

-¿Os pedimos un taxi?- les habíamos preguntado. Contestaron con un sonido, que más que cualquier palabra articulada, sonaba a ser un gruñido de animal.

-Anda, esperad, que voy a buscar uno- dije, ya que la parada de taxis no estaba muy lejos. Inconscientemente, iba tambaleándome un poco, aunque estaba muy lejos de estar minímamente borracho. Iba fumando.

Al girar la segunda esquina, ya vi cinco taxis aparcados, esperando que alguien les reclamase. Tuve que pasar enfrente de un grupillo de tíos que iban como de indies, sin fijarme mucho en ellos.

-¡Edgar!- me gritó uno. Me giré, pero no le distinguí por estar tapado por cinco chavales más. Se abrió pasó entre ellos, y salió, como una abeja de una flor, con su pelo rubio. Era Fransces.

-¡Eiiii!- le saludé, dándole la mano estrechamente.

-¿Qué haces por aquí solo?- me preguntó.

-Nada, que he venido a pedir un taxi, que Hada y Joan están pedos total- le contesté entre risas.

-Vaya par

-Sí, ¿me acompañas?- e hice el gesto con la cabeza, señalando a un taxi.

-¡Of Course!- contestó, elocuentemente.

Volví a donde estaban mis amigos, dejando a Frankie allí, diciéndonos que ya me llamaría más tarde para juntarnos. Tal y cual, eran menos de las tres de la madrugada. El taxi vino a recoger a Hada y Joan, mientras estos se quejaban a desganas. Dreamerx estaba por cerrar, y allí surgía el problema: ¿Dónde vamos ahora? Muchos vacilaban y volvían a casa, otros, los que se habían arreglado más, se metían en garitos pijos, y los que no, nos resignábamos a hacer otra cosa. Ese fue nuestro caso. La playa estaba cerca, a menos de medio kilómetro. Allí es donde, Ferrán, Aida y yo nos dirigimos. Pasamos de paso por un supermercado 24hrs abierto, y compramos vasos, hielo, vino y coca-cola. Nos haríamos unos buenos calimochos.

Llegamos, y nos tiramos a la arena, jugando, peleándonos, haciendo el gañán. Nos acostamos los tres en cruz, y disfrutamos de la dulce brisa marina, con el vaso en la mano, hablando.

-Echaré de menos éstos momentos…- soltó Ferrán.

-No tiene porque cambiar nada- le contestó Aida-. Puedes seguir viniendo.

Ferrán se iba a Barcelona, a estudiar derecho. No le salía a cuenta ir y venir cada día, pues estábamos a unos 120 Km., y se había buscando una habitación por allí, un piso compartido con dos punks y una hippie.

-Joder, ¡aun queda mucho verano!- grité repentinamente, después de unos segundos de silencio, tirándome encima de ellos dos para abrazarles.

Las carcajadas casi me descolocan la mandíbula.

-Además, antes de irte, tenemos que echar un polvo- le advirtió Aida, abrazada, como yo, a Ferrán.

-Lo prometo dijo alegre, mirando a nuestra amiga. Luego me miró a mí-. ¿Te apuntas?

-Porque no…- dejé escapar.

Justo en ese momento me sonó el móvil. Tardé dos llamadas más en encontrarlo, pues lo tenía revuelto entre la mochila.

-¿Diga?

-¿Edgar?

-Sí. Dime.

-Soy Frank.

-Ei, ¿Qué haces?

-Nada, aquí, que muchos colegas ya se han ido. ¿Dónde estás?

-Ahora mismo… Ay, Aída, para… perdón, ahora mismo estamos metidos en la playa.

-¿¡No jodas!?

-Sí, no teníamos sitio a donde ir.

-Pringados

-Sí, pero con dignidad. ¿Dónde estás tú?

-Nada, dando vueltas por las calles

-¿Ves? Yo soy más digno. Tengo un sitio donde caerme muerto.

-¿Literalmente?

-Pues asi estoy, medio muerto.

-¿Vas muy pedo?

-No, sólo un poquito.

-Claro

-Pues si no haces nada, tío, vente. Estamos aquí Ferrán y Aida.

-Bueno. Vengo con un par de colegas.

-Perfecto.

-Somos los únicos en la arena. Ya nos verás.

-Pues eso, tardamos nada, diez minutos.

-Venga, hasta ahora.

Colgué el móvil, y ya Aída me atacó a preguntas.

-¿Viene solo?

-No, con un par de amigos.

-¿Están buenos?

-Ay, ¡yo que sé!

Ahora la cabeza me giraba un poquito, aunque aun era totalmente consciente de mis actos. Frankie había llegado hacía tres cuartos de hora. Le acompañaban Héctor, un tío con pintas normales, y Lucas, alias Lucky Luck, quien ya estaba encima de Aida comiéndole los morros. No mucho después, Héctor se despidió y se marchó, algo aburrido de estar ahí. Ferrán, acabó pillando una buena borrachera, y acabó sobando al lado de Aida.

Frankie y yo estábamos unos metros apartados, para dejar a los otros dos enrollarse, y para dejar al otro dormir en paz.

Frankie iba con una camisa de rayas grises y negras, y un tejano estrecho. La verdad es que iba con pinta de pijo. Y con eso le vacilé mucho. Estábamos sentados en la arena, con los brazos rodeando nuestras rodillas, que a la vez, estaban empotradas contra nuestros pechos.

Charlábamos como muy buenos amigos. Y la verdad, es que sin quererlo, nos habíamos convertido en colegas. Me sentía muy a gusto con él a mi lado. Hablábamos de cosas personales, como por ejemplo, me explicaba cosas de su familia, de sus amigos, de sus estudios, de su futuro, e igual hacía yo.

A cosa de las cinco, se levantó, me dio la mano para levantarme, y dijo ‘Necesito estirar las piernas’.

-¿Nos bañamos?- propuse, en forma de desafío, una vez de pie y sacudiéndome la arenilla.

-No hay huevos- contestó él con énfasis.

A modo de respuesta, me quite las botas, me saqué el pantalón, me desaté la corbata y me desabroché los botones de la camisa. Y asi me quedé, en gayumbos.

-¿Qué haces tronco?- me preguntó Aida, volviendo de las garras de su depredador.

-Nos vamos a bañar- y siguieron a lo suyo.

-¿Nos bañamos en calzoncillos?- me preguntó, algo atónito.

-Si, ¿Qué pasa?- mientras él ya se quitaba el pantalón.

-Que no me los quiero mojar...- dijo sonriendo.

Le miré pícaramente y le contesté.

-Pues en bolas.

Dudó un momento, y hasta no haberse quedado también en gayumbos, no rectificó esa idea. Le daba igual mojárselos.

Nos fuimos acercando a la orilla del mar. Los demás estaban muy arriba de la playa, pues el espacio era enorme.

Lentamente, nos fuimos metiendo en el agua, empezando con los pies.

-¡Está calentita!- gritó.

Y efectivamente, después de todo el día de sol, el agua se encontraba en un estado de no-helada. Aunque faltaba mucho para llegar a estar algo caliente.

Lo bueno de la playa de mi ciudad, es que es poco honda. Puedes andar 60 metros hacia el fondo y aún te llega por los hombros. Y con eso, fuimos caminando dentro del mar bastante lejos. Cuando ya nos llegaba por la cintura, nos tiramos y nos dimos un chapuzón. Creo que se me quitó el pedo al momento.

Empezamos a hacer el tonto, sin armar mucho escándalo, no sé porqué. Quizás hacía de ese momento más íntimo. Por ejemplo, hacíamos el pino, o contábamos cuantas vueltas dábamos debajo sin respirar. De mientras, íbamos hablando y riéndonos.

Y en una de nuestras risas, y en modo de desafío, Frankie me tiró su bóxer a la cara, sin yo saber que se lo había quitado. Me asusté, pues pensaba que sería algún bicho o algo. Hasta que me dijo

-Ale, ya estoy en bolas.

Yo me reí, y me negué a sacármelos. Entonces empezó una batallita de ‘¿a que te los bajo?’.

El se acercaba a mí, sonriendo y levantando las cejas de forma maliciosa, mientras yo ‘corría-nadaba-andaba’ por el agua poco honda.

Ese momento no pasó de allí, y acabó poniéndoselos de nuevo, pues decía ‘que tenía frío allí abajo’.

Y ya empezaba a amanecer, y los rayos salían por el mar, reflejándonos y riéndonos las caras de forma real, aunque la luna había sido generosa iluminándonos del negro del mar.

Y si hubiese acabado allí, hubiese sido una noche maravillosa, perfecta, mágica, sensual. Pero no. Desgraciadamente, no.

3- Habitación Blanca

Joder, ¡vaya nochecita! Y aún así, parecía tan irreal… estábamos en la sala de espera del hospital. Aída tenía una cara maravillosa, como siempre, aunque tenía el rimel corrido y llorosos. Aún así, no daba señal de agotamiento; Lucas, estaba sentado al lado de ésta, con la cabeza echada atrás y apoyada en el vacío, con los brazos cruzados y las piernas estiradas; y Frankie y yo estábamos empapados, con las camisas chorreando, los pantalones mal puestos y el pelo mojado. Yo estaba apoyado con mis codos sobre mis rodillas, y él había puesto en forma de ánimo su cabeza en mi hombro. Éramos los príncipes no coronados de la noche.

-¡¡¡¡EDGAR!!!!

Me giré de golpe, dejando de reírme, viendo como Aida corría hacía el mar donde estábamos nosotros, parándose en seco al llegar a la orilla.

Ante mi aturdimiento, siguió gritando.

-¡¡¡¡EDGAR!!!!- con una voz desgarradora, que aún resuena en mi cabeza.

Sin saber muy bien que pasaba, intuí que no ocurría algo bueno. Me deshice del cuello de Frankie y corrí como pude por el agua y la corriente. Ya había amanecido, y el cielo estaba de un azul pálido.

Cuando llegué a la orilla, junto con Frankie un metro atrás de mí, Aida salió disparada de vuelta a donde estaban Lucky Luck y Ferrán. Y cuando ya me acerqué, vi lo que sucedía.

-¡No, no, no, no! ¡MIERDA!- grité corriendo con todas mis fuerzas.

Cuando llegué a donde estaba Ferrán tumbado y tiritando, con los ojos en blancos y retorciéndose, empujé a Lucas inconscientemente, que estaba intentado ayudarle, y me arrodillé ante él. Cogí mi corbata rápidamente, la doble hasta hacerla una bola o algo parecido, y se lo puse en la boca. No quería que se mordiese más de lo que se había mordido, pues un hilillo de sangre brotaba por su barbilla.

-¡Joder, que alguien llame a una puta ambulancia!- chillé, ante la estática de los demás, que observaban asustados (Aida más bien aterrada) lo que hacía.

Torpemente, Lucas buscó su móvil en la chaqueta y la llamó.

De mientras, Ferrán seguía con sus espasmos. Tenía una idea general de que podía y no hacer. Aunque no estaba seguro de si agarrarle o no.

Dios, una imagen tan impactante… sus ojos chorreaban lagrimillas, y su blancura era fría.

Y lentamente, fue dejando de retorcerse, aún con algún espasmo esporádico, para quedarse dormido.

-Ferrán, Ferrán…- le susurraba despacio en el oído para que se despertase. El esfuerzo que había hecho le había dejado agotado, y fue ‘dando excusas’ para levantarse.

Por fin cuando llegó la ambulancia, subí con él. Los demás habían llegado con un taxi.

-Vuestro amigo está bien. Le hemos administrado unos calmantes para que pueda dormir un poco- nos informó el médico-. Lo mejor sería que vosotros descansarais.

Y peleándonos Aida y yo, al final acordamos que no nos iríamos.

El hospital general estaba a tres ciudades de la mía, como a media hora. Les dijimos a Frankie y a Lucas que volviesen a casa, que ya eran las diez de la mañana y que descansaran. Les costó aceptar, pero dijeron que sólo iban a cambiarse y a ducharse, y que no tardarían más de dos horas, y que nos traerían ropa de recambio.

Llamamos a nuestros padres, avisándoles de donde estábamos. Y llamamos a los padres de Ferrán, quienes no tardaron mucho en venir.

A penas entró la madre, me abrazó. Le dijimos que estaba bien, que dormía, y que no le habíamos llamado antes por el nerviosismo, a lo que nos sonrieron tiernamente.

Al final, el médico accedió a que pudiésemos entrar a verle. Y Ferrán estaba allí, tumbado en la cama con las sábanas blancas, paredes blancas y aparatos blancos. Sólo su pelo negro hacía contraste con la frialdad de la habitación, con el sentimiento de afecto hacía él.

Aida me abrazó por la espalda, y los padres se sentaron a ambos lados de la cama. Comprendimos que era hora de salir y dejarles solos con su hijo, y lentamente nos fuimos retirando.

Esperamos en el pasillo. Yo aún estaba mojado, y notaba el frío en mis huesos. Hasta cuando Roger, el padre de mi amigo, salió a fuera para llamarnos.

-Ferrán ha preguntado por vosotros.

Entramos como con profecía, y al verle allí sonreír, no pudo más que contagiarme la sonrisa. Ahora fueron los padres los que se fueron, aunque no me importaba que estuviesen allí.

-¿Qué pasa cucarachas malolientes?- nos saludó. Nos acercamos a él, y Aida no pudo contener unas lagrimillas que cayeron por sus mofletes-. ¡Vamos, tía! Ni que fuese la primera vez que me entra un ataque epiléptico. No seáis melodramáticos.

-La que llora es ella capullo- me defendí.

-Bah, mírate Edgar, estás chorreando. Ni siquiera has ido a casa a cambiarte…- me atacó indirectamente con una gran sonrisa de satisfacción.

-Ahora vienen Frankie y Lucas ha traernos ropa- le dije.

-¿Frankie y quién? ¿Qué Frankie?- preguntó aturdido.

-Coño, el del curro.

-¿Y porque tienen que venir?

Y después de una larga charla, y ya llegados los mensajeros de la ropa limpia y seca, le dieron el alta.

Y estaba contento por Ferrán (aunque había que reconocer que en cierta visión objetiva, me sentía melodramático ante el hecho de que le pudiese pasar algo a mi mejor amigo).

-Pareces más frío…- me susurró Frankie al oído, ya volviendo con el coche de Lucas, cuando Ferrán se hubo ido con sus padres a descansar.

-¿Ein? ¿Por?

-Que pareces más… no sé… frío.

-Como te explicas hijo…- me reí de él.

-Aparentas ser un chaval más… no sé… menos compasivo, sin sentimientos- me dijo el gilipollas con cara de circunstancia y reflexionando que adjetivo usar.

-¿Perdón?- le pregunté con una sonrisa de ‘que me estás contando’.

-No sé… da igual- y dicho esto se acurrucó en mi, subiendo los pies encima del asiento de atrás (él y yo estábamos atrás u.u) y tapándose con una chaqueta que había por allí.

Me sentía raro… pero no podía resistirle.

4- Wake me up, when September Begins

‘Hijo de puta…’ fue el comienzo del mensaje en el móvil que me despertó por la mañana de Hada. Sin saber porque, me dije ‘Mierda, lo ha notado’

‘Hijo de puta, ¿Cómo no nos avisasteis de lo de Ferrán?’

¿Por qué tenía remordimientos?

Y la rutina de cada día. Levantarme, ducharme, vestirme de Dipsy, prefiriendo ser un Tinkiwinky, y aguantar a los niños. Sin embargo, las dos últimas semanas se habían vuelto menos atormentadoras. Como un ángel caído del cielo

Y ya era comienzos de agosto… quedaba un mes para el fin del verano, aunque aún eso se veía muy lejano. La directora nos había informado a los monitores del casal que dos de nosotros iríamos a un curso de una semana a comienzos de septiembre para profundizar nuestro nivel de educadores, pagado por la empresa. Y aún teníamos que decidir entre nosotros quien iría

Las fiestas eran ahora más continuas, quizás por el hecho de haber cobrado, quizás por el hecho que inconscientemente sabíamos que pronto se acabarían. Sin embargo, yo guardaba esos días para los fines de semana. Yo, y Ferrán, que poco le quedaba de estar entre nosotros.

Y Frankie ya se había convertido en un visitante común en nuestras ‘reuniones de amigos’. Él y Lucas, que seguía de rollo con Aida desde la noche de Dreamerx. Y aunque aún había cierto pudor de hablar de algunos temas, por falta de confianza o de lo que fuese, me había unido mucho a él. Cada día le conocía un poco más, y sólo había una cosa que me molestaba de él: que era jodidamente encantador, tanto y todo, que había pasado a llamarle Mr. Charming.

Y es que no había momento en el que no estuviese sonriendo. Por la mañana, regañando, en el mar, en la playa, de fiesta, borracho, emporrado, empanado, madrugando, gritando, bailando, cantando, fumando, bebiendo, andando… abrazado.

Y fue la última fiesta con él. Agosto transcurrió con ‘normalidad’. Y ahora llegaba a su fin, tan rápido como había llegado. Y el 31 sería un día especial, pues el día siguiente se iba por fin a su piso compartido con los dos punks y la hippie. Pronto empezaría el primer curso de derecho, y de una forma u otra, me sentía culpable de no poder estar allí con él diariamente, quitándole el estrés, animándole en sus rachas malas… Él me había ayudado tanto… y enseñado, claro.

Fue el día que también acababa el casal. Viernes 31 de Agosto. Cenamos en el restaurante más pijo de la ciudad. Aida y Lucas, Hada y yo, Joan, Frankie y Ferrán. Brindamos más de quince veces, siempre con el grito de guerra ‘¡Por el abogado!’, y seguidamente, alguien decía alguna frase como ‘…que me salvará por ser traficante’, ‘… que me rebajará la pena de cárcel por prostitución’ y chorradas del estilo. Me sentía tan alegre y triste a la vez… en un estado bipolar.

Y ya a las doce, el vino se nos había subido un poco a la cabeza, sobretodo a Aida, que ya iba pedo total.

-Totallity, totallity- decía.

Nos arrastramos hasta Dreamerx, siguiendo bebiendo como unos cosacos (‘beber como unos checoslovacos’, dijo en una de sus idas, Aida).

-¡Ferrán!- gritó de repente la idota, haciéndonos derramar a mí y al aludido un buen chorro de cerveza por el susto-. Una promesa es una promesa- empezó a balbucear-. Así que tú, Edgar y yo nos vamos ahora mismo al baño a follar.

Y sin más, se levantó, y con una fuerza sobrenatural (la fuerza de una borracha), nos arrastró de los pelos. Y ya en el lavabo, Aida empezó a saltar encima de los 3 centímetros de capa de meado que había en el suelo, tirándose de golpe encima de Ferrán, morreándole, y llevándole dentro de un retrete. Yo me descojonaba con la última visión de la cara de mi amigo antes de cerrar la puerta. Y yo también en el estado que iba, y como no tenía nada mejor que hacer, me senté encima de uno de los lavamanos, con la mirada perdida.

-¿Qué haces aquí girasol?

-¡Mr. Charming!- chillé sin saber porque, bajándome de golpe de donde estaba subido, cogiendo la mano a Frankie y resbalándome con la orina (por así decirlo, finamente), cayéndome al suelo y arrastrándolo a él, con los gemidos de Aida y Ferrán como un eco lejano.

Y mi risa no se podía parar, mientras a Frank le entraban nauseas, porque se había dado de morros contra el suelo, y tenía toda la cara empapada, al igual que él la parte de delante de la ropa, y yo la de detrás.

No tardó ni tres segundo en empezar a vomitar, y yo seguía riéndome, tanto que me ahogaba, sin ser realmente muy consciente que estaba cubierto de meado ajeno.

Y a lo largo de la noche, estuvimos cubiertos de ese olor asqueroso. Lucas, por su parte, se había cabreado con Aida, y Ferrán estaba en el cielo, y a que, pese ser muy atractivo, no solía ir buscando sexo por los rincones. Hada, ni se acercaba a mí por la fragancia en la que estaba untado, y bueno

Y ya habíamos decidido quienes seríamos quien iría al curso ese. Nada más ni nada menos que Frank y yo. Me había alegrado tanto la noticia, que al ver a Hada, me acosté con ella, algo que hacía dos semanas que no hacíamos.

La fiesta estaba asegurada.

VODKA<

(O MurderHopes xD)

[Bueno, aquí empiezo con otro relato. Hacía tiempo que no me desahogaba tanto con uno tan largo ^^ En fin, espero que comentéis :D y espero que mi Dios de TodoRelatos sepa entender las apariciones de él en el relato ^^ Gracias por leer]

When Love and Death Embrace