Eclipse total del corazón (5)

Edu ha perdido la fe en el amor, y mantiene relaciones esporádicas con gente de lo más singular, como Juan o Alex. Estas experiencias sexuales le ayudan a olvidar por un momento su profundo dolor.

Conforme avanzaba el año, y mi no diagnosticada depresión se abría camino a dentelladas en mi cotidianeidad, mi comportamiento sexual fue haciéndose también más caprichoso. Me convertí en un nihilista, carente de sentimientos y convencido de que nunca podría encontrar el amor verdadero. Empecé a frecuentar de nuevo el ambiente, y a mantener relaciones sexuales con gente de lo más variopinto, por decir algo. Ahí estaba el caso de Juan, un chico de 25 años con quien contacté a través de un chat gay. Cuando le ví me gustó de inmediato. La reacción fue mutua, por fortuna. Estuvimos tomando un café en la zona de Chueca, y me contó que trabajaba en una discográfica. Conocía a músicos muy populares y respetados del panorama nacional, y sus anécdotas al respecto daban para escribir un libro, según parece. Me pareció un tío muy guapo, y seguro de sí mismo, con su pelo rubio y sus ojos claros. Tenía un cuerpo bien formado, tirando a robusto, lo que me ponía a cien. Aquel tío estaba muy salido, y no tardó mucho en convencerme de que le acompañara a una sauna gay para poder llevar a cabo un desahogo rápido. A mí la idea no me apetecía demasiado, pero el tío estaba tan bueno que me dejé llevar por la situación y el morbo del momento. Cual sería mi sorpresa cuando me confesó, ya en el interior de la cabina microscópica de la sauna, que en realidad su gusto sexual iba más bien por el lado masoca, y que se había puesto muy cachondo al verme, porque decía que yo estaba muy bueno y, sobre todo, lo más importante en su caso, tenía pinta de "amo cañero". Se me cayó el alma a los pies, y le respondí con una sonrisa de compromiso. Chasqueé la lengua y suspiré un momento antes de responderle, un poco alterado.

Joder, tío, ¡eso tenías que habérmelo dicho antes de quedar conmigo!. Yo nunca he practicado ese tipo de sexo ni me siento atraído por él. Aunque, puestos a elegir, prefiero repartir hostias que llevármelas, eso lo tengo claro.

Juan parecía encantado con mi respuesta. Decía que le excitaba mi voz cuando me enfadaba. Pese a su timbre varonil al hablar, y su atractivo viril innegable, se empezó a comportar como una especie de mujerzuela frivolona.

Te va a gustar mucho, ya lo verás. Te servirá para liberar tensiones si estás estresado. Piensa en alguien que odies mucho, en tus jefes, por ejemplo, y me utilizas como a una puta para desahogarte.

Ese no es el desahogo en el que yo estaba pensando. Pero si tanto te gusta que te peguen, podemos hacer algo más suave de lo que estarás acostumbrado.

Tú empieza suave – me dijo en tono misterioso – ya verás que rápido se caldea el ambiente y acabas soltándome algún guantazo.

Eso no va a ocurrir, Juan. Me conozco bien, y odio la violencia. Sé que eso no va a pasar.

Tú prueba, y relájate. Mejor dicho, suéltate. Sobre todo la mano – se echó a reír. Debía pensar que era muy gracioso. - ¡Pégame!

"Joder, que situación, a ver como salgo de ésta sin que piense que soy un blandengue. Si por pegarle cuatro hostias me va a dejar petarle el culo, bienvenidas sean. El sabrá lo que hace. Espero que no se me eche a llorar en plan nenaza".

Lo curioso es que, aunque versátil, yo siempre había preferido actuar de pasivo, más que nada porque los tíos que me suelen atraer suelen ser activos de manual. Pero este cabrón estaba sacando de mí mi lado más chulo y cañero, y, sin mucho convencimiento, le arreé el primer sopapo en la mejilla derecha. Era muy blanco de piel, y se le enrojeció el rostro. Por la enorme sonrisa que mostró, el espectáculo no había hecho más que comenzar.

Insúltame, anda. Los golpes no sirven para nada si no van acompañados de una humillación verbal.

Me sentí embravecido de repente, como un Mihura saliendo por la puerta de toriles. La segunda hostia la recibió por sorpresa en el lado izquierdo. No quería pegarle fuerte, ni hacerle daño, pero él me incitaba a ello, y si no lo hacía a su gusto, me insultaba él a mí para provocarme. Eso era algo que él no se hubiera atrevido a hacer con un amo profesional, pero, en mi caso, indeciso como estaba, formaba parte del repertorio imprescindible para calentar mi ánimo. Para mi vergüenza, tengo que reconocer que la situación me estaba excitando mucho, y una potente erección se adivinaba con claridad a través de la toalla que me cubría los genitales. Juan se apercibió de inmediato de este hecho, y siguió incitándome a ejercer un tratamiento correctivo con su cuerpo. Me empleé a fondo en la materia, con saña a veces. Me vino a la memoria que el chico que ocupaba el corazón de Raúl en estos momentos se llamaba también casualmente Juan: "está entrando Juan por la puerta de la calle, tenemos que dejarlo", me había dicho pocos segundos antes de colgar el teléfono la última vez que hablamos. Yo no le deseaba ningún mal, y menos violencia alguna, a ese pobre chaval, a quien, sin embargo, envidiaba ¡y de que modo! la suerte inmensa, y supongo que merecida, que le había caído del cielo al conocer a Raúl. Pero al imaginarme a ambos en plena acción, comiéndose a besos, y a Raúl en su peso ideal y hasta cachitas ("ahora voy al gimnasio en mi tiempo libre, como tú", me había dicho el muy cerdo para ponerme los dientes largos) susurrándole al tal Juan las mismas cosas que me había dicho a mi años antes ("quiero que nuestras almas se fusionen") me encabronó, y, a partir de ahí, llevado en alzas por mi frustración, no me anduve con muchos miramientos y recibió una lluvia de golpes, insultos, escupitajos y todo lo que aquel pirado me conminaba a realizar para su propio placer (porque en realidad quien me estaba utilizando como objeto sexual era él a mí, que era quien parecía disfrutar de verdad con la situación). Cuando me puso el culo para que le atizara una buena tunda, llegué a asustarme al ver lo enrojecido que se le podía llegar a poner, pero él seguía a lo suyo, obligándome a aumentar la fuerza de los golpes. Aquello estaba empezando a pasar de castaño oscuro, por lo que, tras cumplir con sus expectativas, le dije, en tono chulesco, que intuía le agradaría más, que yo ya había cumplido con mi parte y que ahora le tocaba a él hacerlo con la suya. El muy perro tenía una erección de caballo, por seguir con el símil animal, y disfrutaba como una puta con los insultos que le dirigía, muchos irreproducibles. Pero si servían para una buena causa como era la de ponerle tan cachondo, por mí, encantado. Se puso de rodillas ante mi nabo, y comenzó a lamerlo como si fuera un cucurucho de vainilla, con una languidez y una dedicación totales. Parecía que estuviera besando la reliquia de un santo del fervor que le ponía al asunto. Pensando que seguramente echaría de menos la tralla de antes, le encañoné la boca de un golpe, y se la clavé hasta la garganta. No puso objeción alguna, por lo que le agarré la cabeza e inicié un mete-saca glorioso que debió ser de su agrado, porque noté que se estaba pajeando a conciencia. Me moría de ganas de chupársela, tenía un rabo de buen tamaño y bien formado, uno de los más bonitos que he visto en mi vida: "que pena que lo desaproveche con estas tonterías y nadie se lo chupe como se merece". Pero desistí de mi idea porque sabía que eso le decepcionaría, e incluso es posible que hasta le bajara la erección. El decía que había nacido para servir a otro macho, no para recibir sus atenciones. Cuando estuve a punto de correrme del placer que recibía oralmente, se la saqué de repente y le ordené (ese era el único lenguaje que parecía entender este pipiolo) que me pusiera un condón, y, a continuación, tomara posiciones en la colchoneta contigua, porque se la iba a clavar a cuatro patas en breves momentos. Aquel ultimátum entusiasmó al sumiso, que se apresuró raudo a cumplir la normativa. Finalizada su misión, se apresuró a recibir mi rabo por detrás. Yo me estaba pajeando, pero no lo necesitaba a la vista de ese precioso culo, respingón y con dos inmensos y aún enrojecidos glúteos que me atraían como un imán. Se los palpé, y hasta le mordí en uno de ellos en un control de calidad que superó con excelente nota. "A este salido no le hará falta crema, supongo, debe tener el culo como un bebedero de patos", y no me equivocaba. Mis dedos ágiles perforaron su hambriento ano, provocando sus primeros gritos de verdadero placer de la tarde. Le penetré con sumo cuidado, no obstante, pero aquel no era el estilo que acostumbraba practicar mi nuevo amigo, y así me lo hizo saber de inmediato:

Quiero que me folles como a una puta arrastrada. Que me humilles y me rompas el hímen si me resisto.

Aquello era demasiado. El hímen, había dicho. Este tío tenía una paranoia de impresión, pero estaba buenísimo, y de algún modo, me hacía sentir a gusto a su lado. Le pegué un repaso a su castigado culo propio de un actor porno, tal era mi grado de excitación, aumentado por la forma en que se movía, y por el arco tan perfecto que formaba la espalda con sus hombros al mirarle desde atrás. Era una preciosidad de chaval, que pena que hubiera salido tan vicioso. O que suerte para los sádicos auténticos, según se mire. Le puse después de pie, con la espalda inclinada hacia delante, y seguí machacándole el ojete con una furia incontenible, tirándole de su sedoso pelo castaño claro hacia atrás, y gritándole cuanta guarrería se me ocurría. El hecho de que los curiosos se hubieran congregado al otro lado de la puerta para pajearse o participar, si se terciaba, de tan suculento festín (podía escucharse perfectamente sus comentarios, propios de pajilleros profesionales, y su respiración entrecortada a escasos metros de donde me encontraba, en plena acción con el esclavo más guapo a este lado del Mississippi) no me amilanó en absoluto. En el momento cumbre, le saqué la polla del culazo, me deshice del preservativo, y, agarrándole de los pelos como a él le gustaba, le volteé y le puse en cuclillas para que recibiera el licor de los dioses en pleno rostro. Tanto le gustó mi ambrosía que, según resbalaba la lefa por la cara y el pecho, se corrió de pronto con unos súbitos disparos lechosos que llegaron a alcanzar la pared más próxima, y nuestros gritos de placer se unieron en armónico dúo al ritmo del orgasmo mutuo, hasta que con el último espasmo, tras limpiarme en el lado limpio de su cara las últimas gotas de semen, mas que nada para que no envidiara a la otra mejilla inundada de leche, nos sentamos exhaustos a reponernos del esfuerzo, sudando como pollos, antes de ducharnos juntos, y algo revueltos, ante la vista de nuestros antiguos espías, ahora más muertos de envidia si cabe al comprobar in situ la lozanía de nuestros fibrados cuerpos.

Yo hubiera deseado que mi relación con Juan llegara algo más lejos, pero aquel chaval era insensible a cualquier insinuación amorosa. Me gustaba de verdad, y, cuando se salía del papel de sumiso, era un tío muy majo y enrollado, pero no me engañaba a mí mismo. Por muy guapo y simpático que me pareciera, no dejaba de ser un vicioso y un salido. Quedamos un par de veces más, a instancias suya, porque defendía la improbable teoría de que yo era un verdadero amo en potencia, con un don natural para someter a pasivos sumisos como él. No me lo creí mucho, pero me ponía mogollón, y le seguí el rollo. Sin embargo, cada vez quería llegar más lejos en sus juegos de poder, y, con todo el dolor de mi corazón, tuve que plantearme dejar aquella absurda relación sexual, que no iba a conducirme más que a una previsible crisis de conciencia, e incluso de identidad, cuando aquel determinado muchacho acabara convirtiéndome en una persona distinta a como yo era en realidad, aparte de en su juguete sexual favorito.

Poco después conocí en el Liquid a un morenazo de unos 24 años, según me dijo, que estudiaba Ingeniería en Madrid. No sé si me dijo de donde era, pero si lo hizo no le presté atención, obnubilado como me tenía con su físico de machote. No es que tuviera unos rasgos tan nítidos y hermosos como Juan, pero era un tío muy fuerte y atractivo, los dos requisitos que más me ponen en un tío, siempre que parezca natural. Si está muy cachas, va de divino por la vida, y se dedica a posar para sí mismo, se me baja la libido de inmediato. Pero sí está fuerte, se comporta como cualquier hijo de vecino, y me gusta de cara, el rabo responde de inmediato. Y, como tengo la suerte de poder actuar sin trauma alguno como activo o pasivo, mis posibilidades de ligue aumentan un 50%. Era un tío muy agradable, con un ligero y embriagador acento sureño que le volvía irresistible a mis ojos. Le acompañé a su casa, un apartamento compartido por varios estudiantes en la zona de Argüelles, y nos introdujimos sigilosamente en su cuarto. La noche daba sus últimos coletazos cuando se sacó el trabuco del vaquero y me pidió que se la chupara. "Joder, vaya pedazo de rabo, tronco", pensé para mis adentros. Es uno de los nabos más bonitos de los que he tenido la ocasión de disfrutar, pero dejo los detalles de su morfología exacta a la imaginación de cada cual. Yo estaba demasiado pendiente de hacerle una mamada en condiciones, y el cuarto demasiado oscuro como para pensar en otra cosa que en la suerte de mi boca y de mi culo aquella noche, si se cumplían las expectativas iniciales. Que aquel tío era activo lo intuía desde el minuto uno, pero desconocía su espíritu colaborador, y la felación que me realizó poco después, yo de pie, y él sentado en la cama, todavía a medio vestir, lo demostraba con creces. "Así me gustan los tíos, sin complejos" pensé para mis adentros. No hay cosa más triste, en mi opinión, que esos activos que se niegan casi a tocar al pobre pasivo, y sólo se concentran en recibir placer por parte de su esforzado compañero. Puede que algunos no sean así en una relación de pareja, y solo actúen de esta forma con un desconocido por prudencia, pero el efecto que dejan es un poco patético. A no ser que al pasivo le ponga ese tipo de tío y de comportamiento, claro, lo cual justificaría tamaño ejercicio de soberbia.

Ya desnudos, después de un buen repaso en su cama de estudiante, con 69 incluido, nos pusimos en pie, y se dispuso a lamerle el culo con unas ganas como no he visto en los días de mi vida. Lamía el ojete con ansia, pero también con técnica, y hasta tuve que reprimir mis placenteros jadeos por temor, me dijo, a que despertáramos a su compañero, que dormía placidamente en la habitación de al lado. Un detalle que me encantó (y me erotiza bastante hacerlo y que me lo hagan desde entonces) es que aquel pibe, mientras me penetraba analmente con un dedo, ambos de pie y yo con la espalda inclinada hacia delante, al mismo tiempo, con la mano libre, tiraba de mi rabo hacia atrás, como si estuviera intentando ordeñarme, algo que estuvo a punto de conseguir de forma involuntaria con esa curiosa paja a contrasentido. Es una práctica que recomiendo a todo el mundo, sobre todo cuando la erección está en su punto álgido. Había dejado a Alejandro, como se me presentó en el Liquid, disponiéndose a penetrarme, lo que hizo de inmediato tras rebuscar en un cajón una gomita para la ocasión. Y debo decir que me pegó uno de los mejores polvos de mi vida; aquel tío tenía chispa para follar, se movía de vicio, y tenía algo muy importante para mí: que era absolutamente viril, y, además, nada machista. Se le veía muy cómodo en su papel de activo, pero no parecía esconder ninguna neura, ni hacía falta que me tirara del pelo para demostrar lo hombre que era, ya se bastaba él solito con la forma tan perfecta en que metía y sacaba su espectacular cachiporra, agarrándome con brío por la cintura. Aquel tío era más alto que yo, que mido 1’81, y eso me ponía todavía más cachondo, ver desde mi posición sus fuertes piernas, ligeramente flexionadas mientras golpeaba sus huevos contra mi culo, era un espectáculo irrepetible. Sin duda Alex era un experto semental, que además estaba feliz de la vida dándole caña a mi culito ("tienes un culo precioso. Me encanta, tío", me había dicho poco antes, y ahora lo corroboraba con los hechos, dándole alimento suficiente para saciar su hambre de rabo). Cuando se sacó la chorra y se desprendió del condón nos tumbamos a lo ancho en la cama y nos pajeamos mutuamente, morreando al mismo tiempo, hasta que nos corrimos casi al tiempo, en feliz conjunción de leches.

Estuvimos un rato abrazados, y pasamos la noche juntos. El tío era noble y cariñoso, y me pareció que lanzaba indirectas para intentar sonsacarme si estaría interesado en que saliéramos juntos, que no quedara en un rollo de una noche, porque le había gustado bastante. Sin mencionar la palabra pareja en ningún momento, sus palabras no dejaban lugar a dudas.

¿Te parece que quedáramos por ahí a tomar algo y conocernos un poco?

No sé que decir, tronco. Es que todavía estoy un poco pillado por un tío (no le dije que hacía cuatro años que había roto con el motivo de mis desvelos, para que no se me asustara el pobre).

No entiendo como alguien puede dejarlo contigo. – me lisonjeó en plan adulador – lo tienes todo para gustar a un hombre. Y además pareces un tío educado.

Creo que lo soy. De todos modos, no me dejó él. Le dejé yo. Errores que se cometen en la vida

Ya me extrañaba a mí. Y ahora quieres volver con él – noté que estaba estudiando el terreno, para captar las posibilidades que tenía de salirse con la suya.

Sí, algo así. Pero es imposible, además él vive muy lejos.

Bueno, yo también soy de fuera de Madrid, y hoy en día las distancias ya no son como antes. En coche desde Badajoz vengo a tardar

Una bombilla se encendió en mi mente. ¿Badajoz?

¿Tú eres de Badajoz? ¿Badajoz ciudad?

Sí, claro. Pero vivo en la zona nueva, a las afueras.

Joder, como mi ex novio.

¿Ah, sí? Lo mismo le conozco. ¿Cómo se llama?

Bah, no tiene importancia. Además, es un poco rarito, seguro que no le gustaría que te lo dijera. Pero vamos, es mayor que tú, tiene unos 30 años.

¡Que casualidad!, ¿no? – me sonrió mientras me abrazaba.

Sí, demasiada… - a mí la idea no me hacía tanta gracia.

Alex era mucho más guapo que Raúl, y también más joven, infinitamente más joven, y seguramente más estable, y hasta mejor persona. Pero no era Raúl. Buscarme un sustituto "light" de su misma ciudad me obligaría a acordarme de mi antiguo amor de por vida. Por mucho que me gustara mi nuevo fichaje extremeño no dejaba de ser un estudiante universitario, y yo ya me sentía mayor (aunque físicamente parecíamos de la misma edad) para seguirle los pasos a alguien tan joven y, por su carácter abierto, dispuesto a quemar la noche. A mis 36 años, aunque seguía saliendo por ahí, sobre todo a Kapital, pero también al Sweet de la calle Peligros o al MOMA de José Abascal, con mis colegas del gimnasio, lo cierto es que empezaba a cansarme de la vida nocturna "obligatoria". Y este chaval era demasiado joven y lanzado para adaptarse. O tal vez me estuviera basando en una presunción, porque no llegué a conocerle mejor. Según amanecía me vestí, tras apuntar su número de móvil, que no llegué a marcar nunca, y nos despedimos con un beso en su puerta, siempre atentos a no despertar a sus compañeros de piso. Todavía hay noches que me pajeo recordando ese polvo, y las amplias espaldas de mi extremeño bis.

(Continuará)