Dungeons & Dragons 2 - Neutral Evil

Un antiguo Mal ha despertado en las ruinas del pueblo de Draksnaght, en los Reinos Olvidados

Gerin tenía miedo. No, sería más correcto decir que estaba aterrorizado. Después de todo no era más que un chiquillo, como Jarded, su hermano mayor, que fue enrolado a la fuerza en la milicia con otros niños que se creen hombres que marchan hacia las guerras con las lágrimas corriendo por sus mejillas mientras llaman balbuceando a sus madres.

La luna apenas era visible entre el ramaje del bosque. Era noche cerrada y Gerin apenas podía vislumbrar los árboles a su alrededor. Las siluetas del bosque parecían siniestras figuras retorcidas y achaparradas que extendían sus ramas para agarrarle y arañarle. Se censuró. Ya estaba lo suficientemente atemorizado como para dejar que encima su imaginación se desbocara. Debía lograr que la aldea, que sus padres, que su hermano Jarded estuvieran orgullosos de él. Por eso se había presentado como voluntario para explorar los alrededores de la villa. Respiró con dificultad, intentado evitar contener el aliento y ahogarse. Costaba pensar que la pesadilla hubiese empezado hacía tan solo cinco días.

Nadie en el pueblo de Connyberry creyó a los pequeños Tod y Jenny cuando volvieron del bosque de recoger bayas, corriendo y gritando y llorando, hablando de monstruos entre la neblina que se arrastraban torpemente hacia el norte.

Un día después, cuando los muertos abandonaron el cementerio y marcharon con paso vacilante, nadie pudo ya negarlo. Hombres y mujeres muertos hacía años, vestidos con mortajas y jirones, de carne podrida, con ojos como insondables pozos negros y sus bocas abiertas en un negro grito silencioso, algunos tan descompuestos que apenas eran poco más que un esqueleto con trozos de pútrida carne todavía pegada a los huesos. Y todos se dirigían hacia las abandonadas ruinas de Draksnaght, como si algo maligno les convocara desde allí.

Gerin tragó saliva. Se decía que Draksnaght era un sitio maldito. Antes una próspera villa a unos veinte kilómetros de Connyberry, ahora eran unas ruinas abandonadas desde que fuera saqueado hacía más de dos siglos por los bárbaros del norte. Se decía que hacía más frío que en los alrededores sin razón aparente, y que los habituales ruidos del bosque se transformaban en un opresivo silencio sepulcral en las cercanías.

Gerin había seguido el sinuoso viejo camino cubierto de maleza. Pronto aparecieron los primeros edificios de piedra, ahogados por enredaderas y matorrales, ruinas sin techo con los interiores abiertos a las inclemencias del tiempo. A la pálida luz de la luna, apenas fue capaz de leer el viejo y deteriorado cartel casi derribado:

“Bienvenido a Draksnaght, lugar de paz y prosperidad”.

Todo el lugar estaba inquietantemente silencioso. Hasta que Gerin ahogó un grito cuando divisó las sombras que se movían lenta y torpemente, de forma antinatural, como si sus articulaciones estuvieran quebradas y aun así tuviese fuerzas para moverse.

Muertos vivientes que, en silencio, parecía que deambulaban y se internaban en las entrañas de la vieja torre de piedra del centro del pueblo. ¿Qué oscuro propósito les animaba? ¿Serían ciertas las habladurías de la abuela Gensolara, la mujer más vieja del pueblo? A pesar de ser ciega, decía que había visto que en las ruinas de Draksnaght había despertado un antiguo Mal. Un hechicero maligno, un nigromante capaz de levantar a los muertos de sus lugares de reposo y convertirlos en esclavos no-muertos. Tan maligno que era como un faro en la oscuridad y atraía a otros seres malévolos como la llama a las polillas: mercenarios, licántropos, espectros... ¿Y de ser así, cuáles serían sus intenciones?

¿Debía internarse más? El sudor resbalaba por la frente del joven, a pesar del frío reinante. Sólo lo acompañaba el sonido de su propia respiración, hasta que le pareció escuchar un leve ruido a su espalda. Se dio la vuelta sólo para ver que no había nadie. Quizás estuviera tentando demasiado a la suerte, y Tymora, diosa de los aventureros, le estuviera advirtiendo que debía dar la vuelta.

¿Había escuchado pasos? No. Debía tratarse de su desbocada imaginación. Agudizó el oído.

No transcurrieron ni cinco latidos. Esta vez sí estuvo seguro. Un sonido. Un fuerte aleteo por encima de su cabeza. Lentamente, sin atreverse a moverse, giró su cabeza hacia arriba. No vio nada. Pero algo en sus tripas le decía que no estaba solo. Una risilla amortiguada llegó hasta sus oídos. Leve, femenina, cruel.

Gerin permaneció petrificado sólo un momento. El terror se apoderó de él, se incorporó y comenzó a correr sin mirar para atrás. Oyó claramente que la risa se hacía más audible y aguda, y que algo lo perseguía desde las alturas, hasta que de repente, algo grande y pesado le cayó en la espalda, tumbándole sobre el musgo del bosque.

-¡No! -chilló, pero la criatura le había inmovilizado ya y su risa baja y despiadada resonó directamente en sus oídos. Un gemido se le escapó del pecho cuando sintió una lengua tórrida lamer su oreja y su mejilla, como si aquel ser le estuviera... degustando.

-Pero ¿qué tenemos aquí? Un pequeño espía entrometido...

La voz era gutural, inhumana y aguda, pero inequívocamente femenina. Aquel ser le dio la vuelta bruscamente y le agarró por las muñecas.

Gerin no pudo gritar porque el terror le paralizó. Aquella criatura medía más de dos metros, estaba cubierta de vello oscuro, tenía alas en vez de brazos y su rostro era parecido al de un murciélago, con unas orejas desproporcionadamente grandes y sus ojos violetas inyectados en sangre. Parecía sonreír mientras afilados colmillos brotaban de su grotesco hocico chato.

-¿No tienes nombre, pequeño espía? ¿Se te ha comido la lengua el gato?

Gerin intentó zafarse, pero estaba firmemente sujeto. El aliento de aquella bestia apestaba a sangre.

-Ge... Gerin...

-Saludos, Ge-Gerin. Mi nombre es Mirkala, y soy una sirviente de la Maestra. Eres muy valiente adentrándote en nuestros dominios.

Gerin luchaba para no desmayarse. No se sentía valiente, sino increíblemente estúpido.

-La Maestra me había encomendado la tarea de capturar a un humano para que llevase un mensaje a Connyberry, así que parece que es mi noche de suerte...

Una lengua larga y oscura surgió de las horrendas fauces de aquel ser, arrugadas como si fuesen los morros de un cerdo, y comenzó a lamer el cuello del muchacho.

-Pero tengo mucha hambre... Y eres delicioso... Puedo oler tu sangre pulsante bajo tu piel...

El monstruo le sujetó las muñecas con una sola mano mientras se sentaba a horcajadas sobre el muchacho, y comenzó a frotarse procazmente contra él, mientras con su garra libre le acariciaba la cara antes de desgarrarle la camisa de basta tela. A continuación, Mirkala le besó el pecho, lamiéndole el vello y mordiéndole los pezones. La afilada garra del ser dejaba marcas rosadas sobre la piel de Gerin, quien gimió, por el repentino dolor y por el placer. Algo en su entrepierna comenzó a crecer, a su pesar.

La criatura susurró, sin dejar de besarle, mientras su garra pegaba un tirón seco a los pantalones del muchacho, rompiéndolos y liberando la enhiesta polla de Gerin:

-¿Sabias? La composición de la sangre es casi la misma que la del semen.

A pesar de la escasa luz, Gerin pudo comprobar cómo el ser parecía cambiar, como si una forma oscura desdibujase sus rasgos y los transformase en otros más pálidos. Cuando las pupilas de Mirkala se clavaron en las de Gerin, ya no eran violáceas, sino negras, y su rostro era el de una mujer joven de rasgos feroces. No era hermosa en el sentido clásico, pero de ella emanaba una belleza animal que cortaba el aliento, como una pantera. Y estaba completamente desnuda.

Gerin emitió un grito ahogado de placer, mientras sus manos crispadas agarraban la hierba y el musgo del bosque. La boca de la mujer pareció tragar su miembro y su cabeza se movió arriba y abajo antes de que el goce inundase la mente del muchacho y sus testículos se vaciasen en una explosión de placer.

Una gota de semen resbalaba por la comisura de los labios de la mujer joven, antes de que su lengua, demasiado larga para ser humana, la hiciera desaparecer. La voz del ser ya no era inhumana sino femenina, pero igual de malévola.

-Mmm... Delicioso... Oh, vaya, pequeño Ge-Gerin, estabas necesitado... ¿verdad? - la mano de la mujer acarició el todavía enhiesto falo del joven. Dos suaves caricias volvieron a hacer que creciera. -Y parece que todavía lo sigues estando. Pero vamos a remediar eso... Unngghhh...

Sin previo aviso, la desnuda mujer se dejó caer sobre su polla erecta y ansiosa, empalándose en el falo. Gerin gimió de placer, más del que había sentido en toda su vida. ¿Qué estaba haciendo? Se estaba... se estaba fo... Estaba haciendo el amor con un ser infernal. Pero su mente no tuvo mucho tiempo para pensar, ya que su polla era ahora todo su universo, gozando como un loco del sexo ardiente de Mirkala, que parecía quemar. Podía notar los flujos de ella deslizándose por su piel, mientras ella botaba sobre su entrepierna, gruñendo, agarrando su pelo y atrayendo su cabeza hasta sus generosos pechos, aplastándole contra ellos. Gerin, confundido, no pudo sino abrazarla, aspirando el aroma casi animal de aquel ser con apariencia de mujer.

Mirkala saltaba cada vez más rápido, los músculos de su sexo parecían estrangular la polla de Gerin, y colocó su boca en el oído del joven, susurrando. Notó su cálido aliento en su oreja, como una caricia.

-Connyberry y Draksnaght son ahora nuestros, pertenecen a mi señora... -Mirkala gimió, como si se excitase con sus propias palabras. -En dos noches todos debéis abandonar vuestro pueblo... Si queda alguno de vosotros cuando lo visitemos, beberemos su sangre y le arrancaremos el corazón... Aaagggghhh, aaagggghhh!!!!

Mirkala chilló un ronco grito de placer que pareció romper la noche mientras llegaba al orgasmo, y Gerin notó como el placer se agolpaba en la base de su polla y se convulsionó. El clímax vino y no pudo hacer nada por contenerlo. De nuevo, se corrió, esta vez en las entrañas de Mirkala, el orgasmo recorrió su espina dorsal e hizo temblar sus piernas mientras él se vaciaba y Mirkala se contraía sobre su polla, todavía gozando.

Cuando Gerin se recuperó del fortísimo orgasmo, apenas pudo ver una enorme sombra oscura que remontaba el vuelo y se perdía en la noche.

-Díselo a los tuyos, pequeño Ge-Gerin: dos días. Huid u os mataremos a todos.