Dulce y delicada

Esta vez, Lea dispuesta a comerse el mundo, va por primera vez a un local liberal. Allí conoce a Roberto y entre los dos, saltan chispas.

Hoy, Lea está frente el espejo del baño con los cascos puestos moviéndose al ritmo de John Legend. Desnuda, espera a que el agua de la ducha salga caliente. No deja de pensar en ese mensaje que recibió días atrás. ‘Veo que ganas no te faltan, pásate el viernes y hablamos’. Era la contestación del club liberal de su ciudad. No pudo evitarlo, les envió un correo nada más leer sus instalaciones. Pasillo francés, reservados separados por celosía, para poder mirar y ser visto, mazmorra disponible de cruz con esposas, jaula, banco con grilletes, fustas... El baño comenzó a llenarse de vapor, puso el altavoz y esta vez a ritmo de Ed Sheraan se hundió en un mar de fantasías. El agua caía de arriba mientras paseaba sus pequeñas manos por su cuerpo llenas de espuma. Acariciaba su cuello, sus brazos… bajaba por la tripa masajeándose. Se excitaba de imaginar lo que encontraría. Estaba nerviosa, iba a ir sola a un sitio nuevo para ella, donde había quedado con un desconocido con el que no había intercambiado más de dos mensajes. No quiso masturbarse, no sabía si en ese lugar alguien se lo haría, pero por si acaso, prefirió no hacerlo y aguantar con la excitación. Al salir de la ducha, se maquillo. Opto por unos ojos negros, que resaltaran su dulce verde y por unas pestañas hasta las cejas. Se plancho su corta melena y se puso su mejor lencería. Ese sujetador negro de Intimissimi que le hacía un escote de vértigo, unos ligueros del mismo encaje y a conjunto un minúsculo tanga negro trasparente. Se colocó un vestido negro de noche, pero acabó por quitárselo. Demasiado ‘de fiesta’ pensó. Quería ir discreta pero sexy, así que, después de discutir delante del espejo con varios modelitos, salió a la calle. El local no estaba cerca de su casa, pero ya que se veía increíblemente guapa decidió ir andando con los cascos puestos, cómo no. Le gustaba pasear acompañada de Birdy, y más a esas horas de la noche, cuando sólo había alguna persona corriendo, sacando el perro o grupos de amigos que irían a hacer botellon. Sumergida en sus pensamientos, 30 minutos más tarde, se encontró a una calle del local. Nerviosa como un flan pero decidida como ella sola, no se paró, se acercó y tocó el timbre. No contestaron y la desesperación de Lea, el nerviosismo y las ganas de ser masturbada la empezaban a inquietar. Volvió a tocar y esta vez, una voz masculina contestó. ‘Lea, te estaba esperando’. La puerta se abrió y ella, como un flan, pasó a paso medianamente decente. No quería dejar ver su inmadurez y su nerviosismo. Ella no podía estar ahí, tenía 17 años y aunque le quedaba poco para los 18, aún era ilegal. Se esperó en aquel espacio al aire libre, mirando alrededor. No había nadie. El local abría media hora más tarde ya que ella sólo había ido a hablar con el dueño. Éste quería conocerla, ver si era verdad lo que contaba en el correo y si era adecuada para asistir a ese tipo de sitios. La mirada de Lea se dirigió a la puerta que tenía delante, un hombre mayor que ella abrió. Era joven, tendría sobre unos 26 años y no vestía mal. Una camiseta negra de manga corta combinada con unos vaqueros y unas converse azul marino. Ella no pudo moverse, estaba quieta. Mirándolo y el con esa sonrisa que la sucumbió dijo ‘Vamos Lea, no tengas miedo’. Precisamente no era miedo lo que sentía. Comenzó a andar y se aproximó a él. Se presentaron y la invitó a pasar al local. Una vez dentro, nuestra pequeña le pidió ir al baño. Nervios traicioneros. Le indicó un pasillo y Lea se encaminó. Él no se había fijado en ella hasta ese momento. La miro contonear las caderas con esa pequeña falda negra de vuelvo que dejaba ver sus piernas kilométricas. Aquellos tacones negros de salón que le realzaban parecían estar diseñados para ella. Lea, al volver por el pasillo y percatarse de que aquel hombre la estaba escaneando, se hizo la loca. Se acababa de colocar el pelo y el sujetador, sabía que estaba deslumbrante. Se sentó junto a él y comenzaron a charlar.

-¿Qué te trae por estos mundos, preciosa? Dijo él mientras miraba la sonrisa de Lea. Le pareció toda una mujer para la edad que tenía, aunque sus mofletes sonrosados delataban su inocencia.

-Lea ¿estás ahí? Volvió a decir él sacándola de su enpanamiento. No imaginaba que alguien tan irresistible le abriría. No era un chico despampanante de gimnasio, pero se notaba que hacía ejercicio. Tenía una nariz perfecta y unos ojos negros hipnotizadores.

-Sí, sí. Los nervios. Dijo ella riendo.

-¿Quieres algo de beber?

-Sí por favor. Una coca-cola.

Él detrás de la barra empezó a observarla sorprendido por esa jovencita que lo comenzaba a cautivar. Se percató de que al estar sentada y con las piernas cruzadas, dejaba ver su lencería. El deseo fue en aumento y se aproximó a ella.

-Aquí tienes.

-Gracias. ¿Se había sentado más cerca o era cosa de ella? Tenía los nervios a flor de piel y colorada insistió.

-Entonces, hablando del correo que te mandé…

-Invitada a todo lo que quieras. La cortó el.

-¿Puedo asistir siempre que quiera?! Dijo con un brillo en los ojos por la ilusión.

-Siempre que vengas igual de irresistible. ¿Acababa de oír aquello o estaba soñando? Ese tal Roberto la excitaba.

Ella, callada, comenzó a mirar a todas partes menos a él. Él, decidido, se aproximó un poco más y comenzó a acariciar su pierna. Esto a ella la sorprendió y lo miró. Estaban cara a cara, aliento con aliento. Mojada, soltó un gemido al sentir su varonil mano apretar el interior de su muslo, cerca de su sexo. Él se hizo para atrás, y Lea, desorientada por la sonrisa pícara de Roberto, se abalanzó sobre él. Lo deseaba. Deseaba que la desnudara y la poseyera. Entre beso y beso él se levantó y la cogió de la mano. La llevo por un pasillo a un cuarto menos iluminado, con varias camas, ducha y toallas. Al lado de cada cama, una mesita de noche con varios cajones.  ¿Qué habría ahí? Se preguntó nuestra protagonista. Seguían devorándose cuando Roberto le dijo que confiara en él. Ella, deseosa de más asintió. Roberto se sentó en la cama y cuando ella lo iba a seguir, él dijo un rotundo ‘no’. Quieta en frente de él con la mirada aturdida dijo:

-¿Qué pasa? Ese ‘no’, tan sincero pedía respeto. Eso a ella la excitó y dejando fuera los nervios, se dejó llevar.

-Desnúdate.

Así lo hizo, comenzó por bajarse la falta, poco a poco. Lo estaba volviendo loco y su duro miembro pedía salir. Después comenzó por los botones de la blusa. Uno a uno. Moviendo las caderas y sonriendo como sólo ella sabía hacerlo. No quería quitarse nada más. Quería ser follada con su lencería. Paró y él se levantó para devorarla. Comenzó a besarla y alocarle el pelo. Ella le quitó la camiseta y desabrochó sus pantalones. Roberto le sacó las tetas por encima del sujetador y se las metió con gusto en la boca. Primero una, luego otra. Ella gemía y quería sentir su polla. Le bajo los pantalones, y la sacó por encima de los boxers. Él se deshizo de la ropa con maestría y disfrutó viendo a la joven agacharse y saborear su pene. Comenzó poco a poco, lamiendo por fuera y cada vez, más rápido, la besaba. Él deseoso de acabar con ese juego que lo iba a hacer estallar le cogió la cabeza y bruscamente se la metió en la boca con un atronador gemido. Ella se dejó llevar, le encantaba esa dominación. Para adelante y para atrás, moviendo la lengua, escupiéndole y volviendo a chupar. Rápido, sin parar. Estuvieron así unos minutos hasta que él sin querer aguantar más, la levantó, la tiró a la cama y le quito el tanga con brusquedad. Verla ahí, intentado respirar, despeinada y con esas medias negras terminadas en un precioso encaje sujeto por un liguero lo volvía loco de deseo. Se colocó un preservativo y haciéndola girar y colocándola a 4 patas, la embistió. Un dulce y cálido gemido salió al unísono. Agarrándola de las costillas, viendo su precioso culo, la bombeaba una y otra vez. La agarró del pelo y tiro su cuello para atrás. La deseaba. Deseaba aquello. Lea se dejó caer a la cama agotada y dispuesta a tumbarlo a él y follarle, al darse la vuelta, el cogía algo de uno de los cajones. Se percató que era una cinta negra de seda, con cuidado, Roberto se la colocó desde atrás. Lo que hizo que a nuestra pequeña Lea se le erizara la piel.

-¿Confías en mí? Dijo Roberto en el oído de ella haciéndola vibrar.

-Sí.

Lea escucho como cogía algo del cajón y segundos más tarde, éste le ataba una cinta del mismo material que el de los ojos al cuello.

-Tranquila. Musitó Roberto.

Tumbaba bajo él, le dio el poder de decir cuando respiraba y cuando no. Estaba siendo penetrada, de aquella manera tan pasional y bruta, cuando se escuchó a alguien más. Nerviosa intentó deshacerse de las cintas. Roberto se tumbó sobre sus preciosos pechos y le dijo:

-El local acaba de abrir y son otra pareja, no te preocupes. Minutos antes, el encargado se presentó dónde estaba Roberto para indicarle que era la hora de abrir y éste haciéndole una seña, de dijo que se largara. Tenían confianza, eran amigos de toda la vida y se ayudaban en todo.

Lea, comenzó a escuchar gemir a otra pareja. ¿La estarían viendo? Eso la excitaba más y siendo poseída, se dejó llevar.  Él a ver sus gestos, como se arqueaba y sus pechos botaban con cada empalada comenzó a ir más rápido. Esto la hizo gemir, gritar. Y Roberto, con esas preciosas vistas y sintiéndose dominante, se dejó llevar. Soltó un grave gemido y se tumbó sobre ella. Mientras las respiraciones de relajaban, le quito las cintas. Primero la del cuello, donde depositó un cálido beso, y luego la de los ojos. Entre sonrisas cómplices, Roberto desnudó con delicadeza a Lea. Le quitó los tacones, una media, luego otra, y así despacio se deshizo del liguero y el sujetador. Se dirigieron a las duchas dónde entre besos y caricias volvieron a convertirse en uno. El local más lleno, más ojos y más gemidos, creaban un ambiente más que morboso para disfrutar de aquella noche como se merecía.