Eclipse total del corazón (4)

Tras el frío trato que recibe por parte de un cambiado Raúl, Edu cae en una depresión, obsesionándose con su antiguo amor. Ni siquiera sus colegas del gimnasio o su amigo Félix consiguen ayudarle en su situación actual.

Cuando el verano pasó, y las heridas de mi anterior relación con Rafa empezaron a cicatrizar lentamente, decidí llamar nuevamente a Raúl. Sabía que no tenía nada que hacer de momento, que había encontrado a alguien en su vida, pero pensaba ingenuamente que, si conseguía mantener un pequeño lugar en su corazón, su reconquista sería tan sólo cuestión de tiempo. En las pajas mentales que me hacía por aquel entonces, completamente irreales, imaginaba que si le llamaba dos veces al año, por Navidad y su cumpleaños, por ejemplo, nada que levantara sospechas en su actual pareja, podría al menos mantener un mínimo contacto con él, y estar mejor posicionado para el improbable caso de que se decidiera a dejar a su novio, y, más improbable aún, se empleara en buscar una pareja en Madrid, a cientos de kilómetros de su actual hogar. Aquello era de locos, sin duda, pero yo estaba decidido a intentarlo. El día que cumplía 29 años le llamé a su casa, con un número de teléfono que me facilitó su padre el verano anterior.

Hola, ¿Raúl?

Sí, soy yo – su voz sonaba ahora incrédula - ¿Edu? ¿eres tú?

Si ¿Qué tal?

Su tono de voz, siempre cálido y alegre, pareció enfriarse de repente. Aquel no era el Raúl que yo había conocido en el verano del 99, de eso no había duda.

¿Cómo has conseguido este teléfono? – su pregunta, directa pero efectuada con cierta educación aparente, escondía un desagrado profundo indisimulable. - Es que no me gusta que mi novio me vea hablando con antiguos conocidos

Pues…- dudé un segundo – me lo dio tu padre cuando llamé para preguntar por ti el verano pasado…y como tu móvil está siempre apagado

Sí, es que no funciona. Ahora tengo otro – en ningún momento hizo intención de darme su nuevo número – O sea, que fue mi padre…de verdad, mira que le he dicho veces que…pero bueno, da igual. ¿Y dices que llamaste el verano pasado?

Sí, llamé un par de veces, y una de ellas le dejé mi nombre a tu padre para que te dejara el recado, no sé si te lo daría

Ah, entonces tú eres el Edu de Madrid del que me habló mi padre cuando volví de vacaciones

Mi asombro era ahora infinito. Su padre le había dado recado de mi llamada, y él no se había dignado en tres meses coger el teléfono y llamarme al móvil, o, al menos, si era tan rata que no quería gastar dinero, dejarme una llamada perdida para que lo hiciera yo. En caso contrario, yo sí lo hubiera hecho de inmediato, aunque siguiera saliendo con Rafa. Si hubiera necesitado hablar conmigo, me habría tenido a su disposición permanente.

¿Cómo que el Edu del que te habló tu padre? ¿Quién iba a ser si no?

A ver si te vas a creer que eres el único Eduardo que conozco en Madrid

Su insolente respuesta me dejó helado, y el tono prepotente en el que dejaba claro su desinterés absoluto por mi suerte me hundió por completo. Se me quedaría grabada de por vida. Ya nunca nada volvería a ser lo mismo. Por no colgar de inmediato, que es lo que se merecía, mantuve una fugaz conversación del todo intrascendente, le felicité por su cumpleaños, que era en realidad el supuesto motivo de la llamada, y aquel triste espectáculo culminó en una gélida despedida. Me eché a llorar, aún con el auricular en la mano. Mi hermano, a quien yo había confesado finalmente mi orientación sexual al regresar al piso de nuestros padres en julio pasado (no se sorprendió en absoluto por la noticia, que imaginaba de sobra), estaba cerca para consolarme.

Ese tío no te quiere ni te ha querido nunca, desengáñate. El amor es muy bonito los primeros seis meses, pero cuando hay que demostrar que se aprecia a las personas es en estos momentos. Cuando le llamas porque necesitas alguien con quien desahogarte. Si te falla en una situación así, la cosa está clara.

No puedo creerlo, Carlos. Ahora que se ha echado un novio fijo parece como si yo nunca hubiera existido en su vida. Me ha tratado peor que a una basura, cuando el año pasado todavía insinuaba que quería volver conmigo.

Bien, Edu, ya has aprendido la lección más importante de las relaciones de pareja. Es muy simple: Regla nº 1: te prometo, te prometo, hasta que te la meto. Regla nº 2: Nueva pareja…¡adios, pendeja!. Si te he visto, no me acuerdo. Es así de fácil. Ese imbécil tiene nuevo novio, mete o se la meten todas las noches, se va a dormir tocando pelo y en caliente, y no quiere saber nada de antiguos amores, sobre todo porque le dejaste tú a él, y eso siempre cuenta. El rencor es un elemento importante en este caso, piénsalo. Yo que tú no le daría más vueltas al tema. Sobre todo si ha sido tan borde como dices

Pero aunque yo intuía que mi hermano llevaba razón, no podía superar su rechazo. Constantemente recordaba los hermosos días de aquel mítico verano, cuando había tocado la felicidad con la punta de los dedos. Los meses siguientes, el proceso de idealización de Raúl, un Raúl imaginario que tal vez nunca existiese en la realidad, se abrió camino en mi vida. Guardaba con mimo la única foto que conservaba de él, lloraba en silencio todas las noches recordando aquellos lejanos tiempos en que me había entregado su amor con esa dulzura infinita que recordaría toda mi vida. ¿Cómo era posible que aquel cordero de antaño se hubiera convertido de pronto en el lobo de garras afiladas que merodeaba en mis pesadillas estos últimos meses, con aquella frase lapidaria que me taladraba el corazón al recordarla, aquella frase que me negaba carta de identificación en su nueva vida de emparejado feliz?. Yo ya no era Edu, su Edu, ahora era uno más de los cientos y miles de Eduardos que parecía conocer en Madrid.

Inmerso en aquella depresión amorosa a destiempo (no la sufrí en la ruptura, pero llegaba años después con efecto retroactivo y dolor aumentado por la impotencia que sentía) empecé a comportarme de un modo ligeramente obsesivo. Todo lo que me recordara a Raúl, y, sobre todo, al verano del 99, pasó a ser motivo de coleccionismo inmediato. La música de aquel año, buena, mala o regular, desde Ricky Martin con su vida loca a Christina Aguilera con su Genio en la Botella, los Sugar Ray, Britney Spears, Smash Mouth, todo, por insignificante que fuera, cobraba ahora un nuevo sentido: "era lo que sonaba en la radio entonces", o "esta película la vimos juntos en el Kinépolis…". "Doctor Zhivago", la película favorita de Raúl, que solíamos ver en el video de su casa, es, quizá la película que más veces he visto en mi vida. De tanto repetirla me sabía de memoria ya todos los diálogos. "Gladiator", cuyo protagonista se identifica como nativo de Emérita Augusta, la actual Mérida, fue otro de mis cuelgues favoritos en la época. Todo 2003 puede ser considerado como "el año de Raúl". Sentía, con total sinceridad en aquel momento, que nunca podría enamorarme de otra persona como lo había hecho de él. Me engañaba, sin duda, pero mi razonamiento era lógico. Con otras personas, me decía a mí mismo, podría encontrar sexo, o tal vez afinidad personal, pero era imposible que volviera a encontrar reunidas en la misma persona características tan dispares como inteligencia, atracción física, sexo de alta calidad, amor hiperromántico, y, sobre todo, sabía que aquellas conversaciones intelectualoides hasta altas horas de la noche no se volverían a producir. Yo solía fijarme más bien en personas poco dotadas en ese terreno, ese era mi sino. Había sido un regalo inesperado del destino que encontrara a aquel sesudo, y a su estilo sexy, filósofo que me estaba volviendo tarumba. Inteligencia, sexo y amor: un triángulo potencialmente letal en mi caso.

Fue a comienzos de 2003 cuando Robbie Williams obtuvo el mayor éxito de su carrera comercial con "Feel", un tema que, por la razón que sea, consiguió llegar al corazón de millones de personas en todo el mundo. Lo curioso es que, cuando se publicó originalmente en Reino Unido, en diciembre de 2002, alcanzó sólo el nº 4 de las listas, por lo que su discográfica fliparía al comprobar, en los meses siguientes, que la canción estaba arrasando en países tan distintos y distantes como Alemania, España, Argentina, Japón o Australia. Fue un megaéxito internacional, apoyado en un videoclip de aire "country", en el que aparece también la actriz Daryl Hannah, musa de los 80 a través de su papel de replicante en el clásico de ciencia – ficción "Blade Runner", y de sirena en "1,2,3, Splash!. Aunque hasta entonces no había sido un seguidor acérrimo del cantante inglés, me identifiqué totalmente con la letra de esta canción, que encontraba absolutamente desgarradora. Es una de esas canciones míticas que se componen muy de vez en cuando y consiguen enganchar a toda una generación. El vacío interior y el deseo de encontrar un amor genuino que diera sentido a la vida de alguien como él, incapaz de enamorarse, representaban a la perfección las vivencias de la era Internet, en la que gente de todos los países estamos intercomunicados, pero mucha gente no conoce a su vecino de la puerta de al lado. Todo lo contrario que en épocas pasadas, cuando la solidaridad y los lazos afectivos entre la gente de un mismo barrio daban sentido y configuraban sus vidas.

Escuchaba "Feel" una y otra vez, y siempre conseguía emocionarme, lo que no ocurría con el resto de sus temas, con excepción de "Angels". En casa, de camino al trabajo, en el gimnasio, el mismo soniquete se repetía sin cesar, a veces alternado con otras canciones de la misma cuerda: "hay un agujero en mi alma, puedes verlo en mi cara.." cantaba Robbie una y otra vez, y las lágrimas, muchas veces no bien recibidas por mi parte, hacían acto de presencia en mi rostro. Mi carácter también se había vuelto más sombrío, conforme empecé a admitir en mi interior que, muy probablemente, mis labios no volverían a posarse en los de Raúl nunca más. Mis colegas del gym, con los que llevaba entrenando muchos años, notaron de inmediato el cambio. Hasta ahora "la banda de los hermanos" como nos llamaban en todos los gimnasios del barrio a los que nos habíamos apuntado en estos años, había sido una piña. Ahí estaban los dos hermanos Luján, Juan y Marcos, ambos unos auténticos cachondos mentales. Sin ser delgados, tenían poca masa muscular, y daba igual que entrenaran durante años, apenas se notaba el esfuerzo. Si bien es verdad que su actividad favorita en la sala era el deporte no olímpico del tiro de dardos dialécticos. Eran un par de picos de oro, con una lengua afilada que no dejaba títere con cabeza. Si, por ejemplo, salían los OBK en la pantalla de la tele del gimnasio, no tardaba mucho en saltar Marcos: "mira, la ovejita Jordi". Y si le preguntabas que coño quería decir, se descojonaba y respondía:"si es que parece una oveja cantando, ¡beee!,¡beeee!". Y la verdad es que algo de razón tenía: quien conozca la peculiar forma de cantar de este dúo catalán, alargando de forma artificial las sílabas finales, sabrá a que me refiero. Juan, por su parte, que aunque tenía novia estaba siempre medio salido, a mediados de los 90, cuando echaban en la tele "Expediente X", y entre serie y serie de ejercicios en el gym nos congregábamos frente a la pantalla elevada para intentar seguir la trama del capítulo, siempre arrastraba el agua a su molino. Si el agente Mulder y la agente Scully se encontraban, por ejemplo, en mitad de la noche, en el interior del vehículo de Mulder, rodeados de una niebla espesa y a la espera de que sucediera algún hecho sobrenatural en los alrededores, como el aterrizaje de un presunto OVNI o la súbita aparición de una procesión de muertos vivientes, él sólo le encontraba un sentido a la escena.

Joder, es que yo no entiendo que coño hacen ahí sentados, bebiendo café de un termo, un hombre y una mujer jóvenes y sin compromiso. Lo normal es que ahora a ella le entrara la calentura y se bajara al pilón, y que luego fueran al asiento de atrás a culminar la jornada echando un polvo de escándalo. ¡Y que les zurzan a los zombies y a la niñas con estigmas!

Entonces la serie tendría que pasar a llamarse "Expediente XXX" – apuntaba yo.

Pues te aseguro que tendría un fan asegurado conmigo, porque la Scully, aunque haga de frígida en la serie, tiene pinta de ser un volcán en la vida real – aventuraba Juan sin cortarse un pelo.

Los Hermanos González, por su parte, eran mucho más tochos que los Luján, unos tiarrones de su misma edad, pero mucho más serios y maduros que el resto de nosotros. Se habían criado sin padre, y eso les había marcado mucho. El pequeño, David, estaba buenísimo, pero era heterosexual, y, de todos modos, éramos tan amigos que la situación perdía un poco de morbo. A estos cuatro había que sumar mi hermano Carlitos (cuando le daba por ahí) y yo, y aquello parecía un gallinero todas las tardes, porque se nos iba la fuerza por la boca. Entre que los Luján eran seguidores del Real Madrid, y votantes del Partido Popular, y los González del Atlético de Madrid y del Partido Socialista, respectivamente, los lunes de cada semana y las jornadas previas a las elecciones generales del 96 y 2000 se formaba un guirigay entre ellos de película. Se llamaban de todo, pijos, mamarrachos, muertos de hambre, lo que se les ocurriera a cada uno en ese momento. Eso sí, al día siguiente, la cuestión estaba zanjada, y todos entrenábamos juntos y en paz como buenos hermanos que éramos (y realmente lo éramos, pero a pares). Al principio ellos no sabían que yo entendía, pero con el tiempo se lo debieron imaginar al ver que era el único de los seis que no me echaba novia, y no por falta de oportunidades.

Hasta que un día, en la misma época en que se lo conté a mi hermano, les reuní en el bareto donde parábamos a veces a tomar algo tras entrenar, y se lo conté a los cuatro. Se lo tomaron bien, entre otras cosas porque ya se lo imaginaban. Pero empezaron a preocuparse por mi estado anímico tiempo después, ya entrado el 2003, cuando comprobaron que ya no estaba de humor como para entrenar con ellos, y que prefería ir a mi aire. Lo atribuyeron, con razón, a un mal de amores pasajero. Juan y Marcos, para animarme, me empezaron a llamar "Mister Robbie", porque decían que siempre estaba escuchando a ese pelagatos, y que había perdido el buen gusto musical, según ellos. Con el tiempo, de tanto oirlo, Pedro y David también me empezaron a llamar así, y, más tarde, yo también utilizaría este singular apelativo para identificarme en algunos chats gays. En vista de que mi sensación de tristeza no desaparecía, pensé en acudir a un especialista, a un psicólogo que pudiera aconsejarme en esta tesitura tan desagradable. Pero de momento opté por sincerarme con mi amigo astrólogo, Félix, que ya en su día me había advertido de los probables efectos adversos de mi relación con Raúl.

Joder, es verdad que tú me lo advertiste, pero yo pensé que te referías a ser infeliz el tiempo que durase la relación, no toda mi vida posterior

Félix, que en el transcurso de los años se había dejado barba, lo que le deba un aspecto profesoral muy acorde con su vocación iluminadora, me corrigió al instante.

  • Mira, Eduardo, nunca se sabe lo que puede dar de sí una relación una vez iniciada. Lo que sí te puedo decir es que la que vosotros mantuvisteis, por breve que fuera en el tiempo, estaba marcada por dos factores: era kármica, es decir, no podíais resistirla, no hubieráis podido hacer nada para evitar conoceros, porque había una deuda que pagar entre vosotros que venía de otra vida anterior, y ese era el momento justo de pagarla. Y segundo, y no menos importante: era una relación transformadora, catártica, que os iba a convertir en unas personas muy diferentes a las que erais antes de conoceros e interactuar entre vosotros.

  • Me parece muy bien, Félix, puede que tengas razón, yo no soy la persona indicada para contradecirte. Pero de eso hace ya cuatro años, se supone que la deuda ya está saldada, y aquí me tienes más colgado de ese cabrón que cuando estábamos juntos de verdad. Algo falla en tu razonamiento ¿no crees?...

Ahora Félix, sentado tras la mesa de su despacho profesional, me miró con ojos compasivos. El conocía la respuesta a esa inquietante paradoja, al parecer.

  • En efecto, la deuda está pagada…por parte de Raúl. El ha rehecho su vida, y ya no cuentas para nada en ella. Prescindiendo de que te parezca bien o mal, o un hombre de corazón duro, lo cierto es que él ya lo ha superado, en apariencia. Pero tú todavía no has realizado esa labor de catarsis interna. Cuando perdones a tu amigo y te liberes de las cadenas mentales que te unen a él en este momento, se habrá completado el ciclo kármico, y la deuda estará completamente vencida. Pero eso depende de ti. Sólo tú puedes ayudarte a ti mismo en este momento.

Me quedé un poco desconsolado al escuchar aquello. Si de mí dependía, tenía claro que no iba a superar aquella adicción en muchos años.

  • No creo que sea capaz nunca de superar su pérdida, Félix.

  • Yo no soy psicólogo, pero creo que debes saber que a lo que tú estás atado es a un recuerdo, a algo que ya no existe. El Raúl actual, por lo que cuentas, es muy distinto al que tú conociste en su día. Y tú mismo has cambiado considerablemente, de hecho, yo apenas te reconozco. Ahora eres una persona mucho más sensible y empática que antes. ¿Y sabes porqué?

  • Por mi relación con Raúl.

  • Podría decirse que sí. La razón verdadera es: por el sufrimiento. Sufrir por amor te ha vuelto más humano y comprensivo con el dolor ajeno. Ahora que sabes lo que es la rabia y la desesperación, tu visión de la vida ha cambiado. Y seguramente se habrá hecho menos egoísta y complaciente que antes.

  • La verdad es que he sacado algunas conclusiones de esta situación que antes nunca hubiera imaginado. Ni siquiera me interesaba por los sentimientos ajenos, a decir verdad.

  • ¿Y cuales son esas conclusiones?

  • Algunas son obvias, pero yo nunca había reparado en ello. Por ejemplo, que hay que cuidar las relaciones mientras duran, hay que respetar y preocuparse por la otra persona, y nunca, nunca, confiar en que el día de mañana nos perdonarán y nos darán una segunda oportunidad, cuando a nosotros nos convenga. Al menos a mí no me ha funcionado, y esa es la causa de mi desesperación. Que ahora que estoy preparado mentalmente para darle todo mi amor y mi comprensión, él me rechaza visceralmente. Es una putada kármica, por utilizar tus argumentos.

Mi amigo se echó a reír, se levantó y se acercó hasta mi silla, colocando sus manos de taumaturgo en mis hombros por detrás de mí.

  • No debes pensar así, Edu. Como si el Universo estuviera en contra tuya o algo por el estilo. No es el caso. Tienes que dejar fluir tu energía libremente, dejar de centrarte en tu problema y volver a abrirte a los demás. Tú siempre has sido un chico muy simpático. Lo que te ocurre ahora es que tu Venus en Cáncer está pasando una etapa de añoranza del útero materno, y se aferra al pasado con uñas y dientes. Hace poco que murió tu madre, y eso también te ha afectado, claro. Pero yo confío en que esa misma Venus, que está relacionada por aspectos con casi todos los planetas en tu carta, salga un día de su encierro y descubra que sigue siendo querida por todos, y que hay mucho campo donde elegir…porque con una Venus tan potente y activa te aseguro que oportunidades de conocer gente no te van a faltar nunca.

  • Ya, ¡pero es que yo no quiero conocer gente!. Lo que quiero es que Raúl vuelva a entrar en mi vida. Si él me llamara de pronto y me pidiera que me marchara a Badajoz a vivir juntos, no tardaría ni cinco minutos en hacer las maletas

  • Veo que sigues en tus trece, idealizando a tu amigo. Pero algún día abrirás los ojos a la realidad. Hay algunos tránsitos interesantes en tu natividad para los próximos años que me hacen pensar que, pronto, el tal Raúl pasará a donde debía estar hace tiempo: el baúl de los recuerdos.

  • Dios te oiga, Félix. Voy a necesitar una buena ración de esos tránsitos para que eso ocurra realmente.

Fue por esa misma época, en febrero de 2003, que, llevado por mi estado depresivo y la infinita nostalgia que me poseía a todas horas, me abrigué con el anorak, porque aquel día, excepcionalmente, estaba cayendo una copiosa nevada sobre Madrid, y me dirigí en metro y cercanías a los alrededores de su antigua casa. Para entrar en situación, iba escuchando por los cascos el "Missing" de Everything but the girl, una canción triste y obsesiva para un pirado ultra-romántico como era yo entonces. No había vuelto desde octubre del 99. Todo parecía seguir igual, los mismos solares desolados, que servían de aparcamiento improvisado a los vecinos del barrio, los toldos en las terrazas, los setos que ocultaban la puerta de entrada a su edificio. Pero todo había cambiado, sin embargo. Raúl ya no vivía allí. Como en la canción que escuchaba, yo bajaba del tren y pasaba por delante de su puerta, pero allí ya no había nadie para recibirme. "Can I confess I’ve been hangin’ around your old address?" retumbaba en mis oídos cuando elevé la vista, con los ojos llenos de lágrimas, al séptimo piso, que para mí se había convertido en sinónimo del séptimo cielo, para descubrir, en la ventana de la antigua cocina de los padres de Raúl, un rumboso cartel de una inmobiliaria con la leyenda "VENDIDO". Se me cayó el alma a los pies, pero yo sospechaba hace tiempo algo así. Hacía casi 3 años que ningún miembro de la familia Mateos vivía en esa casa tan grande, y era lógico que intentaran sacar un rendimiento económico de aquel muerto viviente, de ese museo arqueológico que reflejaba el pasado, y no el presente, de una familia extremeña emigrada a Madrid y luego recuperada para su gente. Era probable además que parte del dinero obtenido con la venta de esa casa fuese a parar a manos de Raúl, para adquirir la suya propia en Badajoz (allí mucho más barata que aquí, todavía en pleno boom inmobiliario). La casa donde viviría con su nueva pareja, aquel con quien había recuperado la felicidad tras varios desengaños amorosos consecutivos. Su nido de amor. Me marché de allí con la cabeza baja, resistiéndome a las lágrimas que luchaban por abrirse paso, sorteando la ventisca y con la cabeza blanqueada por los copos de nieve vertidos sobre ella en el último cuarto de hora.

(Continuará)