Ecos
Sabía de su lado sumiso, dominante ahora conmigo y me preguntaba ¿qué me tenía reservado? ¿Hasta dónde sería capaz de llevarme para comprobar mi entrega?
- ¿Qué voy a hacer contigo? Decía. Eres una grandísima zorra. Empieza a desnudarte.
Eso hice; lentamente me fui despojando de la ropa hasta quedar completamente desnuda ante él.
- De rodillas y manos a la espalda, ordenó.
Levanté la cabeza buscando sus ojos y un sonoro cachete me hizo bajarla.
- No te atrevas a mirarme, zorra; no mereces mirarme.
Se colocó delante de mí y bajándose la bragueta sacó su polla.
- Abre la boca, perra, dijo metiéndomela dentro; mama, no dejes de hacerlo hasta que yo diga basta.
Su cadera avanzaba y su polla entraba en mi boca una y otra vez, una y otra vez.
- Así, mi puta, así; tienes una boca hecha para mamar
Sonó el timbre; colocó su polla dentro del pantalón y diciéndome que no me moviera de donde estaba, abandonó la habitación.
Podía oír sus voces; una voz femenina le reprochaba el hecho de no estar desnudo para recibir a su Señora.
Sí, Señora, oí que respondía.
Los buenos perros siempre esperan a su Señora desnudos y con la polla preparada para darle placer.
Sí, Señora, estoy preparado para darle placer. Mire su polla, bien dura.
Perro, ¿te estabas masturbando a mis espaldas?, contesta!
No, Señora; vamos a mi habitación y le mostraré que estaba haciendo para que pueda castigarme si así lo desea.
Sabía de sus anteriores andanzas, de su lado sumiso, aun así, me sorprendí y mi cuerpo se puso en alerta. ¿Qué me tenía reservado? ¿Hasta dónde sería capaz de llevarme para comprobar mi entrega? No iba a tardar en saberlo.
Entraron en la habitación; mi excitación había aumentado y notaba como mi coño ya se había mojado.
- Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí?
- La razón de mi excitación, Señora y un regalo para Usted por haber sido un mal perro.
- ¿Te la estaba mamando esa zorra?
- Sí, Señora.
- Por lo que tienes entre las piernas, veo que es buena; ¿has follado con ella?
- Sí, Señora; hemos follado.
- ¿Es buena?
- Muy buena Señora; es una buena zorra.
- Eso vamos a verlo, dijo poniéndose delante de mí.
- Señora…, decía él.
- Calla ! Ordenaba ella, vamos a ver si esta zorrita es digna de ti. Acércate perrita; acércate y huele mi sexo, el sexo que tanto le gusta al perrito que nos ha follado a las dos, al cabrón que compartimos. Acércate perrita, vamos, vas a ser una buena perrita lame-chochos, ¿verdad que sí?
- Señora…, volvió a decir él
- Te he dicho que te calles!
Llevaba una ajustada falda que marcaba su figura; sus pantys y sus braguitas cayeron al suelo.
Yo permanecía inmóvil, helada, sin atreverme a levantar la cabeza y deseando hacerlo para verle la cara a aquella mujer que me estaba humillando y excitándome a la vez. Mi coño estaba ya completamente empapado.
- No has oído, perrita; he dicho que me huelas, dijo alzando la voz.
Yo seguía inmóvil.
- ¿Esto es lo que tienes para mí? Emitió una sonora carcajada.
- Está nerviosa, Señora, dijo él sujetando con firmeza mi cabeza y acercándola a su sexo. Su mano separó las bragas dejando ante mis ojos su sexo depilado.
- Come, dijo en tono autoritario; come ese coño hasta empaparlo.
Cerrando los ojos, empecé a mover mi lengua en su sexo, separando ella los labios para facilitarme la labor.
- Buena perrita, decía, no pares, más deprisa, así, mmm, lame perrita, lame.
Lamía ya deprisa, arrastrando la lengua por todo su coño abierto.
-No te toques, le gritó.
Por favor, Señora, estoy muy excitado y lo necesito.
No te toques! Siéntate en la silla y mira como tu zorra me da placer.
Estaba ya completamente desnuda; hacía rato que su blusa y su sujetador habían caído sobre mis piernas. Su cadera buscaba mi boca, su coño bien abierto, esperaba mi lengua, cada vez más deprisa; había empezado a gemir.
- Para, dijo tapándome la boca. Levanta la cabeza y mírame. Y tú, pedazo de perro, dile a esta puta quién soy yo.
- Era mi Señora, mi dueña.
- Dile a Lucía lo que eres.
- Soy un perro.
Se acercó a él, separó sus piernas, agarró su polla y se ensartó en ella.
- Sabes Lucía, toda esta polla que tengo dentro es mía, sí; toda la leche que tiene esta polla, es mía; sí; estos huevos que tú, zorra, vas a comer ahora, son míos. Acércate perra.
Me acerqué a ellos colocándome entre sus piernas. Al tiempo que el coño de ella ascendía sobre la polla, yo le comía los huevos; pasaba un rato hasta que volvía a descender; entre jadeos él le comía las tetas
- Muerde, le pedía, y con cada mordisco se dejaba caer, entrándole toda la polla en su ya más que empapado coño.
Yo, estaba tan excitada que había empezado a masturbarme y también los jadeos se escapaban ya de mi boca.
- Señora, Señora, no puedo más, decía él entre rugidos
- Vas a darme toda la leche que tenías preparada para la puta que te está comiendo los huevos, decía ella saltando con violencia encima de su polla.
Agarró sus tetas con fuerza
- Vamos, chilló ella, dámela ahora!
Un sonoro orgasmo sacudió el cuerpo de ella mientras los ojos de él me buscaban. Dejé de masturbarme y me tendí en el suelo. La mirada perdida en los ojos de él.
La agarró del pelo y le espetó
- Levántate ahora mismo, puta.
- ¿Qué haces? Dijo ella
- Ponerte en tu sitio, replicó él.
Sin soltarle el pelo, la llevó hacia mí; empujando su cabeza contra mi coño le ordenó
- Cómele el coño, ahora!
Sus ojos en los míos y ella hundida en mi coño dándome placer, mucho placer. Cerré los ojos dejándome llevar, gozando de su hábil lengua; imaginé que se masturbaba porque acababa de correrse y volvía a jadear ansiosa; exploté en su boca cuando su dura lengua me penetró. Tan sólo se oían nuestros gemidos acompasados.
Pasó rato, tras notar como ella retiraba su cabeza, una caricia en mi sexo hizo que abriera los ojos; era él, sonreía y su mano acariciaba mi sexo. Se colocó entre mis piernas y me penetró; su polla, de nuevo dura, entraba y salía dándome placer, haciendo que volviera a gemir; nuevamente el deseo despertaba todo mi cuerpo y vibraba con cada una de sus embestidas. Empujaba enloquecido y parecía no tener bastante; hizo que fuera mi cuerpo el que quedara encima; ahora era yo quien cabalgaba sobre su polla. El silencio roto por nuestros gemidos, por el chapoteo de mi sexo al chocar contra el suyo, por la violencia del deseo animal de sentirlo tan dentro, tan mío; de sentirme tan dentro, tan suya; por el quejido de nuestras carnes desgarrándose al ser entrega, violenta entrega, suave entrega, dulce entrega cuando abrazándome me besó.
Fue en ese momento cuando oímos la puerta abrirse y cerrarse
- Se acabó, dijo él; se acabó.
Supe entonces que era un para siempre.