Dungeons & Dragons 3 - Neutral Good
Nashira Varnáster reclutará nuevos aliados contra la amenaza del Nigromante
Tikka, la joven sirviente que había escapado de la posada, esperó desde el lindero del claro del bosque a que la guerrera abriera los ojos. Se quitó un mechón de pelo castaño que caía sobre su cara mientras observaba la liebre despellejada que ella misma había cazado minutos antes y había dejado apoyada sobre las brasas de la hoguera y salivó cuando el olor de la carne asada penetró sus fosas nasales. Rezó para que su regalo le gustase.
En el claro, una mujer había acampado la noche anterior y dormitaba mientras los primeros rayos del sol clareaban, encima de un saco y cubierta por una manta. A su lado, se hallaba una cota de malla y un par de piezas de armadura para hombros y peto, y una espada, tan cerca que la mujer la hubiera podido alcanzar en cualquier momento. Tikka la observó desde la distancia. Le intimidaba.
Su pelo era moreno, recogido en un funcional moño. Su ceño, aún dormida, parecía fruncido, como si la asaltasen las pesadillas. Y Tikka sufrió un escalofrío cuando divisó de nuevo la terrible cicatriz en su mejilla. Sus rasgos ya no eran tan severos como cuando la había visto hacía tres días en la taberna, cuando aquella mujer le había salvado la vida. Tikka la había seguido desde entonces, completamente fascinada: era la primera mujer guerrera que había visto en su vida.
-Sal de ahí, pequeña.
Tikka se sobresaltó. Estaba escondida entre los arbustos. ¿Cómo había podido verla?
-Yo... yo no pretend...
-Gracias por la liebre. ¿No quieres compartirla conmigo?
Tikka, con miedo, dejó su escondite y se aproximó vacilante al claro. La mujer guerrera se desperezaba como una gata y se levantaba, recogiendo su cota de malla para ajustársela y vestirse.
-Eres la chica de la posada. ¿Tienes nombre?
-Tikka. Yo... yo quería agradeceros lo que... hicisteis por mi.
Tres días antes, en la posada, Gruzol, su tío se disponía a propinarla una de las habituales palizas con las que que solía castigarla por no atender con rapidez a los comensales. El primer puñetazo la golpeó en le brazo, tan fuerte que la derribó al suelo. Después continuaron los insultos habituales, y Tikka se hizo un ovillo en el suelo cuando el puño de su tío se alzó de nuevo. Pero el golpe nunca llegó.
Cuando Tikka abrió uno de sus ojos, pudo contemplar cómo una mano enguantada se había cerrado con fuerza sobre la muñeca de su tío, evitando que el golpe se produjese.
-Tócala otra vez y te mato.
La voz de la mujer que había agarrado a su tío era fría e intimidante. Gruzol balbuceó una protesta incoherente que se convirtió en silencio cuando la mujer clavó sus ojos de nuevo en él. Por un momento, el hombre sintió las miradas de los parroquianos de la taberna clavadas en él y temió ser el hazmerreír de sus amigotes por haber sido dominado por una mujer. Pero algo en los ojos de la guerrera le hizo comprender que sus palabras no eran una baladronada. Que realmente su vida pendía de un hilo en ese mismo momento.
Tikka no tuvo que pensarlo mucho. En cuanto llegó la noche, se escapó de la posada en pos de esa mujer, jurando que jamás volvería a pisarla.
-¿Por qué me has seguido? - La voz de la mujer la sobresaltó y la sacó de sus recuerdos.
-Yo... yo... Nunca había visto a nadie como vos. ¿Sois una caballero?
El rostro de la mujer pareció volverse más fúnebre.
-Mi nombre es Nashira Varnáster, y sí, pertenezco a las Hermanas de la Espada.
Los verdes ojos de Tikka se abrieron como platos. Siempre había pensado que se trataba de una leyenda.
-Por todos los dioses, yo... yo... podría... ¿podría acompañaros? ¿Entrar a vuestro servicio? ¿Ser vuestra escudera? Cazaré para vos, os serviré en todo lo que deseeis...
Los labios de Nashira se torcieron en una leve sonrisa.
-No me trates como a una señora feudal. Yo misma no soy más que una escudera. Me dirijo al norte, a Draksnaght, pero es muy peligroso. ¿Qué años tienes?
-Dieciocho.- mintió Tikka. Todavía le faltaban dos meses para cumplirlos. -Puedo guiaros hasta ese sitio, lo conozco.
-Ese lugar entraña muchos riesgos. Debes volver a tu casa, a la posada.
La mirada de Tikka se ensombreció.
-Yo... no puedo volver.
Los recuerdos sobre aquella noche de pesadilla en que empezó el infierno volvieron a su cabeza. Hacía ya dos largos años que el estruendo del trueno la despertó....
El trueno despertó a Tikka. Había alguien más en su habitación y gracias a un relámpago pudo distinguir a Gruzol, su tío. Su aliento apestaba a alcohol. Tikka no recordaba a sus padres que habían muerto de fiebres antes de que ella tuviera uso de razón. Su tío, a regañadientes, se había hecho cargo de ella. Siempre la había mirado con desprecio, como una boca no deseada a la que alimentar, hasta hacía unos meses, en que su mirada había cambiado. A algo... diferente.
Tikka fingió seguir dormida, pero pudo sentir las rudas manos de su tío deslizándose bajo la manta, buscando ansiosamente los tiernos pechos de la linda adolescente que creía dormida, totalmente indefensos bajo su áspera camisola holgada.
Gruzol apartó la sábana de encima de la chiquilla y desabrochó las tiras que ataban su camisola, dejando al descubierto a la pálida luz de la luna sus pálidos fresones rosados, en la cima de sus pequeñas y pálidas colinas.
Tikka no supo qué hacer, así que fingió seguir dormida, y su tío pareció envalentonarse. El hombre liberó su grueso falo del encierro de sus pantalones y, pinzando suavemente la naricilla de la joven, logró que ésta abriera su dulce boquita lo suficiente para albergar una buena parte su enorme polla. Tikka continuó paralizada, ahogándose con esa gruesa estaca venosa en su boca, escuchando los suspiros y jadeos de placer que emitía su odioso tío.
En breve, jadeando, el hombre retiró del todo la manta y subió completamente la camisola de la pequeña, manoseando y hurgando los castos orificios de la adolescente. Sin temor ya a despertarla, Gruzol usó las manos, cogiéndola del cabello para que la cabeza de la joven siguiera el frenético ritmo que más le convenía para estimular su sucio placer.
Bramando fuera de sí, el villano la tumbó boca abajo, dejando las medias lunas pálidas de su lindo culito respingón a la vista. Acto seguido, sujetó con su mano su larga y gruesa verga y, con grandes esfuerzos y muy poco a poco, la fue introduciendo por su orificio más diminuto y estrecho. Ahora, la pobre Tikka sí que se quejó de veras, meneando inútilmente sus brazos mientras gimoteaba desconsoladamente.
Pero de nada la sirvió, pues su tío continuó con su felonía, ignorando las quejas mientras jugueteaba con sus menudos senos temblorosos y penetrándola una y otra vez, incrustando su falo en sus esponjosas entrañas, hasta que se vació en los intestinos de la joven, mugiendo sordamente su placer.
Tikka desvió la mirada, sus ojos llenos de lágrimas.
-No... no puedo volver...
Algo en los ojos de Tikka hizo no insistir a Nashira. La muchacha sonrió, mientras se limpiaba las lágrimas con el dorso de la mano.
-Me... me gustaría ser como vos... Una guerrera, enfrentarme al mal, salvar a los buenos, a los inocentes... ¿Cómo es la vida de las caballeras de vuestra Orden? Debe ser fascinante.
Nashira permaneció en silencio, mientras terminaba de ajustarse la cota de malla. Cuando habló, Tikka se sobresaltó.
-No, no lo es. Una cree que será una vida de honor y gloria y... He hecho cosas... cosas horribles.
El sonido del impacto del acero en la fría piedra del suelo, tras atravesar los cuerpos desnudos de las dos mujeres en los aposentos de Lady Garael volvió a clavarse en la mente de Nashira.
-Vos me ayudasteis. Habéis sido la única persona que ha hecho algo por mí. Sois una heroína.
Nashira sonrió mientras ataba su espada al cinto.
-Prepárate, pequeña. Tú guías. Partimos hacia Draksnaght.