Dulces caricias I
Francisco vuelve a casa tras una fiesta y regresa muy caliente. Sabe que la única persona que podrá proporcionarle alivio es el mismo, pero una vez en su hogar, se encontrará con un candidato mejor.
Nota: Vieja serie que publiqué hace mas de un año y que he decidido vovler a subir. Espero que la disfrutéis.
Francisco regresó a casa dando tumbos. Estaba algo bebido tras la fiesta que se había pegado con sus colegas y, por eso, volvía a su hogar andando. El aire fresco de la madrugada le serenaba y hacía que ese achispado estado en el que se hallaba fuera disipándose. Para cuando llegó a la puerta, estaba más despejado y pudo entrar sin problemas. Aún con todo, se sentía un pelín eufórico. Y no solo era eso lo que tenía.
Una vez subidas las escaleras, con sumo cuidado para no despertar a nadie, llegó a su cuarto, cerrando con suavidad la puerta para no hacer demasiado ruido. Tras esto, encendió la luz y se quitó la chaqueta para luego sentarse sobre la cama. La borrachera ya se le estaba pasando, pero todavía no se le había pasado lo otro. Por eso estaba tan molesto, seguía bien empalmado.
El alcohol y el ambiente fiestero pudieron hacer que se excitase, pero lo último que terminó de ponérsela bien dura para toda la noche fue Jimena.
Llevaba detrás de aquella preciosa chica rubia desde bastante tiempo. Era amiga de la novia de uno de sus colegas y, siempre que salían, ella les acompañaba. Habían hecho muy buenas migas durante las noches previas y esperaba que esta por fin consiguiese lo que tanto se proponía. Ella iba vestida muy sexi con un traje rojo muy corto que enmarcaba su voluptuosa figura a la perfección y que dejaba al descubierto sus preciosas piernas, además de un delicioso escote conformado por sus grandes y redondos pechos. Estuvieron bailando juntos todo el rato. Ella restregó todo su cuerpo contra el de él y se estuvieron tocando sin tapujos. Incluso, se besaron un par de veces. Entre eso y las bebidas, todo parecía estar propiciándose para que los dos se liasen esa noche, pero entonces, a su amiga, novia de su colega, le entraron terribles mareos y las dos tuvieron que irse, dejándolo en la estacada. Ahora, se hallaba en casa con una buena erección. Eso solo podía significar una cosa: que se la tendría que cascar de manera insatisfactoria en ese mismo instante.
Estaba muy enojado. Llevaba meses sin follar y esta había sido la oportunidad perfecta. A sus veintidós años, era un chaval con una energía sexual muy alta y necesitaba liberarla como fuese. Se pasó su mano por su pelo corto castaño oscuro y suspiró. Se sentía frustrado, pero sabía que no tenía otra alternativa. Acarició su entrepierna y sintió la dureza de su miembro por encima del pantalón vaquero. A su mente, regresó la increíble imagen de la hermosa Jimena bailando bajo las brillantes luces de la discoteca, con su largo pelo rubio suelto y su delicioso cuerpo meciéndose al ritmo de la música. Con esa imagen, comenzó a desabrocharse el pantalón para sacarse su enhiesta polla y comenzar a masturbarse. Pero entonces, llamaron a la puerta.
—Fran, ¿estás ahí? —preguntó una voz femenina tras tocar un par de veces.
El chico se alborotó con nerviosismo ante tan inesperada interrupción. Quien llamaba no era otra que su hermana Sonia. No esperaba que siguiese levantada y, menos aún, que fuera a llamar a su puerta. ¿Qué demonios querría?
—Sí, pasa —dijo Francisco tras abrochar su pantalón.
La puerta se abrió y entró una chica de estatura media, cuerpo delgado y larga melena pelirroja. Sonia caminó un par de pasos y miró a su hermano con su par de preciosos ojos verdes oscuros, los cuales adquirían un brillo especial bajo la luz. Sus rosados labios enmarcaban una preciosa sonrisa que iluminaba con radiante alegría su redonda cara de piel blanquita. Parecía una muñeca de porcelana, bonita y delicada.
—¿Ya has venido de la fiesta? —preguntó de manera inocente.
—No, sigo allí emborrachándome y bailando la Macarena —respondió mordaz su hermano.
Sonia puso un gesto de desagrado ante semejante contestación mientras se acercaba un poco más.
—Tampoco tienes que ser tan maleducado —replicó la chica.
—Pues no me hagas preguntas tan estúpidas —dijo él.
Por un instante, el silencio reinó en la habitación. Sonia se sentó al lado de Francisco y ambos se miraron. Ella llevaba puesto un pijama corto de color blanco que dejaba entrever su apetecible cuerpo. Ya tenía 18 años y la niña había dejado paso a una mujer muy hermosa. Francisco no lo podía negar, su hermana era muy bonita. La camiseta holgada dejaba entrever unos pechos menudos y redonditos. El pantalón corto revelaba unas estilizadas y pálidas piernas, además de que seguramente marcaría muy bien su culito. Era en suma, toda una belleza y no podía dejar de mirarla por ello.
—¿Estás bien? —preguntó la chica de forma repentina.
Francisco se sorprendió ante tan inesperada cuestión y se mostró un poco alterado. Había estado mirando a su hermana por demasiado tiempo y, quizás, se habría percatado. Eso le hizo sentir inseguro. No pretendía observarla y menos, de forma tan indecente. Era Sonia, su hermana. Jamás la miraría de manera tan perversa, pero tal como se encontraba en aquellos instantes, poco le importaba.
—Sí, estoy perfectamente —contestó, tratando de sonar lo más calmado posible, aunque le costaba aparentarlo.
Ella se le acercó un poco más, inquietándolo bastante. Casi sintió el roce de su cadera contra la suya. Sus ojos verdes tenían un brillo atrayente y siniestro. Tembló un poco, como si pareciera que ella le estuviese leyendo sus pensamientos.
—Pues no lo pareces —aseguró Sonia—. Te veo muy tenso e inquieto, como si algo te alterase.
No podía negarlo por más tiempo. Aunque quisiera seguir mostrándose calmado, era imposible seguir aparentando en ese estado. Francisco estaba muy nervioso por la situación y la escrutadora mirada de su hermanita tan solo estaba empeorando las cosas.
—No es nada, de verdad —dijo intentado respirar para relajarse, pero Sonia se estaba dando cuenta de que seguía igual—. Por cierto, ¿qué diantres haces aquí?
Aquella pregunta fue la maniobra que necesitaba para desviar la atención de su hermana sobre él. De hecho, al hacerla, la expresión en el rostro de la chica cambió de repente.
—Me desperté al oír como abrías la puerta —le informó ella—. Te escuché caminando un poco raro por las escaleras, así que vine a ver si estabas bien.
—¡Pues aquí me tienes! —exclamó con tranquilidad Francisco—, estoy perfectamente.
—¿En serio? —expresó la chica con ciertas dudas—, pues yo te sigo notando un poco raro.
La insistencia de Sonia era impresionante. Ella se echó a reír al ver la expresión de incredulidad en la cara de su hermano. Todavía no podía concebir que la muchacha fuera tan pesada con todo aquel asunto. Y a fin de cuentas, ¿a ella que narices le importaba lo que le pasase?
—Vale, estoy un poco inquieto, podría decir que incluso exaltado —reconoció al final frente a su hermanita—. Pero, ¿qué esperabas? Vengo de fiesta. Voy un poco borracho y eufórico por el ambiente. ¡Es normal que esté así!
Una sonrisilla malévola se dibujó en la boca de su hermana. Con cierta picardía, comenzó a pasar su mano por el contorno de sus rosados labios, dándole a la chica un aire tanto sensual como atrevido. Francisco sospechaba que su hermana intuía más de lo que él creía.
—No creo que estés solo algo animado —le expresó con evidentes dudas mientras se acercaba más—. A mí me da que también estás excitado.
Se tensó al escuchar esto. Francisco la miró incrédulo, sin poder creer que Sonia hubiera averiguado lo que le ocurría y la sonrisa en su rostro se acentuó aún más. Había dado en el clavo con sus observaciones. Tampoco es que su hermano se extrañase, ella siempre había sido así de perspicaz. Podía notar como seguía mirándolo con cierta alevosía, como si disfrutase de su sufrimiento. Estaba empezando a exasperarlo.
—Oye, ¿has venido aquí tan solo para disfrutar de mi humillación o te vas a pirar? —Se notaba que Francisco estaba empezando a cansarse de todo aquello—. Me gustaría irme a dormir.
—Antes de irte a la camita, te harás una buena paja, ¿no?
Escuchar aquello lo dejó sin habla. ¿Realmente acababa de decir, sin ningún tapujo, que iba a masturbarse? No, no podía ser cierto. Se repetía en su cabeza que ella era Sonia, su preciosa hermanita. Una chica inocente y risueña que, sí, ya tenía 18 años y, por tanto, era una adulta, pero de la que nunca esperaría oír algo así. No es que dudase de que no entendiera de qué iba el sexo y ya debía suponer que habría tenido sus escarceos, pero no se esperaba que ella le hablase de esa manera. Jamás lo había hecho antes. Claro que él también acababa de mirarla de forma indebida ahora mismo y no había sido la primera vez. Estaba claro que las cosas no andaban muy normal entre los dos. Reponiéndose del shock, el chico decidió responderle para salir del paso.
—Mira, lo que yo haga en mi habitación no es asunto tuyo, ¿vale? —le expresó con claridad—. Es tarde, quiero descansar y tú también deberías. Vuelve a tu dormitorio.
Pero Sonia permaneció allí, mirándolo con aquellos ojillos verdes brillando con un resplandor increíble y con aquella pícara mueca curva aun dibujada en su rostro. Se la veía tan esplendida y adorable. Su pelito rojo largo, sus pecas, su rostro infantil. Francisco no podía negar lo excitado que se encontraba al verla y notó bajo su pantalón su polla endureciéndose como el cemento. Poniéndose así gracias a su propia hermana.
—¿Y en quien vas a pensar mientras te la tocas? —preguntó con perversa intención—. ¿Alguna de tus amiguitas, una chica con la que te has cruzado mientras bailabas, una camarera?— la miró fijamente a sus ojos mientras ella le hacía esa pregunta—. ¿En mí?
Sacudió su cabeza confuso. No, no podía haber escuchado eso último. Tenía que ser producto de su confusa imaginación, destrozada por el alcohol, la música machacona a todo volumen de la discoteca y la fatiga por ser tan tarde. Era imposible que Sonia le hubiese preguntado eso, aunque contemplando su sonrisa de duende traviesa, le resultaba difícil dudarlo. Intentando poner las cosas en orden, decidió poner fin a todo esto.
—Mira, eso ni te va ni te viene. Es privado e igual que yo te respeto a ti, ¡tú debes hacer lo mismo conmigo! —exclamó algo alborotado mientras se levantaba—. Ahora, quiero que te marches y no vuelvas a mencionar ni una sola palabra de esta conversación, ¿entendido?
Puso rumbo hacia la puerta con clara intención de abrirla y obligarla a que se marchase, pero cuando se volvió, pudo ver a Sonia tan tranquila sentada sobre su cama. De hecho, parecía haberse puesto más cómoda. Ver su pasividad, lo puso enfurecido.
—¡Vamos, fuera! —masculló iracundo mientras se acercaba a ella.
—¡Ey, suéltame! —protestó la chica al ver como él pretendía cogerla de un brazo.
Notando la clara hostilidad de su hermano, Sonia se apartó con rapidez e hizo caer a Francisco sobre su cama, haciendo que tropezase con el filo. El chico alzó furioso su vista hacia su hermana, ansioso por lanzarse sobre ella para atraparla.
—Por favor, antes de que intentes ir a por mí, ¿podríamos hablar?
Quedó confuso ante semejante propuesta. No tenía ni idea de lo que pretendía, pero era evidente que pelear no iba a ser la solución factible. Al menos, de momento. Viendo que no tenía otra opción, se acomodó bien sentado en su cama y respiró un poco para calmarse, aunque le costaba.
—Bien, ¿qué demonios quieres? —preguntó.
Ella permaneció callada por un instante, pero, al notar la ansiedad en los ojos de Francisco, decidió hablar.
—Estas excitado, ¿no?
Aunque reticente, el joven asintió. Le costaba reconocérselo a su propia hermana, aunque tras la pequeña pelea, había quedado en evidencia.
—Ves como no era tan difícil —le dijo Sonia algo chistosa. A Francisco no le hacía ninguna gracia y se lo hizo saber con una penetrante mirada llena de ira. Al ver esto, la chica decidió tomarse las cosas con algo de seriedad—. Bueno, el caso es que la tienes dura.
—¿¡Se puede saber a dónde quieres ir a parar con todo esto?!
Estaba claro que la muchacha comenzaba a desesperarlo. Ya ni siquiera tenía en mente masturbarse, solo dormir, pues notaba el cansancio en su cuerpo, aunque no podía negar que tenía cierta curiosidad por saber a donde quería llegar Sonia con todo este asunto. Le generaba algo de vergüenza, pero a la vez, le interesaba. Ella, viendo que su hermano demandaba una respuesta de una vez por todas, prosiguió.
—Bien, el caso es que ahora te ibas a hacer una paja —comentó sin ningún tapujo, como si no se avergonzara de lo que acababa de decir—. Tú solito te vas a masturbar pensando en esa chica que tanto deseabas y seguramente ni te va a gustar. Debe ser muy insatisfactorio meneártela en tu propia soledad cuando habías esperado que fuese la chica de tus sueños quien debería estar haciéndolo.
No daba crédito a lo que escuchaba. Cada palabra que salía de la boca de Sonia le resultaba más aterradora y, peor aún, atrayente. Porque si, su hermana le estaba empezando a resultar muy atractiva y eso era algo que no podía obviar por más que desease.
—Sonia, de nuevo, lo que yo haga en mi intimidad no es asunto tuyo —repitió otra vez, tratando de terminar con todo esto de una vez por todas.
—Como quieras, pero está claro que esta noche no vas a disfrutar mucho.
Era incapaz de comprender que era lo que su hermana pretendía con todo aquello. Estaba claro que tramaba algo y no era que no supiera de qué podría tratarse, más bien al contrario, una idea muy perturbadora rondaba por su cabeza, pero prefería no pensar en ello.
—¿Y eso a ti que te importa?
Pareciera como si la chica estuviese esperando esa pregunta, pues una perversa sonrisa se formó. Sus ojos brillaron de manera resplandeciente y Francisco tragó saliva ante semejante panorama. Esto le empezaba a gustar cada vez menos.
—Bueno, si quieres, yo podría ayudarte.
Cuando escuchó aquello, pensó en un principio que lo acababa de imaginar. No, su hermana no podría ser capaz de decir algo así. Era imposible, absurdo.
—Erm, Sonia, debo haberte escuchado mal —comentó un poco asustado el chico—. ¿Acabas de insinuar que quieres hacerme una paja?
Esperaba que fuera una broma o un malentendido, pero cuando notó la mirada de seriedad de su hermana, dio un bote de la cama.
—¡Me has escuchado perfectamente! —exclamó con toda la frialdad del mundo Sonia—. Y sí, quiero hacerlo.
Por un instante, Francisco pareció sentir como el mundo sobre él se derrumbaba aplastándolo. Todo esto no podía estar pasándole, no, era una locura. Su hermana no podía estar proponiéndole algo así. Ella, la chica a la que cuidó y mimó desde pequeña, que había crecido hasta convertirse en una mujer. No lo podía negar, pero no esperaría jamás en su vida que ella le propusiese una idea tan morbosa como terrible a la vez.
—A ver, ¿esto es una puta broma? —dijo cada vez más nervioso—. ¿Dónde están las cámaras y la gente oculta que ahora dirán que es una jodienda de la tele? Di…dime que esto es una puta coña, por favor.
La chica quedó incrédula ante la reacción de su hermano. Lo observó durante un pequeño rato, viendo como bajaba la cabeza como si no quisiera mirarla y describiendo movimientos erráticos con sus manos, casi pareciéndose a un mimo borracho.
—No, voy en serio. Quiero hacerte una paja —reconoció ella de nuevo.
Oír esto, rompió toda la compostura que le quedaba a Francisco. Se levantó y comenzó a caminar de un lado a otro, tratando de asimilar lo que estaba ocurriendo. Sonia lo miró con algo de temor, probablemente ante la posible reacción de su hermano. El chico se detuvo por un momento, emitió un leve gemido y, luego, volvió su vista hacia la muchacha. Ella lo contemplaba, deseosa de saber su respuesta.
—¿Tu estas mal de la cabeza? —cuestionó bastante molesto—. Una de dos, si esto es una broma, no tiene ni puta gracia. Si va en serio, no se ya que pensar.
—Vale, pero cálmate y no te cabrees.
Ante estas palabras, Francisco rio sarcástico.
—¿Quieres que me calme? ¡Porque lo único que vas a conseguir es que me dé algo! —Se le notaba cada vez más histérico—. De verdad, no puedo creerme que pretendas hacer algo así. Me estoy volviendo loco y, como siga gritando, voy a despertar a papa y a mama.
—Por esos no te preocupes —le comentó tranquila Sonia—. Cada noche se toman esas pastillas tranquilizantes que compraron hace unos días y deben estar dormidos como troncos.
Frustrado, Francisco se sentó de nuevo en la cama. Su cabeza estaba hecha un completo lío. No tenía ni idea de cómo lidiar con todo este asunto, de qué hacer. Miró de nuevo a su hermana, esa chica con la que creció, con la que tan buenos momentos compartió. Seguía sin poder creer que le hubiera propuesto algo así, simplemente era algo que no podía concebir. Pero allí estaba, dispuesta a complacerle.
—¿De veras quieres hacerme una paja? —preguntó de nuevo, aun desconcertado por todo aquello—. ¿Por qué? ¿Qué pretendes conseguir con todo esto?
Ella le sonrió con ternura como respuesta. Por más que lo intentase, no podía enfadarse con Sonia. Su aspecto tan juvenil resultaba hipnótico y seductor. Le enternecía y provocaba. Ella acarició su mano y, sentir ese roce, le encendió por dentro. Los ojos de ambos se encontraron en ese mismo instante.
—Algunas noches, mientras voy por el pasillo, te escucho en tu habitación haciendo esas cosas, ya sabes, tus pajas, y noto lo frustrado y dolido que estás —relató la chica con suma calma—. Me apena y, por eso, quiero ayudarte. Tú siempre has estado ahí para mí, Fran, protegiéndome y cuidando de que no me pasase algo malo. Ahora, yo quiero devolverte el favor.
Las palabras le conmovieron. Conocía de sobra a su hermana y sabía que lo recién contado salía de su corazón. Ella le quería un montón, de hecho, le adoraba. Siempre decía que su hermano era su héroe. Eso le enternecía mucho. Pero ahora, todo había cambiado. Ya no había una niña en aquella habitación, sino una mujer dispuesta a complacerle de forma sexual, algo que aún no llegaba a comprender.
—Sonia, somos hermanos, hijos del mismo padre y de la misma madre —dijo Francisco a continuación—. Esto que quieres hacer no es lo normal en una familia como la nuestra.
—No seas tonto, no es algo tan malo —le replicó ella totalmente despreocupada—. Solo quiero echarte una manita. No va a pasar nada.
Francisco ya no sabía qué hacer. Su conciencia le decía que parase todo aquello y mandara a su hermana de vuelta a su cuarto, pero el convencimiento de la chica era impresionante. Y él estaba muy excitado. ¿Y si accedía? Llevaba razón, solo era una paja. No había intención de tocarla ni besarla, ni mucho menos, de tener sexo. Ella tan solo le masturbaría hasta que se corriese. Y no podía aguantar por más tiempo. Cuando se miraron de nuevo, Sonia supo que había ganado la partida.
—Está bien. Vamos a hacerlo, pero no puedes contárselo a nadie —le dejó bien claro Francisco.
—Joder, ¿¡y a quien se lo iba yo a contar?! —dijo escandalizada Sonia—. ¿¡Te piensas que se lo voy a decir a mis amigas para fardar o algo así?!
La manera en la que su hermana le miraba parecía indicar la clara evidencia de su pregunta. Por supuesto que no se lo contaría a nadie, ¿o es que acaso pensaba que la gente se tomaría como algo normal el que una chica le hiciese una paja a su hermano?
—Entonces, vamos a ello —anunció el chico.
Sin embargo, no pareciera que ninguno de los dos estuviera tan dispuesto. No era para menos. Francisco miró a su hermana con algo de vergüenza mientras que en ella se notaba cierta incomodidad. Pese a esto, la chica estaba dispuesta a lo que fuera y, por ello, decidió ser quien llevase la voz cantante.
—Bien, recuéstate en la cama —le ordenó a su hermano.
Francisco quedó muy sorprendido con la presteza con la que actuaba Sonia, pero no dudó en hacerle caso. Se acostó sobre su cama, apoyando su espalda contra el cabecero. Estaba algo nervioso por toda la situación tan rara bajo la que se hallaba. Y más se puso cuando su hermana se colocó a su lado.
—Hazme sitio —le pidió.
Él se echó a un lado y dejo que se recostase a su vera. Sentir el tacto de su cálido cuerpecito le excitó más. Y la cosa fue incrementando la temperatura cuando ella colocó su mano sobre su muslo derecho.
—Vale, es momento de que te desabroches el pantalón —anunció la muchacha.
Un evidente bulto en el pantalón señalaba la gran erección que Francisco tenía. Notaba su polla muy dura y tiesa, más incluso que cuando acababa de llegar a casa y sabía por qué estaba así. Su hermana le estaba poniendo muy cachondo. Giró la vista hacia el rostro de Sonia. Ella le miraba con certera atención con sus verdosos ojos.
—Venga, ábretelo —volvió a pedirle con calma.
Tragó saliva. Jamás en su vida había imaginado que haría algo así. Iba a dejar que su hermana le hiciese una paja. Ni en sus sueños más calientes imaginó algo así, pero iba a pasar y no había marcha atrás para evitarlo. Con las manos algo temblorosas, quitó el botón y bajó la cremallera, dejando abierto el pantalón. De dentro, la polla surgió más estirada, aunque todavía estaba atrapada bajo los calzoncillos boxers que portaba.
—Quizás deberías de bajártelo, así estarías más cómodo —le sugirió la chica.
Con su ayuda, Francisco tiró de su pantalón para abajo. Tuvo que incorporarse un poco para pasárselo por el culo y que no quedase atrapado. Sonia tiró un poco más de este hasta dejarlo a la altura de las rodillas. Ahora, el pene se adivinaba mejor, bien empalmado, formando una evidente tienda de campaña en aquellos holgados calzoncillos azules.
El hombre no cabía en su espasmódica sorpresa de que estuviera atreviéndose a algo así, pero más tenso se puso cuando vio el rostro de su hermana. Sonia miraba con fascinación aquel duro miembro, aun oculto bajo la ropa interior masculina, pero cuya rígida forma se adivinaba perfectamente bajo la tela. Sin dudarlo, la chica llevó su mano a este para acariciarlo.
— Sonia, ¡espera!— exclamó alborotado, tratando de frenarla.
Pero nada pudo parar a la chica. Su mano se posó sobre aquella dura estaca y la tocó. Cuando percibió ese suave roce, Francisco se sintió morir. Su hermana abarcó el miembro con toda su mano y comenzó a frotar de arriba a abajo, añadiendo más placer al que ya estaba teniendo. Con los ojos entrecerrados, pudo contemplar como la chica maravillada con su miembro.
—Madre mía —expresó la chica cohibida—, esto está muy duro. Nunca imaginé algo así.
—Dios Sonia, sigue, por favor —le pidió desesperado su hermano.
—Creo que deberías bajarte el calzoncillo para que te la tocase mejor —indicó ella.
—Buena idea —contestó Francisco entre gemidos.
Arrastrado por la excitación, se retiró los boxers y la polla salió, por fin, libre de aquella prisión en la que llevaba tanto tiempo encerrada. Sonia no tardó en agarrarla con firmeza, recreándose en lo dura y caliente que estaba. Se pegó un poco más a su hermano, como si quisiera sentir su presencia mientras le satisfacía. Él la envolvió con uno de sus brazos por la cintura para atraerla.
—¿Te gusta lo que estamos haciendo, hermanito? —lo preguntó mientras le miraba con sus centelleantes ojos verdes.
—Si —gruñó él como respuesta—. Ahora no pares, por lo que más quieras.
—Claro que no —aseguró la chica con una bella sonrisa.
Sonia bajó su mirada hasta el endurecido miembro, el cual tenía bien aferrado por la mitad. Rosado, largo, un poco ancho y con la punta redondeada y amoratada, era un buen pene. No tan grande como los que podría haber visto en páginas porno de Internet, pero aun así, imponente. Sin previo aviso, comenzó a subir y bajar su mano, iniciando una suave paja.
Francisco cerró sus ojos en cuanto su hermana comenzó a pajearlo. Abrió su boca para dejar salir todo el aire acumulado y volver a aspirarlo mientras notaba el intenso movimiento. El placer era increíble y no sabía si aguantaría por mucho. Para colmo, Sonia comenzó a susurrarle cositas al oído, lo cual lo encendía mucho más.
—Disfruta Fran —le susurró con su dulce voz—. Quiero aliviarte ese deseo que no has podido satisfacer esta noche. Yo me ocuparé de toda esa tensión acumulada.
Quería tocarla y besarla. En esos momentos, era capaz de lo que fuera necesario, pero se retuvo. No dejaba de ser su hermana, después de todo, por mucha paja que le estuviera haciendo. De repente, notó que el movimiento se aceleraba y tuvo que poner su mano para detenerla, pues sintió algo de irritación en la punta.
—¿Estás bien? —preguntó Sonia algo preocupada—. ¿Te he hecho daño?
Fran abrió los ojos para ver a su hermana aferrando su polla con fuerza. El pellejo del glande estaba retirado, dejando la punta al descubierto. Líquido preseminal surgía de esta. Luego la miró a ella, en cuya cara se adivinaba la preocupación.
—Tranquila, no es nada —la calmó—, pero ve con más cuidado. No seas tan brusca.
Ella asintió ante las nuevas indicaciones y retomó la masturbación con suavidad. Su mano subía y bajaba por el duro miembro, subiendo la piel del glande al ascender para luego volver a descubrirlo al descender. Era algo hipnótico y no quitaba ojo por nada del mundo. Le encantaba y más satisfecha se sentía cuando escuchaba los gemidos de su hermano. Disfrutaba dándole placer a Francisco, pero, además de eso, también la estaba excitando a ella. Tener ese vigoroso miembro sostenido en su mano, estaba humedeciendo su entrepierna de un modo como no podría imaginar. Lo gozaba como nunca y cuanto más tiempo pasaba, más cachonda se ponía.
Por su parte, Francisco tampoco perdía detalle de la erótica escena. De cómo la mano subía y bajaba, de cómo su polla sufría pequeños espasmos, de todo el delicioso goce que se le estaba brindando. Notar el cuerpecito cálido de su hermana le estaba encantando. La atraía más, la aferraba con mayor fuerza. Sintió sus pechos restregándose contra su cuerpo y la respiración entrecortada de ella en la oreja. Todo era una marea de estimulantes sensaciones que lo llevaban al inexorable rumbo del orgasmo. Jadeante, no tuvo más remedio que anunciárselo a su hermana.
—¡Sonia!, ¡Sonia!, ¡me voy a correr! —avisó con rapidez.
Pero esta advertencia no le sirvió a la chica de cara a prepararse ante lo que venía, sino que la incitó a masturbarlo con mayor brío y celeridad. Su mano subía y bajaba con presteza, ansiosa de provocar el orgasmo que tanto anhelaba presenciar. El chico no pudo hacer otra cosa más que disfrutar de esas increíbles caricias que su maravillosa hermanita le estaba proporcionado. Y tantas caricias, dieron sus frutos.
—Sonia, ¡me corro! —exclamó Francisco antes de sentir la súbita venida.
El chico cerró sus ojos al tiempo que apretaba sus dientes con fuerza. Todo su cuerpo se tensó a la vez que notó como su polla sufría fuertes espasmos. Y el espectáculo se obró. Chorros y chorros de espeso y ardiente semen salieron disparados de la punta. La mayoría cayeron entre las piernas de Francisco, aunque algunos pocos llegaron a ensuciar la barriga del chico y otros se derramaron sobre la mano de Sonia. Ella, por supuesto, fue testigo indemne de todo aquello, alucinando con todo lo que la polla estaba expulsando. Tratando de seguir, acompañó cada corrida con movimientos de su mano para añadir más estímulo y placer.
Cuando todo había acabado, Francisco abrió sus ojos para encontrarse con el gran desastre. Su camisa y piernas estaban manchadas de semen y el pegajoso olor ya empezaba a notarse. Su hermana Sonia sostenía su miembro con la mano. Pese a no estar duro, aún se notaba erecto. Se fijó en su rostro, lleno de sorpresa. Dejó escapar una bocanada de aire y volvió a aspirar para intentar recuperarse. Se encontraba destrozado.
—Joder hermanita, ¡menudo pajote me acabas de hacer! —dijo muy entusiasmado Francisco.
La chica, quien estaba mirando la mano que tenía manchada con semen, no tardó en reaccionar con cierta sorpresa. Al ver a Fran tan satisfecho, se alegró bastante.
—Fue todo un placer —respondió sonriente.
—Jope, como me he puesto —dijo a continuación el hombre mientras miraba todo el estropicio provocado—. Sonia, ¿podrías alcanzarme el paquete de pañuelos que hay dentro del segundo cajón de la mesita?
Fue a donde le dijo su hermano y extrajo el paquete para dárselo a continuación. Este comenzó a limpiarse y vio cómo Sonia rodeaba la cama en dirección a la puerta.
—Bueno, pues me voy —anunció con solemnidad.
—Perfecto, que descanses bien —le dijo el chico mientras se pasaba un pañuelo para limpiarse.
—Lo mismo tú —repuso ella—. Aunque seguro que con la paja que te he hecho vas a dormir muy bien.
—Ya lo creo.
No pudieron evitar reírse tras decir esto. Se miraron con complicidad. Había un gran cariño entre ellos y Francisco sabía que esta paja había sido una muestra de ello. La quería mucho y estaba agradecido de tenerla por hermana. Pero este encuentro había significado algo más. No es que nunca hubiera mirado a Sonia de forma indecente, la chica era muy atractiva y hasta se había excitado con ella en alguna ocasión, pero jamás se plantearía algo como dejar que lo masturbase. Sin embargo, eso era lo que acababa de suceder hacía tan solo un momento y le había encantado. Cuando vio como la chica se daba la vuelta en dirección a la puerta, pudo fijarse en su redondo culito enfundado en el corto pantalón de pijama. Su polla comenzó a ponerse dura de nuevo mientras veía como este trasero se contoneaba de forma tan provocativa. Sonia cerró la puerta y dejó allí a su hermano.
El chico terminó de limpiarse, se desvistió y se puso el pijama. Notando lo fuerte que olía la ropa, salió con esta fuera y la llevó abajo, al patio interior, donde estaban la lavadora y la secadora. La metió toda dentro del electrodoméstico, así por la mañana solo tendría que ponerla para que se limpiase y listo. Volvió a subir y al cruzar el pasillo, se percató de que la luz del cuarto de su hermana seguía encendida. Al menos, eso veía por la que se colaba por debajo de la puerta. Sonrió mientras pensaba en ella y puso rumbo a su habitación. Pero si se hubiera quedado un poco más, hubiera podido escuchar los gemidos, la cama revolviéndose y a su hermana susurrar su nombre. Porque allí dentro, Sonia se encontraba tendida sobre su cama, con la mano enterrada dentro de su pantaloncito, masturbándose rabiosamente mientras recordaba la paja que acababa de hacerle a su hermano.
— ¡Fran, Fran, Fran!— decía de forma baja aunque le costaba evitar alzar la voz.
Y más le costó cuando al describir círculos alrededor de su clítoris, alcanzó el orgasmo. Todo su cuerpo se contrajo, el aire abandonó sus pulmones y su coño estalló en una húmeda explosión de fluidos. Todo su ser se agitó con el más glorioso placer que hubiera experimentado jamás. Todo ello, mientras recordaba el duro tacto y el calor de esa polla. La polla de su hermano, Francisco, quien la llevaba volviendo loca desde hacía años.