Eclipse total del corazón (3)
Edu decide romper con Raúl, y éste queda totalmente destrozado por la noticia. Ambos inician una nueva vida en ciudades distintas, sin perder del todo el contacto entre ellos.
El verano pasó como una exhalación ante nuestros ojos, y la sensación primigenia de permanecer fuera del mundo, como extraños en nuestro paraíso particular, en aquella casa de grandes ventanales asomada a la periferia de Madrid y al aeródromo de Cuatro Vientos, también desapareció como por ensalmo. Habíamos vivido un mes de amor incondicional y absoluto, en el cual muchas veces nos habíamos sentido aislados del mundo que nos rodeaba. Y en realidad así era; en aquel momento mágico, único e irrepetible de nuestras vidas, ninguno de los dos teníamos obligaciones apreciables que nos demandaran prioridad absoluta. Yo no trabajaba desde hacía seis meses, no tenía que madrugar, tenía más dinero en el banco que cuando sí lo hacía, y podía permitirme el lujo de dedicarme al objeto de mi pasión el tiempo que me diera la real gana. El, por su parte, estudiaba en sus ratos libres el temario pendiente del año anterior, pero, hasta la llegada del nuevo curso, que sería el último de carrera para él, también disponía de abundante tiempo libre. Cuando no iba a su tierra a visitar a sus padres, salíamos al cine o a dar una vuelta por Madrid, una ciudad que decía fascinarle por aquel entonces. Nuestros locales de referencia siguieron siendo el Stars Café, el Underwood, y, por supuesto, nuestro sancta sanctorum, la Factoría, todos ellos en el corazón de Chueca. Era la primera vez (y sería también la última) que yo me paseaba libremente por las calles del barrio de los gays y lesbianas cogido de la mano de mi pareja, intercambiando besos, abrazos, cuchicheos y risas sin miedo al que dirán, a la delatora presencia de algún soplón de la oficina, libre por fin de expresar mi yo interior con una persona que me amaba incondicionalmente y para la que era el ser más importante de este mundo. Así me lo repetía machaconamente una y otra vez, convencido de su verdad interior, como si fuera la única razón posible de su existir, más allá de las frías aguas de la filosofía que todo lo cubrían.
A sus muchos dones intelectuales y afectivos, Raúl unía su condición de gran gourmet. Era un excelente cocinero que podía preparar sin pereza alguna los platos más elaborados para festejar nuestro naciente amor. Aparte de su alimentación normal, él llevaba tiempo tomando un concentrado de proteínas muy potente por prescripción facultativa, y la buena alimentación, unida al milagro del amor en pareja, le hicieron aumentar diez kilos de peso en poco tiempo, y empezar a parecerse a la increíble persona que debió ser en otro tiempo. Sin embargo, el demonio de la incomunicación y las dudas personales empezó a cebarse en mi interior conforme el mes de octubre se adentraba en el calendario. Mi vida de zángano, las pocas ganas que tenía de buscar trabajo, abrumado por el convencimiento de que no volvería a encontrar un empleo mejor que aquel del que había sido desalojado de forma humillante, hicieron que la depresión, momentáneamente agazapada tras conocer a Raúl, rehiciera acto de presencia en mi vida. Demasiado tiempo libre para pensar, quizá, o extraños caprichos del destino, lo cierto es que mi carácter se volvió más frío, y un punto cruel. Me autoconvencí de que aquella hermosa relación no tenía futuro, que todo había sido un breve sueño de verano, que allí no pintaba nada. Mi frustración profesional, mi aislamiento personal, (solo unos pocos amigos sabían que yo entendía, pero ningún miembro de mi familia, de forma oficial, al menos) me llevaron de nuevo a la misma situación de desamparo de seis meses antes. Ahora, los largos silencios empezaron a sustituir a los fecundos diálogos del principio, sus pequeñas tardanzas ocasionales a nuestras planificadas citas se me antojaban insufribles, y sus bromas inocentes, carentes de humor y pasadas de rosca. Yo, y tan sólo yo, fui el culpable de que la situación se deteriorara tan rápido, y fui yo también, quien, en la madrugada del 31 de Octubre, decidió dejarle. Esta vez para siempre. Totalmente embebido de mi propio dolor, fui incapaz de comprender que acababa de destruir el sueño de amor de aquel joven bueno y honesto que me había abierto su corazón de una forma como probablemente no había hecho, ni habrá vuelto a hacer quizá después, una vez aprendida la dura lección recibida. Por lo que supe más tarde, Raúl se pasó gran parte del mes de noviembre completamente sólo en su casa, llorando desesperado, sin apenas querer comer, y escuchando obsesivamente las canciones de Dulce Pontes que le recordaban nuestro amor, especialmente "Lágrima", que se convirtió en su canción de cabecera durante mucho tiempo. Sin apenas salir de casa más que lo estrictamente imprescindible, viviendo como un ermitaño y desatendiendo sus estudios por completo, es lógico que llamara la atención de su familia, que en el mes de diciembre regresó a Madrid a vigilar su ánimo, y su peso, peligrosamente fluctuante de nuevo.
Tras una breve intentona de reconciliación, poco antes de Navidad, que se saldó en fracaso por mi escaso espíritu de colaboración, me prometí a mi mismo que nunca más volvería a tener pareja. Hoy he llegado a la conclusión de que, después de tantos años viviendo mi vida en soledad, yo no estaba preparado para amoldarme de repente a los necesarios ajustes que reclama toda relación de pareja. Seguramente me sentí agobiado, aún de forma inconsciente, por una persona tan necesitada de afecto y demostraciones de cariño como él. De otra forma no me explico que abandonara de repente una relación que me ofrecía todo a cambio de muy poco, de mi compañía y de mi amor, eso es todo. Estoy seguro de que, de haberle conocido en otro momento de mi vida menos crítico que aquel, la relación hubiera prosperado con total seguridad, pues allí había química, magia, pasión, y lo que yo consideraba entonces un amor auténtico y genuino.
Con la llegada del nuevo milenio, archivado definitivamente el "caso Raúl", volví a mi antigua y bohemia vida de soltero convencido de haber borrado de mi corazón todo rastro palpable del extremeño. Encontré trabajo de nuevo en abril, en una empresa rival de la que había abandonado un año antes, y cuya sede estaba en el Paseo de la Castellana. Una sensación de euforia permanente me acompañó en los meses posteriores, pero de nuevo la cruel diosa del amor decidió burlarse de mí, haciéndome caer en las redes de un estafador profesional de los sentimientos, de un ladrón de sensaciones. Su nombre era Rafa, tenía más o menos mi edad, y nos conocimos aquel verano en el Ohm de Callao, un garito que yo ahora volvía a frecuentar con demasiada frecuencia, pese a que cualquier compañero de trabajo podía pillarme en un renuncio sin apenas esfuerzo. Pero ya me daba igual. Bastante había sufrido en los años 90 en mi antiguo empleo como para repetir ahora la misma dinámica absurda de antaño. Mientras bailaba el "Horny" de Mousse T, con una letra muy parecida a la sensación que yo experimentaba contemplando el cuerpazo de ese morenazo en la distancia, surgió el flechazo. Y esta urgencia insoslayable nos llevó poco después a los servicios del local, donde dimos rienda suelta a una pasión imposible de ocultar. Allí no había nada de la ternura exquisita y el delicado sentimiento de amor puro y verdadero que llegué a sentir en los mejores momentos de mi breve relación con Raúl; no, aquí lo que podía sentir era las llamas de una pasión desbordante, el duro contacto de su potente miembro en mi boca, las embestidas brutales en mi culo de un semental en horas libres en aquella madrugada fatal. Y digo bien, fatal, porque a fuerza de encanto y persuasión, consiguió el número de mi recién estrenado primer móvil, uno de esos Nokia grises con pantalla en blanco y negro y un peso que hoy consideraríamos desproporcionado para sus escasas prestaciones.
Aunque yo no quería salir con nadie después del aún reciente "episodio Raúl", aquel cabrón me convenció de lo contrario a fuerza de invitaciones a cenar. Y, en justo castigo a mi comportamiento inicuo con el bueno de Raúl, aquel desgraciado dio muestras pronto de no estar interesado en construir una relación seria, y sí en cambio en hacer el amor en todas las posturas y todos los lugares imaginables. Rafa trabajaba como DJ y relaciones públicas en una conocida discoteca, y lógicamente era imposible seguir sus pasos (tampoco él lo hubiera consentido, y yo tampoco lo habría intentado). Durante un par de años compartimos amor, vivienda y amistades, hasta que un mal día, en el verano de 2002, una chica que trabajaba de go-go en la discoteca en la que él era dj residente, se quedó embarazada de él, y, al negarse a abortar y exigirle que reconociera a su futuro hijo, organizó un escándalo monumental en la disco, una aciaga noche de julio, en la que descubrí horrorizado, por medio de delaciones sucesivas, que Rafa mantenía relaciones simultáneas con varias personas más aparte de mí, al menos un chico y otra chica, aparte de la futura madre de su hijo. Aquello fue suficiente para mí, y tras dirigirle unas duras palabras, abandoné su apartamento de la calle Padre Damián y regresé al piso de mis padres, que previamente compartía con mi hermano. En el ínterin, mientras duró esta esperpéntica relación, hablé dos veces por teléfono con Raúl. La primera vez, al poco de iniciar mi desventurada relación con el dj, le llamé yo a casa de sus padres a Badajoz, al extrañarme de que no cogiera el fijo en su casa madrileña.
Sí, me he venido a vivir a Badajoz. Aquí están mis padres, y, una vez terminada la carrera en junio pasado, no tenía sentido vivir yo sólo en una casa tan grande. Ahora estoy viviendo con ellos de momento, pero dentro de poco me traslado a vivir con mi novio a un piso de alquiler. Aunque no te creas que confío mucho en esta relación, ¿y tú?
Yo encontré trabajo en Madrid, en lo mío
Vaya, me alegro.
Y estoy saliendo con un chaval de mi edad. Es dj en una disco de moda.
Silencio absoluto al otro lado de la línea.
¿Es dj dices? Entonces trabajará en el mundo de la noche y pasarás mucho tiempo solo ¿no? no parecía muy convencido por su tono de voz de que pudiera ser feliz con semejante personaje.
Yo, en cambio, ingenuo de mí, estaba por entonces completamente encoñado con aquel guaperas sin escrúpulos. Supongo que no quería ver lo que no me interesaba descubrir.
Bueno, entre semana tiene más tiempo libre, y el finde voy a verle a la sala donde pincha habitualmente.
No sabía que te gustaran las discos de moda. Mientras estuvimos juntos no me pediste ir a ninguna.
Bueno, yo sabía que a ti te iba más el rollo tranqui de los garitos de Lavapiés. Pero soy un hombre polifacético, ya ves
La segunda llamada, esta vez sí la recuerdo bien, tuvo lugar el 28 de Abril de 2001, en todo caso era sábado, y yo estaba durmiendo la siesta después de haber salido hasta las seis de la mañana la noche anterior. A pesar de estar aún adormilado, me pareció ver claramente en la pantalla del teléfono el nombre "RAUL", lo que me sorprendió gratamente, aunque no podía imaginar el motivo de su llamada.
¿Raúl?.
Respondió con su inconfundible voz en un tono dubitativo.
¿Cómo sabes que soy yo?
Me eché a reír por la inocencia de la pregunta.
¡Pues por que va a ser!. La última vez que hablamos nos intercambiamos los móviles, y ahora tu nombre aparece reflejado en la pantalla cuando llamas.
¡Ah! es verdad. Hace tanto que no hablamos
Sí, unos meses ya. Cuéntame, ¿Qué querías?
Parecía algo nervioso y temeroso de hablar con franqueza, algo inhabitual en él. Por fin se lanzó a la piscina, sin saber que estaba vacía.
Lo he dejado con Jose Luis. En realidad lo dejamos el mes pasado. No nos entendíamos bien.
Es una pena, pero tú me comentaste que no confiabas mucho en el futuro de esa relación.
Sí, y así ha sido por desgracia cambió ligeramente el tono de voz por uno más sibilino - ¿Y tú que tal con tu dj?.
Bueno, nos vemos poco, la verdad, entre mi trabajo y el suyo, que tienen horarios incompatibles, pero de momento bien
Lo decía por dudó un momento antes de continuar, y prosiguió tras un instante de vacilación- porque quería encontrar pareja en Madrid y había pensado que quizás
Yo sabía perfectamente lo que se escondía tras ese quizás, y que a ese quizás le seguiría un "tú" y a ese "tú" un "quisieras volver a intentarlo conmigo". En el mayor arranque de estupidez de toda mi vida, yo, que me creía tan inteligente, le interrumpí antes de que pronunciara las palabras que podían haberme conducido de nuevo a sus brazos, e hilvané el hilo de su balbuciente conversación.
Sí, que quizás yo podría ayudarte a conocer a alguien en Madrid a través de mis amistades o de anuncios por la red.
Raúl permaneció callado, estudiando la estrategia a seguir. No le quedaba más salida que una retirada honrosa. La batalla estaba perdida antes de iniciarse.
Sí, a eso me refería, claro. Pero no podrá ser hasta después del verano, cuando empiece a dar clases de Filosofía en el Instituto de un pueblo de la Vega del Guadiana, cerca de Badajoz.
Joder, ¡felicidades, tío!, te has sacado las oposiciones a la primera.
Bueno, tampoco tenía mucho que hacer estos últimos meses, aparte de estudiar. La relación con Jose Luis no marchaba bien, y prefería encerrarme a machacar codos. Así me olvidaba de todos mis problemas.
Pues nada, dame un toque cuando te pases por Madrid, y lo celebramos como se merece.
Claro, por supuesto. Dalo por hecho ahora su voz demostraba poco convencimiento. Poco después, tras varias respuestas evasivas, colgó con la excusa de atender a un alumno de filosofía de ESO, a quien daba clases particulares los fines de semana, en un local que había arrendado para tal fin cerca de la casa de sus padres en Badajoz.
Lo cierto es que Raúl nunca volvió a llamar, y yo mismo me olvidé durante mucho tiempo de su lejana existencia. Ojos que no ven, corazón que no siente. Así quedó la cosa, en tablas, hasta el verano del año siguiente, cuando, dolido en lo más profundo y herido en mi amor propio por la probada infidelidad de Rafa, me decidí a llamar a mi antiguo amor, en busca de una palabra de consuelo, y, finalmente convencido por un relámpago de intuición repentino, de que estábamos hechos el uno para el otro. Sabía que él nunca hubiera actuado así conmigo, y empecé a añorar aquellos escasos meses de felicidad compartida en un séptimo piso del barrio de Aluche, ajenos a todo menos a nosotros mismos. Pero aquellos tiempos de dolce farniente habían pasado a la historia para ambos, y la magia de aquel verano se había evaporado en la rutina de nuestras mecánicas vidas. Estaba a punto de descubrir la lección más importante y dolorosa de mi vida. La tortura empezaría con una llamada a su número de móvil. Siempre daba apagado o fuera de cobertura. Al día siguiente, me armé de valor y llamé a casa de sus padres. Su padre, con voz firme y decidida, respondió al momento. Su respuesta fue demoledora.
Raúl está de vacaciones con su pareja en la Vera de Cáceres. ¿Quién le digo que eres?
Nadie, déjelo. Sólo soy un antiguo amigo de Madrid
(Continuará)
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