Duro entrenamiento de un sumiso (fragmento)

Traducción de un fragmento de "Sobre Eve" ("About Eve", de Chris Bellows) ofrecido gratuitamente por Pink Flamingo Publications

Sobre Eve  (fragmento)


Título original: About Eve

Autora: Chris Bellows (c) 2001

Traducido por GGG, marzo de 2004

Dejando a Bobbi sufrir en el estudio, Lucrecia entró a la cocina y escuché el sonido de un corcho. Me senté en la sala de estar.

"Ya sabes, Eve, que cualquier macho se entretendrá en una actividad tan repugnante si se le da la oportunidad," se refería al intento de Bobbi de masturbarse. "A pesar de sus inclinaciones femeninas buscará placer como un macho normal, sin importar que no le esté permitido."

Hablaba desde la cocina. Se detuvo. Escuché el tintineo de los vasos y volvió a entrar a la sala de estar con una bandeja, dos vasos de vino y una botella.

Antes no me había fijado en su atuendo. Lucrecia llevaba un 'top' elástico negro sin tirantes. Sus grandes pechos estiraban el prieto material y podía ver debajo la silueta de unos pezones bien formados. Sus brazos y hombros desnudos revelaban una fortaleza que nadie sospecharía en una mujer de su edad. Una falda corta plisada y negra le facilitaba los movimientos, dejando al descubierto la mayor parte de sus muslos torneados pero musculosos. Pero era su estómago plano y descubierto lo que daba a entender aún más de su insólito carácter. Para una mujer que había alcanzado la década de los cuarenta, Lucrecia tenía el cuerpo de una atleta joven y se deslizaba por la habitación llevando la bandeja sin esfuerzo.

Su elección del color era perspicaz, resaltando las líneas plateadas de su pelo azabache y complementando sus ojos negros.

Lucrecia colocó la bandeja en la mesita de café, delante de mí. Cuando se sentó en la silla de enfrente, la corta falda se subió aún más y mostró los labios rosados de sus arregladas partes íntimas. Se dio cuenta de mi mirada, me sonrió confiada y se alisó la ropa sobre los muslos. La parte inferior de sus carnosos labios externos continuaba sobresaliendo pero sonreí amablemente, fingiendo no darme cuenta. Mis pensamientos volvieron a Bobbi. Si se le había obligado a vislumbrar tantos encantos femeninos durante un largo día de servidumbre no era de extrañar que su mano hubiera bajado involuntariamente hacia su órgano masculino cuando se le dio la oportunidad.

"Sí, mi segundo marido tenía una mano derecha muy activa. Cuando le permitía graciosamente explorar entre mis muslos con su lengua y sus labios el muy salido empezaba a acariciarse. ¿Te lo puedes imaginar, colocando su satisfacción al mismo nivel que la mía? Bien, finalmente resolví el problema. Investigué mucho y al final tuve que ponerle un cinturón."

Se detuvo y notó mi expresión de perplejidad.

"Sí, un cinturón de castidad. Hay disponible una variedad de modelos y tipos. Con el desarrollo de nuevos materiales no son los artilugios medievales que uno imagina. Con el ajuste adecuado pueden ser bastante cómodos y muy seguros. Puede resultar ineludible el acero inoxidable con alto contenido en carbón. Y resulta atractivo cuando está limpio.

Lucrecia hizo una pausa para dar un sorbo de vino. La acompañé.

"El enclenque de mi marido llevó uno durante los últimos tres años. Por supuesto que hay que quitárselo cada semana más o menos, para limpiarlo, pero el marco en forma de 'A' del estudio evita que entretanto juegue con su pequeña lombriz.

Otra pausa. Estaba dándome tiempo para reflexionar.

"Deberías plantearte uno para Bobbi. Hay cierto diseño que haría su masculinidad inapreciable bajo la ropa. Desde luego pueden necesitarse algunos refinamientos más importantes. Hubby prefiere ropa masculina así que en ese caso no se necesitó tal cosa."

Aproveché la referencia para preguntar por el fallecimiento de su marido.

"Una muerte trágica. Un ataque al corazón. Después de tres años decidí dejarle que se acariciase. Escuchar las súplicas se me hacía pesado al cabo del tiempo, de modo que le solté el cinturón y le dejé que siguiera con ello. No pudo soportar la excitación. Murió con aquella enorme erección y me imagino que una piscina de semen de tamaño considerable en algún sitio de su sistema. Probablemente el ataúd estuviera lleno de eso."

Lucrecia se echó a reír.

"Tendría que haberle dejado con el cinturón. Pero el seguro mitiga mucho el remordimiento."

Sus ojos centellearon con este último comentario. Quizás Lucrecia contribuyó a la muerte de su marido. Sin embargo, como asunto criminal, ¿qué fiscal querría plantear semejante historia ante un jurado?

Otra pausa, otro sorbo.

"Has sido muy amable haciendo que Bobbi trabaje para mí. Aprecio sus servicios... se supone que como remuneración tomo la responsabilidad de terminar con su hábito. Me doy cuenta de que probablemente vienes a divertirte viéndole humillarse, pero será mucho más moldeable sin la liberación hormonal normal. Creo que te sorprenderás con su recién descubierta buena voluntad para dar placer."

Lucrecia abrió casualmente los muslos y, otra vez, me encontré mirándola. Su vello púbico había sido arreglado a conciencia, dejando solo una pequeña mancha triangular encima de la expuesta caperuza de su clítoris, cuya parte superior estaba cubierta por la falda. El movimiento hizo que sus labios externos se abrieran y revelaran el bermellón de los internos. Estaba bastante húmeda, evidenciando un notable nivel de excitación. Al notar mi mirada se subió la falda, exhibiendo brevemente más de su sexo, luego la alisó hacia abajo para volver a taparse. El aleteo de la ropa hizo que su fragancia almizclada flotara y se mezclara con el 'bouquet' decadente del vino. No había duda de que la idea de tener a Bobbi las 24 horas bajo su control la excitaba. Y a mí, la idea me resultaba de lo más intrigante. Después de todo solo tenía 22 años y estaba deseosa de aprender de esta mujer severa y autoritaria.

"Es el momento de poner algunas pesas," comentó de pasada Lucrecia.

Se levantó y se dirigió al estudio. Oí como se abría un cajón y se cerraba, luego un grito apagado de dolor de Bobbi. Lucrecia volvió.

"Solo un poco de tensión extra en las pinzas del escroto. Con los recuerdos de esta noche las ganas de tocarse de Bobbi disminuirán."

Lucrecia sonrió con una extraña vergüenza, dando la impresión de estar orgullosa de su habilidad para disciplinar y controlar a los machos pero sin desear, por modestia, exhibirla.

Nuestra conversación recorrió una amplia variedad de temas, con Lucrecia volviendo cada pocos minutos al estudio a asegurar el tormento continuado de Bobbi. Acabé hambrienta y achispada por el vino. Cuando Lucrecia apuró las últimas gotas anuncié mi intención de retirarme.

"Basta con que mandes a Bobbi arriba cuando hayas terminado con él," sugerí. "Y por favor ¿me permitirás contribuir a sufragar el coste de su cinturón?"

Lucrecia resplandeció ante mi comentario que reafirmaba tan claramente sus planes.

"Considéralo una compensación, Eve. Se lo ganará."

Se rió ominosamente con su último comentario y me levanté para irme. Más tarde, mientras me cambiaba para ponerme el sarong (N.T.: especie de falda malaya) de seda con el que Bobbi disfrutaba tan a menudo restregando sus partes íntimas, me di cuenta de que mi fragancia también se había mezclado con el 'bouquet' del vino.

Estaba en la cama y medio dormida cuando finalmente regresó Bobbi. Lucrecia le hizo llevar su bonito uniforme de criada, considerando que era innecesario cubrirse para el corto viaje por el vestíbulo y las escaleras. Llamó suavemente a la puerta de mi dormitorio y entró. Seguía completamente desnudo a excepción de la cofia de criada y los zapatos de tacón, me dio humildemente un masaje en los pies y luego me besó y lamió los dedos de los pies. Me quedé dormida y me desperté ante un suntuoso desayuno de huevos Benedict (N. del T.: huevos pochados servidos sobre una rebanada de pan tostado). Bobbi seguía erecto mientras me servía e indicó que Lucrecia exigía que llamara a su puerta en ese mismo estado. Así que le dejé que se arrodillara a mi lado y embistiera mi muslo cubierto con el sarong con su pequeña erección púrpura mientras comía, con cuidado de no eyacular.

Para cuando estábamos preparados para salir, Bobbi estaba más duro de lo que nunca le había visto y la expectativa de salir del apartamento desnudo, empalmado y con zapatos de tacón parecía excitarle más que utilizar mi muslo. Cuando llamamos a la puerta de Lucrecia tardó en contestar, de modo que abrí la puerta exterior para salir. Mientras lo hacía la punta del pene de Bobbi quedó al descubierto a la luz de la mañana. El líquido preseminal se escurría por su húmedo dardo hasta las bolsas rosas y afeitadas de debajo. Dejé un momento la puerta abierta y que el aire exterior acariciara las partes íntimas expuestas de Bobbi. Dos caminantes iban por el sendero y miraron como estaba Bobbi mientras yo soltaba la puerta y se cerraba lentamente tras de mí. Bobbi se dio cuenta de la rápida mirada y volvió a llamar impaciente mientras escuchaba como Lucrecia abría la puerta.

Su impertinencia resultó molestarla. Iba a tener otro largo día.

Cuando volví de la clínica al final del día, Bobbi me saludó con el acostumbrado vaso de vino frío, centrado con precisión sobre una bandeja de servicio decorativa. Caminaba un poco como con pies de plomo y cuando le pedí un informe del día explicó que Doña Lucrecia, como la llamaba, le había vareado vigorosamente por su transgresión al llegar, luego pasó la mañana midiéndole, mientras estaba sentado, de pie y en las posturas más reveladoras. La lista de medidas incluía su órgano viril, tanto en estado flácido como erecto.

"También me metió algo dentro de mí y por la tarde me aplicó crema... ahí abajo."

Bobbi todavía se mostraba tímido al hablar de sus partes íntimas. Estaba a punto de pedir más detalles cuando sonó el teléfono. Era Lucrecia.

"Bobbi está cuidando un juguete para mí, Eve. Se le ha dicho que se lo quite por la mañana y baje las escaleras con él. Es un consolador anal. Está un poco prieto por ahí y necesitaremos cambiar eso. Y de paso empecé a aplicarle crema depilatoria. Cuando lleve el cinturón cuantas menos razones para quitárselo mejor. A esta edad los pocos folículos maduros morirán en dos o tres semanas de aplicación diaria. Y los nuevos no se desarrollarán. Le dije a Bobbi que afeitarse no es bueno para la piel de una chica. Estuvo de acuerdo." Lucrecia se rió.

"He enviado por fax sus medidas a Alemania esta tarde. He pedido algunos refinamientos sobre un cinturón normal. Estará listo en cinco o seis semanas."

Le di las gracias a Lucrecia y ella a su vez me las dio a mí. Poco se podía imaginar que yo no sabría qué hacer con Bobbi sin ella, pero realmente parecía contenta de ocuparse de él.

Más tarde esa noche hice a Bobbi desnudarse. Efectivamente cada nalga estaba adornada con seis marcas horizontales regularmente espaciadas y perfectamente idénticas. Lucrecia era sin duda una perfecta flageladora. Y firmemente implantado en el joven esfínter de Bobbi estaba el tapón de Lucrecia, proporcionando a Bobbi un recordatorio constante de su autoridad y control.

¡Qué anfitriona tan maravillosa!