Dulces caricias II
Tras la agitada noche que pasaron su hermana y él, Fran despierta a la mañana siguiente repleto de dudas. No sabe que podrá ocurrir con Sonia, aunque no tardará demasiado en averiguarlo.
Fran despertó a la mañana siguiente algo adormecido y con la cabeza doliéndole un poco. Pese a todo, se sentía bien. La paja que Sonia le hizo antes de irse a dormir, lo había dejado completamente relajado. Gracias a eso, pudo dormir de forma fantástica.
Se levantó de la cama y miró en su móvil la hora que era. Las dos menos veinticinco de la tarde. Había dormido más de lo esperado. Tampoco tenía de que extrañarse, pues, entre lo tarde que volvió a casa y el lío con su hermana, se le debieron de hacer la tantas. Y cuando recordó el asunto con Sonia, su cuerpo se estremeció.
Tras asearse un poco y vestirse, Francisco bajó las escaleras. Su padre estaba en el comedor, sentado en el sofá y viendo la televisión. Se saludaron y este le preguntó qué tal le fue anoche. Él simplemente comentó que lo pasó bien. Luego fue a la cocina, donde su madre preparaba de comer. El olor a caliente del estofado llegó a su nariz y, aunque solía gustarle, en esta ocasión al chico se le revolvieron las tripas. La resaca no iba a ser muy agradable.
—Vaya, ¡por fin despiertas! —exclamó la madre mientras meneaba la comida metida en la olla con un cucharon.
—Vine tarde, así que es normal que me levante tan tarde —se explicó, acercándose al frigorífico para coger un cartón de zumo. Necesitaba beber algo frio que le reanimase.
—Pues no eres el único —comentó la mujer, quien andaba probando el estofado para comprobar si ya estaba bien—. Tu hermana aún no se ha despertado.
Escuchar esto le sorprendió, aunque tampoco es que se extrañase. Ella también estuvo despierta casi toda la noche, sobre todo, porque la tuvo en su cama mientras le hacía eso. Recordar todo aquello le hizo temblar. Aun no podía creerse que algo así hubiera sucedido entre ellos dos. Decidió, de momento, quitarlo de su cabeza y centrarse en beber un poco de zumo de manzana. Se la sirvió en un vaso de cristal y se la bebió. Al notar el frio líquido entrando en su cuerpo, su estómago se revolvió. No le estaba sentando muy bien.
—¿Por qué eres tan bestia? —le regañó su madre mientras le veía bebiéndose el zumo—. Toma algo que esté más caliente. ¡Eso tan frio te va a sentar fatal!
—¡No te preocupes tanto mamá! —replicó Francisco—. Estoy perfectamente.
Eso decía él, pero era evidente, por la forma en que lo miraba, que su madre no estaba para nada convencida. Mientras el muchacho seguía bebiendo tranquilamente, su hermana entró en la cocina con la misma cara adormilada que él.
—Buenos días —saludó antes de bostezar.
—¡Parece que ya estamos todos en pie! —dijo con cierta alegría la madre—. ¿Cómo es que tú también has estado durmiendo tanto?
La chica se sentó frente a la mesa y miró a su hermano. Por un instante, Francisco se estremeció al ver los cansados ojos de Sonia sobre él, lo cual, no le gustaba nada en absoluto. ¿No sería capaz de contárselo a su madre?
—Este, que al volver a casa de fiesta, me despertó —dijo refiriéndose a su hermano, quien la observaba en consumida tensión—. Hizo tanto ruido que fui a ver que le pasaba y cuando llegué a su cuarto— Francisco la observaba cada vez más asustado—, tan solo estaba mareado y cansado. Tuve que ayudarle para acostarse y yo tardé en dormirme tras esto.
Cuando Sonia miró a Francisco tras dar su explicación, pudo contemplar como el chico se encontraba más calmado. Ella le sonrió de forma cómplice, aunque también con cierta picardía. Eso seguía sin tranquilizar al muchacho.
—Ah, eso explica por qué esta mañana he encontrado la ropa de tu hermano en la lavadora —expresó de forma repentina la madre—. ¿Fuiste tú quien la metió ahí dentro anoche?
Al escuchar lo que su progenitora acababa de decirles, ambos hermanos se miraron de manera fugaz. Sonia supo que tenía que inventarse algo rápido o estarían en graves problemas.
—Es que venía con vómito la ropa, por tanto, le pedí que se la quitase, la limpié un poco y la metí en la lavadora. Así, por la mañana, solo habría que ponerla y listo.
La madre escuchó todo con detenimiento y tras algo de silencio, se mostró conforme. Acto seguido, se marchó de la cocina. Tanto Sonia como Francisco respiraron aliviados al ver que se había tragado la mentira. Ambos se miraron por un instante, todavía percibiendo en cada uno el súbito nerviosismo que les corroía.
— Buf, menos mal que se ha creído esta trola —comentó la chica llena de alivio—. Me ha pillado con lo de la ropa. ¿Se puede saber que hiciste anoche?
— La ropa estaba manchada y olía mucho a… ya sabes. Así que la metí en la lavadora para que se limpiase hoy con el resto de la colada. No esperaba que fuera a preguntar por ello.
— Pues demos gracias de que soy capaz de inventarme buenas mentiras en un periodo corto de tiempo.
Tras decir Sonia esto, los dos se quedaron en silencio pero la chica no tardó en volver a mirar a su hermano. Fran, quien trataba de relajarse tras la tensa situación, volvió a alterarse al notar esos orbes verdosos mirándolo con tanta alevosía. No le gustaba ni un pelo que su hermana le observase de ese modo. Resultaba siniestro, no porque ella le diese miedo, sino porque no le gustaba que tramase algo a sus espaldas.
—¿Qué quieres? —preguntó algo molesto.
—¿Dormiste bien anoche?
Francisco sacudió su cabeza con estrépito al escuchar la cuestión. Si ya de por si resultaba complicado ocultar todo aquel asunto a sus padres, que ella decidiese hablar sin más del tema, no arreglaba las cosas.
—Oye, no creo que sea muy buena idea hablar de esto aquí —le advirtió Francisco a Sonia—. Papá o mamá podrían escucharnos.
La chica pareció quedar sorprendida ante lo que su hermano decía, pero no estaba molesta. Al contrario, le sonrió con mucha simpatía y encanto.
—Tranquilo, no hablaremos del temilla —dijo ella—. Tan solo dime, ¿te gustó?
Era evidente que la muchacha no iba a cesar en su empeño de preguntar. Si no recordaba mal, la noche anterior ya se lo había dicho, pero estaba claro que esto era algo que deseaba sonsacarle un día sí y otro también. Notando el deseo de la chica por que le diese una respuesta, Francisco acabó hablando.
—Sí, disfruté mucho.
Con esa información, Sonia se dio más que por satisfecha. Sonriente, se levantó, se acercó a su hermano y le dio un suave beso en su mejilla. Fran se quedó estático ante esta escena.
—¡Eso era lo que quería escuchar! —exclamó la chica muy contenta y satisfecha.
Tras esto, ella se marchó de allí. El hombre quedo allí sentado, incapaz de poder creer que diablos estaba pasando. Aquel besito había sido tan inocente como otro cualquiera que le pudiera haber dado su hermana tiempo atrás, pero ahora, le había hecho sentir algo inesperado y sorprendente. Sintió un súbito escalofrío cuando notó esos labios finos posándose sobre su piel, tan suaves y cálidos. No entendía porque le estaban pasando estas cosas. Era cierto que antes se había fijado más de una ocasión en Sonia y la había deseado, pero solo se trataba eso, una mera fantasía inocente que no pretendía traspasar la realidad. Pero tras la paja, todo había cambiado. Lo que su hermana le acababa de hacer ahora lo había encendido como nunca, de un modo que ninguna otra chica podría haber realizado. Eso le preocupaba, no era normal. Decidió no pensar más en ello pero le costaba trabajo quitárselo de la cabeza. Iba a ser una auténtica pesadilla. Y no solo por él. Algo raro percibía también en Sonia.
Francisco decidió no comer estofado esa tarde. Pese a la insistencia de su madre en que se bebiera solo el caldo y dejara las patatas y la carne, el muchacho no estaba por la labor. La barriga le dolía y andaba cansado, así que decidió irse a dormir.
Mientras descansaba en su cuarto, no pudo evitar rememorar lo ocurrido la noche anterior. En esa misma habitación, horas antes, su hermanita le hizo una deliciosa paja. Pese a costarle reconocerlo, ahora, no podía dejar de pensar en lo mucho que le gustó. De hecho, era innegable que había sido la mejor paja que le habían hecho jamás. Pero lo que más le provocaba era Sonia.
Recordaba el prieto cuerpo de la chica a su lado mientras le masturbaba, sus pechitos aplastándose contra su costado, su suave y delicada voz susurrándole y esa mano apresando su endurecida polla. Sintió como esta se le estaba poniendo bien dura de nuevo, al recordar toda aquella gloriosa vivencia. Y pensar en su hermana, le estaba calentando muchísimo. No creía posible que algo así pudiera pasarle, pero estaba sucediendo. Dio varias vueltas por la cama con el pene en pie de guerra y le costó mucho dormir a raíz de esto.
Cuando despertó, vio que ya eran las cinco de la tarde. Pese a seguir un poco fatigado, ya no se sentía tan cansado y, además, la barriga no le dolía. Eso sí, tenía bastante hambre, así que bajó las escaleras y fue a la cocina, donde se preparó un buen bocadillo lleno del embutido que encontró en el frigorífico. Tras comérselo y quedar satisfecho, fue al salón, donde halló a Sonia viendo la televisión tranquila. Estaba recostada en el sofá, con la espalda posada en uno de los reposabrazos y las piernas bien estiradas. Viéndola tan cómoda, decidió acercarse para ver cómo se encontraba.
—Hombre, ¡si ya has despertado! —exclamó la chica con su eufórica voz.
—Si, por fin me he desperezado —respondió Fran, mirando a un lado y a otro—. Por cierto, ¿dónde están estos dos? No los veo por ningún lado.
Por estos dos se refería a sus padres. Era la forma habitual en las que el chico los llamaba cuando estaba junto a su hermana.
—Hace no mucho que se fueron a tomar un café con unos amigos —contestó Sonia.
—¿Y cómo es que no has ido con ellos?
—¿Para qué? —cuestionó con disgusto la chica—. ¿Para escuchar a un montón de gente mayor hablando de lo mal que va el país o de que sus hijos aún no se han ido de casa? No gracias, prefiero quedarme aquí viendo la tele.
No pudo evitar reírse ante lo que dijo. Aunque siempre aparentaba ser una chica educada y correcta, a veces Sonia podía ser un poco brusca a la hora de hablar. No es que se las pasase soltando tacos o frases malsonantes pero algunos de sus comentarios podían sonar mordaces e incluso hirientes. Siempre tenía una cierta especialidad para decir cosas ingeniosas e insultantes a la vez. De todos modos, últimamente su lenguaje había cambiado un poco. Al menos, por una noche.
—¿Me puedo sentar contigo? —le pidió a la muchacha.
—Claro —contestó ella.
Viendo cómo se retiraba para dejarle sitio, Francisco no tardó en sentarse a su lado.
Miró al televisor, pero sus ojos no tardaron en volverse hacia Sonia. La chica vestía un suéter blanco y una falda de tela rosa. La miró con detenimiento, fijándose en que la falda se había subido un poquito al estar allí sentada. Le cubría hasta un poco por debajo de las rodillas pero ahora, se le había recogido hasta mostrar un poco por encima de los muslos. Ver esas piernecitas tan tersas y carnosas le empezó a poner bastante malo. Tan solo podía imaginar que es lo que ocultaría entre ellas y se sentía muy excitado. Cuando notó como ella se volvía para mirarlo, Francisco tuvo que dirigir su vista de vuelta al televisor para que no le pillase.
—¿Qué pasa? —le preguntó.
Él, un poco nervioso, buscó rápidamente una respuesta lo bastante buena como para evitar más cuestiones.
—Nada, nada, solo miraba de un lado para otro. —Era evidente que no se trataba de la mejor contestación que podía haberle dado. Sonia lo miraba de manera sospechosa— ¿Qué estás viendo?
La inesperada pregunta pareció borrar ese tenso momento pues la chica no tardó en volverse a la televisión para luego volver a mirar a su hermano y contestarle.
—Nada, una de esas aburridas películas que echan en Antena 3 —comentó algo aburrida—. Que si dramas familiares de personas con enfermedades imposibles de curar, intrigas de amantes y asesinatos absurdos. Vamos, un auténtico coñazo pero no es que haya otra cosa para ver a estas horas.
—Pero, ¿y esta de que va?
—Yo que se —respondió ella apática—. No sé qué de un bebe que ha secuestrado la vecina y la policía y los padres lo están buscando. Lo cierto es que no le estoy prestando nada de atención.
Vio que Sonia se había pegado un poco más a él. Eso le llamó la atención, aunque tampoco le resultaba raro. No era la primera vez que se sentaban juntos y acababan pegados el uno al lado del otro. Siempre había roces y contactos entre sus cuerpos, pero para Francisco, todo estaba tomando un cariz diferente.
—Si, veo que es una film apasionante —aseveró el chico tras escuchar la pormenorizada sinopsis—. ¿Por qué no pones otra cosa?
—Pon lo que te dé la gana —dijo Sonia y le pasó el mando.
Una vez que se hizo con este, miró a su hermanita, quien tenía su mirada perdida. Sin mucho que hacer, comenzó a cambiar de canal, pero no hallaba nada interesante. Siguió cambiando hasta que terminó por dejarlo en una reposición de Médico de familia. Los dos hermanos permanecieron allí, contemplando la aburrida serie, sin apenas reír con las gracietas de los personajes. Sonia tenía un sentido del humor demasiado sofisticado mientras que a Francisco, todo lo que fuera ficción española le aburría. De ese modo, no pudo evitar volver la vista hacia su hermana.
—¿Por qué me miras tanto? —preguntó ella de forma inesperada.
Sintiendo el pavor extenderse por su cuerpo al sentirse pillado, otra vez se vio en la tesitura de volver a responder para salir de tan incómoda situación.
—Na...nada —dijo con voz algo temblorosa—. Es que no hay nada interesante en la tele. Es más divertido mirarte a ti.
Supo que aquella última frase no iba a traer nada bueno, aunque la chica tampoco es que se sintiera molesta por ello. De hecho, aquella sonrisa que tanto alteraba a Francisco volvió a dibujarse en su rostro. No sabía porque, pero era evidente que estaba otra vez llevando las cosas por un camino bastante arriesgado.
—Vaya, ¿y a que debo tanta admiración por tu parte?
Tragó saliva. Aquello se le estaba yendo de las manos de nuevo. Lo que ocurrió la otra noche fue algo fortuito y único, no se iba a repetir. Eso era lo que él se decía, pero por la forma en la que lo miraba Sonia, estaba claro que era bastante dudoso.
La chica se pegó un poco más, hasta que sus piernas chocaron con las de su hermano. Una hermosa y curva sonrisa se enmarcaba en aquellos finos labios y sus ojos verdes tenían ese característico brillo tan hermoso. Era una verdadera preciosidad y Francisco debía controlarse, pues de no hacerlo, no tenía ni idea de lo que podría pasar. Aunque, tampoco es que le importase demasiado que ocurriese. Notando la excesiva cercanía, decidió hablar, pese a no saber si eso iba a mejorar tan tensa escena o la iba a empeorar.
—Por nada, solo te miraba —fue lo que acabó contestando—. ¿Es que no puedo?
—Claro que puedes —dijo la chica mientras soltaba una pequeña carcajada—. Pero me parece un poco raro. O puede que no.
Francisco respiró intranquilo y sin saber cómo, colocó una mano en la pierna de su hermana. Cuando se percató, quiso apartarla, pero con Sonia observando muy atenta cada movimiento que hacía, prefirió no retirarla.
—¿Qué te pasa? ¿Ya estás otra vez nervioso?
El ciclo se repetía de nuevo. Fran temblaba como un niño que fuera a la escuela por primera vez o como si estuviera a punto de perder su virginidad. Tenía que parar todo esto, ponerr punto y final a este peligroso momento antes de que las cosas volvieran a descontrolarse. Y supo que debía hacerlo bien rápido cuando comenzó a acariciar la pierna de Sonia, sintiendo su cálida suavidad.
—Yo estoy perfectamente —respondió con rapidez—. ¿Y tú?
La expresión risueña de Sonia se enmarcó en su cara. Era tan bonita.
—Yo también lo estoy, pero, ¿quieres saber una cosa?
—¿El qué? —Fran quedó algo sorprendido ante esto.
—Verás, cuando te hice la paja esta noche pasada, me puse cachonda.
Se quedó sin habla. Literalmente, fue como si su ser hubiera viajado a otra dimensión. Ya no era por lo que acababa de decir, simplemente no podía creerse que su hermana siguiera jugando a esto como si le pareciera divertido. Solo fue una vez, no habría más, pero el destino, o más bien, el empeño de ella, parecían estar arrastrándolo otra vez al mismo abismo donde cayó antes y del que parecía estar consiguiendo salir.
—Hum, pues me dejas sorprendido —expresó el chico con tenue calma aunque en sus palabras se podían adivinar cierta tirantez—. Aunque bueno, es normal. No pasa nada.
Su hermana le siguió mirando de esa manera tan provocadora, atrayéndolo de una forma como nunca antes pudo imaginar. Recordaba el placer que le proporcionó con aquella paja y el deseo comenzó a aflorar de forma evidente.
—¿Quieres saber una cosita? —Su voz sonaba pícara y juguetona.
—Dime.
Sonia se acercó un poco hasta dejar su rostro a apenas centímetros del de Francisco. El hombre miraba alterado, sabedor de lo que ella estaba tramando. Y fue en ese entonces, cuando se lo dijo.
—Ahora mismo también lo estoy.
Era incapaz de articular palabra. Cada cosa que su hermanita le decía lo dejaba bloqueado. Quería escapar de todo aquello como fuese, pero recordó que una de sus manos estaba colocada justo sobre la pierna de ella y no la había apartado en mucho rato. Los dos se miraron sin reparo y entonces, fue cuando Francisco comprendió que no había marcha atrás.
—¿En serio? —preguntó con cierto interés—. ¿No me estarás tomando el pelo?
—No, si quieres compruébalo tú mismo —le dijo su hermana como si le estuviera retando.
Volvió a mirar su mano, posada sobre la pierna, justo entre la zona de la rodilla y el muslo. Sabía que solo tenía que subir un poquito para internarse y llegar a ese lugar prohibido, tocar allí donde nunca jamás creyó que tocaría. Respiró intranquilo, sabedor de la locura que estaba a punto de cometer y, por un momento, se negó a llevarlo a cabo. Era su hermana, no podía hacer algo así. Ni siquiera debió permitir el que le hiciese una paja. Pero cuando sus ojos se encontraron y se topó con aquella mirada desafiante, supo que no podría recular. Era imposible.
—¿En serio quieres que haga algo así? —preguntó incrédulo.
—No soy yo quien te lo está pidiendo —contestó ella en un leve susurro—. Eres tú el que se lo está pensando hacerlo.
Así era. Jamás en su vida Francisco se había planteado una cosa tan perturbadora como la que estaba tentando de hacer. El morbo de cruzar ese límite era muy atrayente y su hermana se veía tan deseable. ¿Por qué ella querría hacer algo así? No entendía nada, pero lo cierto era que ya no le importaba demasiado. Estaba cada vez más excitado y las ansias por querer ir más allá iban en aumento.
—Bueno, si tú no tienes ninguna objeción —concluyó el muchacho.
Su mano empezó a temblar al ir subiendo por la pierna. Bien depilada, podía sentir la suavidad y calidez que emanaba de ella. Fue ascendiendo hasta que se internó por debajo de la falda, perdiéndola de vista. Luego, miró a Sonia, quien se hallaba tan expectante como él de lo que ocurriese. La chica arqueó una ceja, en clara señal de que estaba a la espera. Todo quedaba en su mano.
Fue adentrándose poco a poco en esa falda, guiándose a través del tacto de la suave piel. Sonia le miraba en vilo, esperando a que algo maravilloso ocurriese. Podía sentir su respiración, acompasada y profunda. Estaba muy atenta y ansiosa por el deseo que subyacía en su interior. Un deseo muy intenso que afloraba cada vez con mayor fuerza. Y así fue, cuando los dedos de Francisco rozaron la tela de sus braguitas. La chica vibró ante el inesperado tacto sobre esa zona, tan sensible como nunca imaginó.
—Tienes razón, estás mojada —afirmó impresionado su hermano.
El chico no salía de su asombro al tocar por encima de la prenda y notar la humedad que emanaba. Su hermana estaba cachonda y, eso, le estaba poniendo. Siguió tocando, palpando por encima de aquella tela la húmeda raja. Podía adivinar las formas de su vagina, la cual estaba entre abierta. Se hallaba maravillado ante algo tan increíble y escuchar los suaves gemidos que su hermanita emitía le estaba encantado. Se giró para mirarla y la encontró con los ojos cerrados y una expresión de gusto dibujada en su cara.
—¿Te gusta? —preguntó en ese mismo instante.
—Si —respondió Sonia muy alborotada. Se apreciaba que estaba disfrutando con todo esto.
—¿Quieres que te devuelva el favor?
—¿Por lo de anoche?
—Claro. Tú me diste mucho placer. Ahora quiero dártelo yo a ti.
La chica quedó maravillada ante lo que su hermano le dijo. Llena de un deseo irredento, asintió con ganas, queriendo ver hasta donde llegarían.
—Entonces, déjamelo todo a mí —dijo Fran con claridad—. Tengo buena mano con estas cosas.
Sin dudarlo, el chico apretó sus dedos contra la vagina de su hermana y ella se estremeció ante el dulce roce. Emitió un leve suspiro que solo era el anuncio de lo que estaba por venir. Se relajó un poco cuando notó menguar la presión. Entonces, percibió otra cosa, como le quitaban la ropa interior.
—Fran, ¿qué haces? —preguntó a su hermano algo agitada.
—Tú tranquila —la calmó el muchacho—. Relájate y disfruta.
Le bajó las braguitas hasta los pies y luego las pasó por estos para terminar de quitárselas. Ahora, tenía la ropa interior de Sonia en su mano. Las miró. Eran de color blanco y cuando las volvió, pudo ver sobre la tela la inconfundible mancha de humedad que ella había dejado. Las observó por un rato y, de repente, como si un mecanismo interno se accionase, llevó estas hasta su nariz para olerlas. El aroma fresco y fuerte a coñito impregnó sus fosas nasales y lo dejó maravillado. Aspiró cuanto pudo y cuando las apartó, vio de reojo como su hermana le miraba incrédula.
—¿Huelo bien? —preguntó la chica aun en shock, pero divertida ante la situación.
—Mucho —contestó Francisco con satisfacción.
Dejó las braguitas sobre el sofá y volvió a colocarse al lado de ella. La chica lo miraba con sonrojo y risa trastornada. Se la notaba nerviosilla ante lo que iban a hacer. Él también lo estaba y, por ello, buscó aparentar calma, pese a que le estaba costando. Nunca se imaginó haciendo algo así. Bueno, sí que se había visto, pero nunca con ella. No con Sonia.
—Estas asustadillo, ¿verdad? —le dijo mientras le sonreía con encantadora ternura.
—Un poco, para que negarlo —reconoció al final.
La tenía tan cerca. Sentir el calor de su cuerpo y esa respiración tan profunda le volvían loco. Posó de nuevo su mano en la pierna y comenzó a subir por ella hasta que desapareció bajo la tela de la falda. Guiándose con sumo cuidado, llegó hasta la entrepierna y, muy pronto, sus dedos tocaron el cálido sexo de Sonia.
—¡Oh Fran! —suspiró la chica con fuerza.
—Um, ¡Sonia! —exclamó con sorpresa—. ¡Qué calentita estás!
Comenzó a tocar el húmedo coño con cuidado y pasión, palpando cada uno de los empapados pliegues, al mismo tiempo que notaba como su hermanita se excitaba cada vez más. Empezaba a gemir con fuerza y notaba como su cuerpo temblaba. De hecho, ella le abrazó con fuerza, como si no deseara separarse de su lado.
—¿Estás bien?
—Sí, sigue —le respondió con voz temblorosa— Sigue, por favor.
Las suplicas no hicieron más que incendiarlo por dentro y aumentar sus deseos de complacerla. Con sus dos dedos, recorrió la rajita de arriba a abajo e hizo que Sonia emitiese un fuerte grito. Aún así, no era suficiente. Con saña, rebuscó en aquella mojada gruta hasta hallar el prominente nódulo que se hallaba en la parte superior, el clítoris. Con esos dos mismos dedos, el índice y el corazón, comenzó a frotar aquel carnoso botón y no tardó en notar los efectos que empezó a causar en la chica. Se puso más tensa y su respiración se aceleró. Francisco lo sabía, su hermana estaba a punto de tener un orgasmo.
—¡Fran, Fraaan! —gimió la muchacha con fuerza—. ¡Me corro!
El orgasmo la atrapó de improviso. Todo su ser se agitó y su hermano pudo notar el súbito bamboleo. Cerró sus ojos y abrió su boca mientras emitía varios alaridos al tiempo que notaba fuertes contracciones en su vagina, expulsando copiosas cantidades de flujo que empaparon la mano de Francisco. Este pudo percibir el caliente líquido derramándose entre sus dedos. Quedó estupefacto ante lo que palpaba. Cuando todo terminó, el hombre sacó su mano de dentro y dejó que la chica se recuperase.
La observó con detenimiento. Se la notaba tan serena y calmada, como si estuviera en paz con todo. Le parecía algo tan tierno y dulce que no pudo evitar sentir más que amor por ella. La quería con locura, incluso a pesar de lo que acababan de hacer. Seguía creyendo que no era algo correcto, pero no le horrorizaba en absoluto. En realidad, le estaba encantando. Siguió admirándola hasta que decidió acariciar su rostro con su otra mano, la que no estaba aún llena de líquidos. Pasó sus dedos por su mejilla y ella apoyó su rostro en la palma, sintiendo así la delicada tersura de su piel. La vio tan placida y tranquila que cuando quiso darse cuenta, la estaba besando.
Fue algo involuntario, no quiso lanzarse y pegar sus labios contra los de ella, por eso, cuando se vio en esa situación, se apartó de forma brusca. Sonia abrió sus ojos y miró a su hermano con sorpresa.
—¿Por qué te has detenido? —preguntó.
Fran se sentía arrepentido. Aquello no debió pasar. Estaba yendo demasiado lejos.
—No debí de hacer eso, lo siento —se disculpó.
—¿Por qué? —dijo la chica con sorpresa—. A mí no me lo parecía.
De nuevo, se quedó sin habla. Aquella chica le pillaba por sorpresa cada vez que se lo proponía.
—A mí no me ha parecido algo malo —continuó ella—. De hecho, me ha gustado.
Volvió a besarla. No se detuvo a pensarlo siquiera. Pegó sus labios de nuevo a los de Sonia y ambos se entregaron a la placentera unión. Las bocas no tardaron en abrirse y dejaron paso a las húmedas lenguas que se deleitaron jugando entre ellas. La chica pasó sus brazos por detrás del cuello de su hermano, envolviéndolo y se apretó más a él, acentuando más aquella lujuriosa unión. Y al mismo tiempo, él internó su mano de nuevo en la entrepierna de ella.
—¡Fran, otra vez! —dijo con sorpresa.
—Te corriste antes demasiado rápido —contestó el chico—. Quiero que disfrutes un poquito más.
—Si, dame más placer.
Aquellas palabras solo hicieron más que alentarle. Volvió de nuevo a acariciar aquel manantial del que no cesaban de derramarse fluidos. Francisco seguía sin creerse que su hermana pudiera estar tan húmeda, pero no dudó en seguir masturbándola. Sonia comenzó a gemir de nuevo y no tardó en ser acallada cuando su preciado hermano la besó de nuevo en la boca. De ese modo, besándose con ansiada desesperación y masajeando la vagina, los dos amantes se entregaron a otra sesión de placer incansable.
Sonia no tardó en correrse de nuevo. Francisco se esmeró en describir círculos alrededor de su clítoris antes de frotarlo con suavidad para no lastimarla. Se notaba, como él mismo decía, que tenía buena mano para el placer femenino. Y cuando se corrió, lo hizo besándolo con todo el deseo que pudiera tener dentro, agitándose como una endemoniada mientras sentía su cabeza nublarse por el éxtasis proporcionado.
Tras terminar, Fran la posó sobre el sofá, dejando que se recuperase. Observó cómo estaba. Su pelo rojo revuelto, su rostro enrojecido, su pecho subiendo y bajando. Estaba esplendida y, por ello, no dudó en besarla otra vez.
—¿Qué tal estás? —preguntó.
—Genial —dijo ella llena de euforia—. ¡Nunca imaginé que se pudiera dar tanto placer! ¡Estoy agotada!
—Pues no ha sido nada, en comparación con lo que soy capaz.
—Seguro.
Volvieron a besarse. Era estupendo, no podía creerse que su hermanita fuera tan perversa y juguetona. Eso le estaba encantado. Pero quizás debía ir con cautela, pues no dejaban de ser familia. Fran se dio cuenta de ello y del peligro que conllevaba si sus padres llegaban a enterarse de todo esto. Pero sus pensamientos no tardaron en esfumarse cuando notó la mano de Sonia sobre su paquete.
—La tienes durita —comentó picarona la chica al tiempo que manoseaba su polla—. ¿Quieres que te haga otra paja?
Fran la miró lleno de dudas, incapaz de saber si debía aceptar la propuesta de su hermanita.
—No creo que sea buena idea. Papa y mamá estarán al venir —objetó como si quisiera evitar esto, aunque estaba muy indeciso.
—Vamos, no seas tonto —le replicó Sonia—. Tú me has hecho correr dos veces, así que estoy en deuda por ello. Te debo una más.
Notó como ella siguió manoseando su pene y la excitación le podía. Se la veía tan deseosa y dispuesta. Al final, Francisco decidió mandarlo todo a la mierda.
Sin dudarlo, atrajo a su hermana y comenzó a besarla con pasión. Ella le correspondió de la misma manera y no tardó en comenzar a desabrocharle el pantalón. No tardó en bajárselo junto con los calzoncillos y Sonia tardó poco en atrapar el empalmado miembro con su mano, comenzando a pajearlo.
—No pares, no pares —le decía entre sonoros ronquidos.
—¡Seguro que esta vez te vas a correr más rápido! —dijo ella divertida.
—No creo que tarde.
Francisco volvió a besarla mientras notaba el continuo sube y baja de su mano. Respiraba muy tenso, notando el gran placer que su hermanita le proporcionaba. Le encantaba y no quería que parase. La besó en el cuello, en las mejillas, en todo su rostro. Sus manos acariciaron sus finas piernas y llegaron hasta su suculento culo, el cual palpó un poco. Al mismo tiempo, la chica volvía a disfrutar de la genial experiencia de acariciársela a su hermanito. Podía notar la dura polla en su mano y como la pajeaba con decisión. Bajó su mirada para verla, tan larga e imponente como se mostraba, con liquido preseminal mojando la puntita, señalando la excitación que recorría a Fran. El hombre comenzó a sentir como su pulsación se aceleraba al tiempo que gemía con fuerza. Ya iba a llegar al orgasmo.
—¡Joder, si, si! —gritó Fran al tiempo que sentía la gran venida.
Cerró los ojos y notó como su polla sufría varios espasmos. Se sintió perder el conocimiento y como todo su cuerpo se agitaba con violencia. Su polla expulsó el semen en copiosos chorros, pero esta vez, no salieron disparados, sino que Sonia, muy habilidosa, logró tapar la punta con su mano, logrando así que no se derramase por la habitación, poniéndolo todo perdido.
Tras haberse corrido, Francisco se sintió más aliviado. Ahora se notaba más ligero y sereno. Cuando abrió sus ojos, vio a su hermana con las manos tapando la punta de su miembro y como la leche recién expulsada se derramaba.
—Parece que no has dejado salir nada —comentó.
—¡Claro hombre! —exclamó ella mientras le miraba con sus centelleantes ojos—. ¿Es que pretendes ponerlo todo sucio? Una cosa es tu cuarto, ¡pero esto es el comedor!
—Tranquila, no te aceleres —la calmó—. Has hecho bien. Ahora la cuestión es, ¿cómo la limpiamos?
—Tú déjamelo a mí.
Francisco se sorprendió de la seguridad con la hablaba su hermana. Vio como Sonia apartaba las manos de su polla, la cual ya comenzaba a decrecer, y, con sumo cuidado, fue recogiendo todo el semen que podía. Vio que en la palma de la derecha tenía mucho acumulado y se preguntó si no acabaría cayéndosele alguna gota.
—Joder, ¡sí que me he corrido! —dijo impresionado al ver tanta descargado.
—Si, echas mucho —comentó su hermana impresionada.
Con toda la lefa en sus manos, Sonia fue a la cocina mientras Fran trataba de evitar que algo de su corrida cayese al sofá. Si dejaba algún manchurrón sobre la tela, ya podían ir preparándose. La chica, mientras, llegó al fregadero y se limpió las manos con el agua del grifo. Antes de hacerlo, observó cómo tenía estas pringadas del semen, ya un poco seco y pegajoso. Aun notaba el calor envolviéndola y el fuerte olor llegaba a su nariz. Se estaba excitando de nuevo con esto tan solo. Pero todas esas sensaciones se derramaron por el desagüe. Tras limpiarse, cogió un rollo de papel y volvió al comedor. Allí, seguía sentado Francisco. Con sumo cuidado, se arrodilló frente a él para limpiarle. Pasó un trozo de papel por la punta y le quitó lo poco que quedaba de la corrida. Miró como había quedado, impregnado de semen ya seco, pero que aún olía fuerte. Luego, volvió la vista a Fran, quien la miraba con cierta tensión. Ella solo se limitó a sonreírle y siguió limpiándolo hasta dejarlo listo.
Tras esto, el hombre se subió los pantalones y la chica recogió todo para dejarlo listo y ordenado. Allí sentado, Fran se quedó recordando el momento en el que su hermana acababa de limpiarle la polla. Ella estaba allí de rodillas frente a su miembro. Eso, encendió su imaginación y le llevó a pensar en cosas realmente perversas. Se estremeció. No podía creer que estuviera fantaseando con su propia hermana, pero lo estaba haciendo. Y tampoco es que tuviera que recurrir a su fantasía. Sonia le había masturbado y él a ella también. Además, se habían besado y acariciado de forma muy apasionada. Se suponía que lo de la noche anterior no volvería a repetirse, pero había pasado e incluso habían hecho más cosas.
Vio que Sonia se iba hacia las escaleras y notando como se marchaba, se quedó sorprendido.
—¿No te quedas a ver la tele? —preguntó.
Ella le miró con cara de pocos amigos y pensó que quizás estaría molesta. Eso parecía una reacción extraña por su parte.
—No hay nada interesante —contestó con cierta desgana—. Me voy a mi cuarto. Avísame cuando prepares la cena.
Al ver que se marchaba, se volvió a sentar, aun incapaz de creer lo que había ocurrido. Fue en esas, cuando se fijó en que las bragas de Sonia estaban a su lado. Impactado, las cogió y llamó a su hermana de nuevo.
—¿Qué quieres Fran? —dijo ella desde su habitación tras escucharle.
— Te has dejado aquí tus bragas— le informó—. Ven a por ellas.
La chica regresó y, desde las escaleras, vio a su hermano con la ropa interior en su mano. Al fijarse, le sonrió de forma perversa.
—Quédatelas —dijo juguetona—. Un pequeño recuerdo de esta divertida tarde.
Acto seguido, se dio la vuelta y regresó a su cuarto. Francisco siguió allí y miró las bragas, sin poder creer que ella se las acabase de entregar.
Al cabo del rato, sus padres regresaron. Todos cenaron juntos en la cocina y cuando el padre le preguntó que hicieron toda la tarde en casa solos, Francisco no tardó en mirar a su hermana con miedo. Ella le devolvió la mirada y sonrió. No le gustaba lo que fuera a decir.
—Nada, papá —contestó en ese mismo instante, sin dejar de mirarlo—. Tan solo hemos estado viendo la tele aburridos. Eso es todo.
Al escuchar esa frase, sintió como se quitaba un gran peso de encima. Aliviado, siguió cenando como si nada.
Una vez terminó, volvió a su cuarto. Escuchó como Sonia cerraba la puerta de su habitación. Sentado en su cama, no pudo evitar recordar todo lo que pasó esta tarde. No podía creer que se hubieran atrevido a tocarse y besarse de ese modo tan indecente. Y sin embargo, le encantó y lo peor, es que no se sentía culpable. Era su hermana, pero más allá de eso, ¿tan malo resultaba? Solo se habían aliviado el deseo sexual que sentían en esos momentos, nada más. Aunque no podía evitar reconocer que no era algo que deseara que se supiera. De hacerlo, sería desastroso para los dos.
Y ahí sentado, mientras evocaba todas aquellas vivencias, volvió a excitarse. Sus finos labios, sus ojitos verdes, su intensa respiración, la suave piel, el calor que emanaba de aquel coño. Miró en el primer cajón de su mesita y sacó las bragas de Sonia. A la mañana siguiente, las dejaría en el cesto de la ropa sucia, pero ahora, les iba a dar un buen uso. Se las llevó a la nariz y aspiró el fuerte aroma que emanaba a coñito. El olor aún era fuerte y eso le encendió de nuevo.
Acostado sobre su cama, con las braguitas pegadas contra su rostro y los pantalones bajados, Francisco se pajeaba a gusto, rememorando lo que Sonia y él habían hecho esa tarde. Gozó como nunca hasta que terminó de correrse, pensando en su hermana. Y deseando más.
En su cuarto, Sonia hacía lo mismo.
Ya que has llegado hasta aquí, me gustaría pedirte algo. No una rosa o dinero (aunque si de esto ultimo te sobra, un poquito no me vendría mal), tampoco un beso o tu número de teléfono. Lo unico que solicito de ti, querido lector, es un comentario. No hay mayor alegría para un escritor que descubrir si el relato que ha escrito le ha gustado a sus lectores, asi que escribe uno. Es gratis, no perjudica a la salud y le darás una alegría a este menda. Un saludo, un fuerte abrazo y mis mas sinceras gracias por llegar hasta aquí. Nos vemos en la siguiente historia.
Lord Tyrannus.