Eclipse total del corazón (1)

Eduardo acude a una cita a ciegas, en la que conoce a un fascinante pero atormentado joven, Raúl. Ambos sentirán una fuerte atracción, que va más alla de lo puramente físico.

NOTA DEL AUTOR

¿Qué ocurre cuando conoces al amor de tu vida pero no eres consciente de ello hasta que es demasiado tarde para volver atrás? ¿y qué hacer si la persona de la que sigues enamorado ha rehecho su vida y no quiere saber de ti para nada? Esta historia habla de una situación que es muy común en la realidad cotidiana, la persona que sigue enganchada a una relación que terminó hace tiempo, pero que sigue viva en su memoria y en su corazón. Las personas que hayan vivido una situación semejante lo comprenderán. El resto de los lectores, aunque no lo hayan vivido en primera persona, pueden imaginar lo doloroso que debe resultar una situación así para quien la sufre.

MADRID; VERANO DE 1999

Salí de casa escopetado a las 21.15, ajustándome el reloj de pulsera y sin tiempo apenas de echarme unas gotas de Armand Bassi, mi colonia favorita, por debajo de la camiseta de Emporio Armani. La cita era a y media, y sólo un milagro del santo patrón del tráfico podía hacer que yo llegara a tiempo aquella noche a la cita prevista. Que no era una cita cualquiera. A decir verdad, era mi primera cita amorosa seria en siete años. Y no porque me faltaran ocasiones, sino porque yo no deseaba emparejarme hasta cumplir al menos los 30. Mientras tanto, disfrutaría de las delicias de la vida de soltero. ¡Y de que manera lo hice!. Mientras montaba en el taxi que me acercaría a mi destino, era totalmente ajeno a la importancia histórica de ese momento en mi biografía sentimental. Ni siquiera recuerdo en que pensaba exactamente, salvo en el mal efecto que causaría a mi pretendiente si llegaba más de diez minutos tarde a la primera cita. Por suerte, eso no llegó a ocurrir. El tráfico fluía con rapidez aquel cálido lunes de agosto, lo suficiente para conseguir llegar a la Plaza de Opera, el marco de aquel concertado encuentro, a las 21.35, ni demasiado pronto, lo que delataría ansiedad, ni demasiado tarde, señal de mala educación. Me bajé algo nervioso, intentando recordar la descripción física que me dio por teléfono dos días antes, la primera (y única hasta ese momento) vez que hablamos por teléfono (fijo), cuando su seductora voz de barítono, con un suave y meloso acento extremeño consiguió conquistarme de inmediato.

Pero ahora la situación era muy distinta. Por bonita y atrayente que resulte una voz desconocida, debe ir acompañada de un cuerpo similarmente cautivador, si lo que deseamos es que la química empiece a funcionar desde el primer momento, y las feromonas hagan de las suyas sin ningún esfuerzo consciente por nuestra parte. Y lo que yo veía allí, a la puerta del Metro, no era precisamente el Adonis que en mi calenturienta imaginación relacionaba con el dueño de una voz tan potente como bien modulada. Tenía que ser él, la camiseta era del color que me había dicho, los pantalones vaqueros lavados a la piedra, muy a la moda de entonces, también, pero algo no me terminaba de cuadrar. Aquel chico parecía estar exageradamente delgado; no, miento, en realidad, que Dios me perdone, parecía… ¡anoréxico!, o tal vez tuberculoso, quien sabe. Como él estaba de espaldas a mí, concentrado en sus pensamientos, reconozco que tuve, por un instante, la insana tentación de darme media vuelta sigilosamente, disimular que era un guiri perdido en la gran ciudad y encaminar mis pasos en dirección al Palacio de Oriente, dejando tirado al chaval de la triste y consumida figura. Pero aquel no era mi estilo de hacer las cosas, y, decidí, tras pensármelo mejor, que merecía la pena dar una oportunidad de expresarse a ese desconocido que había venido desde el barrio de Aluche con la firme intención de conocerme. A mí, al ligón impenitente que había aparcado temporalmente su fama de calavera gay para conocer de primera el mundo de los sentimientos, un universo que me era entonces completamente ajeno.

Tras los saludos de rigor, en los que noté una desagradable sensación de frío y humedad en su mano, algo que me dejó aún más escamado, pero que al parecer responde a un fenómeno natural en algunas personas, cruzamos la calle Arenal para tomar asiento en la planta superior del Café del Real. Parecía mentira lo que avanzaban los tiempos. Hacía sólo unos años, un cortejo como éste entre dos absolutos desconocidos hubiera llevado al menos dos semanas, entre cartas, apartados de correos, sellos, esperas junto al buzón y muchos nervios por la tardanza. Ahora, en cambio, desde que Internet había irrumpido en mi vida el mismo día que cumplí 32 años, todo se había hecho más ágil y transparente. En aquella época pionera en las nuevas tecnologías, los chats, como el desaparecido de Sitiohispano donde nos conocimos, eran bastante rudimentarios, y totalmente gratuitos. La gente se conocía aún sin demasiados filtros previos, no se había puesto de moda enviar fotografías, y los romances se cocían un poco a ciegas. Por eso, en vista de las no muy agradables sorpresas que algunos se llevaban, cuando la persona que conocían no se correspondía para nada con la descripción que habían hecho de sí mismas en la red, surgió la costumbre actual de "foto imprescindible", que tampoco es ninguna garantía de veracidad, pero exige un esfuerzo. Raúl había sido tajante al respecto: quedaría conmigo si no le pedía foto a cambio, ni alargaba demasiado la espera. Me pareció un riesgo asumible. Me había encantado la forma en que había contestado mi anuncio (había sido además el primero en hacerlo) expresando sus ideas claramente y mostrando una (aparente) personalidad asertiva y dinámica. Justo lo que buscaba. Para que darle más vueltas, total, si no nos gustábamos lo más que podía perder era una tediosa noche de lunes en pleno mes de agosto, con Madrid semivacío y cerrado por vacaciones, y, al menos, me alejaría por unas horas de la cruel soledad de mi piso de soltero.

Me ha gustado mucho tu voz por teléfono – le comenté para romper el hielo – Y la forma en que redactaste tu mensaje me ha impresionado, no es muy habitual expresar las ideas propias con tanta concisión y manejo del idioma.

Será por mi formación académica – reconoció sin falso orgullo – Estudio 4º de Filosofía en la UNED, y me apasiona lo que hago. Creo que es la razón de mi vida. Pero ahora necesito también alguien que me acompañe en mi caminar, no sé si me entiendes.

Perfectamente – le observé al contraluz mientras sorbía una taza de café muy lentamente. El chaval, que iba a cumplir 26 años en octubre, no era guapo, precisamente, pero tampoco feo. Le adjudiqué mentalmente un 7 por su atractivo innato, que ni siquiera esa artificiosa delgadez conseguía ocultar por completo. Tenía unos bonitos ojos redondos, oscuros como el azabache, que reflejaban inteligencia, bondad y sentido de la dignidad. El pelo era negro como el carbón, y su cara era blanca y traslúcida, creando un contraste muy marcado que le hacía parecer aún más atrayente a mis ojos. Notaba que él me estaba evaluando de igual modo. Reparé en un espantoso dato de su anatomía que me hizo recular en mi valoración inicial. El muy guarro no se depilaba el entrecejo, que le daba un aspecto brutal, como sacado de una novela rural de Miguel Delibes. "Pobre hombre, pensé, ¿no tiene madre o hermanos que le obliguen a mirarse al espejo?". Pues sí tenía, y además la señora Mateos era estheticienne de profesión. Aquello no tenía perdón de Dios… "¿Debo aconsejarle sutilmente que se lo depile o parecerá una impertinencia imperdonable por mi parte?". Tenía toda la noche para decidir la acción a seguir. De momento Raúl siguió hablando de sus estudios y de su familia con una elocuencia incansable, desdiciendo el aspecto enfermizo que denotaba su maltrecha anatomía.

Llegó el momento de la verdad. Tenía que hablar de mi vida, tarea que me desagradaba en grado sumo. No sabía como resumir mi experiencia vital en unos pocos minutos, y tampoco quería aburrir a mi interlocutor con una perorata interminable sobre mi vida y milagros, sin tener la seguridad de que nos volveríamos a ver en el futuro. Para no resultar pesado le resumí mi currículo vital en unas cuantas frases de compromiso, con algo de información para abrir boca, pero sin mucha miga.

Tengo 32 años, como sabes

Aparentas menos

Sí, eso dicen. No tengo estudios superiores

Quien lo diría leyendo tus correos y escuchándote hablar – me interrumpió nuevamente. Parecía sincero en su apreciación.

Sí, siempre me ha gustado mucho leer y mantenerme informado. Una mala costumbre que heredé de mi padre.

Yo creo que es buenísima.

Tal vez, pero sin una carrera hoy en día estás condenado al ostracismo laboral. Te aconsejo por tu bien que termines tu carrera como sea, y verás que la vida se presenta de otro color. Con un título universitario, en España eres el rey del mambo…te lo digo yo por experiencia.

Bueno, depende, con el título de Filosofía no creas que se llega muy lejos, pero al menos podré cumplir mi sueño de dedicarme a la enseñanza.

Yo hubiera querido ser periodista o escritor, pero me temo que esos sueños de juventud quedan ya muy lejanos

¿Y porqué no estudiaste en su día?

Me concentré en la respuesta precisa. No deseaba meterme en berenjenales tan pronto, pero debía darle al menos una pista de mis problemas familiares.

Bueno, digamos que la casa de mis padres no era precisamente el lugar más adecuado para estudiar, y tampoco para que un adolescente se desarrollara armónicamente. Mis padres se llevaban como el perro y el gato, pero se negaban a separarse como personas civilizadas. Y los que sufríamos las consecuencias de aquel mal ambiente familiar éramos nosotros. De ahí al fracaso escolar solo hay un paso.

Ya veo…yo en cambio he tenido mucha suerte con los míos. Aunque no es que me lleve muy bien últimamente con mi padre, desde que le confesé mi orientación sexual.

En aquellos tiempos pre-Jesús Vázquez casado, y pre-Brokeback Mountain, una salida de armario familiar me parecía tan insólita como si me hubiera dicho que tenía antepasados esquimales.

¿Ah, sí? ¿Y que pasó? ¿se lo tomó mal?

No es eso, lo que pasa es que tiene mentalidad franquista. Acaba de cumplir 63 años, y lleva prejubilado desde los 60 por un problema de columna. No se lo tomó demasiado bien, la verdad, se nota que es votante del PP…pero a fuerza de echarle huevos por mi parte ha tenido que aceptarlo.

¿Echarle huevos? ¿Qué quieres decir?

Sí, por ejemplo, si compro la revista ZERO, la leo en mi habitación y luego se la dejo inadvertidamente en la mesa de su despacho para que se vaya mentalizando

Joder, eso si que es echarle huevos, sí señor. Si yo hubiera hecho eso con el mío, que era admirador de Franco y del cardenal Gomá, me habría puesto las maletas en la calle en menos de cinco minutos.

¿Ya ha muerto?

Yo diría que ya ha descansado, porque la guerra que libró con mi madre en los últimos treinta años no tiene parangón en la historia de las batallas conyugales. Murió el año pasado de un cáncer. Tenía solo 61 años. No le dio tiempo ni a jubilarse al pobre.

Lo siento. Ahora que podía empezar a disfrutar de la vida…una lástima – cambió el tono de voz lóbrego por uno más animado, reconduciendo hábilmente la conversación hacia donde le interesaba – Y hablando de todo un poco…¿a qué te dedicas ahora, Edu?

Ya llegó la pregunta del millón. Si conseguía salir de esta con buen pie todavía había ocasión de triunfar aquella noche.

.- En realidad a nada en concreto – sinceridad ante todo era mi lema aquel día – He trabajado de comercial cinco años en una inmobiliaria, pero hace unos meses hubo una remodelación, y nos echaron a unos cuantos que nos salíamos del presupuesto. Y, mira que casualidad, que de los siete que echaron entre 200 trabajadores, 3 éramos homosexuales. No digo que esté relacionado, pero me parece un poco extraño.

  • ¿Allí en la oficina sabían lo tuyo?

Respondí sin dudar un instante.

  • Sí y no. Me explico. No deberían haber sabido nada porque ni mi comportamiento ni mi voz o costumbres podían delatarme en un principio, pero cinco años dan para mucho en un patio de vecindad como era aquella oficina de alto standing.

  • Lo típico ¿no? Alguien te vio entrando o saliendo de algún garito de ambiente y dio la voz de alarma al resto.

  • No exactamente. A decir verdad en aquella época no iba nunca por Chueca. Quería conservar mi "reputación" libre de mancha y debo reconocer que estaba completamente reprimido y aterrorizado.

  • ¿Entonces como lo averiguaron?

  • Muy sencillo. No hace falta que digas o hagas nada. Tú simplemente ve a trabajar cinco años al mismo sitio, no hables de tu vida privada o invéntate una novia invisible, y te aseguro que la gente no es tonta y empieza a hacer sus cábalas al poco tiempo. Suman dos y dos y les sale cinco por cojones. A no ser que seas un misántropo o un ratón de sacristía, te cuelgan el cartel de maricón a las primeras de cambio.

  • ¿Y como hacías para… ya me entiendes…ligar con tíos?

Resoplé esforzándome por encontrar una respuesta aceptable para la sensibilidad exquisita de aquel ser humano culto y digno que tenía al lado.

  • Bueno, la ciudad es grande y tiene muchos rincones oscuros que la gente tan desesperada como yo conoce por pura supervivencia

Noté un leve rictus de desaprobación en el hasta ahora relajado rostro de Raúl.

  • Comprendo…debió haber sido una época dura para ti.

  • No lo sabes bien. Yo era feliz en aquella oficina a todo lujo de las Torres KIO

  • ¡Ah! En la Plaza de Castilla, menudo sitio

  • Un sitio impresionante, pero cruel con los diferentes como yo. Allí había mucho machismo camuflado, por no hablar de clasismo militante y homofobia latente.

  • Joder, pues como me pintas el mercado laboral.

  • Es que en realidad, si te soy sincero, en esa empresa los empleados seguíamos entrando por recomendación de alguien, no por méritos propios. Yo entré por mi primo, que era el director comercial, y me sentí un pòco desplazado al principio, al ver que mis futuros compañeros eran casi todos gente de pelas, de esos con apellido compuesto y rimbombante. Yo a su lado era un mindundi integral, pero me crecí ante la adversidad y me hice un sitio en la firma.

  • ¿Y la gente te terminó aceptando?

  • Bueno, había de todo. Tampoco era un local segregado como la Sudáfrica de Botha. Las secretarias, por lo menos, eran muy simpáticas, y algunos compañeros también, por supuesto. Generalmente los más viajados y preparados intelectualmente. Pero entonces me llegó el rumor de que una compañera se había enamorado de mí, o por lo menos que le hacía tilín. Aquella chica era hija de un magnate de la comunicación en Francia, y un verdadero partidazo. Para rematar, hablaba cinco idiomas, era culta, atractiva y tenía a media oficina babeando a sus pies. Y se tenía que ir a fijar en el único que no podía corresponderla como se merecía.

  • ¡Menudo papelón! ¿Cómo capeaste el temporal?

Desvié la mirada un segundo y me sinceré sin rodeos.

  • Mintiendo. No encontré otra opción más creíble en aquel momento. Les comenté que tenía novia, pero que ella vivía en Barcelona., que estaba loco por ella y que no me interesaba aquel bombón de mujer que podía solucionar mi existencia y que, al parecer, estaba deseando hacerlo. Era una mentira absurda, que sólo me sirvió de tapadera una temporada, aunque, como suele pasar, escondía una gran verdad, porque el chico del que estaba enamorado en secreto era barcelonés, pero esa es otra historia.

  • ¿Y que hizo la chica aquella?

  • ¿Nadine? Supongo que se sentiría dolida en su amor propio, porque si su propio jefe me hizo llegar el rumor expresamente, es que deseaba que rompiera el hielo con ella de inmediato. Más que un comentario, era una orden de actuación. Todo era así de sutil en aquella oficina. Aquello me restó puntos ante mis compañeros, que se hubieran pegado por encontrarse en mi lugar. Me decían que era idiota, que dejara a mi novia, que encima sería una catalana separatista, según ellos, y me lanzara a la piscina con la francesita y su padre forrado de millones sin perder un minuto. Pero yo debía ser fiel a mí mismo, nunca me hubiera perdonado hacer daño a una mujer tan maravillosa como ella. Que además era muy simpática y hablaba español perfectamente, pues llevaba viviendo aquí varios años. En fin, que la chica lo tenía todo…menos al galán perfecto.

La chica encontró novio en Madrid meses después, pero mi reputación, como te digo, nunca se recuperó del todo. Y cuando cumplí los 30 y veían que no tenía planes de boda como mis compañeros, las sospechas arreciaron sobre mi verdadera identidad sexual. Decidí volver a mentir y dejé caer que no tenía planes de boda porque había roto con la catalana esa, y aquello fue la confirmación definitiva de sus sospechas. No hacía falta que dijera o hiciera nada más. Pero a mí no me decían nada abiertamente, claro.

  • Me alegro de no tener que trabajar nunca en un así de pijo y estirado.

  • Ya, pero yo me sentía muy integrado en ese entorno laboral privilegiado. Ya sabes, traje, corbata, tarjeta de visita, viajes pagados en avión a visitar a clientes por España o Europa, comidas y cenas de empresa, bono de beneficios a final de año…todos esos imperceptibles detalles que te hacen creer que en ese momento eres alguien que cuenta en tu comunidad. Pero todo resultó ser un espejismo.

  • Digamos que fue bonito mientras duró ¿no?

  • Algo así. Mi jefe, con quien mantenía lo que yo pensaba era una estrecha amistad, no supo darme una razón clara de porque prescindían de mis servicios. Ordenes de América, exceso de personal, bajada de beneficios los dos últimos años…las típicas excusas. Aquel despido injustificado me condujo a la depresión, ésta a decidir tomarme un año sabático, aprovechando el año y medio de paro y la jugosa indemnización recibida, y todo junto me ha conducido a decidirme a probar suerte en el amor, y, en resumen, hasta el momento presente que estamos viviendo.

Raúl cambió su animado tono de voz por uno más lúgubre y reservado mientras miraba por la ventana del establecimiento. La cosa se ponía trascendente, pensé. No me equivocaba .

  • Yo también he sufrido una depresión grave en los últimos tiempos

  • Se te nota – no pude por menos que recalcar – estás excesivamente delgado, en mi humilde opinión.

El asintió entristecido con la cabeza. Sin embargo, la información que iba a darme contradecía totalmente las apariencias externas.

  • Pero la mía no ha sido por motivos laborales, sino por no asumir mi homosexualidad

Me quedé un poco sorprendido y él lo debió notar de inmediato.

  • Sí, ya sé que te he contado lo de la revista Zero y mi padre. Pero eso ha sido de un año a esta parte. Anteriormente a eso, mis prejuicios previos me impedían aceptarme tal y como era. Y eso me condujo a odiarme a mí mismo y a aumentar de peso considerablemente. Comía como un animal. Llegué a pesar 120 kilos hace 3 años.

Me quedé de piedra. Aquel saco de huesos, que pesaba menos de 60 kilos para su 1’76 de altura, o bien me estaba vacilando abiertamente, o su enjuto cuerpo poseía la capacidad de hincharse y deshincharse a voluntad como un globo de colores.

  • En realidad se debe todo a un problema de tiroides, y tengo que tomar una medicación especifica para controlar el problema. Al final mi familia me presionó para que acudiese a un especialista en nutrición, fui al endocrino y me puso una dieta especialmente pensada para mi problema hormonal

  • ¡Y ha sido un éxito, de eso no cabe duda! ¡Pero un poco más y te deja en puro pellejo! – me limité a constatar un hecho evidente para cualquiera. Confié en que el comentario no le molestara, cuidando el tono y las maneras.

  • Sí, parece ser que es un efecto secundario indeseado de la dieta; llega un momento en que no puedes parar de perder peso, y yo he estado en este proceso hasta hace unas semanas. Ahora, por suerte, está empezando a autoregularse y he ganado dos kilos en 15 días. Eso me animó lo suficiente como para pensar en contestar tu anuncio, que me impactó nada más verlo. ¡Estaba tan bien escrito y parecías tan auténtico!.

  • Bueno, no te creas, yo también estoy un poco perdido en este momento de mi vida… por cierto, si no es indiscreción, te gastarás una pila de dinero en ropa, ¿no? Si cada pocos meses varías las tallas de esa manera en que lo haces, El Corte Inglés se tiene que frotar las manos contigo cada vez que te vean aparecer por la puerta principal

Raúl se echó a reír con ganas y energía, como negando categóricamente su supuesta fragilidad física. Mentalmente se le veía muy mejorado, al menos en apariencia. La conversación se fue diluyendo después hacia temas más generales, política, religión, cine, música…el típico examen previo en la candidatura del amor, que ya reflejaba claramente un interés inicial mutuo en prolongar esa cháchara intrascendente en futuros vis a vis sin testigos. Cuando los camareros del local nos advirtieron de que tal vez era hora de volver a casa, miramos sorprendidos el reloj de pared, para comprobar que llevábamos más de cinco horas conversando animadamente, como si nos conociéramos de toda la vida. Ahí había algo, deduje. No sabía aún que era, pero decidí dar una oportunidad al destino. Mientras me conducía de vuelta a casa en el vetusto Citroen AX blanco con matrícula de Badajoz, heredado de su padre, le observé fijamente sin que se diera cuenta. Mostraba una serenidad asombrosa para un hombre con los problemas de salud y depresivos que había confesado sin ambages poco antes. Descubrí que tenía la barbilla huidiza, al estilo del presidente Zapatero, un detalle que no me gustó demasiado, pero a cambio era dueño de una deliciosa nariz chata que haría las delicias de cualquier joven californiano. Y los lóbulos de las orejas eran muy grandes y carnosos, símbolo de espiritualidad, decían los místicos. Sus ojos, soñadores y anclados en la realidad al mismo tiempo, invitaban a su contemplación en una noche de verano solitaria como aquella. Le pedí, sin cortarme un pelo, que aparcara en una calle sin salida cercana a mi casa, junto a un céntrico parque. Sabía que no iba a hacer el amor con él en ese momento, no me pareció la clase de chico que hiciera aquello en su primera cita, además parecía asustado por la situación, como si le hubiera pillado de sorpresa. Deduje, por lo que ya sabía, y por su timidez en esos momentos de creciente intimidad, que no debía tener mucha experiencia en estas lides. Todo lo contrario que yo, el rey del asiento de atrás, pensé en silencio absoluto. Cuando el ruido del motor se apagó y yo, seguro de mí mismo y de mi poder de seducción, tome su gélida mano entre las mías, como si de un muerto viviente se tratara, él retrocedió asustado como una damisela en apuros tratando de defender su virginidad a capa y espada.

  • Verás, no suelo hacerlo la primera vez que quedo con un chico… - me explicó algo avergonzado de su repentino ataque de puritanismo.

Mi expresión comprensiva pareció tranquilizarle de inmediato.

  • En realidad, yo tampoco – mentí descaradamente intentando tranquilizar su atormentado espíritu.

Nos sonreímos por un momento antes de juntar nuestros labios en un candoroso beso que no hubiera desentonado en una comedia juvenil de Sandra Dee en los años 50. Aquel sería el primero de otros muchos por venir, y uno de los momentos más mágicos e irrepetibles de mi existencia. Quedamos allí, con las manos entrelazadas, en el silencio fantasmal de la noche, escuchando los compases de una música nunca antes escuchada que parecía surgir directamente de nuestros corazones. Aquel fue el día más importante de mi vida, el día que marcaría un antes y un después en mi agenda vital. Era la madrugada del 9 al 10 de Agosto de 1999, y un amor radiante nacía entonces, al filo del alba, para morir poco después, con los primeros fríos de otoño, como una hermosa, pero perecedera, flor de verano.

(Continuará)