Durmiendo en casa de Eric

Eric me invita a dormir en su casa, invitación que no dudo en aceptar y que me hace cumplir mis fantasías...

Como cada viernes, los amigos habíamos quedado por la tarde; dábamos vueltas por el pueblo, fumábamos, hablábamos…

Eran cerca de las 12, ya habíamos cenado y uno a uno se fueron a sus respectivas casas, excepto Eric y yo. Eric era un chico moreno, alto (1,80m), guapo, pero sobretodo: estaba MUY bueno. Por aquél entonces, debo reconocer, que mis hormonas estaban en constante ebullición y siempre trataba de seguirle el rollo a Eric. Hablando, me propuso de quedarme a dormir en su casa, ya que la mía quedaba bastante lejos y ya era bastante tarde. Yo llamé a casa, entusiasmado, para ver si me dejaban. Tras la aprobación paterna nos dirigimos a su modesto piso, que compartía con su madre y hermano.

Al entrar, saludamos y me llevó hasta su habitación.

-Sí – Pensé. En la diminuta habitación a penas cabía su “cama doble”, que afortunadamente tendríamos que compartir.

Nos quedamos un rato jugando a la Play Station 3, hasta que su madre irrumpió en la habitación para mandarnos ya a dormir.

Con resignación Eric apagó la consola y se tiró en la cama, yo le imité.

Cuando llevábamos 10 segundos mirando al techo, él se empezó a desnudar para mi deleite (disimulado). Primero se sacó los pantalones dejando al aire un buen paquete que solo conocía de vista, luego se sacó la camiseta, descubriendo unos abdominales definidos y un torso fibrado en general…

  • ¿Vas a dormir así? - Me dijo al verme tan parado.

  • Que va tío solo estaba pensando… -Dije tímidamente.

  • ¿Claro, pensando en mi no marica?… Jaja -Dijo sonriente.

  • Es posible… -Solté sin pensármelo mucho.

Acto seguido me desnudé como él, (aunque no llegaba a su nivel ni de lejos) no tenía mal cuerpo.

  • ¡Fua! Qué calor… -Dijo acariciándose un pezón- Creo que dormiré así.

  • Es verdad, yo también. -Cada vez las cosas se ponían mejor…

Estirándose llegó al interruptor y cerró la luz dejándonos a oscuras.

A penas habían pasado cinco minutos, en los que pensé en todo aquello que le haría si pudiese, y e cayó redondo emitiendo un ligero ronquido, casi sexy.

Ante tal panorama, mi mente adolescente solo pensó en una cosa: levanté mi brazo derecho y lo dirigí hasta su abdomen. Allí, le hice una pequeña caricia para comprobar si de verdad dormía. Él se quedó igual, estático. Viendo la respuesta de su cuerpo, bajé mi mano poco a poco, deslizándola sobre esa fantástica tableta de chocolate.

Al llegar a sus boxers me detuve. Pensé detenidamente en lo que iba a hacer y continué (obviamente, el detenimiento no había sido suficiente). Tembloroso, rocé su bulto, que estaba muy pronunciado, casi erecto, para mi sorpresa y agrado. Toqué, ahora con más confianza, pudiendo apreciar las proporciones de su gran herramienta. Lo repasé de arriba a bajo, intentando no despertarlo, pero el morbo me podía…

Cuando ya no aguantaba más, con mucha delicadeza deslicé sus calzoncillos hacia abajo. Su rabo erecto salió disparado cual catapulta hacía su duro abdomen. Unas gotitas de líquido pre-seminal me salpicaron la cara, que acercaba inconsciente a su miembro.

De un solo bocado me la metí en la boca. Él soltó un leve suspiro que le delató, ¿estaría despierto?. No lo sabía y realmente, no me importaba mucho. En ese momento estaba disfrutando de su pollón en mi boca, dejando un sabor varonil que solo podía sacarse de ahí y que me volvía loco…

Una y otra vez lamía y relamía su miembro y notaba como se agitaba su respiración. Al rato de chupar incesablemente, tuve la necesidad de besarlo, y así lo hice. Subí lentamente besando sus abdominales, seguidos de sus pectorales y cuello y todo acabó en un húmedo beso en sus labios perfectos. Jamás un beso me había puesto tan cachondo, sus labios prietos sabían a gloría, sabían a dios. Algo en su postura, sin embargo, me indicó que siguiera con mi trabajo, que prefería los besos en otra parte “más íntima”.

Así pues, volví a bajar deseoso de obtener hasta el último chorro de su esencia. Mis labios subían, bajaban, lamían con frenesí cada parte de su miembro.

Al poco rato sus pies empezaron a doblarse, como si su placer estuviera cerca del momento culminante. Y si, un fuerte espasmo precedió la corrida que llenó mi boca por sorpresa, lo tragué hambriento de más. Mientras podía oír sus suspiros disimulados, intentaba aprovechar hasta la última gota derramada para saciarme.

Como si nada hubiera ocurrido volví a subir sus boxers y en acosté a su costado, medio sudoroso.

Sin saber porqué, me sentía incapaz de pajearme allí, aunque mi cuerpo me lo pidiese. Tenía miedo. ¿Miedo de qué? ¿De despertarlo, después de hacerle la mamada del siglo? Pensé.

Satisfecho a medias, me dormí erecto como un mástil, pensando en su posible reacción mañana, en si de verdad estaba consciente.

Corroborando mis sospechas, a la mañana siguiente no hizo alusión a nada de lo “ocurrido” de noche, aunque su conducta respecto a mí era un tanto rara, distante.

Nunca se hizo referencia al tema y con el tiempo nuestra amistad volvió a la normalidad, hasta cierta ocasión que ya os contaré...