Dulzura, veneración y libertad

Prosa poética erótica.

Dulzura

Estrecharme a tu dulzura sin desprenderme de ella durante un buen lapso, y después dormirme una siesta –antes de que vuelva a tragarme el anonimato de la ciudad–, es para mí mejor que agarrar a todos los semáforos en verde en mi camino, mejor que comerse una buena ensalada, mejor que levantarme unos minutos antes de que suene la alarma del despertador, mejor que disfrutar de una buena parodia, mejor que ducharme sin premuras, mejor que escuchar a los pájaros cantar por las mañanas y sintiendo el olor a café con leche, mejor que escuchar las canciones que me traen buenos recuerdos, mejor que estar en un restaurante y ver que traen mi comida, mejor que hundir la mano en una bolsa con legumbres, mejor que llegar justo en el momento en que el colectivo, el subte o el tren hacen aparición en donde iba a hacer la parada.

Es mejor, que meter los pies en la arena y escuchar el sonido de las olas, mejor que quitarme el calzado cuando llego a casa, mejor que recibir el cumplido de alguien a quien admiro, mejor que reírme por algo que he recordado, mejor que salir del trabajo y que todavía haya luz, mejor que sentir cómo la lluvia me eriza la piel en un día sofocante y escucharla estando acostado, mejor que sentir el olor a jazmín, a libro nuevo o la fragancia del pan recién horneado. Mejor que taparme en el sillón con una manta suave, mejor que tomar chocolate caliente en una tarde fría o comer una barra despacio, mejor que ver un amanecer, un atardecer, un arcoíris o la sonrisa de un extraño. Mejor que sonreírle a ese extraño o tener una conversación amable con él, mejor que ver una puesta de sol en la playa y correr en ella, mejor que voltear la almohada en el lado frío. Casi mejor que reír hasta lagrimear.

Veneración

Te venero mujer, te venero por cada beso que te doy y que te daré, con tela o sin tela, en alguna parte de tu cuerpo. Por cada abrazo con tela o sin tela que te doy y que te daré. Por cada palabra positiva que te digo y por cada sensación de bienestar que te transmito. La violencia, con su turbia marea y su calamitoso tufo a hierro, no cabe, no tiene acceso a nuestra cama. Las burlas no entran en nuestra cama. Los insultos y su espeso sedimento no entran en nuestra cama. Las amenazas y las humillaciones no entran en nuestra cama. El menosprecio, con su frialdad que hace doler la cabeza y los oídos, no entra en nuestra cama. Las bofetadas y los puñetazos no entran en nuestra cama. Las patadas y los estrangulamientos no entran en nuestra cama. La ridiculización y las miradas agresivas tampoco entran en nuestra cama.

Las bofetadas y los puñetazos duelen en un cuerpo. Las patadas y los estrangulamientos duelen en un cuerpo. Las burlas y los insultos pueden quebrar la auto-imagen de toda una persona. Las amenazas y las humillaciones pueden quebrar la auto-imagen de toda una persona. El menosprecio y la ridiculización pueden quebrar la auto-imagen de toda una persona. Por eso y muchos otros motivos más, nada de eso ingresa, se mete o se adentra en nuestra cama, jamás de los jamases –cosa que debería suceder en todas las camas que se usan, se usaron alguna vez o se usarán para hacer el amor–. Nuestra cama es un nido de paz y respeto, y el odio está demacrado aquí.

Libertad

La libertad se convierte en un ente melifluo cuando te acuestas desnuda y te acaricias el cuerpo con las sábanas, mi reina. No duermo cuando gimes o cuando aceleras tu respiración por algo. No duermo cuando rozas tu eufórico clítoris con las telas creando un pequeño volcán de gran alcance, provocándome un almibarado efecto que crece como hierba fresca debajo de mi ombligo, hasta empezar a sentirlo con fuerza arrasadora en todo mi cuerpo. Mientras empiezo a tratar de recostar mi bulto duro entre tus posaderas, restregarlo en esa esponjosa hendidura, dejándote hacer y dejándote venir, para más adelante rozarte la punta del pirulí con tu espalda o con uno de tus muslos.

Para después frotar con tu vientre, mi consistente bulto, hasta llegar a su cumbre y que me empiece a doler un poco de tanta irrigación sanguínea. O para frotar tu clítoris con mi vientre, deshojando los minutos o las horas dependiendo de los ánimos.