Eclipse total del corazón (8 - Final)
Edu decide realizar algunos cambios en su vida, alguno de los cuales sorprende gratamente a Jorge. Ambos volverán a encontrarse tiempo después, pero sus prioridades ahora han cambiado, sobre todo las de Edu.
La temporada de cambios se inició con un nuevo corte de pelo más atrevido, y una valiente decisión (y también arriesgada y polémica, a qué negarlo). Reuní las películas, los libros y la música que me recordaban permanentemente a Raúl, y los separé en dos grupos: a un lado, los que pensé que más le gustarían a mi expareja, al otro los menos comprometidos con su recuerdo. Este último lote fue directo al contenedor cuando bajé a tirar la basura aquella noche. Para el lote "rauliano" por excelencia, había cavilado un sorprendente destino final. Busqué en Internet, por medio de las Páginas Blancas de Telefónica, la actual dirección de Raúl, y le remití, con una breve nota explicativa de mis motivos para hacerlo, un paquete exprés que incluía películas como "Doctor Zhivago" o "Gladiator", la banda sonora de "Alejandro Magno", compuesta por Vangelis, su músico favorito, un libro sobre la represión franquista en Badajoz durante la guerra civil, que supuse le interesaría, y una foto mía para que se pajeara con ella si quería, la usara para tirar dardos contra ella o la quemara en público ritual como si fuera la foto del rey. A estas alturas de mi vida ya me daba igual lo que pensara de mí tan inaprensible personaje. De un par de cosas estaba seguro: no le iba a parecer "apropiado", razón de más para hacerlo, y no me iba a contestar o a llamar para darme las gracias o para criticar mi acción. Vamos, que no iba a dar la cara. No me equivoqué. Ignoro, por tanto, si habrá disfrutado con la lectura del libro, o si se habrá deleitado con la épica banda sonora que creó el genio griego para acompañar la historia de amor de Alejandro y Hefestión. A decir verdad, ya me daba igual lo que hiciera o dejara de hacer con su vida. Por fin, los deseados tránsitos de que me habló en su día mi amigo el astrólogo, estaban haciendo acto de presencia en mi vida. Empecé a contemplar a Raúl como el ser humano que en realidad era, con sus luces y sus sombras, y a percibir con total claridad que, incluso aunque nos encontrásemos y simpatizáramos de nuevo (algo improbable por ambas partes) ahora éramos dos personas completamente diferentes a entonces. El Raúl que yo recordaba ya no existía. Ahora era un profesor de instituto, seguramente satisfecho hasta cierto punto de su vida profesional, pues era su vocación desde adolescente, y con el tiempo habría madurado y matizado sus puntos de vista, como hacemos todos.
Y yo había dado un giro radical en los últimos meses. Ya no era el mismo loco nostálgico que había viajado dos años antes a Badajoz, por ejemplo. Entonces lo hice con la excusa de visitar su Alcazaba árabe y su espectacular recinto amurallado medieval, deseoso de rememorar en vivo la grandeza del reino musulmán de Badajoz, uno de los momentos cumbres de la historia de la España islámica, y, desde luego, el cenit cultural y político de la ciudad, en el ya lejano siglo XI. Pero yo sabía perfectamente que el motivo real de mi viaje no era otro que un patético peregrinaje por el barrio de la infancia de Raúl, un Vía Crucis laico y gay con paradas en la puerta de la casa de sus padres, en el colegio al que acudió de niño, y, apoteosis final, delante del bloque de apartamentos donde al parecer vivía actualmente, y donde estuve tentado de llamar al telefonillo preguntando por él, pero una cierta cautela y mi cobardía innata me impidieron dar el paso definitivo. Para bien, dicho sea de paso.
Tras este ritual catártico, que sellaba una larga y complicada historia de amor-desamor-odio, y me permitía cancelar la deuda pendiente con Raúl, me decidí a dar un segundo paso, si cabe aún más atrevido. Jorge me había echado en cara, no sé si con razón o sin ella, que yo no me atrevía a subir a un ring. Algo de verdad había en ello. Por eso, aquella tarde se sorprendió cuando me decidí a "combatir", por decirlo así, con cualquier compañero de mi talla y nivel de conocimientos, y así se lo expresé a mi entrenador, que se mostró gratamente sorprendido. Sin embargo, poco podía imaginar yo que, ajeno como estaba el monitor a nuestras diferencias y a la tensa calma que reinaba entre nosotros desde hacía meses, iba a acercarse de improviso hasta donde guanteaba Jorge, para pedirle que combatiera conmigo en el ring auxiliar. La cara de Jorge, que se quedó mirándome extrañado mientras un compañero me ajustaba el protector facial, mezclaba sorpresa, agrado y también recelo.
Subí al ring con más miedo que vergüenza. Había elegido aquel día para desvirgarme entre las cuatro cuerdas porque había muy poca gente entrenando, lo que me hacía sentir más seguro, y porque sabía que Jorge estaría mirando, me daba igual ganar o perder, el caso es que él me viera intentando vencer mi miedo al combate, y, porqué no decirlo, al ridículo en caso de una derrota demasiado humillante. Claro que lo que se hacía allí arriba no era un combate de verdad, sino una especie de simulación para corregir posibles fallos, pero, aún así, si no estabas atento podías llevarte algún que otro golpe.
Y eso fue lo que ocurrió inevitablemente en mi caso. Pues por mucho cuidado que tuviera Jorge sobre la lona con un novato absoluto como yo, y por mucho que me recordara que me cubriera, que no actuara como un pato mareado y controlara el juego de piernas, y que buscara sus puntos débiles y aprovechara para atacar, yo sólo podía concentrarme en su mirada diabólica, llena de odio y rencor, en el fuego que despedía y en las ganas ocultas que seguramente tendría de noquearme allí mismo, y darme una lección que no olvidaría nunca. Una justa venganza por el año largo que estuve aprovechándome de él y de su cuerpo, de sus sentimientos sinceros y ultrajados. Estaba concentrado en estos pensamientos, intentando a la vez aplicar la técnica que había aprendido, pero mis titubeantes golpes apenas rozaban la piel de un boxeador tan experto como él, que esquivaba cada uno de mis torpes intentos como si adivinara mis intenciones antes de que yo mismo supiera lo que iba a hacer a continuación. Hasta que en un descuido, bajé la guardia por un momento, y su poderoso puño hizo blanco en mi boca, haciéndome sangrar el labio inferior, de donde salía un hilillo de sangre. Seguí el combate durante unos minutos para no parecer una maricona, hasta que el entrenador nos ordenó bajar del ring y me dio una serie de consejos y recomendaciones para mejorar mi posición en la lona, y aumentar la efectividad de mis golpes. Jorge sonreía complacido, no estoy seguro de si por ver que había vencido al fin mi miedo escénico, como él decía, o por verme sangrando y vencido en justo pago a mi perfidia pasada. O las dos cosas a un tiempo, los seres humanos somos así de complicados.
Al terminar el entrenamiento fui al vestuario a secarme la sangre coagulada y a ducharme. Me sentía absolutamente agotado. No coincidí con Jorge, que se había duchado y cambiado antes que yo. Al bajar a la calle, sin embargo, me estaba esperando, como aquella primera vez.
Hoy te has portado como un valiente
Sí, y ya ves para lo que me ha servido. Por suerte no se nota apenas.
Joder, ¡pero si es una heridita de nada! Si tú vieras lo que yo he visto por ahí en combates de verdad.
Me lo imagino, no me des detalles. Y bien ¿qué es lo querías decirme?..
Yo apenas había hablado con Jorge en los últimos tiempos, fuera de lo imprescindible en clase de boxeo o en el vestuario. El trato era ahora tenso y poco relajado. Yo sabía que él estaba saliendo con una chica, sin más detalles que los breves comentarios que él hacía mientras nos cambiábamos en el vestuario. A veces, cuando hablaba de su chica, se me quedaba mirando desafiante, como esperando un gesto de despecho por mi parte, que nunca se produjo. Yo consideraba natural que él siguiera adelante con su vida, y que experimentara con hombres y mujeres, si era lo que necesitaba para crecer como persona. Siempre intuí que ese momento habría de llegar tarde o temprano. Me sentía feliz por haber disfrutado de su compañía y de su sexo, pero era consciente de que la diferencia de edad entre nosotros era demasiado grande como para poder ignorarla.
Bueno, quería saber que ha sido de tu vida en estos meses. Como casi no hablamos
No lo hacemos porque tú estás rebotado conmigo.
Se echó a reír como si aquello no fuera con él. Estaba guapísimo con su corte de pelo a cepillo, y una cresta al estilo mohicano. Le sentaba genial. A mí, que tenía el pelo muy lacio, me hubiera quedado como un tiro. Pero en él parecía natural.
No estoy rebotado como dices. Sólo necesitaba un tiempo para pensar y estar solo. Pero ahora ya estoy bien.
Sales con una piba ¿no?
Un pibón, diría yo. Está buenísima. Se llama Elena y es la hermana de un colega. ¿y tú? ¿Qué es de tu vida?
Bueno, he hecho algunos cambios, como tú me aconsejaste. Me he deshecho de todo lo que me recordara a Raúl.
Bien hecho. Ya era hora, tronco.
Y yo también he conocido a alguien
Intentó disimular su pasmo ante estas palabras. El seguramente pensaba que yo era un bala perdida y nunca conseguiría rehacer mi vida.
Pero ¿quieres decir una relación como la nuestra, o algo más serio?
Bueno, tan serio como que ya nos estamos planteando irnos a vivir juntos. Estuve pensando en lo que me dijiste y me he dado cuenta de que necesito a alguien a mi lado. Que no quiero tener más rollos sexuales, en una palabra.
Se quedó boquiabierto, pero intentó disimular su frustración hablando de temas banales, del gran progreso técnico que había realizado un compañero, de la velada de boxeo a la que pensábamos acudir casi toda la clase en Alcobendas unos días después, y donde combatía uno de los profesionales del gimnasio, ese tipo de cosas.
Por un instante, noté como un cierto resquemor que le consumía por dentro, pero teníamos que aceptar la realidad. Yo necesitaba a alguien, pero de mi misma edad y gustos parecidos. Lo nuestro hubiera estado condenado al fracaso. Eso me parecía a mí entonces.
Tiempo después, en una de las raras ocasiones en que salíamos los cinco componentes de la extinta "banda de los hermanos" solos, de copas, y sin la presencia de novias o esposas (aunque yo colé a Iván en función de su sexo, saltándome la regla de "parejas fuera"), y fuimos a recalar en el MOMA, a uno de los porteros titulares no le hizo gracia la vestimenta y, especialmente los zapatos de Iván, que era un poco desastrado vistiendo, y no le permitían entrar. Estábamos a punto de irnos a otro garito cuando una voz que me resultó familiar surgió de pronto de la puerta entreabierta del local.
¡Déjales entrar, Carlos! ¡Son amigos míos!
Nos dimos la vuelta extrañados, porque nadie parecía conocer al pedazo de bigardo que había pronunciado esas palabras. Todos menos yo, que rápidamente reconocí a
Jorge, insólito en su función de portero de discoteca, muy bronceado y con el sempiterno pingajillo en la oreja.
Muchas gracias, Jorge le agarré el brazo, fuerte como una roca, para expresar mi agradecimiento Nos has salvado la vida.
No me las des señaló con la vista a Iván, que estaba ya dentro del garito Y dile a tu novio que se arregle un poco más para venir a un sitio elegante, parece una fregona.
Parecía molesto con el pobre chico, que tampoco le había hecho nada.
Bueno, es un poco antisistema, ya sabes.
Se nota
Pero es buen tío. Si quieres te lo presento luego. Te invito a una copa o un refresco, venga.
No puedo, Edu. Estoy de servicio. Y no tienes que agradecerme nada, es lo mínimo que podía hacer. Ya ves que los porteros de discoteca no somos tan malos como se piensan por ahí.
Algunos tú desde luego eres de los buenos.
Yo soy bueno en todo, recuerda. y me guiñó un ojo antes de volver a sus funciones de seguridad en la puerta.
Aquel comentario, cargado de doble sentido, y las frases algo despectivas, sin perder del todo las formas, dirigidas hacia mi actual pareja, me hicieron comprender que, por mucho que él presumiera de haber rehecho su vida con una imponente mujer, algo que no dudaba por un segundo que fuera cierto, no había terminado de superar nuestra inesperada ruptura, y, en cierto modo, le dolía verme con Iván en su propio territorio, en su trabajo de fin de semana, con el que se costeaba las clases de boxeo, por cierto.
Un rato después, mientras mis colegas y yo conversábamos distendidos en la barra, haciendo comentarios más o menos estereotipados mis amigos de las mujeres presentes, y de lo que harían en ese momento si no llevaran un anillo de oro en el dedo anular, o si su novia no les rebanara el pescuezo de enterarse, me pareció distinguir a Jorge, con su cuerpo de atleta y su pelo cortado a cepillo, observando discretamente la escena, desde muy lejos, en la penumbra de la entrada, pero más pendiente de nosotros que de la gente que había a su alrededor en ese momento. Tal vez no fuera él, sino algún compañero suyo, pues no se distinguía del todo la silueta, pero estoy por asegurar que era Jorge el que se paseaba nervioso y miraba fijamente a cada poco, como si estuviera controlando lo que hacíamos o incluso comprobando que no robáramos los posavasos y los vasos de diseño.
Mi vida dio un vuelco también cuando mi hermano, a sus 35 años, me anunció de pronto que se casaba con Jazmín, una guapa colombiana que le traía loco desde hace tiempo, y con la que mantenía una fogosa relación desde hacía un año. Habló conmigo para comunicármelo, y para pedirme el consentimiento no de su boda, claro, sino para vender la casa de nuestros padres, donde vivíamos aún ambos, y con ese dinero pagar él la entrada y parte de la hipoteca de su nueva casa. La idea me pareció justa, y además era un dinero que no me vendría nada mal en la nueva vida que iba a iniciar con Iván. Tampoco era una tontería que dejase atrás la casa de nuestros padres, llena de buenos y entrañables recuerdos, pero también de eternos rencores y alteradas discusiones a diario entre mis embravecidos progenitores. Cuando hice la mudanza, un mes mas tarde, descubrí, en el fondo de un cajón del antiguo tocador de mi madre, un antiguo álbum de fotos de su infancia y juventud.
En algunas de ellas aparecía mi madre, radiante de belleza a sus veinte primaveras, en compañía de un joven moreno, a quien no reconocí de entrada, y que, desde luego, no era mi padre. Por la actitud desenfadada y el lenguaje corporal de ambos deduje que se trataba de un antiguo amor juvenil. Las últimas fotos juntos estaban fechadas en el verano de 1958. Al final del álbum había una carta escrita con letra primorosa en tinta azul descolorida por los años, fechada en abril de 1959 en la que un tal Antonio manifiesta su desolación porque ella hubiera decidido no viajar a Venezuela, adonde al parecer había emigrado él unos meses antes, para contraer matrimonio en Caracas ese verano, tal como habían acordado. Al parecer, un nuevo amor había aparecido en la vida de mi madre, o eso daba a entender, en un tono entre resentido y nostálgico el remitente de la extensa carta. El texto estaba repleto de diminutivos cariñosos como "mi amorcito", "mi pequeño tesoro", "mi niña preciosa", que yo jamás ví salir de los labios de mi padre en dirección a mi madre. Entonces caí en que mis padres se habían conocido por aquella misma época, al poco de regresar mi padre del servicio militar, y que esa debió ser con seguridad la causa de la negativa materna a iniciar una nueva vida en América del Sur. Aquel hombre desesperado le juraba una y mil veces amor eterno en su misiva, que tenía toda la pinta de haber sido leída y releída una y mil veces por mi madre, en la soledad de sus noches de insomnio y batallas conyugales de los últimos cuarenta años. Tal vez por eso, poco antes de morir, en lo que nosotros consideramos una muestra de delirio, ella susurraba para sus adentros: Antonio, perdóname, Antonio, perdóname, como una letanía quejumbrosa y escalofriante, espantosa de escuchar a oídos de sus hijos y sin un destinatario claro, pues por más vueltas que le dimos no conocíamos a nadie cercano a ella que respondiera por ese nombre.
Poco después me marché a vivir a un pequeño apartamento de alquiler en Lavapiés con Iván, mi novio actor. Fueron dos años de felicidad compartida viviendo en un medio bohemio. Mi idea era comprarme una casa con mi parte de la herencia de mis padres, y con el dinero que me correspondía por la venta de mi antigua casa, pero Iván era enemigo acérrimo de las propiedades inmobiliarias, y menos aún en un barrio "pijo", que para él eran todos menos Lavapiés y Malasaña. Su espíritu bohemio y su desenfadada manera de ver la vida se apoderó de mí durante una buena temporada, pero cuando le surgió un trabajo en TV3, la televisión autonómica catalana, para rodar una serie en catalán de incontables capítulos sobre la vida cotidiana y milagros de un grupo de vecinos del popular barrio de la Barceloneta, no se lo pensó dos veces y regresó a su tierra natal para intentar triunfar en su propio terreno. Y lo consiguió, todo hay que decirlo, y ahora es un actor conocido en el circuito local, pero a costa de nuestra relación de dos años, que no superó la prueba de fuego de la distancia y del éxito profesional de Iván.
En vez de deprimirme como en otros tiempos, aproveché esta circunstancia del destino para realizar mi plan primigenio. Me compré por fin un piso en un barrio de nueva creación en el cinturón norte de la capital, me gasté una pasta gansa en decorarlo a mi gusto (acabé harto de vivir en el piso de mis padres, donde los muebles y las alfombras parecían retrotraerme a los años de mi infancia, los algo horteras años 70). Al mudarme a Lavapiés ya había dejado de ir a clase de boxeo, y ahora, con el nuevo hogar ya instalado, me apunté a un enorme gimnasio cercano.
Lo primero que me sorprendió al apuntarme es que me ofrecieran clases de boxeo dentro del catálogo de miles de especialidades (spinning, aerobic, pilates, yoga-tonic ¡que sé yo!) típico de estos hipermercados del ejercicio físico, y, cada vez más, de lo que llaman bienestar personal. La idea de volver a mi antiguo hobby me hizo gracia, y, sin pensármelo mucho, me apunté a ellas. Rescaté del baúl de los recuerdos mis pesados guantes y mi equipación de Everlast, y me presenté allí una tarde, un poco a la aventura, pero deseando recuperar el tono perdido en estos meses de mudanza y preocupaciones profesionales.
Al entrar en la clase, más concurrida de lo que yo pensaba, el corazón me dio un vuelco, o un par de vueltas de campana, para ser exactos. El entrenador asignado no era otro que el propio Jorge, que no había cambiado nada en este tiempo, si acaso estaba más fuerte y guapo que antes, igual de joven porque seguía siéndolo, y con la misma energía de siempre. Me quedé flipado. Que pequeño es el mundo.
Veo que todavía necesitas recibir un par de lecciones mías en el ring me dijo en tono distendido y amable, tras darnos un cálido abrazo, poco antes de iniciar la clase.
La verdad es que nunca hubiera pensado que tú fueras el entrenador, pero me gusta la idea.
Lo que yo espero es que te gusten las clases. Intentaré hacerlas lo más participativas posible. Luego hablamos ¿vale?
Vale.
El entrenamiento, para alguien tan poco acostumbrado como yo en los últimos tiempos al ejercicio intenso, me pareció extenuante. Sudé la gota gorda, y creí desfallecer durante las interminables series de abdominales que aquel fanático de la vida sana nos prescribía, pero aguanté como un jabato para no hacer el ridículo ante sus ojos, y un poco también por amor propio. Tras el duro trabajo efectuado, procedía a relajarme tomando una tonificante sauna de diez minutos de duración, seguido de una reparadora ducha. Cuando salí, Jorge estaba terminando de cambiarse y me recibió con una sonrisa angelical, del mismo estilo de las que solía dedicarme años antes tras echar un polvazo de impresión en el dormitorio de mi antigua casa.
Te espero fuera. Tengo muchas cosas que contarte.
Vale. Estoy contigo en cinco minutos le respondí de inmediato.
Jorge y yo habíamos perdido todo contacto cuando yo me mudé a vivir a Lavapiés con Iván. Desde entonces nuestras respectivas vidas habían tomado caminos separados y ambos ignorábamos cual podría ser el rumbo que habían seguido. Cuando salí a la calle era noche cerrada. Un pensamiento súbito atravesó mi mente: "como la primera vez ". La situación era muy parecida, él estaba sentado en un banco de madera muy parecido al de entonces, y ambos desconocíamos las intenciones del contrario, como ahora. "Pero no puede ser, estas cosas no suceden nunca una segunda vez me dije a mí mismo para no hacerme ilusiones vanas mira lo que te pasó con Raúl, cuando tú estabas preparado para entregarle tu vida y amarle hasta el fin, él te rechazó con cajas destempladas". Además, a estas alturas de la película, y tras varios años de noviazgo, él ya estaría conviviendo, o quien sabe si incluso casado, con la tal Elena esa, el "pibón" del que hablaba con orgullo tiempo atrás. Ya estaba de nuevo prejuzgando, mi deporte favorito. Decidí relajarme y que el destino decidiera por mí, como sucedía a menudo en los fados que cantaba Dulce Pontes, otra de las víctimas colaterales de mi iconoclastia antirauliana.
Yo vivo en esa dirección señalé hacia la derecha no está lejos, diez minutos andando. ¿tú hacia donde vas?
En realidad tengo el coche aparcado ahí enfrente, pero me apetece dar una vuelta. Te acompaño andando. A no ser que prefieras que te acerque en coche.
No estoy tan mayor como para eso, bromeé mientras enfilábamos en dirección a mi casa una cosa es que esté un poco desentrenado y otra que esté a punto de ingresar en la residencia de ancianos.
Tampoco he dicho eso. De todas maneras, tengo que decir que has trabajado como un campeón. Si perseveras, conseguirás recuperar el nivel que tenías en poco tiempo.
Le miré con cierta sorna buscando la réplica adecuada. Se me ocurrió enseguida.
Hombre, tampoco es que tuviera el nivel de un Marcel Cerdan. Pero algo de técnica y fondo físico si conseguí, desde luego.
Has mencionado a mi boxeador favorito. Siempre has tenido la capacidad de sorprenderme Por cierto ¿hace mucho que vives por aquí?
Que va, llevo unas semanas. Acabo de terminar de amueblar mi piso. Por fin tengo un piso para mi solo, sin hermanos ni extraños alrededor.
Estudié objetivamente, como él me había enseñado a hacer, su reacción espontánea a mi inopinada confesión. Estaba seguro de que él estaría haciendo cábalas a propósito de esto, pero apenas noté un ligero matiz en su semblante mientras le observaba. La conversación, sin embargo, se animó inesperadamente a partir de entonces.
Llevo dos años viviendo de lo que gano como entrenador personal. Las clases de boxeo son sólo una ayuda extra. También colaboro en mi tiempo libre con una ONG
No me lo digas "Boxeadores sin fronteras" "Mamporros Globalizados", o algo así.
Muy gracioso. Pero para mí es un tema serio. Damos clase de técnicas de boxeo y defensa personal a chavales adolescentes en institutos de barrio, sobre todo en zonas marginales, para evitar que caigan en la mala vida y en la delincuencia. Para que se ilusionen con esto y adopten los valores morales del boxeo. Y puedo asegurarte que he visto cambios radicales, en tíos que iban muy pasados de rosca por la vida y ahora entrenan todos los días con una dedicación espartana. Han roto la cadena del colegueo y han encontrado un nuevo horizonte en sus vidas. Estoy muy orgulloso de la labor que hacemos, aunque sé que es una tontería, y que no es gran cosa. Ahora queremos extenderla a reformatorios y cárceles, estamos esperando los permisos.
Joder, me dejas impresionado. Siempre te he admirado, tío, pero ahora me has dejado sin palabras.
Bueno, todo es cuestión de organizarse y sacar tiempo de donde no hay. Mi propia visión de la vida ha cambiado al mismo tiempo. Ahora soy más tolerante.
Por la extraña forma de mirarme, con sus penetrantes y honestos ojos oscuros, creí percibir que se refería nuestra antigua relación. Tal vez ahora estaría abierto a mantener un rollo sexual sin problemas. O puede que estuviera hablando en general. No quise meter la gamba y no indagué en ello. De ningún modo pensaba enrollarme con un hombre casado, por mucho que me gustara. Eso lo tenía clarinete.
Bien, aquí es donde vivo. Supongo que me pasaré mañana o pasado por tu clase. Depende un poco del trabajo que tenga. Ahora soy jefe de departamento, y ya no dispongo de tanto tiempo libre como antes. Pero iré a menudo, de eso estoy seguro. Quiero ponerme en forma cuanto antes.
Jorge no hacía ademán de marcharse. Parecía que estaba esperando que le invitase a subir. Pero yo no pensaba hacer algo así, por mucho que lo deseara, y por mucho que admirase su solidaridad con la juventud marginal. No quería líos ni malos rollos en ese momento de mi vida. Ya habría tiempo para sondear el terreno, me dije a mí mismo. Introduje la llave en la cerradura, haciéndole ver que la conversación estaba finiquitada, pero él seguía de pie delante mía, mirándome fijamente sin decir nada. Una leve sonrisa era el único rasgo de humanidad que mostraba su calmada superficie.
¿ No te olvidas de algo, Edu?
Me eché a reír involuntariamente con la ocurrencia, que tomé por una broma privada nuestra. Pero él parecía tomárselo muy en serio. Miró a ambos lados para cerciorarse de que ningún vecino se acercaba, y se arrimó a mí para plantarme el beso más apasionado que yo recuerdo en mi vida, un beso de tornillo que me dejó atado al suelo como un clavo oxidado. Nos fundimos en un estrecho abrazo, y las palabras más inesperadas empezaron a salir de nuestros labios.
Te quiero, Edu. No podía esperar para decírtelo.
Sube a casa. Quiero hacer el amor contigo toda la noche
Una vez en mi nuevo dormitorio, inauguramos mi tatami con una ración de besos, a la que siguieron mamadas, contramamadas, chupetones, suspiros y una follada tremenda frente a frente, como a él solía gustarle, a la que siguió una espectacular corrida mutua sobre mi pecho y abdomen. Yo no podía pedirle más a la vida. Sabía, no obstante, que había cometido un acto impulsivo y temerario, y que es posible que me arrepintiera muy pronto. Es más, no le iba a conceder ni diez minutos de tregua. El asalto definitivo estaba a punto de empezar.
Supongo que ahora viene la pregunta del millón dejé caer yo para ponerle en situación. Estábamos abrazados tiernamente, en mi enorme y hasta esa noche vacía cama de diseño japonés.
¿Qué si quiero que nos volvamos a ver? ¿Acaso lo dudas, tío? fue su respuesta inmediata que culminó con un beso en los labios, como prueba de su sinceridad.
No, no, si no me refería a eso. Lo que quiero saber más bien es bueno, ya sabes, si estás casado o algo así.
Jorge se echó a reír por la ocurrencia.
Pues claro que no, tío. Hace dos años que no salgo con ninguna chica. ¿Para qué iba a hacer algo así?. No es lo mío, Edu. Y no tengo nada que demostrar a nadie.
¿Entonces lo tuyo con Elena?
Pues lo mismo que lo tuyo con Iván, supongo. Porque tú me dejaste caer que vivías solo.
Eso no significa que no tenga a nadie en mi vida
¡Vaya por Dios! No me digas eso, por favor. Con lo que me ha costado llegar hasta este momento de mi vida. No me lo estropees ahora.
Pues siento decirte que hay una persona .-cambié el tono de voz para quitarle dramatismo en realidad es una personita. Se llama Christian y es mi primer sobrino. Acaba de cumplir un año.
Joder, que susto me has dado ya me veía de nuevo expulsado de tu vida.
Pero si fuiste tú quien se marchó a las bravas.
Ya, pero yo pensaba que tú te lo pensarías mejor y acabarías volviendo a mi lado, con otra mentalidad. Estaba muy quemado contigo por eso.
Antes de llegar a esa conclusión he tenido que hacer muchos cambios en mi vida. Primero relacionarme en serio con alguien de mi edad, como Iván, y luego ir dejando atrás los prejuicios que me impedían valorarte como te mereces.
La maldita diferencia de edad. Siempre estabas con esas chorradas.
Pues con el tiempo me he dado cuenta de que no tenía tanta importancia como yo pensaba. No sabes como te he echado de menos estos últimos años. Estaba bien con Iván, pero me faltaba esa magia que siento al hacer el amor contigo.
¡Pues ya somos dos! para mí estos años separados han sido una auténtica tortura. Por culpa de mi puto orgullo nunca me atreví a decírtelo, pero te he echado de menos cada día y cada minuto que he pasado lejos de ti, tronco. Y entonces comprendí lo que te ocurrió a ti con el tal Raúl. Por eso también te decía que me he vuelto más tolerante, porque yo también he pasado por ese sufrimiento y esa nostalgia, y sé lo duro que es para quien lo vive.
Nos fundimos en un abrazo interminable. Por primera vez en mi vida sentí realmente el significado de la palabra fusión, de la que tanto abusaba mi pedante amigo extremeño. Ya no soñábamos despiertos, sino que ahora teníamos la oportunidad de construir una relación de adultos, madura y responsable. La innegable química, y el amor profundo que existía entre nosotros, eran las mejores garantías de éxito en este nuevo y duradero combate de pasiones renacidas.