Echar un ojo

Pepe tiene por delante quince soporíferos días de verano en la ciudad; su vecino, más afortunado, le encarga que riegue las plantas, recoja el correo y eche un ojo a su hija adolescente... ¿Qué puede salir mal? A leer en pequeñas dosis o de una vez, tú eliges. #Soft, o incluso #NadaPorno

DÍA 15

- Buenos días, vecino - dijo Juan. Aunque hace años que vivimos puerta con puerta y conocemos nuestros nombres, en el portal sigue llamándome así.

- Buenas, ¿Qué tal todo? - le respondí. Lo que sigue fue una típica conversación de ascensor: el tiempo, las noticias de portada del periódico y monosílabos varios. Al llegar al piso por fin se decidió a decir lo que yo esperaba que dijese desde el principio.

- ¿Te podría pedir un favor? - preguntó titubeando, como si de verdad lo que iba a pedir le supusiera contrariedad.

- Si, claro, dime - le dije adivinando lo que iba a pedir.

- Verás,mañana nos vamos de vacaciones… - empezó a decir.

- Ah, qué bien - le interrumpí.

- Si, nada, quince días a Torrevieja, al apartamento de mi cuñado, que me cae como una patada en los huevos, dicho sea de paso, - dijo bajando un poco la voz- pero bueno, tendremos que aprovecharlo, ¿no?, además así escapamos de este calor - dijo pasándose el dorso de la mano por la frente y secándose las gotitas de sudor que le empezaban a aflorar.

- Y quieres que mire el correo y riegue las plantas, como otros años… -. Lo había adivinado, pero mis dotes premonitorias no me hacían sentir mejor al ser el único gilipollas de confianza que se quedaba derritiéndose con el asfalto.

- Si no es mucha molestia… - dijo él. Su cara de felicidad por haber encontrado a quien cargarle el muerto contradecía el tono pesaroso de su voz.

- No, que va… yo encantado -. Al menos tendría la excusa para huir diez minutos al día de mi casa. Aunque mi refugio estuviese al otro lado del patio de luces.

- En realidad no haría falta, porque Sara se queda, dice que es muy mayor para venir con nosotros, pero sinceramente, prefiero que te encargues tú, porque ya sabes como es Rosa con sus plantas, y con esta hija nuestra que no sabe donde tiene la cabeza, a la vuelta la íbamos a tener gorda si se habían estropeado las flores de la terraza, además así le echas un ojo de vez en cuando para que no se desmadre… -siguió hablando, pero mi cerebro ya no seguía su conversación.

- Ah, ¿qué edad tiene? - fue lo único que se me ocurrió preguntar.

- Dieciocho - respondió.- Entonces perfecto, luego te paso las llaves, buenos días y gracias - añadió antes de desaparecer tras la puerta de su casa.

DÍA 14

Dieciocho años, hay que ver como pasa el tiempo, aunque también dice el tango que veinte años no son nada, así que dieciocho deben ser menos que nada. Y sin embargo los tenía que haber visto pasar… Podía haberme hecho estas reflexiones viendo engordar el culo de mi mujer, pero su culo estaba siempre empotrado en la butaca del salón frente al televisor, o me lo podía haber dicho cada mañana bajo la ducha, pero ahí prefería mucho más masturbarme que cavilar. Dieciocho años… Lo pensaba ahí, de pie frente a la ventana de la cocina, mirando el vació y no viendo más que la cocina del piso de enfrente. Tenía que haberme dado cuenta que Sara ya no era la niña que alborotaba el patio corriendo por el pasillo en su triciclo, ni la adolescente que con su música alta nos hizo odiar a Justin Bieber antes incluso de saber quien era Justin Bieber, sino la joven de piernas flacas y largas, tiernos pechos y belleza tranquila que se pasea frente a mí con la vista fija en su teléfono móvil y con una camiseta tan holgada que me hace imposible adivinar si lo que lleva debajo son unos shorts o la ropa interior. Cuando levanta la cabeza y me ve, me dedica una generosa sonrisa. Dieciocho años.

DÍA 13

En el buzón sólo propaganda que dejo sobre la mesa de la cocina, la regadera en la terraza, las plantas en salón, cocina y balcón. Este año ya sé que la de la habitación de matrimonio es de plástico. ¿Habrá más? Me detengo junto a la puerta del cuarto de Sara. ¿Ahí habrá algo que regar, o sólo estará esta dulce criatura inocentemente dormida cubierta apenas por una suave sábana…? Inconscientemente encuentro mi mano refugiada en el bolsillo. Gano la batalla sobre mí mismo y dando media vuelta vuelvo a mi casa. Bueno, casi. Antes paso por el baño y me meto en el bolsillo un tanga que había visto colgando del grifo del agua caliente; en todas las guerras hay prisioneros.

DÍA 12

Su padre me dijo que tenía que estudiar, pero…, hace calor, es difícil concentrarse, además queda mucho verano por delante. A la mañana duerme, a la tarde va a la piscina y a la noche no va a ponerse a estudiar, ¿no? Enciende la tele, se lleva la cena al salón y sujetando el smartphone entre las manos hace méritos para un esguince cervical. Cuando apaga las luces, puedo irme yo también a la cama.

DÍA 11

Hoy junto al único sobre que había en el buzón, dejo sobre la mesa una pequeña bolsa marrón con dos cruasanes. Me he sentido generoso en la panadería. La propaganda de los días anteriores sigue en su sitio. Sé que Sara salió, oí el portazo, pero no bajó los papeles a reciclar; hacen bien en no encomendarle sus padres el cuidado diario de las flores.

Es casi mediodía cuando se enciende la luz de la cocina en el piso de enfrente. Por fin un signo de vida que ahuyente a los ladrones avisados por las persianas a medio echar tanto de día como de noche. Sara irrumpe y yo miro hacia otro lado. Al cabo de unos segundos giro la cabeza, no puedo resistir la tentación. Me está mirando. Señala la bolsa con los dos bollos. Dice algo, aunque con el doble cristal no oigo nada. Aún así afirmo con la cabeza. Ella abre la ventana, yo le imito:

- Muchas gracias, a ver si mañana madrugo y me los encuentro todavía calentitos… -.

DÍA 10

¿Sabrá que la camiseta que lleva puesta es la del Partizán de Belgrado o la habrá elegido como pijama solamente por las rayas blanquinegras? ¿Cuántas ligas y copas serbias habrá ganado el Partizán de Belgrado? ¿y de la extinta Yugoslavia? Cualquier pregunta es buena para distraer a mi cerebro y evitar estos pensamientos que me asaltan sentado frente a ella, pero mis ojos, ay mis ojos, éstos son unos librepensadores y unos descarados, y hace ya tiempo que han advertido que no lleva sujetador bajo su camiseta del Partizán de Belgrado, y aunque el guardia urbano de la conciencia les obligue a mirarla a la cara, los ojos no pueden evitar fijarse en el suave vaivén de sus pequeños tiernos pechos cada vez que Sara da un mordisco al cruasán que está desayunando frente a mí.

DÍA 9

- ¿Sabes? De pequeña me parecías un ogro, con la barba que llevabas y los ojos tan negros… - confiesa riendo.

- Vaya, así que un ogro, gracias - le respondo también sonriendo.

- Si, pero estos días me estoy dando cuenta de que eres súper enrollado - replica.

- Cuando mis hijos me decían eso es que me querían pedir algo - le digo.

- ¿Y qué te podía pedir yo? - dice ella riendo. De golpe se me ocurren miles de respuestas explícitas, así que mejor la dejo con su colacao y su cruasán y me vuelvo a mi casa.

DÍA 8

No sé, tal vez sea un caso único en el mundo, digno de estudio por parte de una universidad muy prestigiosa de Nueva Escocia, y quizás dentro de unos años unos científicos, incluido un japonés, en bata, delante de mi cerebro desestructurado presenten un análisis que merezca la portada de la revista Science , pero el caso es que cuando habla mi mujer oigo su voz como si saliera del televisor, lejana, hueca, como si no hubiera que prestarle demasiada importancia. Sin embargo, cuando esta mañana Sara ha surgido de su habitación restregándose los ojitos y me ha saludado con un “buenos días” , he escuchado música celestial y todos mis sentidos se han puesto alegres y risueños. Algunos, hasta demasiado.

DIA 7

Me siento culpable. Desayunar con Sara se ha vuelto parte de la rutina, como mirar un buzón semidesierto y regar inútilmente unas plantas que la ola de calor acabará secando. Por eso he lavado y secado el tanga que le robé; no lo he planchado porque no sabía cómo hacerlo. Además, en mi bolsillo se hubiese vuelto a arrugar. Al despedirme, como quien no quiere la cosa, como si ese minúsculo trozo de tela no hubiese estado donde había estado, le digo:

- Ay, se me olvidaba, el otro día debiste tender esto en nuestras cuerdas -

Ella lo mira y lo remira antes de decir: - No sé poner la lavadora, soy un desastre- Durante unas décimas de segundo, las que ella está callada, me siento descubierto y dispuesto a confesar como un traidor. Luego añade: - siempre me equivoco al elegir el programa -.

DÍA 6

-¡Pues claro que Sara tiene novio!, desde hace tres años, Daniel, el hijo del frutero. Sería él, ¿Quién iba a ser si no? Bueno, bueno, te dejo, que estoy en la playa y hay mucho ruido y no te oigo nada - y cuelga. Yo también conozco a Dani, y sé que no era él. De hecho sé quién era, aunque a mi vecino he preferido no contárselo. Era Nacho, uno de los porreros del parque. Y si su padre prefiere seguir en la playa viendo gordas en topless que preocuparse por ella, me tendré que ocupar yo…

¿Ves? La puerta está cerrada sin llave, y ayer cuando vinieron le dio dos vueltas, que lo oí desde la cama. Bueno, por lo menos eso quiere decir que él se marchó después de utilizar a mi Sara y que no me va a aparecer en pelota picada por el salón mientras riego las plantas. Cuando abro la puerta bajo el fregadero todavía tengo esperanzas, pero… como dos puñaladas, dos preservativos usados en la basura. Le voy a prohibir volver a ver a Nacho. Y al hijo del frutero también. Cuando me voy, le echo la llave a la puerta.

DÍA 5

La cerveza sólo enfría mi garganta, el resto de mi cuerpo sigue echando humo. Vale que engañe a su novio, pero ¿y a mí?, ¿dónde queda el vecino súper enrollado que te lleva cada mañana dos cruasanes calientes si a la primera de cambio te lías con un chulo de poca monta y prácticamente politoxicomano? Porque estaban los dos condones en la basura, que si no, ¿cómo se le va a levantar a ese con toda la mierda que se mete? Anda ya…

El enfado me dura hasta la noche, hasta que Sara se sienta en el sofá sobre sus rodillas embutida en un pantaloncito de deporte y una camiseta sin mangas.

DÍA 4

Estoy feliz. Tarareo alegres canciones inventadas, soy un Georgie Dann moderno y elegante. Dejo sobre la mesa de la cocina la bollería, napolitanas esta vez, y el número semanal de la revista femenina de la que Sara me habló hace unos días. Riego las plantas, canturreo, seco las gotas que han caído al parquet con una toalla minúscula, tamaño gnomo. Cuando vuelvo a la cocina Sara pasa deprisa las hojas de su revista. No la había oído salir de su habitación, se ha movido con sigilo, como un fantasma. De hecho va envuelta en una sábana. La camiseta del Partizán está tendida y no debe tener uniforme suplente. Al verme, se levanta de un salto y con alegría dice:

- Te has acordado… muchas gracias - y me estampa un sonoro beso en la mejilla.

DÍA 3

Seguro que mi médico se opondría radicalmente; dos cafés cargados en apenas media hora es muy malo para la tensión. Pero… ¿como iba a decirle que no a mi joven vecina? Sentado, la observo mientras prepara el café. De espaldas a mí, una camiseta blanca de algodón, sin mangas, y no tan larga como su camiseta de fútbol, me permite ver su culito y en mi cara se dibuja una sonrisa idéntica, prácticamente a escala, de la curva de sus nalgas. Cuando se gira y compruebo que la camiseta se le transparenta y en su braguita azul se le marca la forma de su sexo, me mareo súbitamente, tengo sudores fríos, taquicardia, problemas respiratorios y de coordinación, además de una hinchazón repentina. Debe ser el café. O Sara, una de dos.

DÍA 2

El calor es insoportable estos días. No puedo dormir y voy a cumplir con mis tareas diarias en el piso de los vecinos antes de lo habitual. Las flores se beben el agua como un guiri engulle la sangría en verano. Dejo las persianas bajadas, sólo unas rendijas permiten pasar la luz mínima necesaria, pero es inútil, el calor se cuela de todas formas.

No se ha despertado, sigue durmiendo. Es antes que otros días, y con este calor le habrá costado conciliar el sueño, así que trato de no hacer ruido. Al pasar por delante de su habitación su puerta no está cerrada, únicamente entornada. No puedo evitar asomarme. Duerme placidamente boca abajo, en diagonal, con una pierna estirada y la otra flexionada y el pie apoyado en la rodilla contraria, con las manos escondidas bajo la almohada y la cara mirando al lado contrario de mi posición. Me quedo observándola, hermosa, frágil, parece tan desvalida… Ah, casi se me olvida mencionar que estaba desnuda y con la sábana arrugada tirada al pie de la cama.

DÍA 1

Contención Pepe, contención. ¡Pero es que sería tan fácil…! Si tengo las llaves aquí en la mano, y a estas horas todavía debe estar profundamente dormida, y con este calor… ¡No! Cuenta hasta diez Pepe, mejor hasta cien, inspira, respira, inspira, respira, inspira, respira… ¿Ves como ya va pasándosete la tensión con la que amaneciste después de tener sueños aún más dulces porque Sara salía en ellos…?

DÍA 0

- Esta tarde vuelven tus padres, mañana ya no te traeré el desayuno - le anuncio.

- Que pena… - dice, y por su voz parece que realmente vaya a echar de menos los despertares de las dos últimas semanas. Una pena y un alivio, pienso. Cada día se me hacía más difícil resistir la tentación, así que a partir de mañana volveré a mi aburrida vida de antes. Adiós a sus ojitos somnolientos, adiós a los desayunos compartidos, adiós a sus camisetas sugerentes y a sus pantaloncitos explícitos, adiós a las frases intercambiadas a través del patio, adiós a los biquinis en el tendedor a su vuelta de la piscina, adiós Sara… Su presencia en mis sueños y su sonora risa grabada en mi mente me ayudaran a superar la abstinencia. - …entonces tendremos que aprovechar el tiempo - añade.

- ¿…? - su mano en mi pecho me empuja y me hace caer sobre el sofá del salón. Mientras se saca la camiseta y se planta frente a mí únicamente vestida con una braguita verde, todavía tengo tiempo de reaccionar: - ¿Qué haces, estás loca?

- Fóllame, si no lo haces le diré a mi padre que me espiabas noche y día, que me robabas los tangas, que me encerrabas en casa, le hablaré de tus insinuaciones de viejo verde, de cómo babeabas mirándome las tetas, le contaré que pretendías comprarme con desayunos y regalos… te juro que lo hago- dijo, y se sentó sobre mi regazo.