Duro

Una escena de cerdeo y fisting en un local de cruising. Llevo tiempo con ella en la cabeza y hoy me he animado a escribirla de un tirón. Espero que os mole

Duro

by Falazo

En aquel local de cruising le conocían como "El Toro". Y la verdad es que se lo tenía bien ganado. En aquel momento se pellizcaba con fuerza los pezones, uno con cada índice y pulgar de cada mano, mientras miraba levemente hacia arriba con los ojos cerrados, concentrado. Un veinteañero hacía lo posible por engullir su enorme polla, y aunque su lengua era hábil —conseguía recorrer una y otra vez el perímetro del tronco con cierta agilidad—, estaba claro que el trabajo le quedaba grande. Aquella mole de cuero, músculos y morbo puro se alzaba de pie ante él, quien de rodillas se sentía más puta que nunca ante su presencia, algo que el Toro solía inspirar en los que se atrevían a acercarse para intentar darle placer. Un macho cien por cien, a cuyo lado no eras más que una arrastrada suplicando sexo.

El Toro respiró hondo, miró hacia el mamón y, sin previo aviso, levantó bruscamente una de sus botazas y posó la suela en su cara. El chaval se quedó inmóvil, expectante, saboreando el aroma intenso del precum que aún le colgaba de la lengua y el labio inferior. De un gesto brusco con la pierna, el Toro apartó de golpe la cabeza del mamón, que perdió el equilibrio y cayó boca arriba en el suelo, más empalmado que nunca, consciente de haber logrado una proeza al poder disfrutar, aunque fuera por unos instantes, de la polla de ese macho.

Se había cansado de aquella mamada mediocre y, sin mirar al chaval (que seguía en el suelo aguardando una segunda oportunidad que nunca llegaría), caminó lentamente hacia la barra por el pasillo de las taquillas, pisando con paso firme los restos de lefa pegajosa que se acumulaban por el suelo. Era impresionante verlo llegar: un tiarrón musculado, de piel oscura y pectorales peludos, ataviado tan solo con un par de accesorios de cuero negro —aparte de las botas— que resaltaban los músculos de sus brazos y sus muslacos inabarcables, la polla colgando con un amplio arqueo hacia abajo, medio descapullada, y detrás dos cojones que parecían esperar pacientemente a descargarse sobre un receptor digno. El rostro serio y la mirada silenciosa; a un primer vistazo parecía que llevara gafas de sol de motero, pero en realidad era el efecto de la penumbra sobre sus ojos oscuros, tranquilos y severos.

Se apoyó en la barra con naturalidad y, con un gesto rápido, llamó la atención del camarero, un tío tranquilete que lucía sin pretensiones su cuerpo fibrado con el torso al descubierto. El camarero no se molestó en preguntarle lo que quería y, sin inmutarse, le plantó en seguida un tanque de cerveza tirada con profesionalidad desde el grifo. El Toro agarró la jarra, no por el asa sino abarcándola con facilidad con su manaza, y pegó un buen trago al líquido dejando que algún pequeño chorro resbalase por su barba de varios días y seguidamente por su pecho, quedando el torso adornado por tres o cuatro regueros brillantes que habrían hecho a cualquiera de los presentes lanzarse a lamerlos con desesperación si no les frenase el miedo y el sentimiento de inferioridad, que recomendaba no acercarse jamás a un macho como aquel sin su consentimiento expreso.

La jarra se vació rápidamente, y tan pronto como el Toro la depositaba con firmeza sobre la barra el camarero plantó otra igual al lado de la anterior, sin decir palabra. El Toro la cogió dedicando un leve gesto al camarero, que continuó con sus quehaceres sin dar más explicación. Conocía a este cliente y sabía lo que aportaba al local. Y nunca se le habría ocurrido cobrarle por un par de birras. Se trataba de un gasto fijo para la empresa, como la gasolina dedicada a poner en funcionamiento las máquinas o la grasa aplicada para mantenerlas. Al Toro había que dejarlo satisfecho, para que hiciese su trabajo y dejara a esas putas con la lengua fuera y deseando volver con la esperanza de encontrarse de nuevo con aquel animal salvaje y contemplarlo, aunque fuera, desde lejos mientras se hacían la paja de su vida. El Toro sabía lo que se esperaba de él, y tenía un profundo respeto hacia este camarero, al que pensaba follarse algún día con calma, en su casa o en algún momento que el local estuviera vacío, sin distracciones, como premio al trato que le daba.

Caminó de nuevo hacia las salas interiores y observó con tranquilidad lo que se cocía en cada una mientras vaciaba su segunda jarra. A su paso, las sombras que se vislumbraban en cada esquina giraban discretamente la cabeza para observarle e incluso, en el caso de los más salidos o ingenuos, tratar de llamar su atención inútilmente. Llegó al cuarto del sling y observó que este se encontraba ocupado por un tío de cuarenta y pico, delgado y de pelo rapado, suspendido a solas en el columpio, esperando pacientemente, quizás dormido. Para cerciorarse, lanzó un sonoro escupitajo en el suelo y el pasivazo reaccionó mirando hacia él con un acto reflejo. El Toro sonrió para sí, dio la vuelta y salió de la sala, dejando al otro observando cómo se alejaba con una mirada inmóvil pero no exenta de frustración. Caminó con decisión hacia las taquillas, abrió la suya y extrajo de ella un bote de plástico. Después volvió a la sala del sling, la jarra en una mano, el bote en otra, y se plantó directamente al lado del pasivo, que aguardaba tumbado en el columpio en la misma posición, y quien por su mirada de súplica sugería que llevaba así un buen rato, esperando polla, sin conseguir llamar la atención de ninguno de los presentes.

El Toro lo miró frente a frente durante unos segundos. Después, sin decir palabra, se llevó a los labios la pinta y comenzó a dar largos tragos hasta apurarla, dejándose el final sin tragar, y acto seguido se inclinó ante su cara y le disparó de golpe todo el líquido acumulado. Después depositó la jarra vacía en el suelo, abarcó la cabeza chorreante del pasivo con su mano libre, e inclinándose de nuevo le lanzó en la boca un gargajo denso que le llegó hasta la garganta con rapidez y puntería. La puta aún carraspeaba —aunque ahora, además, sonreía relamiéndose por la oleada de disfrute que por fin se avecinaba después de la larga espera— cuando el Toro dio un par de pasos para situarse al lado de su cabeza, con la polla colgante a escasos centímetros de su boca, y acto seguido, siempre en silencio y sin alterar su mirada severa, extendió su manaza justo delante de su cara, aunque sin llegar a tocarle. El pasivo miraba aquella mano con expectación, sudando, preguntándose qué haría aquel macho a continuación, y entonces observó cómo destapaba con un dedo el bote que llevaba en la otra mano y lo acercaba a la primera, vertiendo su contenido sobre ella. El lubricante resbaló por los dedos de la manaza del Toro, que la giró lentamente un par de veces para que quedara bien impregnada, todo frente a los ojos de aquella puta que comenzaba a comprender lo que le esperaba. La sala comenzaba a llenarse de figuras sudorosas que entraban lentamente y se acumulaban junto a las paredes, observando y tocándose el paquete, como espectadores acomodándose para una función prometedora. Con una parsimonia que logró endurecer aún más los miembros de los asistentes, el Toro se encaminó entonces al extremo opuesto del sling, donde el ojete del pasivo aguardaba indefenso bajo sus piernas elevadas, y rozó con las puntas de sus dedos aquel agujero rojo de puta.

Todos los presentes observaban fascinados cómo la enorme mano lubricada del Toro se abría paso con facilidad dentro de aquel ano que se dilataba con rapidez al ritmo de los intensos gemidos que despedía su dueño, mientras este se agarraba con fuerza a las cadenas del sling y estiraba el cuello hacia atrás con los ojos cerrados. El Toro continuó pacientemente con su trabajo sin decir palabra, metiendo los cinco dedos a la vez, primero solo a medias, y poco a poco hasta los nudillos, e incluso más, consiguiendo introducir la mano entera hasta la muñeca tras unos pocos movimientos. Desde las paredes de la sala llegó algún gemido que indicaba la corrida de un par de espectadores poco acostumbrados a presenciar una escena de fisting tan flagrante. El Toro procedió entonces a extraer la mano con cuidado y observó al pasivo, que jadeaba ruidosamente y con rapidez, cubierto de sudor, agotado, y con un ojete dilatado hasta su máxima capacidad. Después notó movimiento desde la pared y observó que un tío raquítico con la polla tiesa comenzaba a adelantarse, un chulo de barrio que se atrevió a acercarse hasta un par de pasos del sling, aparentando seguridad pero evitando siempre la mirada impasible del Toro. Con un rápido movimiento, este levantó su manaza —la misma con la que se había follado a la puta— y se la colocó al chulo en la cara, empujándolo a continuación con fuerza; el chulo trastabilló hacia atrás y se retiró de nuevo hacia la pared, sin atreverse a intentarlo de nuevo. Tras esto, el Toro rebuscó entre los asistentes con su mirada penetrante y por fin hizo un gesto a uno de ellos para que se acercara, un muscle bear casi tan alto como él, de barba negra, mirada dura y una polla muy gruesa, que se adelantó sin miedo con un par de zancadas hasta situarse justo delante del ojete palpitante. Dirigiendo la operación, el Toro le agarró por una nalga y le empujó levemente con un gesto inequívoco, animándole a follarse a aquella puta que no creía la suerte que estaba teniendo. La polla entró con mucha facilidad en aquel canal abierto por la manaza del Toro, quien se dirigió de nuevo hacia la cabeza del pasivo para su gran final.

Mientras el musculado se follaba sin piedad al del sling, el Toro dejó el tubo de lubricante en el suelo y se inclinó sobre él, le abarcó una vez más el cráneo con una mano y la barbilla con la otra y, mirándole a los ojos, acumuló una flema en el fondo de su garganta y la vertió en un lapazo espeso y abundante en su boca, obligándole de nuevo a tragar; y, sin darle tiempo a reaccionar, le insertó entonces la polla en toda su longitud hasta la puta campanilla, y la dejó allí unos segundos, empujando su barbilla con la mano para impedir que saliese siquiera un milímetro. Con su culo penetrado por el macho de la barba y su boca repentinamente llena por el falo gigantesco del Toro, el pasivo no pudo evitar que un par de espasmos recorrieran su cuerpo antes de que su boca, a punto de la arcada, quedara liberada con la misma rapidez con que había sido invadida por aquel pene duro y grueso con un puto bate de béisbol. Durante un buen rato continuó la follada de boca y ano (algunos atrevidos comenzaban a acumularse tras el muscle bear, preparándose para tomar el relevo), mientras la sala aumentaba en temperatura y se llenaba de gemidos, chorros de semen repentinos que se esparcían por el suelo negro, y miradas de puro frenesí incontrolado. Los presentes se repartieron el ojete, pero la boca era propiedad absoluta del Toro, y nadie se atrevió a acercarse a él durante los siguientes minutos.

Por fin, lanzando un potente y ronco gemido de macho que los asistentes disfrutaron como cabrones, el Toro comenzó a disparar potentes chorros de lefa sobre la cara del pasivo, impregnando su nariz, su frente, su barbilla y sus labios de un semen viscoso y blanco, y como remate volvió a introducir su polla entera en aquella boca insaciable y solo entonces descargó la última reserva de lefa de sus cojones, en un par de trallazos finales que el pasivo no se esperaba y que le provocaron una nueva y deliciosa arcada. Cuando el Toro salió de la sala, con la punta del capullo chorreando, aún continuaban las folladas, y varias lenguas ansiosas recogían la lefa de la cara de la puta y se la introducían en la boca, mezclándola con saliva.

Recorrió una vez más los pasillos, abrió su taquilla y sacó de ella una bolsa de deporte. Guardó dentro el bote de lubricante y rebuscó en un bolsillo pequeño para extraer unas pocas monedas. Cerró de nuevo la bolsa y se dirigió a la barra, donde depositó las monedas sin decir palabra (el camarero las recogió sereno, con el mismo silencio, y realizando un pequeño gesto de agradecimiento), y, finalmente, se encaminó hacia los vestuarios.


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