Echando una mano
Elisa acude a un hotel para hacer un servicio a un matrimonio fetichista...
Elisa se despertó con el sonido de su móvil. Aunque no era muy estridente, inmediatamente maldijo el momento en que olvidó silenciarlo. Siempre lo hacía cuando volvía de trabajar, pero hoy se le había pasado. Al moverse notó una molestia en el culito, y rápidamente rememoró la intensa noche que había tenido, mientras calculaba que había dormido sólo 6 horas. Odiaba dormir menos de 9 horas, sobre todo después de darlo todo en lo que a sexo se refiere. El número era desconocido, pero ya estaba acostumbrada, así que contestó tratando de disimular su mal humor, nunca se sabía cuando podía conocer a un nuevo cliente tan agradable como la pareja de anoche. Era un matrimonio habitual de los tríos, que le había cogido el gusto a su cuerpo, y además de tratarla de diez, follar en su cama era como hacerlo en su apartamento, se sentía a gusto dejándose penetrar por él mientras su mujer la acariciaba cada rincón de su cuerpo. Había llegado a desear follársela a ella sóla, pero de momento la mujer se limitaba a utilizarla para estrenar sus cada vez más sofisticados juguetes sexuales, por supuesto siempre pidiendo permiso y aplicando el máximo cuidado al penetrarla, tanto como su marido. Parecía que ella sólo estaba interesada en recibir en su boca la leche de su marido después de horas de jugueteo y penetraciones sin fin...
Elisa les visitaba en su domicilio, un lujoso apartamento en el centro, de donde salía siempre a medianoche, sintiendo agujetas en todo su cuerpo, especialmente en sus agujeros íntimos, donde se centraba el interés del matrimonio, y donde descargaban todo su estrés. Elisa descolgó el teléfono y pronunció un breve:
- "Elisa, ¿quién llama?".
Al otro lado de la línea sonó una voz masculina, muy seria:
- "Si te interesa un servicio, te espero en media hora, esta es mi dirección, sólo tienes que traer ropa de cambio".
Elisa recordó el nombre del hotel y el número de habitación, y antes de responder, el hombre colgó. En realidad lo que le hubiese gustado era descansar y darse un buen baño, pero en lugar de eso se dió una ducha rápida y se enfundó en sus vaqueros, metiendo en una mochila algo de lencería y uno de sus vestidos. Salió disparada hacia el hotel y una vez allí llamó a la puerta. Cuando esta se abrió, un hombre de unos 40 años sentado en una butaca le dijo:
- "Puedes vestirte en el baño".
Elisa lo hizo y allí vió su dinero sobre la encimera, algo más de lo que solía cobrar habitualmente, pero no dijo nada. Sacó de la mochila sus medias negras y el liguero y se enfundó en un vestido ajustado que ocultaba el sujetador de encaje y la parte más provocativa de su vestido. Luego se maquilló rápidamente y salió del baño. El hombre se le acercó y cogiéndola de la cintura, le empezó a recorrer el cuello para bajar directo a sus pechos. Entonces ella hizo el amago de abrirle el albornoz, pero él empezó a desnudarla. Elisa se dejó hacer, y cuando sólo tenía el tanga, el hombre le dijo al oído:
- "Quiero que me ayudes a vestirme. Con tu ropa".
Elisa entendió las intenciones del hombre, y calculando que eran más o menos de la misma estatura, le ayudó a ponerse sus medias, luego le ajustó el sujetador e incluso le puso sus zapatos, que le entraron con dificultad, aunque mejor porque eran sandalias de tacón. Inmediatamente notó cómo el pene empezaba a crecer, y entonces él le bajó el tanga negro y cogiéndolo en su mano le dijo:
- "Me gustaría olerlo, ¿puedo?".
Elisa asintió y cuando él aspiró el diminuto tanga, su erección creció aún más. Ella entonces se lo quitó de las manos y se lo subió por las piernas. Elisa quedó desnuda completamente, y entendió que lo que el hombre buscaba era sentirse como ella, así que inició sus caricias por todo el cuerpo, haciendo especial énfasis en sus genitales. Sus pezones se pusieron erectos, aquella situación le producía mucho morbo, mientras pensaba que iba a tener que volver a casa sin bragas.
Él entonces inició un vaivén con sus dedos en la vagina de Elisa y notó la humedad incipiente, mientras ella se relajaba para empezar a disfrutar. Los dedos del hombre se introducían lentamente en su vagina, mientras alguien apareció en escena. Elisa abrió los ojos y se encontró de frente a una mujer de unos 40 años, muy elegante y perfectamente maquillada, rubia y de aspecto muy agradable. Se sobresaltó, pero la mujer la calmó inmediatamente con un beso en los labios:
- "No os interrumpo, cielo, necesitamos que se le ponga muy dura, sigue así".
Elisa empezó a comerle el pene, notando cómo iba endureciéndose cada vez más, mientras la mujer parecía estar cambiándose en el baño. Cuando salió, Elisa se quedó sorprendida. Tenía unas caderas imponentes, y unas piernas preciosas. Llevaba pantys de brillo y un sujetador blanco. Se había puesto un strap-on con un pene de látex que sospechaba que iba a ir directo a su entrepierna. Sin embargo cuando la mujer se acercó, volvió de espaldas a su marido y le untó con vaselina la entrada del culo, para a continuación apoyarse sobre él y hacer que el pene de látex fuese entrando despacio en su agujero, entre gemidos del hombre, que yacía boca abajo, ahora abandonado por Elisa como mera espectadora. La mujer sacaba el pene y lo untaba con más lubricante, para volver a iniciar el camino hasta el fondo. Su marido gemía, mientras ella le decía:
- "Vamos, zorrita, relájate. Esto te va a gustar".
Él cogió el ritmo y entonces el pene empezó a entrar y salir sin dificultad, mientras la mujer se dirigía a Elisa:
- "Vamos guapa, quiero que le entre la polla en el tanga, así no parece una mujer".
Elisa entendió la petición y empezó a masturbarle, colocándose luego en posición de 69 con él, para hacerle una mamada. Él ahogaba sus gemidos en los labios vaginales de Elisa, mientras trataba de penetrarla con la lengua. La mujer se lo estaba follando con bastante habilidad, mientras animaba a Elisa:
- "Cielo, haz que se corra, y no quiero que se manchen las sábanas, ¿lo harás por mi?".
Elisa tragó la polla de su marido hasta la garganta, y mientras sentía la lengua completamente dentro de su vagina, un espasmo le previno del orgasmo que estaba a punto de sacudir al hombre. Entonces abrió paso en su garganta a la polla erecta y sintió cómo le inindaba su leche caliente, que desbordó de su boca, para resbalar sobre sus pechos. El hombre soltaba su descarga sobre la boca de Elisa, mientras ella tragaba toda la leche sin dejar que nada se le escapase. Luego se limpió los chorros que habían resbalado de su boca y se metió todo entre sus labios, tragando hasta la última gota. Entonces ya con su pene relajado, se lo metió en su tanga, mientras la mujer aceleraba las embestidas, clavando el pene hasta el fondo del culo, justo encima de la cara de Elisa.
Cuando la mujer ya no pudo más, se dejó caer tumbada junto a su marido, y entonces Elisa tomó la iniciativa. Desató el strap-on a la mujer y entonces notó que sus bragas estaban empapadas, así como los pantys. Se abrochó el consolador y colocándose frente a la mujer, se agachó hasta posar sus labios sobre la entrepierna, y entonces extendió su lengua completamente sobre la vagina, caliente y húmeda. Notó un sobresalto de la mujer, que luego soltó un gemido. Elisa la miró y entonces abrió con sus dedos un agujero en sus pantys, para hacer hueco al pene de látex. Sin la menor dificultad, empezó a follársela como ella lo había hecho con su marido minutos antes, y pronto sintió cómo los pezones de la mujer se marcaban perfectamente bajo el sujetador de encaje.
Elisa empezó a follársela con ansia, mientras su marido aún vestido de mujer empezaba a masturbarse viendo la escena. Elisa se crecía al ver cómo la mujer gemía y abría cada vez más las piernas. Se aferraba a su cintura y hundía el pene entre sus piernas, sintiendo cómo sus propios pezones se ponían duros con la sensación de placer extrema que le invadía.
Cuando casi no podía más, notó en su culo el pene ya duro de nuevo del hombre, jugueteando entre sus piernas. Él posaba ahora sus manos por detrás en las tetas de Elisa, acrecentando su sensación de placer. Sentía las correas de cuero en su entrepierna empapadas por sus propios flujos, mientras la mujer gemía sin consuelo. Entonces el hombre tiró de ella cogiéndola por la cintura y le arrebató a su mujer, para sustituir el consolador por su propia polla erecta de nuevo. Elisa quedó a un lado, contemplando de nuevo la escena, cuando la polla del marido entraba hasta el fondo del culo de su mujer, y éste acariciaba sus piernas cubiertas de lycra con desesperación.
El hombre se sentó en la cintura de su mujer y empezó a masturbarse sobre ella, con la clara intención de correrse en su cara. Elisa entonces se quitó el arnés y abriendo paso con cuidado, se lo introdujo de nuevo al marido en el culo, dejando el pene de látex dentro de él, mientras dedicaba todo su esfuerzo a masturbar a la mujer, metiéndole dos dedos en la vagina en busca de su clítoris. Sus caricias fueron tan intensas, que antes de que el marido llegase al orgasmo, la mujer ahogó un gemido y se corrió agarrándose a las sábanas con los ojos cerrados, justo cuando el marido se corría de nuevo, salpicando su cara y su pelo rubio con otra pequeña lluvia de semen.
Elisa terminó su labor lamiendo hasta la última gota de la corrida en los labios, las mejillas y el pelo de la mujer, y guardando el semen en su boca, terminó con un profundo beso lésbico que dejó un regalo en la boca de la mujer, quien tragó todo mientras caía exhausta junto a su marido sobre la cama.
Elisa se puso los vaqueros, recuperó sus sandalias de tacón y salió de la habitación, con la satisfacción del deber cumplido.