Duramente (4)
- No - dijo duramente - si te dejo pasar este atrevimiento, habrá una siguiente vez y tienes que aprender que no puedes hacer lo que te venga en gana, tengo que castigarte.
Cuando notó mi cuerpo tensionarse, señal inequívoca del orgasmo que estaba a punto de sobrevenirme, paró repentinamente su mano, manteniendo un dedo presionando mi clítoris, haciendo que mi orgasmo se disipase, empecé a mover mis caderas, de arriba a abajo, intentando frotarme con su dedo, me sentía frustrada y muy caliente, nunca había sentido tal necesidad de correrme, pero estaba claro que no me iba a dejar, me iba a hacer sufrir. Cuando notó mi movimiento apartó la mano y me dio un azote con la mano bien abierta, una especie de escalofrío recorrió todo mi cuerpo, por una parte me cortó el orgasmo, por otra parte me dolió, hasta entonces no fui consciente de lo largo y duro que se me iba a hacer el día y de lo bien y lo mal que lo iba a pasar. Me quitó el pañuelo de los ojos y apretándome con las dos manos el cuello me dijo: - Que zorra eres, con que estabas buscando correrte sin mi permiso, no? - Lo siento Señor - dije asfixiándome - no sé que me pasó, estoy muy excitada y no pude controlarme. Se acercó a mi oído diciéndome: - Me encanta que seas tan puta y caliente, pero este atrevimiento tuyo no va a quedar sin su merecido castigo. - No Señor por favor - dije mientras removía en la cama e intentaba coger aire sin mucho éxito - le suplico que se apiade de mí y sea compasivo, no volverá a suceder, se lo prometo. - No - dijo duramente - si te dejo pasar este atrevimiento, habrá una siguiente vez y tienes que aprender que no puedes hacer lo que te venga en gana, tengo que castigarte. - Por favor, por favor - dije sollozando. Sin decir más nada se levantó, yo no dejaba de sollozar, temiendo lo que me fuera a hacer, al momento se acercó y me colocó unos auriculares, me asusté cuando empezó a sonar una música muy fuerte, parecían cantos gregorianos, era una música que atormentaba y si eso era lo que iba buscando, lo consiguió. A pesar de estar privada de la vista y del oído, incluso del tacto, mi excitación en ningún momento disminuyó, no hizo otra cosa que aumentar. Noté como sus manos se apoderaban de mis tetas y las amasaba bruscamente, mi pezón se endureció tanto que hasta me dolía y en ese momento noté algo presionando, me había colocado una pinza, sabía que no las soportaba en los pezones, en el resto del cuerpo sí, pero no ahí, me dolía mucho, luego me puso otra en el otro pezón. Ya había dejado de sollozar, ahora lloraba, lloraba de dolor, chillaba, suplicaba que me las quitara, pero no lo hizo, siguió colocándome pinzas en el pecho y luego se dedicó a poner más en mi coño, éstas no me dolían tanto, pero las de los pezones me torturaban, hacían que me retorciera de dolor. Me quitó el auricular de una oreja y me dijo - Te duele? - Si Señor, me duele muchísimo, no lo soporto, por favor quítemelas - dije llorando esmorecida. - Jajajaja, no te las pienso quitar zorra, tienes que aprender que no estás aquí para tu placer, sino para el mío. - Lo siento, lo siento, perdóneme por favor. Me colocó el auricular y fue como si desconectara del mundo, ahora solo estábamos la música, el dolor y yo, después de agitarme en la cama, me di cuenta de que era inútil, no me las iba a quitar, me lo había ganado, a pesar de todo ese pensamiento me volvió a excitar, pero no hizo que el dolor disminuyera, así que respiré hondo e intenté calmarme, me quedé quieta, controlando la respiración, concentrándome en la música, que aunque no me gustaba, era lo único que tenía para distraerme. No sé cuánto tiempo pasé así, ni siquiera sabía si estaba en la habitación, igual había salido, pero conociéndolo, seguro que estaba allí, observándome, mirando como poco a poco iba aceptando el castigo hasta llegar a calmarme. Después de un buen rato, ya había aceptado el dolor y había conseguido relajarme del todo, estaba totalmente quieta, cansada. Noté que pasaba una mano por encima de todas las pinzas, moviéndolas, eso me abstrajo de donde estaba, otra vez volvía el dolor, pero lo aguanté, hasta que empezó a quitarlas una a una, las abría lentamente, era doloroso el volver del flujo sanguíneo, quería encogerme, pero no podía, seguía atada. Por suerte el huevo que aún seguía dentro de mi coño se volvía a poner en marcha, intenté concentrarme en él, pero no tuve mucho éxito, cada pinza que me quitaba me dolía más que la anterior. Cuando me las quitó todas me desató y yo me encogí del dolor, noté que se levantó y salió de la habitación, me trajo agua, nuevamente en el platito, pero esta vez me puso en su regazo y me dió de beber. Realmente estaba seca, de tanto llorar, chillar y revolverme