Eclipse total del corazón (6)
Edu se cambia de gimnasio y se apunta a clases de boxeo. Allí conoce a Jorge, un joven boxeador que parece interesarse por él. Pronto descubrirá que su intuición inicial era correcta.
Conforme avanzaba el año 2003, y mi obsesión por Raúl continuaba incólume, llegué a plantearme varios cambios en mi monótona existencia para tratar de airear mi mente. Una de ellas fue cambiarme de gimnasio. A lo largo de los años me había vuelto muy dependiente de mis colegas del barrio, con quienes entrenaba, salía por la noche los findes, y con quienes compartía el mismo sentido del humor y las mismas vivencias. Me sentía muy protegido por ellos. Pero ahora todo empezaba a hacer aguas. Marcos se casó ese verano y se marchó a vivir con Noelia a un chalet en Galapagar, aunque seguía trabajando en Madrid. Juan pensaba dar idéntico paso al año siguiente (ellos también cumplían años y maduraban, y se acercaban a buen paso a la frontera de los 30). Los hermanos González también tenían sus propios planes. El mayor, Pedro, se había sacado la carrera de medicina con matrícula de honor, y ahora se marchaba a vivir con su novia a Zaragoza. David también tenía novia, pero de momento, al ser el más joven de todos, con 27 años, no tenía aún planes de boda, si bien había empezado a trabajar en un banco y estaba ahorrando para comprarse una casa antes de los 30. Lo normal en cada caso.
El gimnasio al que me apunté aquel verano ofrecía como complemento clases de boxeo. Me apunté a ellas sin mucho entusiasmo, convencido, eso sí, de que nadie me obligaría a subir a un ring, pero deseoso de aprender la técnica básica del combate. Aquello podía servirme como técnica de defensa personal. Seguí entrenando en la sala de musculación, pero ahora dividía mi tiempo entre las pesas, un poco de saco y alguna clase práctica de técnica. Eso era todo, nada demasiado exigente. Sin embargo, casi era más duro el precalentamiento previo que la clase en sí, con todo tipo de saltos, comba, flexiones de varios tipos, carreras por la sala. El trabajo físico era incomparablemente más fuerte que en mi gimnasio anterior. Como no conocía a nadie me sentía libre de hacer un poco lo que me daba la gana, sin la presencia continua de mis colegas distrayéndome de mis objetivos. La soledad también tenía sus ventajas. Soledad relativa, porque desde muy pronto noté un cierto interés de tipo indefinible por parte de un joven boxeador amateur, mucho más experimentado que yo en las artes del boxeo. Se llamaba Jorge y tenía 23 años. El día que se me presentó mientras me ayudaba a hacer flexiones, me dijo que estudiaba en el INEF, que quería ser monitor de gimnasio y entrenador personal en el futuro, pero que el boxeo era su gran pasión. Vivía por y para el boxeo. Y este deporte es una novia exigente, incluso para alguien no profesional como él, que te exige seguir una dieta estricta, dormir 8 horas al día, no cometer excesos, correr, saltar, hacer dominadas en la sala de pesas Es un estilo de vida, podríamos decir.
Lo que más me sorprendió de aquellos gladiadores modernos, para mí un mundo totalmente desconocido, fue la fuerte unión que percibí entre ellos y sus entrenadores. Dicen que el boxeo es un mundo muy machista, y no lo pongo en duda por los comentarios oídos a mis compañeros de fatigas, pero también es cierto que no hay deporte que, por su propia naturaleza visual, pueda atraer más a un homosexual que dos hombres luchando hasta el límite de sus fuerzas encima de un ring. Por lo menos a un gay viril como yo es algo que me pone sin esfuerzo, como a ciertos heterosexuales ver a dos mujeres peleando en el barro. Sobre gustos no hay nada escrito. También desconocía la profunda nobleza de una mayoría de luchadores, su entrega absoluta y la destacable inteligencia de muchos de estos chavales. La imagen típica y tópica del boxeador sonado y de pocas luces no se correspondía con la inteligencia natural, y hasta el sentido común de muchos de ellos. Lo más increíble era ver a boxeadores profesionales, que habían ganado campeonatos internacionales en su especialidad y pesaje, entrenar a tu lado, en la sala de boxeo o en la de pesas, con una naturalidad absoluta, ayudarte en el press de banca, o darte consejos técnicos para ejecutar el uppercut de manera correcta. Muchos de ellos eran chavales normales y corrientes, al menos en lo que se refiere a su carácter, porque pronto me di cuenta de que muchos de ellos, sobre todo los profesionales, eran verdaderos héroes modernos, que cumplían a la perfección las cuatro reglas básicas del boxeador ideal: superación, disciplina, valor y nobleza. Porque el verdadero campeón suele ser un ejemplo de nobleza dentro y fuera del ring, o al menos así debería ser en teoría. Recuerdo a una gran promesa en su categoría, que en el ring no conocía rival y derrochaba agresividad y técnica en el cuadrilátero, y fuera de él, sin embargo, se transfiguraba y se convertía en un verdadero trozo de pan, hablando en voz muy suave y con unos modales exquisitos (mientras no le provocaran, imagino, y aún así dudo de que utilizara la violencia fuera del ring de no ser estrictamente necesario). Esta nueva generación de luchadores pertenecía a la clase media, tenían estudios, y su planteamiento vital no tenía nada que ver con los de un José Legrá, un Pedro Carrasco o un Urtain.
Jorge vivía cerca de mi casa, pero yo evitaba coincidir con él por un motivo muy simple. Aquel pibe estaba demasiado bueno. No terminaba de ver claro su aparente interés en mi persona, y, puesto que no deseaba significarme demasiado en un medio que desconocía, opté por la discreción. Las intensas y ambiguas miradas de Jorge en ciertos momentos me parecían fuera de lugar en un sitio como aquel, pero, por otra parte, podía tratarse de su forma de mirar habitual. El era un tío muy enérgico, y su mirada no lo era menos, desde luego. Había otro problema añadido para un gay en el armario como yo: las duchas. Aquellos tíos tenían unos cuerpazos de impresión, y yo tenía que hacer esfuerzos sobrehumanos para no fijarme demasiado en ninguno de ellos, sobre todo si tenemos en cuenta que aquel era el sitio con más derroche de testosterona por metro cuadrado que haya conocido nunca. Era como una fantasía gay, pero sin sexo. Es decir, una pesadilla homosexual. O debería decir casi sin sexo. Porque una noche, casi a última hora, cuando nos disponíamos a ducharnos, entré al servicio a hacer pis, con tan mala suerte que el cabrón de Jorge se plantó en el urinario de al lado, y se sacó la chorra en estado morcillón más impresionante que había visto en mucho tiempo. Que me quedé embobado mirando de reojo es algo que no debió pasarle inadvertido. Parecía querer decirme: "esto es lo que te vas a encontrar si te decides a probarme". Entendí a la primera lo que trataba de insinuarme, y me escabullí como pude, con un calentón de tres pares de cojones. Me fui a duchar, pensando en la situación de los derechos humanos en Zimbabwe, para evitar que mi rabo saliese disparado en todas direcciones, y tener que pajearme allí mismo, a la vista de todos. Aquel día, por suerte para mí, Jorge no se duchó. Tal vez habría quedado con la novia, si es que tenía; creo que era un viernes. Una tregua para mi nabo, al menos. Claro, que con el ganado que me rodeaba, tampoco era como para relajarse, precisamente. Cuando bajé a la calle repasando en el móvil las llamadas perdidas, una de ellas de Marcos, invitándome a su cumpleaños, había un rostro conocido sentado en un banco próximo. Era Jorge.
¡Hasta luego, Jorge!
¡Espera, Edu!- se levantó de pronto como movido por un resorte - ¿Vas para tu casa?
Sí, tengo hambre. Me voy a preparar un sándwich y una ensalada. Estoy muy cansado.
Bueno, me pilla de camino. Estaba esperando a Jose, pero es que tarda mucho en ducharse
Sí, siempre se queda el último y luego la recepcionista le echa la charla.
Yo a veces pienso que se depila las piernas mientras se ducha su voz varonil y profunda parecía ahora más relajada Si no, no me lo explico.
Parece que su primer objetivo ya estaba cumplido. Ahora quedaba lo más difícil. Convencerme para llevarme al catre. Yo no estaba por la labor, pero uno no es de piedra. Para desanimarle, le confesé mi verdadera edad.
Yo ya estoy muy mayor para estos trotes. Si llego a saber con antelación que la vida del boxeador es tan dura, me lo hubiera pensado dos veces.
Pero que dices si tú no tienes más de 26 o 27 ¿no?
Sí, claro, pero en cada pata. En realidad tengo 36, bien llevados, pero 36.
Anda ya, tronco, me estás vacilando.
Bueno, si quieres te enseño el carnet. Ya me gustaría tener esa edad, pero tampoco me disgusta tener la mía y seguir así de ágil.
Pero había cometido un error imperdonable. Al confesarle la edad, y por la vida de soltero que llevaba, no le resultó difícil imaginar mi tendencia sexual. Ahora se sintió más seguro para atacar de frente. Seguimos hablando de boxeo, de sus aspiraciones profesionales y de mi trabajo en la inmobiliaria. Nada importante, y mucho menos personal. Nada de novios ni novias. Al llegar a mi portal, y darle las buenas noches, no se movió del sitio. Cuando me di la vuelta, ví que se acercaba lentamente, con una sonrisa en los labios.
¿No has olvidado algo? me dijo en tono misterioso.
Yo no sabía de qué me estaba hablando. Que yo sepa llevaba todo en la mochila.
Creo que no ¿Porqué?
Su intensa mirada, que tanto me fascinaba observar mientras combatía en el ring, estaba ahora completamente centrada en mí. Yo estaba flipando.
Pues yo creo que sí se puso a escasos milímetros de mi cara, en lo que parecía una actitud amenazante ¡Te has olvidado de esto! y me empujó suavemente hacia el interior del portal, besándome a la vez en los labios, con suavidad primero, y después con pasión incontrolada.
Aquello era una auténtica locura. A esas horas podía presentarse cualquier vecino, por no hablar de las personas que cruzasen por delante del portal. Pero en ese momento el tiempo se detuvo, y mi calentón de hacía un rato reapareció al instante. Sentí su polla erecta contra la mía, chándal contra chándal, y un fuego devorador que nos abrasaba por momentos. Le cogí la mano, y nos metimos en el ascensor, donde prosiguió la lluvia de besos y el combate cuerpo a cuerpo. El primer asalto terminó en tablas cuando la puerta del ascensor se abrió en el sexto, y disimulamos como pudimos mientras abría la cerradura de mi piso. Todo apagado. Bien. Eso indicaba campo libre. Mi hermano había salido con su nueva novia, la numero mil de su repertorio. A los 32 años no tenía pinta de sentar cabeza. Di la luz del recibidor, y pasamos a mi dormitorio. El segundo asalto había de ser el definitivo. Nos desprendimos de las ropas, que quedaron esparcidas por el suelo sin orden ni concierto. Le pedí que conservara los gayumbos puestos, en su caso, como no podía ser de otro modo, unos boxer, para arrancárselos con la boca. La idea le gustó, pero el nabo luchaba por tomar aire fresco y sobresalía ligeramente por arriba. Le lamí la superficie del calzón, marcando la forma de su enorme rabo (todo él era enorme, habría que especificar). Era un tiarrón alto y atlético, y, como los verdaderos boxeadores, sin un gramo de grasa extra en el cuerpo. Seguí dando lengüetazos a sus huevos, y luego, con la punta de la lengua, acaricié su capullo. Aquello debió excitarle mucho, porque al poco consiguió una erección total que desbordó por completo los límites del boxer, y no tuve más remedio que llevármela a los labios. Me supo a gloria cuando me la introduje entera en la boca y fui succionando lentamente de ese surtidor mágico, mientras sus gemidos de placer me ponían aún más cachondo. Mirar su tableta de chocolate, con los abdominales absolutamente marcados, pero de forma natural, sin necesidad de esteroides ni anabolizantes, era todo un espectáculo para la vista. Aunque yo había hecho muchos progresos en los últimos meses al respecto, la juventud y disciplina de este joven aspirante a Tyson le habían reportado un cuerpo 10, que exhibía ahora con justo orgullo. Me sentí halagado de que este especimen tan perfecto se hubiera fijado en mí, sin quitarme méritos para ello, por supuesto. Y descubrí que el sentimiento era mutuo, y que no buscaba sexo fácil y egoísta, cuando se arrodilló después ante mi polla, ahora tan empalmada como la suya, y comenzó a lamerla por los lados. No cabía duda de que tenía experiencia en ello y demostraba maneras de profesional. Si no era gay, debía ser al menos un bisexual redomado. Se la introdujo en la boca después con cierta ansia, como si le fuera la vida en ello, realizando una mamada de técnica insuperable, alternando los lametones al capullo con la inmersión bucal profunda, en la que demostró ser un maestro consumado. Aquel desprendimiento, por parte de quien hubiera podido ir de divino y maravilloso por la vida, me gustó de inmediato. Aunque era muy joven para mí, no por ello dejaba de advertir sus cualidades potenciales. Estuvimos besándonos con pasión, juntando nuestras lenguas en un revolcón de saliva y dientes que nos dejó exhaustos, pero decididos a proseguir hasta el final con nuestro combate particular. Busqué un condón y se lo puse con esmero, suponiendo que un hombretón como él querría follar, mejor que ser follado. No me equivocaba. De todas maneras, ya estaba acostumbrado desde muy joven a ser presa codiciada por los activos de este mundo, debido a la forma de mi trasero, que parecía atraerles como las moscas a la miel. Jorge no fue una excepción. Me puse a cuatro patas encima de la cama, pero él se empeñó en que "la primera vez fuera de frente, porque quería verme la cara mientras hacíamos el amor". Aquello me sorprendió ¿Qué le hacía pensar en que yo estaba interesado en una hipotética "segunda vez"? Ahí se notaba la diferencia de edad de forma palpable. Yo era un hombre cínico y desengañado por la vida. El aparentaba ser aún un joven honesto e idealista.
Me puse boca arriba encima de la cama, con las piernas abiertas, y él, de nuevo, se arrodilló frente a mí y me lamió el ano con pasión devoradora "a este pibe no le asustan ni los retos más difíciles. Así es como se construyen los campeones" pensé mientras su lengua se introducía en el más secreto de mis rincones corporales. Pensé que con un rabo de ese tamaño iba a necesitar litros de crema, pero sus astutos dedos consiguieron dilatar lo suficiente mi agujero como para que pudiera penetrarme sin esfuerzo. Le pedí que lo hiciera muy despacio, porque su excesiva dotación no se correspondía con la capacidad anal a la que estaba acostumbrado hasta ahora. Porque los rabos grandes serán muy bonitos vistos desde fuera, y muy excitantes para el espectador, pero cuando te tienen que taladrar con ese pedazo de martillo, sueles sentir más daño que placer. Por eso yo siempre prefiero los rabos de tamaño medio-grande en lugar de los tamaños ranchera. Pero Jorge se movía tan despacio dentro de mi cuerpo, y yo estaba tan relajado por la sensibilidad que había demostrado desde que entró por la puerta, que no me costó apenas esfuerzo adaptarme a ella, aunque al principio sentía como si tuviera dos colas en el recto en lugar de una, una especie de promoción 2x1, vamos.
Comenzó a empujar, primero al borde de la cama, con mis musculosas piernas sobre sus hombros, y más tarde encima mío, besándome el cuello y los labios con excitación extrema. No quiso finalizar nuestro debut sexual sin probar a follarme de lado y de espaldas, y, en ambos casos, obtuvo un éxito arrollador. Me gustaba tocarle el culo y la espalda, notar su mirada fija en la mía, como queriendo demostrar que no buscaba tan sólo un placer momentáneo, sino que estaba allí presente, deseándome tanto como yo a él. Cuando llegó el momento del orgasmo, descargó sobre mi culo y espalda, en lo que me pareció una segunda ducha por la cantidad de semen vertido. Deduje de inmediato dos cosas: que no tenía novia o novio, y si los tenía no debía practicar mucho sexo con ellos, y que la masturbación tampoco debía ser su punto fuerte.
Tumbados en mi cama, tras limpiarme con una toalla, abrazados en total silencio, me sentí tan confuso como la noche en que conocí a Alejandro. Pero al menos al extremeño no tenía que verle todos los días en el gym como a Jorge. Si decidía no volver a hacerlo con él, es posible que se vengara propagando mi orientación sexual por ahí. Y si aceptaba ser su amante habitual me convertiría en mi propio hazmerreír, pues por muy atleta y maduro que pareciera, no dejaba de ser un chaval de veintipocos años. Pero en esta coyuntura había un dato fundamental, que no debía dejar de lado. Yo necesitaba urgentemente un rollo sexual, alguien fijo con quien relacionarme de tú a tú en la cama, sin los continuos sobresaltos del aquí te pillo aquí te mato con el extraño de turno, y, al poco tiempo, las tediosas pero imprescindibles pruebas del VIH y otras enfermedades venéreas, que por ahora había conseguido evitar tirando de condón, y prudencia absoluta cuando no me fiaba mucho del compañero sexual de turno. No realizaba sexo oral con cualquiera, y sexo anal, sólo con los elegidos, como Alex o el propio Jorge.
Ha sido fantástico Jorge parecía entusiasmado Me ha encantado, tío. Tenía tantas ganas de llegar a esto contigo
Sí, ya lo había notado
Ah, ¿Si? ¿Se me nota mucho o qué?
Hombre, yo sí lo he notado, pero tranquilo, que la peña del gym no se cosca de estas cosas. Es todo muy sutil.
Bueno, me dejas más tranquilo. Aunque yo estoy muy orgulloso de ser como soy y de lo que hemos hecho. Lo que piensen los demás me la suda.
Así es como habla un campeón - era una broma privada, pues me reía también de sus esfuerzos por vencer a un adversario catalán que siempre se le atragantaba. Hasta ahora sólo había conseguido un puesto de subcampeón amateur a nivel nacional, pero era cuestión de tiempo que las cosas mejorasen.
No te burles, Edu. Para mí esto es importante.
¿El qué, el boxeo, o el sexo conmigo?
Pareció algo contrariado por el comentario.
Joder, las dos cosas. El boxeo es mi vida, pero tú me gustas mucho. Y no digas que hemos hecho sexo, como si fuéramos animales. Hemos hecho el amor, yo por lo menos ¿tú no lo ves así?.
La verdad es que he disfrutado mucho. Pero es que te veo un poco joven para mí.
No me vengas con chorradas de la edad. Yo nunca me hubiera enrollado con un tío de 35 años, porque no me ponen. Si lo he hecho contigo es porque aparentas menos edad. Yo es que no noto la diferencia de años de la que hablas.
Tú no, pero yo sí. Puede que no lo notes a nivel físico, pero aquí me señalé la frente te aseguro que sí.
Hombre, habló Mister Maduro. Pues déjame decirte que yo trabajo desde los 18 años, y saco tiempo para hacer una carrera y entrenar todas las tardes.
¿Y no tienes tiempo para novias?
Bueno, he tenido alguna, pero ahora estoy concentrado en el boxeo. No puedo pensar en mujeres.
Estaba claro. Era bisexual. Otro punto en contra. O a favor, si lo que buscaba con él era una simple relación sexual.
Pero necesitarás darte un homenaje de vez en cuando.
Sí, pero muy de vez en cuando. Claro, que ahora que te conozco, ya no me interesa nadie más. Y los homenajes serán más frecuentes. Porque - por primera vez noté que le temblaba la voz. Se incorporó un poco para poder mirarme a los ojos al decir esto - ¿tú quieres que volvamos a vernos, verdad?
Su cara reflejaba una mezcla de ansiedad, miedo al rechazo y expectación. Aquel chicarrón, que luchaba como un leopardo enjaulado sobre la lona, demostraba tener un lado vulnerable y romántico. En ese momento mi corazón pareció derretirse por completo, en combate abierto con lo que dictaba mi cerebro. Al final venció el corazón por k.o. absoluto.
Si, por supuesto que quiero que nos volvamos a ver. Para mí también ha sido una noche inolvidable.
Jorge sonrió, y me abrazó emocionado. Luego nos besamos dulcemente, como dos novios adolescentes. Sentí una punzada de hambre y le propuse que se quedara a cenar. Su sonrisa franca me dio a entender que ahora se sentía por fin allí como en su propia casa.
(Continuará)