Dulce venganza (tercera parte)

El cruel hacendado continua follando con sus cuñadas y con todas las mujeres de su hacienda, y Emilio, su hijo, recibirá una paliza por haberlo visto, cosa que lo motivará a abondonar ese lugar.

Aqui les dejo la siguiente entrega de mi relato, espero que sea de su agrado, y aunque no pretendo convertirme en el mejor escritor del portal, es muy grato realizar este ejercicio de creatividad y compartirlo con ustedes.

La sesión íntima que Antonio había tenido con sus cuñadas había concluido. Ellas –como de costumbre- solían impregnar de erotismo el ambiente, y la despedida no era la excepción. Rebeca y Julia estaban tan frescas y limpias después de la ducha, al igual que su vagina, que aun palpitante, podía sentirse libre de sus flujos y del semen de su amante. Y como era de esperarse, su macho era el encargado de reubicar las finas bragas  en su lugar.

-No cabe duda que tienen un coño maravilloso- dijo Antonio mientras que sentado en la cama, cogía de la cintura a sus cuñadas para acercarlas y tener una visión mejor y pudo sentir el aroma del perfume íntimo que solian usar, mismo que no le gustaba para nada. Él prefería el perfume natural que guarda una vagina húmeda dispuesta a ser penetrada. Después de que Julia le regalara una postal más de su sexo aun desnudo, intevino.

-Mi amor, tu sabes que me encanta mantenerme siempre atractiva para ti, y no quisiera tener que abstenerme de ello-

Antonio no podía entender pero comenzaba a enfurecerse. – ¿A que te refieres?

-A que tus peones cada vez son más atrevidos y me han faltado al respeto ultimamente- Julia y Rebeca eran expertas en despertar las pasiones más oscuras y crueles de su amante, recurriendo a la mentira en la mayor de las veces. –Ayer, cuando le pedí a uno de ellos que me llevara a la ciudad para hacer algunas compras, no dejaba de mirarme las piernas, hasta que el muy sinverguenza, sin ningún tipo de pudor,  me las comenzó a acariciar. Así que... para evitar ese tipo de incidentes creo que deberé vestir de otra forma.

Como de antemano lo preevió, Antonio explotó en cólera. No iba a permitir que un simple jornalero, ni nadie,  se atreviera  a molestar a sus mujeres. Entre los bruscos movientos que realizó después de la inesperada noticia, pudo ver como detrás de la ventana alguien permanecía atento a lo que ocurría en su dormitorio: Emilio. Era el momento de poner un ejemplar castigo en aquella hacienda, de lo contrario, esos “mugrosos” terminarían por hacer cualquier cosa.

-Mañana vamos a reprender muy seriamente ésto- Antonio tomó el recio fuete y aquella navaja con mango de marfil de la que nunca solía separarse, mientras que Julia, con los ojos brillantes de excitación por lo que había provocado, a manera de agradecimientó alojó en su boca aquel pene semierecto, que aun así, tenía amplias dimensiones, regalándoles húmedas caricias en el glande. La idea de que su macho la protegería la sobreexcitó, y una vez que las bragas hicieron contacto con su vulva, reveló lo mojada que se había puesto. Aunque todo  lo que le había dicho sobre el jornalero era mentira.

Julia era de origen ruso. Se dice que su padre era un antiguo músico que decidió no volver a su país por estar en contra de la ideología política que imperaba; había heredado su talento musical y la belleza de su madre, una prestigiosa bailarina también exiliada,  quien a la muerte de su marido, accedió a convertirse en la amante de un rico empresario para poder solventar su manutención. Casi todas las noches, Julia habría visto como aquel desconocido poseeía  a su madre, sin ni siquiera imaginar que una tarde, ese mismo individuo la tendría postrada en su cama, con su elegante y bien formado cuerpo desnudo, alojando su cabeza enmedio de sus piernas, comiéndolo el coño, preparándola para arrebatarle su virginidad. Tiempo después, conocería  a Javier, el hermano de Antonio. A uno le entregaría su corazón, y al otro, su cuerpo.  La virilidad de su cuñado la había impresionado a primera vista.  Desde que habían iniciado su furtiva relación, cada día dependía más de sus caricias, de sus besos y de su miembro. Con Antonio se había desinhibido por completo, él la llenaba y sólo a él podía cederle su sexualidad a toda plenitud, sólo él podría llamarla puta, sólo a su falo le permitiría rozar su vagina, penetrarla, lastimarla, eyacularla y cualquier cosa que él quisiera. Solía recordar, ecxitada, el dolor que le duró casí dos días, una ocasión que Antonio le lastimó la vagina después de estar estimulándola brutalmente con los dedos, para despuès terminar por introducirle su despiadado miembro por primera vez.  Pero esa belleza eslava también podía ser muy cruel.

12:00 P.M.  El calor era insoportable. Los espejimos, producto del incandecente terreno, nublaban la vista de las dos figuras que se encontraban allí, de rodillas en la arena, con la ropa hecha hilachos y ensangrentada. Se trataba de Rodrigo, jornalero encargado de suministrar los alimentos del ganado, y de Emilio, el hijo del patrón. El recio fuete se aferraba una y otra vez a la agonizante piel de su espalda, escaldada por el sudor y los rayos del sol.

-Vamos a ver si con esto aprenden a respetar a las mujeres de esta hacienda.  -añadía Antonio, mientras se dedicaba a golpear el rostro del jornalero- Acaso pensaste que la señora se iba a quedar callada y que no me diría que trataste de abusar de ella?. Te atreviste a  tocar a una de mis mujeres y eso no se lo perdono a nadie, sobre todo a un asqueroso jornalero como tú.

La expresión de Rodrigo era de dolor, pero sobre todo de asombro, no podía entender lo que ocurría, ni nada de lo Antonio estaba diciendo en ese momento; quería declararse inocente, pero sabía que podría resultar contraproducente. –Yo no fui, señor- fue lo único que se atrevió a decir.

El enfurecido hacendado no necesitaba ya de más para encender su cólera. –y todavía te atreves a negarlo, aun cuando se encuentra aquí la señora?- Efectivamente, Julia le había solicitado que le permitiera ser testigo del indecible castigo que se celebraria en su honor, y con los ojos llenos de brillo y excitación, miraba lo que su macho era capaza de hacer por ella. Tenía las bragas empapadas, sabía que su sexualidad sólo le podía pertenecer a un hombre así. Ella amaba la fuerza, y Antonio la tenía.

-Esto es para que no se te ocurra tocar a ninguna de las mujeres de esta hacienda , ni a faltarles al respeto- Antonio cogió las manos del desdichado jornalero y comenzó a trazar finos cortes en el dorso y en la palma de las manos que rapidamente comenzaron a sangrar. –Ahora le vas a pedir perdón de rodillas a la señora-.

A gatas, con el dolor de las contusiones y las heridas a cuestas, Rodrigo se dirigió muy cerca de donde se encontraba Julia, quien sonreía. Pudo ver ese par de piernas, tersas y bien torneadas, que nunca se hubiera atrevido a tocar y que injustamente eran la razón de su castigo. Julia no cabía en su excitación, sabía que después de esto necesitaria tener dentro a su amante.

Emilio emitía lagrimas en silencio, algunas eran por el dolor propio, y otras dedicadas a su compañero de suplicio. Parecía que Antonio se había olvidado de él por un momento, pero no fue así.

-Y a tí, puto de mierda, nadie te ha enseñado a respetar la privacidad de las personas?- gritaba con furia, mientras lo sometía con saña al poder del fuete. –Eres tan poco hombre que necesitas ver como follo con mis putas, verdad?-

A quella visión aterraba a Emilio, por un lado, su padre sometiéndolo cruelmente, mientras que por otro, Rodrigo, ensangrentado y humillado, a los pies de una de las mujeres más bellas que había visto. Estaba a punto de desvanecerse, todo parecía una pesadilla, una broma cruel que su mente le estaba jugando, pero no era así.

-Todavía tengo algo para ustedes- arremetió Antonio. De su vehiculo descendió una persona más, se trataba de la Isabel, la mujer de Rodrigo. Isabel era una de las campesinas más jovenes y bonitas de la hacienda. Sus profundos ojos negros hacian juego con la oscura cabellera que cubría su espalda  y que solía peinar mientras se bañaba en el río, ese lugar ajeno a todo; una piel morena y tersa servía de prenda a su silueta bien formada de musculos firmes y tensos, de caderas discretas pero atractivas. Antonio amaba sólo la belleza y detestaba la fealdad; todas las mujeres viejas o que no eran atractivas, estaban sometidas al mismo trabajo físico que los peones realizaban. Por otro lado, las jovencitas y mujeres bellas, desempeñanban las tareas que requerían menor esfuerzo, además de las que realizaban en sus aposentos. Muchas de ellas se dieron cuenta que convirtiéndose en su amante po drían acceder a mejores tratos, e inclusive, a ciertos privilegios, y es que no tenían otra opción. La mayoría de ellas se había acostrumbrado a la verga de ese macho, esperando ansiosamete el momento de pasar la noche con él, sin importar que también fuera el verdugo de sus maridos.

Isabel sabía que irremediablemente correría con la suerte de  las demás, pero había logrado habilmente eludir ese momento. Siempre procuraba ocultar su belleza lléndose a las plantaciones cuando Antonio iba a escoger mujeres. Por lo que estaba a punto de suceder, hubiera preferido entregarsele pacíficamente.

-Mira que bien te lo tenías guardado, hijo de puta- Antonio arremetió nuevamente contra Rodrigo. – En medio de todo , te quieres follar a mi mujer y todavía me ocultas a esta puta. Sabes bien que en mi hacienda ustedes no tienen nada. Pero te voy a demostrar quien es aquí el macho-.

El terror no podía contenerse en los ojos ni en las facciones de Isabel, quien de inmediato se vio despojada de las humildes prendas que cubrían su cuerpo. Antonio paso su boca por aquellos pezones erectos y desnudos, mordiéndolos, mamándolos. De inmediato dirigió la vista hacia Emilio. –Te gusta ver, hijo de puta? Ahora esta puta va a conocer lo que es una verdadera verga-

Antonio dejó al descubierto su orgulloso falo, para colocarlo dentro de la boca de Isabel, quien instintivamente comenzó a sorberlo, sintiendo entre su lengua el enorme glande circuncindado que por instantes impedía su respiración.  Pasaba sus labios en todo lo largo de ese falo, poniendo mayor atención en los testículos. La ingenua muchacha creyó que de esta manera podría contener la furia del patrón y que los dejaría en paz, pero nunca imaginó que su lujuria y crueldad eran incontenibles.

-Así es, puta, masajéalo con la lengua- insistía Antonio – y si me corro, quiero que te los comas todos, entendiste?-

Las manos que habían castigado severamente a su marido la magreaban sin descanso, estrujando severamente aquel firme y precioso culo, cuando de un tirón, arrebató vorazmente sus bragas, dejando al descubierto un hermoso sexo poblado de dòciles vellos oscuros. El verdugo se disponia a sorber ese rincón. Podía sentir sus discretos labios vaginales y la diminuta guarida de su clítoris, pero el pequeño orificio yacía húmedo por su saliva, y no por los flujos de Isabel; esto lo enfureció.

-Puta malagradecida, te estoy comiendo el coño con toda suavidad y todavía no te mojas. Pero está bien, vamos a jugar un poco si esto es lo que quieres- El cuerpo de Isabel sólo contenía pánico, no había lugar para la excitación, contrario a lo que ocurría con Julia, quien estaba terriblemente mojada por el crudo espectàculo que le dedicaban.  Antonio cogió una fina vara y comenzó a azotar de la cintura para abajo a la infeliz campesina. Golpeaba enfurecido sus piernas, su culo, su sexo, mientras que ella se retorcía en el suelo.  Una vez más volvió a coger la entrepierna de Isabel .

-Eres una puta seca, o al parecer te gusta que te follen en seco, pues ahora vas a ver- Antonio se ensalivó los dedos para despues pasarlos por la arena del llano. –Ahora va a ser como a ti te gusta; todavía vas a estar más seca,puta-

Abrió los labios de la vagina de Isabel, y sin reparos, introdujó de golpe tres de sus dedos llenos de arena. La íntima mucosa se había secado gracias a la despiada acción de Antonio. El ir y venir de sus dedos reveló que el sexo de Isabel estaba sangrando, lo había desgarrado certeramente.

-Parece que sólo de esta manera podrás estar un poco húmeda- Ya para entonces, el miembro de Antonio explotaba en una erección incontenible y se dispuso a penetrar a la muchacha, quien no dejaba de sentir pánico y dolor. La dificultad para penetrarla le hizo sentir mayor excitación, era otro momento para demostrar que su falo podría arruinar ese rincón que se negaba a ser conquistado.

-Aunque estás muy seca, tienes una vagina deliciosa, es una verdadera lástima que las cosas hayan tenido que darse de esta manera, te hubieras convetido en una de mis putas y no hubiera tenido la necesidad de hacértelo así- El cruel hacendado no pudo contener los espamos de Isabel y decidió llenarla de profusos chorros de semen.

Después del castigo que recibió Isabel por culpa de las mentiras de Julia y por no haberse entregado al hacendado de manera oportuna, ésto serviría de escarmiento para las demás muchachas, quienes no dudaron en ofrecerle sus encantos una vez que la flor de su feminidad  había llegado.

Emilio y Rodrigo tuvieron que regresar nuevamente a sus labores, con la espalda hecha en añicos y sangrante, pero sobre todo, humillados, con la consigna de ser azotados nuevamente si incurrían en la menor de las faltas. A la infeliz Isabel no le quedó mas remedio que acepar su destino y convertirse en otra de las mujeres del patrón. Esa noche, después de que una de las criadas sanara sus heridas y le diera ropa limpia, fue conducida a la habitación del hacendado, quien esta vez fuera mas benévolo con su aun lastimado y adolorido, pero aun hermoso sexo. Lo primero que hizo al verla fue acariciar esa dócil cubierta de vellos oscuros, que resignada, Isabel le entregaba.

Ya no era sólo miedo lo que Emilio sentía por aquel hombre­;  el odio y el rencor se apoderaban de él. Era claro que no podría seguir viviendo allí, que no continuaría soportando las humillaciones de Antonio. Sus lagrimas se habían secado, pero no la sangre de su espalda ni la de Rodrigo, quien lastimosamente continuaba con su trabajo en el campo.

Continuará...