Dulce Venganza: Ian&Katherine.

La muerte de Masson Moore pone a Ian Moore, su sobrino, como tutor legal de Katherine, hija de este. La ira de Ian será tan grande que se vengará de Masson a través Katherine, quien está sola, sin dinero y fuera de su único lugar, el Internado para chicas.

El carruaje se sacudía locamente corriendo de modo terrible por las calles empedradas de Londres. Ian sentía la rabia latir en sus sienes. Le habría gustado estar allí fuera, sentado en el asiento del conductor azotando a los caballos para que éstos corrieran más, pero sabía que debía mantener las apariencias y el decoro; y se odiaba por eso.

El vehículo atravesó las calles estrechas y sucias a alta velocidad. La noche avanzaba y el cielo estaba cubierto por nubes oscuras y amenazadoras. Las patas de los caballos disipaban la leve bruma que comenzaba a subir desde el río, que no estaba lejos.

Entonces el carruaje paró bruscamente en una calle cercada por inmensos y refinados caserones que a aquellas horas de la noche tenían las luces apagadas. Ian no esperó a que el conductor le abriese la puerta, descendió rápidamente y sus pasos resonaron en las silenciosas calles mientras se dirigía a una casa de estilo francés. Sus ventanas estaban cubiertas por cortinas que parecían blancas, no había ninguna luz, sonido o movimiento que indicase que hubiese alguien en el lugar. Aún así, Ian fue hasta la puerta blanca y la golpeó vigorosamente con los puños.

Después de algunos instantes, donde su rabia pareció alcanzar su límite, una criada de ojos asustados abrió la puerta ligeramente, impidiéndole entrar.

—Mi señor –Dijo la criada temblando visiblemente-, la señora no está dispuesta esta noche. Le pide que se retire.

—Quién te paga el salario, ¿yo o tu señora?

Los ojos castaños y temerosos de la empleada se abrieron con espanto; pareció atragantarse con sus propias palabras.

—Usted es quien paga… -Respondió, vacilante.

—Entonces sal de mi camino –Exigió Ian, abriendo de par en par la puerta.

Ian Moore se adentró en el hall de la lujosa casa, y sin perder el tiempo se encaminó directamente al pasillo más próximo. Se sabía el camino de memoria, había estado allí diversas veces, él mismo alquiló la casa para ella…

Sus pasos resonaron ahogados sobre las carísimas alfombras, y abrió sin ceremonia alguna la puerta del cuarto principal, encontrando a quien quería ver.

Janice estaba sentada gloriosamente frente a su tocador con su anguloso cuerpo cubierto sólo por un camisón y una bata de fina seda. Peinaba sus largos y rubios cabellos meticulosamente. La joven no pareció molestarse por la presencia de Ian.

—¿No te dieron el recado? –Preguntó simplemente Janice-. Te dije que hoy no estaba muy dispuesta.

—Sí, lo recibí, y hasta me contaron el motivo de tu indisposición. Entonces resolví venir aquí a ver si era realmente verdad.

Los ojos de Janice, de un azul profundo, se abrieron imperceptiblemente. La mujer paró de cepillar su cabello, se levantó y le plantó cara. La rabia que emanaba de él era casi palpable, pero ella no quería demostrar que estaba asustada.

—Espero, querido, que no comiences a creer en rumores ahora.

—¿En qué rumores esperas que no crea? –Preguntó Ian-. ¿Esos que dicen que eres una prostituta fácil y vendida? Ben, te puedo garantizar que esos son de verdad.

El rostro de Janice se tiñó de rojo y sus ojos azules chispeaban de rabia.

—No admito que entres en mi casa y me insultes.

—¿Tu casa? ¡Quien paga el alquiler de este lugar soy yo! Tengo todo el derecho de insultarte.

—¿Qué fue lo que te dijeron para que estés así de nervioso? –Preguntó Ian, queriéndose librar lo más rápido posible de la situación en la que se encontraba.

—Ah, tú lo sabes –Respondió él con una sonrisa cínica en su faz pálida-, y mejor que nadie.

El chico percibió que Janice llevaba su mano derecha al brazo de la butaca para apoyarse. La muy perra tenía miedo. Bien, era bueno que lo tuviese.

—Ian, hablemos –Le pidió la rubia con calma.

—Sabes, si otra persona me lo hubiese contado no lo habría creído, obviamente, pero como fue Lindsay…

—¡Esa perra desgraciada! –Bramó Janice-. ¿Cómo puedes creer en ella? Sabes que me odia.

—Sé que ella dice la verdad porque las dos sois capaces de hacer algo como eso.

—Ian...

—Pero lo quiero oír de tu boca, Jan –La interrumpió Ian-. ¿Abortaste a un hijo mío?

El color huyó del rostro de la rubia, que pareció perder sus fuerzas y se obligó a sentarse. Ian continuaba encarándola, exigiéndole una respuesta tan sólo con la mirada.

—No pierdas el tiempo inventando mentiras –Continuó el moreno-, sólo quiero saber el por qué.

Los ojos azules de Janice se clavaron en el rostro de Ian, un poco de color volvió a sus mejillas.

—No te hagas el idiota, Ian–Exigió Janice-. Sabes muy bien que no podría ir al debut si estuviese embarazada.

—¿Y en ningún momento pensaste que me podría casar contigo, no?

Janice desvió rápidamente su mirada, sus manos se apretaron en su regazo casi rasgando el fino tejido de su camisón.

Lentamente, Ian dio algunos pasos en dirección a la joven, paró frente a ella y delicadamente, con su dedo índice, levantó su rostro para que le mirase. Su voz apenas era un susurro cuando le dijo:

—Pero tú no querrías casarte con un bastardo como yo, ¿no es cierto, Jan? No sabiendo que en el debut podrías agarrarte a alguien mejor que yo, ¿no? ¿O será que lo único que no querías era dar a luz a otro bastardo?

Janice no respondió, retirando con brusquedad su rostro de la mano de Ian. No volvió a mirarle.

—Coge tus cosas y sal de esta casa –Anunció Ian-. Sabes que si dependiese de mí, podría arruinar la poca reputación que sobró de ti.

—Es casi de madrugada, ¿dónde iré?

—¡No me interesa! Ve a la casa de tu fallecido padre, o a la de alguno de tu amantes, vete al infierno, ¡pero sal de esta casa!

Sin decir nada más, Ian salió del cuarto y fue en dirección a la puerta de entrada de la casa, la empleada que le había atendido estaba allí. Tembló visiblemente cuando vio al moreno aproximarse.

Ian la ignoró por completo pero antes de salir anunció en tono severo:

—Dile a todos los empleados que están despedidos, y que para poner en orden sus cuentas vengan a mi mansión lo más rápido posible.

Y cerró la puerta, no viendo la cara de horror de la empleada.

&

Sintiendo que la rabia aún no le había abandonado por completo, Ian se sentó en el banco de cuero del carruaje mientras el conductor le llevaba de vuelta a casa.

Desde el inicio sabía que su relación con Janice no era lo correcto, conocía la fama de la joven pero no le importaba para nada: era bonita, vulgar, seductora. Todo lo que un hombre podría desear en su cama. E Ian había pagado bien caro acostarse con ella: Joyas, vestidos caros, una casa amueblada y con empleados en Londres… y sabía que no estaba desperdiciando ni un centavo. Cada noche la rubia buscó agradarle con sus caricias osadas en busca de otro agradecimiento, una nueva joya, un nuevo perfume famoso…

Hasta embarazarse y abortar a un bebé.

Los labios de Ian se abrieron para mostrar una sonrisa fría. De todas manera no debería estar tan sorprendido o enardecido con aquello, ¿qué mujer de alta sociedad londinense en sus sano juicio, querría preñarse de un bastardo como él?

Sí, él era rico y muy influyente en los medios comerciales pero no tenía un título de nobleza. Sólo era el hijo bastardo de la familia Moore, una familia destruida que ya no era parte de la alta sociedad. Irónico en opinión de Ian.

El carruaje disminuyó su velocidad hasta finalmente parar frente a una mansión de estilo colonial inglés. Esta vez, Ian esperó a que el conductor le abriese la puerta. Sin ninguna ceremonia el chico dispensó al conductor y se encaminó a la casa.

Todo estaba de la misma forma en que lo había dejado, completamente organizado. Apreciaba aquello, por eso mismo pagaba cualquier cantidad para tener siempre a los mejores funcionarios.

Un hombre viejo de nariz aguileña y cabello grisáceo, vestido como un mayordomo le ayudó a retirarse el abrigo.

—Buenas noches señor –Dijo el mayordomo llamado Lisandru-, espero que haya conseguido resolver sus problemas.

Ian no le respondió. Lisandru trabajaba para él desde el comienzo y su lealtad era indiscutible, por eso permitía que todos sus empleados expresasen parte de sus pensamientos.

—¿Quiere que le traiga una pequeña cena, señor? –Preguntó el mayordomo.

—No tengo hambre.

Diciendo esto, el joven se dirigió a su escritorio, y sobre el aparador de madera, Ian abrió una delicada garrafa de cristal y vertió el coñac en una copa, una cantidad grande para tan sólo una persona. Como si fuese agua, el moreno bebió el líquido de un solo trago y llenó nuevamente su copa.

Dios sabía que en aquel momento necesitaba beber. Degustando la fuerte bebida se sentó tras la larga mesa repleta de papeles y documentos. Pensaba seriamente en quedarse trabajando toda la madrugada para olvidarse un poco de los pensamientos que pululaban por su cabeza. Entonces algo le llamó la atención.

Era una carta simple y el envoltorio estaba muy gastado. Miró el remitente: venía de los Estados Unido, de un internado. Curioso, abrió el envoltorio a pesar de creer que aquello sólo podía ser un engaño. Pero sus ojos iban abriéndose a medida que leía las palabras. Tenía que ser una broma, y una broma que no le hacía la más mínima gracia…

—Lisandru –Llamó Ian con urgencia en la voz-, dime, ¿cuándo llegó esa carta?

El mayordomo, que había estado por todo ese tiempo en silencio, en pie frente a la puerta, se giró hacia su patrón y le respondió:

—Ya hace dos semanas, señor.

—¿Y por qué no me la enseñaste antes? –La voz de Ian era ahora de irritación.

—Usted me dijo que no quería preocuparse con ningún otro asunto que no tuviese que ver con la señorita Lindsay, además de eso la carta viene de un internado de los Estados Unidos y usted no tiene ningún tipo de relación con ese tipo de establecimientos.

Ian se mordió la lengua para no discutir con el viejo mayordomo. Sabía que Lisandru era fiel a sus órdenes, pero tampoco tenía ningún miedo en -de vez en cuando- tomar ciertas decisiones solo y sin consultarle. El joven miró una vez más hacia la caligrafía fina que llenaba el papel amarillento. La carta había llegado hacia una semana y en el encabezado decía que estaba escrita desde hacía un mes… Era poco probable que fuese una mentira.

Ian se levantó sujetando el papel firmemente contra sus dedos, algo estaba agitándose muy rápido en su interior. Con pasos largos cruzó la sala en dirección a la chimenea apagada y apoyó el brazo en la piedra pensando, con una larga sonrisa en sus labios.

—¿Señor? –Llamó el mayordomo, atrayendo la atención de Ian—. Perdone mi presunción, pero ¿podría saber cuál es el asunto que trata esa carta?

Los ojos claros de Ian se clavaron en Lisandru que continuaba sonriendo alegremente cuando respondió:

—Dice que mi querido tío Masson Moore ha muerto y que soy su único pariente vivo y de su hija, —por lo tanto su tutor.

Los ojos del mayordomo se abrieron y el color dejó sus mejillas llenas de arrugas. Antes de ser el mayordomo de Ian, él había sido el jefe de los mayordomos de la familia Moore mientras esta aún se encontraba en su apogeo. Sabía del odio que el sobrino tenía por el tío y que este era recíproco.

—¿Puedes creerlo? –Continuó Ian aún sonriendo y tomando un largo trago de coñac-. Masson muerto en los Estados Unidos. La carta da poca información de cómo murió, pero espero que haya sido dolorosamente...

Ian levantó la copa en un brindis solitario, y una gran cantidad de la bebida marrón-dorada se derramó en una alfombra que cubría el suelo de madera.

—En la carta también dice que era pobre –Dijo Ian volviendo a sentarse en su larga mesa-, que había gastado todo lo que restaba de su fortuna en buscar oro en el oeste, oro que nunca encontró. Un trágico final para un noble, ¿no crees?

Los ojos de Ian brillaron maliciosamente. Nada en el mundo podría haberle hecho más feliz que la desgracia de la familia Moore principalmente sobre Masson: su tío siempre fue un hombre terrible, ambicioso y estúpido. Nunca midió esfuerzos para conseguir aquello que deseó… Y al final no llegó a ningún lugar, huyó de las deudas que había contraído en Inglaterra después de que la fortuna de la familia finalmente se acabara, y se refugió en los Estados Unidos para luego morir.

Era irónico imaginar que hoy, el único remanente de la distinguida familia Moore fuese un bastardo no reconocido, que había hecho fortuna solo. Realmente, la vida era agradecida en opinión de Ian.

—¿Señor? –Llamó Lisandru, sacando una vez más a Ian de sus devaneos-. ¿Qué pretende hacer en relación a su prima?

—¿El qué? –Preguntó Ian sin entender la pregunta.

—La señorita a la cual la carta se refiere –Explicó el mayordomo, como si estuviese hablando con un niño-. Es usted ahora, el único pariente vivo que tiene, y como es más mayor es su tutor.

Una de las cejas de Ian se arqueó, no entendía por qué Lisandru le estaba preguntando aquello.

—En la carta dicen que esperan que yo pueda recibirla en mi casa –Dijo Ian con aire de burla-. A la hija de Masson Moore. Fue la directora del internado en el que ella se encuentra quien me escribió. Pues bien, espero que mi prima se quede esperando ansiosamente a su tutor, porque él no le mandará siquiera una noticia.

—Señor, es la hija de Masson Moore, n el propio Masson en persona.

—Lisandru.-Respondió Ian, cansado-, sabes muy bien lo que pienso en relación a las mujeres. Para mí sólo sirven cuando están conmigo en una cama. Son traicioneras, viles, sucias y disimuladas, que se esconden tras rostros bondadosos. La hija de Masson debe ser la reina de todas ellas.

—La señorita Katherine era una niña muy dulce, y dudo que se haya vuelto del tipo de mujer que usted pueda meter en su cama.

—Estás yendo demasiado lejos, viejo –Le reprendió Ian bondadosamente.

Los ojos oscuros del mayordomo se clavaron en el joven patrón, parecía estar sumido en una feroz batalla interior, pero al fin reunió coraje y dijo:

—No voy a permitir que la hija de la señora Maryanne se quede desamparada. Aunque sea preciso usar mis ahorros para ir a los Estados Unidos y buscarla.

—No te atreverías –Respondió Ian, calmado.

—No puede abandonarla señor, no es su culpa…

La mirada de Ian se clavó fríamente en el mayordomo haciendo que éste se callase. El joven Moore se levantó y caminó hasta quedar a pocos centímetros del anciano. Ian era alto y cuando sentía rabia su postura imponente amedrentaba a todos los que le conocían.

—Puede que ella no sea su padre, pero por sus venas corre la misma sangre…

De repente, los ojos de Ian brillaron más fuerte y peligrosamente, una sonrisa se posó en sus labios. Lisandru sintió un mal presentimiento al verle así.

—Sí –Continuó Ian, como si estuviese hablando solo-, la sangre de Masson Moore aún está viva… Mi oportunidad de venganza, ya que ese canalla murió antes de que tuviese oportunidad de matarle.

Los ojos de Ian enfocaron de nuevo y localizaron el rostro arrugado del viejo mayordomo.

—Escribe al internado lo más rápido posible, no quiero atrasos con la carta. Que traigan a la hija de Masson Moore aquí.

—Señor... –Comenzó el mayordomo.

—No cuestiones mis órdenes –Ordenó Ian-. Voy a hacer que su vida se vuelva un infierno, así como mi tío hizo conmigo…

&

Katherine se encontraba sentada frente a la mesa de la directora, sus manos temblaban convulsivamente sobre su regazo. Nunca antes había sido llamada a aquella sala, y por lo que recordaba, no había hecho nada malo para estar allí en ese momento.

—Por favor Moore, cálmate –La enérgica voz de la directora Jannette no provocó un efecto positivo en Katherine.

El cuerpo de la joven de ojos claros y pelo negro azabache tembló visiblemente, haciendo que apretase aún más sus manos ahora sudadas.

—Bien –Comenzó la directora, que parecía estar escogiendo muy bien sus palabras-. No creo que sea la persona adecuada para darte esta noticia, pero por ahora soy responsable de ti.

El corazón de Katherine latió a ritmo lento en expectativa de lo que vendría, no tenía un buen presentimiento de aquella conversación, era como si un hielo pegajoso se estuviese escurriendo por su espalda.

La directora abrió una pequeña gaveta que estaba al lado de su mesa y sacó una carta rasgada y llena de polvo. Realmente, Katherine no entendía nada.

—Hace más o menos un mes –Comenzó la directora- recibí esta carta. En ella dice que tu padre murió de una enfermedad en el Oeste…

El corazón de Katherine dio una sacudida y paró de latir. No sintió las lágrimas subir a sus ojos pero apretó aún más la enagua de su vestido. Recordó con increíble nitidez la última vez que vio a su padre, nueve años atrás, en un soleado día de primavera. Ella tenía diez años en aquella época y él estaba dejándola en un internado para chicas. Le había prometido que volvería a buscarla. Y ahora nunca más vendría.

—Lo siento mucho –Dijo la directora en voz baja.

Katherine quiso agradecerle pero su garganta estaba seca como una lija. Se sintió completamente descolocada allí, como si alguien hubiese estirado la alfombra bajo los pies y no pudiese levantarse más.

—Estoy dándote tarde esta noticia –Continuó Jannette ahora de manera eficiente- porque me tomé la libertad de buscar a tus parientes más cercanos. Fue una cosa difícil. Durante todo este tiempo tu padre mandaba el dinero de las mensualidades de la escuela, aunque en los últimos meses olvidó algunas…

El rostro de Katherine se tiñó de rojo. Estaba muy agradecida por la educación que había recibido en ese lugar, tanto que con el tiempo se había tornado como una casa para ella. No podía imaginarse el esfuerzo que hacia su padre para dejarla allí segura y con todo el confort. Podría no haber sido el padre más atento del mundo, pero se había preocupado mucho por ella.

—No sabía si tenías parientes vivos en el país –Los ojos de la directora estaban fijos en Katherine- pero no podía expulsarte de mi escuela sin un poco de apoyo. Por eso, por cuenta propia descubrí que tu único pariente vivo es un primo que vive en Inglaterra. Le escribí y hace una semana recibí su respuesta: Tu primo dice que está dispuesto a recibirte en su casa y ser tu tutor.

El rostro de Katherine adquirió una expresión de confusión. Recordaba muy mal a Ian. En su infancia vio a su primo sólo un par de veces, y en todas ellas parecía odiarla. Ella también recordaba que le habían prohibido contarle a cualquier persona que Ian era su primo o que formaba parte de la familia Moore. Nunca entendió el motivo de aquello.

—¿No conoces a ese primo? –Preguntó Jannette, reparando en la confusión de Katherine.

—Muy poco –Respondió Katherine, que no estaba muy segura si debía contarle toda la historia a la directora.

—Entiendo. Bien, él mandó avisar que te espera en Londres lo más rápido posible y que acarreará con todos los gastos del viaje.

Los ojos de Katherine se abrieron del susto.

—¿Ten… dré… –Tartamudeó la joven- …que irme ahora?

El rostro de Jannette se suavizó y se permitió sonreírle discretamente.

—Katherine –Dijo la mujer de cabello chocolate-, eres una de mis mejores alumnas. Siempre lo fuiste, y creo que ya aprendiste aquí todo lo que te podríamos enseñar, querida. Además de eso, ya es hora de que te preocupes en casarte y comenzar a cuidar de una casa sólo tuya.

El rostro de Katherine se tiñó de rojo una vez más, la sangre se concentró en sus mejillas. No era del tipo de persona que se adaptaba a lugares nuevos, y no quería dejar el internado. Allí se sentía segura.

—Profesora –Pidió Katherine con un hilo de voz-. ¿No me puedo quedar?

—No tendrías con qué pagar la mensualidad de la escuela, Katherine.

—Puedo trabajar, no necesito ser una alumna.

—No creo que ese deba ser tu futuro. –Respondió la directora-. Además, debes estar con alguien de tu familia.

La joven bajó la cabeza, y una larga franja negra cubrió sus ojos. Sintió el conocido hormigueo de las lágrimas en sus pupilas pero se controló para no derramarlas frente a la directora.

—Vamos –Pidió Jannette-. Anímate, Kath.

—¿Cuándo tendré que partir? –Preguntó la chica, completamente desanimada.

—Recibí la carta de tu primo hace dos días, es impresionante como llegó aquí tan rápido desde el día en que fue escrita. Te pide que embarques lo más rápido posible para Inglaterra, yo misma te daré los pasajes. Por eso, querida, sería bueno que ya fueses haciendo los preparativos para el viaje.

Katherine no levantó la cabeza, una lágrima solitaria se escurrió por su mejilla y fue absorbida rápidamente por el tejido de su vestido. La directora no vio esa demostración de descortesía.

Katherine sólo asintió, no tenía nada que hacer; ya habían tomado la decisión por ella.

&

Katherine se encontraba una vez más, de pie, sobre uno de los lados del navío. El viento salado y helado del mar golpeaba en su cara, dejándola fría. Frente a ella el mar se extendía infinitamente, como un gran manto azulado. La joven miró las ondas cubiertas por espuma blanca, y una vez más imaginó a criaturas marinas fantásticas y a hermosas sirenas viviendo bajo toda esa inmensidad de agua. Su infantilidad la hizo sonreír.

El sol subía vagarosamente, escalando por el horizonte y derramando sus rayos dorados por el mundo. Esta apreció el silencio que envolvía el navío a aquella hora de la mañana. La mayoría de la tripulación, constituida en su totalidad por hombres, estaba durmiendo. Aquel era el único momento en que podía caminar por el exterior del barco con seguridad, ya que el resto del tiempo se la pasaba encerrada en su claustrofóbico camarote esperando a que el tiempo pasase. Pero como el mismo capitán le dijo -un señor simpático y astuto- en el día del embarque, por lo menos así estaría más segura, ya que viajaba sola, pues él no podía estarla siempre vigilando.

Kath recordó el día, casi un mes atrás, en que la directora del internado, Jannette, la había llevado personalmente para que embarcase en el navío que la llevaría a Inglaterra. El día amaneció nublado amenazando lluvia fuerte. Ambas se habían despedido brevemente, y ella, durante todo el tiempo trató de ignorar la punzada de tristeza que sentía en su pecho.

En poco tiempo, había embarcado y el navío cruzaba las oscuras aguas del Atlántico en dirección al antiguo continente.

Desde entonces, Katherine no hizo nada aparte de esperar a que el viaje acabase. La directora Jannette le dijo que le había escrito a su primo avisando de la fecha en que llegaría, él la debería estar esperando en el puerto de Londres.

Algunos pasos sonaron tras Katherine. La joven se giró asustada, reconociendo al viejo capitán del barco.

—Buenos días, señorita –Cumplimentó alegremente.

—Buenos días –Respondió Katherine, sonriendo.

—Te levantaste temprano.

—Sólo tengo estas pocas horas antes de que el sol se alze por completo para respirar un poco de aire libre.

El capitán sonrió y se colocó a su lado, sus ojos eran azules como las aguas del mar.

—El viento de hoy es muy bueno –Comentó el capitán-. Hicimos un viaje muy rápido, en el almuerzo ya habremos llegado a Londres.

—¿Está seguro? –Preguntó Katherine ansiosamente.

—Si el viento continúa así, sin ninguna duda.

Los ojos perlados de la joven se fijaron una vez más en el mar ante ella. Sintió el nerviosismo invadirla. En aquel momento el sol había roto completamente la aurora y era como una gigantesca bola de fuego sobre el mar.

—Es mejor para ti volver a tu camarote, pronto todos van a estar despiertos y excitados con la perspectiva de salir finalmente de este navío.

Katherine asintió y obedeció a lo que el capitán le decía. Volvió con pasos rápidos a su cabina, se acostó precariamente en su mínima cama y se durmió casi instantáneamente.

&

La joven despertó a causa de una fuerte sacudida del navío. Asustada, se levantó de un salto, sintiéndose mareada por el sueño. Abrió sólo una rendija de la puerta y vio el pasillo repleto de personas cargando sus maletas. Parecía que habían llegado.

Katherine se volvió hacia el interior de camarote y tomó una pequeña maleta que constituía todo su equipaje. Se ató el pequeño lazo que sujetaba su larga trenza y abrió la puerta. Se mezcló en entre la multitud de personas que se exprimían en el exterior del barco para ver la ciudad.

Como pudo notar, Londres era enorme. Llena de casa hasta donde su vista podía alcanzar y humo negro saliendo de las incontables chimeneas. Los carruajes ocupaban casi todas las calles.

El gran navío se deslizó por las aguas de forma lenta. Llevó casi dos horas llegar al puerto, y finalmente desembarcase.

La primera cosa que notó al descender por las precarias escaleras que llevaban al puerto de Londres, fue el mal olor que invadía todo el lugar. Su estómago vacío se convulsionó en arcadas y su cabeza empezó a dar vueltas.

Miró a su alrededor e inmediatamente se sintió asustada: entre las maletas y carruajes habían hombres mal encarados, sucios y bebidos, mujeres con vestidos de inmensos escotes o mostrando sus piernas desfilaban por allí ofreciendo abiertamente su cuerpo por una copa de bebida o comida.

Katherine intentó alejarse lo máximo posible de la confusión de las personas, algunos hombres se tropezaban con ella a propósito, lo cual ignoraba, apretando el asa de la maleta fuertemente en su mano. Se paró en las sombras del navío y esperó a que alguien la reconociese.

Nadie pareció notarla o reconocerla. La saliva se tornó muy gruesa en su boca, los minutos se arrastraban largamente. Una de sus manos soltó el asa de la maleta y rebuscó dentro del bolsillo de su vestido. Allí dentro, escondida, se encontraba la carta que su primo había escrito y enviado al internado. El remitente era Londres, una calle en el centro de la ciudad.

Una vez más, los ojos de Katherine recorrieron la multitud pero nadie le devolvió la mirada. La joven percibió que el tiempo pasaba y por lo visto, nadie la esperaba. El miedo la tomó como una fiera famélica. Notó que la mayoría de personas que viajaban con ella ya se habían marchado, y ella permanecía allí parada, esperando por una señal de que alguien la había reconocido.

La joven estaba a punto de pedir ayuda, cuando una mano fuerte apretó su hombro derecho haciendo su corazón galopar alucinadamente. Miró por encima de su hombro, reconociendo una vez más, al bondadoso capitán del navío en que viajó.

—¿Qué estás haciendo aún aquí, jovencita? –Preguntó el hombre, preocupado-. Este no es lugar para una dama como tú.

—Yo… Yo… -Tartamudeó la joven nerviosamente- Mi primo tendría que estar aquí… Él dijo que vendría a buscarme cuando llegase, pero…

Katherine paró. Parecía que las palabras se trababan en su garganta, sus manos temblaban de miedo por lo que aguantaba el asa de su maleta aún con más fuerza.

—Entiendo –Respondió el capitán pensativamente-. Debéis haberos desencontrado. Tomamos una óptima corriente marítima en los últimos días, y tal vez hayamos llegado más pronto de lo que tu primo esperaba.

—¿Entonces no va a venir a buscarme? –Preguntó la joven, incrédula.

—Sospecho que no. Tal vez aún no sabe que has llegado.

El pánico la alcanzó con fuerza, haciendo que su cabeza rodase. No tenía idea de lo que hacer en una situación así.

—¿Tienes su dirección? –Preguntó el capitán.

—Sí –Respondió Katherine mostrándole la carta.

—No está muy lejos de aquí. Creo que a unos quince minutos en carruaje, podrías atravesar la calle y alquilar una diligencia para que te lleve, sería el modo más seguro de moverte. ¿Tienes algún dinero?

El rostro de la joven se tiñó de rojo. No tenía ni un céntimo consigo.

—Querida –Comentó el capitán humildemente-, yo mismo pagaría un carruaje para llevarte con tu primo, pero aún no he recibido el pago por este viaje, y tal vez eso demore...

Katherine se sintió extremadamente grata por la gentileza del capitán, pero no quería darle trabajo a nadie. Respiró hondo y una vez más leyó la dirección de su primo hasta grabarla correctamente en su mente.

—¿Cuánto tiempo cree que me llevaría llegar allí andando?

—Lo máximo serían unos cuarenta minutos a un ritmo constante. Realmente no está muy lejos…

—Entonces iré andando.

—¿Qué? –Preguntó el capitán, asustado-. No puedes ir andando hasta allí.

Katherine sonrió al hombre frente a ella y dijo:

—No se preocupe, estoy acostumbrada a caminar, y cuarenta minutos no son tanto tiempo. Además de eso aún falta para que caiga la noche, hay varias personas en la calle y no tengo por qué tener miedo.

El capitán la miró incrédulo, pero creyó más inteligente no discutir, pues ella parecía decidida. Quitando el inmenso cansancio que sentiría cuando llegase a su destino, realmente no había muchos peligros en su andanza por la ciudad a aquellas horas.

—No puedo impedírtelo, querida –Respondió el capitán-, pero ten cuidado. Estoy seguro que cualquier persona que viva en la ciudad podrá indicarte el camino. Buena suerte.

—Gracias –Dijo Katherine, poco confiada consigo misma.

El capitán le sonrió amigablemente, le giñó uno de sus ojos azules y se alejó, mezclándose entre las personas que aún quedaban en el puerto.

La muchacha respiró hondo, con los ojos cerrados para calmar los latidos de su corazón. Ahora estaba decidida: no descansaría hasta encontrar el camino a casa de su primo.

La joven abrió sus ojos perlados y dio los primeros pasos en dirección a la ciudad de Londres.

&

Katherine dio algunos pasos en dirección a la multitud que transitaba ruidosamente entre las calles que unían la ciudad con le puerto. La maleta firmemente apretada en sus manos y la dirección de su primo grabada correctamente en su memoria. La joven caminó con dificultad entre las personas que no notaban su presencia; no fue fácil alcanzar las calles de Londres, pero se sintió aliviada cuando al fin lo logró. Allí, parada en la precaria calzada, frente a las calles empedradas, apelmazadas de gente y carruajes sintió el nerviosismo apretar su garganta.

Londres era una confusión completa: calles estrechas, varios cruces y comercios por todos lados. La joven miró directamente a la multitud: su plan era pedir información a alguien sobre cómo llegar a casa de su primo. Sin embargo, todos parecían demasiado ocupados caminando a paso rápido. Apremiada por estar en aquella situación apoyó la espalda en un muro próximo, respiró hondo y cerró los ojos. El olor a pescado podrido junto a otras cosas menos agradables, comenzaba a quedar más distante, cosa que era un gran alivio.

Algo se enrolló en sus pies haciendo que ella se alarmase y mirase a sus pies. Un pequeño gato negro de inmensos ojos jade se refregaba graciosamente en los bajos de su vestido. Los labios de Katherine se abrieron en una tímida sonrisa. El pequeño gatito parecía querer algo; estaba tan delgado que sólo podía ser comida.

—No tengo nada para tí -Le dijo la joven, clavando sus ojos en el gato negro.

El pequeño felino soltó un maullido débil y continuó refregándose en la joven, como si pensase que ella no estaba diciendo la verdad.

En aquel momento, Katherine notó que también tenía hambre. La hora del almuerzo ya había pasado y ella no aún no había comido nada. Se llevó la mano al bolsillo izquierdo y de él sacó un pequeño paquete envuelto en un pañuelo. Lo abrió: dentro habían unas pequeñas galletas desmigajadas nada apetitosas, pero eran mejor que nada, pensó Katherine, llevándoselas a la boca.

El pequeño animal protestó con varios maullidos cuando vio que ella comía algo. Katherine miró hacia abajo y sintió su corazón llenarse de pena. Sin duda, una galleta menos no la mataría de hambre.

Despacio, la joven se agachó y le dio la mitad de una galleta a su nuevo amigo. El gato cogió rápidamente lo que le era ofrecido y se infiltró en las sombras del callejón más próximo. Distraída, Katherine le siguió con la mirada. Entonces algo la golpeó: perdió el equilibrio y acabó sentada en el suelo, ensuciando su vestido en el camino.

—¡Oh, por Dios… francamente! -Exclamó una voz que venía de arriba.

La joven miró hacia arriba, encontrándose con una señora de rostro severo que portaba un pequeño sombrero encima de sus cabellos grisáceos.

—Chiquilla, ¿qué estás haciendo en el suelo? -Preguntó la señora, mirando a Katherine con desaprobación- ¿No ves que así estorbas el camino de los viandantes?

Con el rostro ardiendo de vergüenza, la joven se levantó, tratando de limpiar la suciedad que había impregnado su vestido.

—Discúlpeme… -Habló la joven con debilidad.

Los ojos menudos de la señora miraron a Katherine de forma amenazadora.

—Si me permites -Exclamó la señora, prepotente.

—Señora -Llamó Katherine, pensando que aquella sería la mejor oportunidad de hablar con alguien.

La mujer se giró, mirándola de una manera que claramente decía: "Eres muy osada por dirigirme la palabra".

—¿Sí? –Preguntó la señora.

—¿Me podría decir cómo llegar a este lugar? -Preguntó la muchacha, extendiéndole el papel con la dirección de su primo.

Los menudos ojos de la mujer escudriñaron la dirección y después se posaron de manera sarcástica sobre Katherine.

—Si pretendes conseguir empleo en éste lugar, debo decirte que no contratan a personas como tú.

El rostro de Katherine ardió de vergüenza una vez más; mejor sería no decir que la casa pertenecía a su primo.

—Bien, de cualquier manera -Comenzó la anciana- sólo tienes que seguir recto por aquella calle, no muy lejos llegarás a un largo paseo, después a una pequeña plaza. En ese punto, pídele a otra persona que te indique el camino.

—Gracias -Agradeció Katherine con sinceridad.

La mujer mayor pareció no molestarse con aquello y siguió su camino, alejándose rápidamente de la joven, como si fuese un gran estorbo en medio de la calle.

Katherine respiró hondo, tratando de ignorar su rostro rojo. Por lo menos ahora sabía qué camino tomar. Sin dudar, comenzó a caminar en la dirección que la señora le había indicado.

Andó largamente, siguiendo exactamente las indicaciones que había recibido. Encontró la calzada y más adelante la pequeña plaza. Allí detuvo a un señor que fue mucho más simpático que la primera mujer y le dijo que sólo necesitaba caminar algunas cuadras más y después subir una larga avenida y en veinte minutos más estaría allí.

Katherine para recuperarse un poco de la caminata del puerto hasta allí paró. Los pies le dolían horriblemente, calzaba sus mejores botas, (y únicas) se las habían regalado en su quince cumpleaños; era una pena que sus pies hubiesen crecido algunos centímetros más después de su aniversario.

Una vez más, algo raspó sus pies, llamando su atención: allí estaba el pequeño gatito negro mirándola e indicándole que quería otra galleta.

—¿Cómo has llegado hasta aquí? -Preguntó al animalito- ¿Me has estado siguiendo?

El gato maulló de un modo que se parecía mucho a un "sí".

—No tengo más galletas para ti, vete.

El felino continuó refregándose en ella, parecía que realmente le gustaba. La joven sonrió una vez más al animal.

—Oye, no me hagas pasar más vergüenza -Le habló Katherine, levantándose.

Su descanso se había acabado. La tarde se extendía sobre Londres. No había sol, la ciudad entera estaba cubierta por una inmensa camada de nubes cenicientas que humedecían el ambiente.

La joven caminó en la dirección que el hombre le había indicado, el pequeño gato negro la perseguía en sus andares. Cuanto más andaba, más percibía que se estaba acercando a los barrios lujosos. Allí, entre las grandes mansiones de rejas negras, habían tiendas que ostentaban cosas de inmenso valor. Collares, pulseras y pendientes extremadamente valiosos brillaban en sus vitrinas, al lado de comercios que exhibían vestidos lujosos tejidos con telas finas y carísimas.

La joven quedó sorprendida cuando pasó frente a un lujoso café en una esquina. Allí, personas vestidas con elegancia tomaban té y comían bollos sentados en pequeñas mesas de hierro en la calzada. Katherine encontró que la escena le recordaba a un cuadro en movimiento.

Cansada, con los pies y la espalda doliéndole, comenzó a subir la larga avenida que le habían dicho que estaba próxima a la calle donde quedaba la casa de su primo. Ya había desistido de intentar ahuyentar al pequeño gato negro; él la seguía perezosamente, balanceando su rabo negro y lustroso.

Cuando creía que su caminata no iba a terminar nunca, finalmente llegó al fin de la avenida, y giró a la derecha entrando en la calle donde se encontraba su primo. El lugar la deslumbró: la vía estaba flanqueada por caserones coloniales y contemporáneos, todos en óptimo estado de conservación, así como sus jardines. La joven confirmó el remitente de la carta para ver si había cometido algún error. No, no lo había cometido; estaba todo correcto.

Avanzó por el suelo empedrado a pasos vacilantes, procurando encontrar el número de la casa de su primo. Sus manos estaba sudadas y sucias, sabía que ni de lejos debía tener buena apariencia. Sus pies pararon ante la casa más impresionante de todo el barrio, sus ojos perlados comprobaron el número para ver si estaba todo bien. La saliva se espesó en su boca, La casa era simplemente deslumbrante.

Katherine subió vacilante los escalones que llevaban a una inmensa puerta doble de madera. Notó que todas las cortinas estaban cerradas, deseó de todo corazón que hubiese alguien en la casa. Con todo el cuidado del mundo, golpeó tres veces en la puerta sintiendo su corazón martillear en su pecho. Algunos minutos después, oyó pasos tras la puerta, que fue abierta inmediatamente. Frente a Katherine, recortado sobre el batiente, se hallaba un señor mayor vestido de mayordomo.

—No deseamos nada hoy, gracias -Sin decir más, el hombre cerró la puerta en la cara de Katherine.

La joven permaneció allí parada, con la mano erguida, sintiéndose confusa. Debía estar en extremo horrible para que el mayordomo la confundiese con una vendedora a puerta fría.

El rostro de Katherine enrojeció debido a la vergüenza. Sabía que estaba muy roja, sus manos temblaban cuando volvió a golpear la puerta.

Esa vez, no necesitó esperar tanto. Una vez más, el mayordomo la atendió; no parecía ni un poco feliz de verla.

—¿Eres tú de nuevo, chiquilla? -Preguntó- Ya te dije que no deseamos comprar nada hoy.

—Pero señor, espere... Yo... -Le rogó Katherine.

En ese instante la atención de ambos fue robada, un bulto negro pasó por debajo de las piernas de Katherine, que lo siguió con atención y vio, con extremo pavor, el gato negro que la había seguido corriendo descontroladamente y colgándose en las blanquísimas cortinas que se hallaban sobre las inmensa ventanas.

—Por Dios, ¿qué es eso? -Exclamó el mayordomo con precipitación- ¿De dónde ha salido ese gato?

Katherine nata sintió cómo su corazón le saltaba a la garganta; el gato que la había seguido durante todo el trayecto, estaba ahora colgado entre las cortinas de la casa de su primo, balanceándose como loco. No demoró mucho hasta que escuchó el tejido ceder y rasgarse casi hasta el suelo. La joven tuvo ganas de salir corriendo por la vergüenza.

El viejo mayordomo corrió en dirección a las cortinas tratando de espantar al animal; no fue una buena idea. Descontrolado, el animal subió a una pequeña mesa derrumbándo un inmenso jarrón, que cayó al suelo transformándose de inmediato en inmensos trozos de porcelana.

—¡Que alguien coja a ese monstruo! -Exclamó el mayordomo, tratando de coger al gato.

Katherine no consiguió permanecer parada un momento más. Corrió en dirección al gato, que pasó por encima de ella, subiendo de nuevo a las cortina y después en el borde de la chimenea, derribando porta-retratos que cayeron al suelo.

El escandalo llamó la atención de más empleados, que siguieron el ruido y vinieron hasta la sala para ver lo que estaba pasando. La muchacha trató una vez más de agarrar al felino, que ahora le araño la mano y subió encima de un armario, derribando más cosas que se destrozaron en el suelo. Determinada a acabar con aquella confusión, se zambulló tras él, agarrándolo cuando trataba de entrar bajo un sillón. La pequeña bestia, asustada, mordió y arañó la mano de la joven, que aún sintiendo dolor, no lo soltó. Entonces el gato percibió que no había más espatoria y se calmó al fin. Todos los empleados estaban mirándola estupefactos; el rostro de Katherine ardió como nunca antes en aquel día.

—¿Alguien me puede explicar por qué diablos están derribando mi casa?

Una voz extremadamente fría y nada amigable vino de lo alto de la escalera. El corazón de Katherine paró de latir. Un silencio extremo y sin gracia se instaló en el lugar.

De pie al inicio de la escalera y sólo una sábana blanca cubriéndole de la cintura para abajo, Ian les miraba con sus ojos perlados chisporroteando.

—¿Entonces? -Preguntó Ian encarando a sus empleados, especialmente al mayordomo-. ¿Nadie me va a decir lo que está pasado?

—Ian... -La voz de Katherine sonó débil, pero el silencio era tan intenso que todos pudieron oírla, y miraron en su dirección.

Los ojos de Ian se clavaron en ella; se abrieron de par en par, el color se fue de su rostro e intentó contener el temblor de su cuerpo. Sus ojos centelleaban de odio mientras observaba a su prima.

Los ojos del mayordomo estaban fijos en ella; parecía ver a un fantasma.

—¿Señorita Katherine? -Le preguntó, llamando su atención- ¿Es usted realmente?

La muchacha asintió. Tal vez fuese sólo su imaginación, pero creyó que los ojos del mayordomo brillaban debido a las lágrimas que empezaban a acumularse en ellos.

Ian cruzó la sala, acortando la distancia que les separaba y obligándola a mirarle.

—¿Qué estás haciendo aquí? -Preguntó agresivamente.

Ella trató de responder, sin embargo su voz parecía estaba perdida en algún lugar de su garganta; tardó en encontrarla.

—Llegué a última hora de la mañana...

—Imposible -La cortó Ian-. En la carta que recibí del internado decía que llegarías de aquí a dos semanas.

—El capitán me dijo que a veces el viaje es más corto y el navio llega más rápido a su destino.

Él la observó buscando alguna señal de mentira, como no lo encontró, continuó presionándola.

—¿Y puedo saber cómo has llegado hasta aquí?

—Andando.

Los ojos de Ian se abrieron, un silencio inquietante se adueñó de la sala. De repente, Katherine se dio cuenta de que todos los empleados aún estaban allí oyendo la conversación con su primo.

—¿Del puerto hasta aquí?, ¿Has venido andado desde allí?, ¿Estás loca?

El rostro de Katherine se tiñó de rojo, no consiguía mirar a los ojos de Ian; se sentía completamente descolocada, como si hubiese hecho algo mal.

—No sabía qué hacer -Se defendió ella-, esperé, pero nadie apareció para traerme... Pedí información en las calles y vine andando.

—¿¡Por qué no pagaste una diligencia!? -Gritó Ian asustándola aún más-. Podrían haberte robado o matado.

—No tenía dinero -Respondió la joven en voz baja.

Su respuesta irritó aún más a su primo.

—¡Por todos los diablos!, ¿no tenías dinero para una simple diligencia?

Katherine negó con la cabeza, sintiendo su rostro encenderse.

—¡Perfecto! -Exclamó Ian.

El chico continuó durante largo tiempo, observando a la muchacha delante suya. Parecía que no miraría más en su dirección. Sus ojos recayeron entonces sobre sus empleados.

—¿Qué estáis esperando para limpiar éste desastre? -Preguntó irritado.

Los empleados se despertaron del trance, se deslizaron por los pasillos en busca de lo necesario para la limpieza de la sala parcialmente destruida. Sólo permanecieron en ella Katherine, Ian y el mayordomo Luisandru.

—¿Y qué es eso? -Preguntó Ian apuntando al gato negro en el regazo de Katherine- ¿Ha sido ese animal el que ha destruido mi sala?

—Lo encontré en el puerto -Explicó Katherine-, me ha seguido desde entonces. No sé qué le pasó, simplemente salió corriendo cuando el mayordomo abrió la puerta.

Sin que Katherine tuviera tiempo de terminar de hablar, Ian agarró el pequeño gato negro por el pescuezo, que protestó arañando y mordiendo. Sin ningún remordimiento o sentimiento de culpa, el joven Moore fue hasta la puerta, y lanzó al felino a la calle.

Katherine estaba demasiado asustada para hablar. Sus ojos perlados estaban fijos en su primo. ¿Cómo podía alguien ser así?

—La próxima vez -Avisó Ian- no traigas animales a mi casa. Te haría pagar por el prejuicio que me causó, pero como ya he notado, no tienes dinero.

Aturdida, Katherine sintió el calor abandonar su rostro, sabía que debía estar extremadamente pálida. No consiguió encontrar la palabra adecuada.

—Luisandru -Le llamó Ian- Acomódala en cualquier cuarto. Cuando me haya despertado por completo iré a verla.

Sin decir nada más, Ian subió las escaleras pisando fuerte, aferrando de forma precaria la sábana enrollada en su cintura.

Katherine y Luisandru permanecieron en silencio hasta que Ian hubo desaparecido completamente de su vista. Entonces el mayordomo se giró en dirección a la joven diciendo:

—Me siento muy feliz de tenerla aquí, señorita Moore, espero que pueda perdonar mi ignorancia al no haberla reconocido.

Aún aturdida, ella miró al mayordomo. Después de toda la hostilidad de su primo, la gentileza de aquel hombre la dejó encantada.

—No se preocupe por eso. No fue nada.

—Por favor, sígame. Le mostraré su cuarto. Debe estar muy cansada.

La joven asintió. Sí, estaba exsausta; sentía como si su corazón pesase una tonelada.

El primer encuentro con su primo había sido un verdadero desastre.

Katherine siguió al mayordomo llamado Luisandru por los pasillos largos y bien iluminados de la mansión. Aún sintiéndose completamente descolocada y avergonzada por los acontecimientos de minutos atrás, la joven no pudo dejar de observa e impresionarse con el interior de aquel lugar.

La mansión ostentaba un aire serio y rígido pero elegante. Los muebles era de óptima calidad y todo se encontraba en su lugar, sin desorden. Todo estaba muy limpio, la casa entera tenía un frescor a pino, así como un silencio opresor.

El cuarto de Katherine quedaba en medio de un largo pasillo en el segundo piso, al lado de varias puertas más. En pensamientos, la joven se preguntó dónde estaría el cuarto de su primo, pero al final decidió que prefería no saberlo.

El mayordomo abrió la puerta, dejando a Katherine impresionada. El cuarto era inmenso, mucho mayor que su cuarto en el internado de Estados Unidos. Una gran cama colonial estaba pegada a la pared, las ventanas abiertas mostraban los tejados de las mansiones colindantes. Frente a la cama había una pequeña pero hermosa chimenea que se encontraba apagada. A la izquierda había otra puerta donde estaba el baño anexo. Katherine creyó que sería muy difícil para ella acostumbrarse a todo aquel lujo.

—Espero que el cuarto esté a su gusto, señorita -Dijo el mayordomo atrayendo la atención de Katherine

La joven se giró tratando de sonreír sin demostrar su nerviosismo.

—Sí... Es muy bonito.

—Espero que pueda perdonarnos. No pudimos preparar nada mejor, estábamos esperando su llegada de aquí a dos semanas.

—El cuarto es realmente bueno -Respondió Katherine.

Sus ojos perlados recorrieron el aposento una vez más. No había nada allí que indicase que era un cuarto femenino o masculino, casi no había detalles, era una habitación impersonal.

Katherine no vinculó el hecho, no era esperada ese día y comenzaba a pensar que no era bienvenida.

—Señorita -La llamó Luisandru una vez más, atrayendo su atención-, espero que no guarde resentimientos hacia el señor. Sé que es rudo y grosero, pero él realmente está contento de verla.

Le miró. Sabía que no había confianza ni verdad en aquellas palabras, aún así sonrió tratando de animar al hombre.

Los ojos castaños del mayordomo brillaban mientras observaba a la muchacha.

—Voy a buscar algo para que coma. Tome un baño y descanse, después el señor vendrá a verla.

Katherine asintió. No estaba ni un poco animada ante la perspectiva de ver a su primo de nuevo, pero la palabra baño le pareció extremadamente tentadora.

Por fin, el mayordomo salió del cuarto dejando a Katherine sola. Cansada, suspiró; cogió una pequeña maleta del suelo y fue en dirección al baño.

Allí también estaba presente el lujo: la bañera de porcelana tenía pies de bronce en forma de patas de gato, lo cual la hizo sonreír espontáneamente. Las toallas apiladas sobre un apoyadero próximo a la pila eran blanquísimas y felpudas; los grifos también eran de bronce.

La joven se sintió feliz al tirar la ropa sucia y sudada, abrió el grifo dejando que el agua caliente llenase la bañera. Le dolía todo, no quería pensar en lo que había sucedido; la imagen del rostro enfurecido de su primo aún estaba muy nítida en su mente.

Se sumergió en la bañera, el agua caliente fue como una caricia deliciosa. Recordó, sin una gota de nostalgia, los precarios baños que había tomado durante el viaje en navío. Dificilmente haría otro viaje como aquel por decisión propia.

Katherine permaneció dentro de la bañera hasta que los dedos de sus pies y manos se arrugaron y el agua se enfrió. Se levantó sintiendo frío y se cubrió con una enorme toalla.

De la ventana de su cuarto, surgía una suave luz dorada que iluminaba el ambiente, el fin de la tarde había llegado, trayendo un silencio aún mayor para la mansión. Con cuidado, la joven encendió dos velas en un candelero que estaba encima de su mesita de noche. Reparó en que había una bandeja de plata sobre su cama con legumbres, un gran pedazo de pollo y un cáliz de vino. Su estómago roncó mientras observaba la comida. Al lado de la bandeja estaba su mejor vestido, azul-marino, con un cuello bien cerrado y puños acabados en encaje blanco. Casi nunca usó aquel vestido, a no ser en ocasiones muy especiales, lo que definitivamente no era el caso. Pero no culpó a la empleada que lo había escogido, tal vez, en Londres las costumbres fuesen diferentes.

Con cuidado colocó el vestido azul en una percha para luego ponerlo en un guardarropa de caoba, así como el resto de sus vestido, que en total sumaban cinco. Para usarlo aquella noche, la joven escogió su otro vestido negro. Estaba de luto por la muerte de su padre, y no le importaba si estaba descolorido y muy usado.

Se deshizo la trenza y peinó su largo cabello negro. Sus ojos estaban fijos en la puesta de sol que podía observarse desde la ventana. La luz casi se había extinguido, dejando las sombras oscuras de la noche caer sobre la ciudad.

Katherine se recogió el pelo en una cola de caballo. No sabía hacerse peinados innovadores y sofisticado, pero lo básico le gustaba. La joven se había sentado en un pequeño sofá al lado de su ventana para apreciar la cena que el mayordomo había dejado en su cuarto, cuando la puerta se abrió repentinamente.

De pie frente a Katherine, vestido elegantemente con calzas azul oscuro que se agarraban a sus piernas, botas hasta las rodillas y una casaca negra, Ian ejercía una presencia amenazante. Su largo y basto cabello de tono chocolate estaba preso en una coleta floja. Sus pupilas perladas, más frías que las de Katherine, estaban fijos en ella.

La joven perdió el hambre de inmediato. Sus dedos se tensaron automáticamente mientras un frío incómodo se deslizaba por su estómago.

—Espero que te hayan acomodado bien -Dijo Ian con un timbre frío e impersonal.

Katherine se forzó a continuar encarando a Ian, diciéndose a sí misma que no necesitaba temerle, ya que ahora él era su único pariente vivo, su única familia.

—Sí… Está todo bien… -Respondió ella- Muchas gracias por haberme recibido en tu casa...

—¿Crees que me gusta hacer esto?

El corazón de la muchacha se disparó de un modo doloroso e incómodo; no había sido su imaginación, ni siquiera una mera desconfianza. Su primo no se sentía feliz con su presencia en aquella casa, y ahora se lo decía con todas las letras. Sus ojos chispeaban de forma tan amenazadora que Katherine llegó a repensarse si aquel hombre no la odiaba. Se sintió intrigada, con miedo… ¿qué había hacho para conseguir tamaña enemistad? Había visto a Ian poquísimas veces en su infancia…

—No lo entiendo -Respondió ella con un hilo de voz, siendo sincera-. ¿Por qué me dijiste que podría estar aquí si no me querías cerca?

Los ojos de Ian brillaron aún más, su rostro se tornó duro e impasible. Katherine supo, solamente con observarle, que él no respondería a su pregunta.

—Los motivos por los cuáles te recibí en mi casa no te interesan. Siéntete grata porque te haya acogido, ya que no tenías forma de sustentarte sola.

Katherine bajó el rostro rápidamente. Parecía que Ian sentía placer de lo pobre que ella era comparado con él. Deseó estar de vuelta al internado y jamás volver a salir de él.

—No me gusta que estés aquí -Continuó Ian-, por eso mismo sé lista e intenta evitarme lo máximo posible. Quién sabe si olvido que existes. Tengo planes para no tener que preocuparme más por ti en un tiempo. Te casaré lo más rápido posible.

—¿Casarme? -Exclamó Katherine, asustada.

—Sí, casarte -Respondió maliciosamente-. Tu madre te dejó el título de duquesa, lo que ya es algo bueno; eso y un pequeño dote que pretendo dar al hombre que te despose...

—No puedes hacer eso… No puedes simplemente entregarme al primer hombre que aparezca.

—¿Por qué no? -Los labios de Ian estaban abiertos ahora en una sonrisa fría y cínica-. Soy tu tutor, por eso mismo tengo todo el derecho a escoger al hombre que se case contigo.

—No estás teniendo en cuenta mi opinión… -Murmuró ella.

—¿Y qué opinión podrías tener tú? Ahora soy tu tutor y sé lo que es mejor para ti.

Los ojos de la joven se abrieron con espanto; aquello era injusto. Una bola se formó en su garganta. De repente un inmenso cansancio la abatió, su cabeza giraba lentamente y las palabras de su primo sonaban cada vez más amenazadoras.

—Por favor -Le rogó la joven, tratando de calmar los laridos frenéticos de su corazón-, no me obligues a casarme, yo...

—Esa renuencia -Preguntó de repente Ian, interesado, con su flameando de desdén-. ¿Acaso te dejaste algún amante en los Estados Unidos?

La pregunta le sentó como una patada, sintió la sangre subir a sus mejillas y caldearle el rostro. Algo se agitó dentro de su estómago, como cuerdas anudadas. Quería discutir con él y mostrarle lo injusto que estaba siendo… Nunca había tenido un amante, ni siquiera un enamorado… Pasó toda su juventud dentro de un internado para chicas. Siempre creyó que su padre le conseguiría un buen hombre como marido y con el tiempo aprendería a amarle. Nunca se preocupó con asuntos románticos… ¡pero no se casaría sólo porque su primo la considerara un estorbo! Podía cuidar de sí misma, y se lo probaría a Ian.

—Nunca he tenido un amante -Respondió con toda la dignidad que consiguió juntar-, y no es por eso que me estoy oponiendo a tu idea de casarme con alguien que tú escojas. Puedo probarte que sé cuidar de mí misma.

—Aún así -Preguntó Ian, incrédulo-, ¿puedo saber cómo harías eso?

—Trabajaría, sé cuidar muy bien de una casa...

—¿Eso es una oferta? Gracias, pero la rechazaré; como puedes ver, ya tengo empleados suficientes.

—Puedo conseguir trabajo en la ciudad -Continuó Katherine, sin querer desistir-, en una casa…

—He asumido tu responsabilidad -Objetó Ian, brusco-, te vas a quedar viviendo en mi casa hasta que haga los preparativos necesarios para tu boda…

Los argumentos de Katherine habían llegado a su fin, su primo parecía haber llegado al extremo de la conversación. El estómago de la joven continuaba convulsionándose.

—No tengo más que decir -Acrecentó Ian- Estaré fuera toda la noche, si necesitas algo pídeselo a alguno de los empleados.

Katherine asintió, sus ojos encararon el rostro de Ian por algunos instantes. Se podía decir que eran familiares por las semejanzas físicas, el mismo tono pálido en las piel, los ojos casi sin color, el contorno oval del rostro, el liso del cabello a pesar de ser de diferente color. Pero ella no sentía que él fuese su pariente… Había tanta hostilidad en sus gestos y en las palabras de su primo; como dos extraños ahora obligados a vivir juntos.

Lentamente, en silencio, Katherine vio como su primo le daba la espalda y caminaba en dirección a la puerta del cuarto. Parecía fuerte, sin temores, capaz de enfrentar cualquier cosa; la joven envidió aquella postura tenerla aunque sólo fuese un poco. Si por lo menos Ian no fuese tan hostil, pensó, entonces, tal vez, ellos podrían ser una familia… Se comportarían como familiares que se preocupaban unos por otros.

—Ian...-Le llamó, incapaz de contenerse; tal vez, si ella era un poco más amigable Ian también lo sería.

Aquellos ojos perlados se clavaron en el rostro de Katherine con frialdad; distantes.

—Perdona... -Le pidió, avergonzada.

Los ojos del joven Moore continuaron escrutándola. El chico no dijo una sola palabra, permaneció con la mano en el manillar de la puerta, ahora abierta.

—Ten cuidado… -Le pidió ella, concluyendo la frase.

Por un instante, la joven percibió la faz de su primo cambiar casi imperceptiblemente… Volverse menos austera y hostil… Pero él recuperó tan rápido su postura de distancia controlada, que Katherine creyó que lo había imaginado. Sin decir nada, él asintió con la cabeza y salió del cuarto, cerrando la puerta tras de sí con un "click".

Katherine se quedó sola de nuevo. Todo se encontraba tan silencioso que pudo oír el sonido del fuego quemando la mecha y derritiendo la cera de la vela. Se sintió desamparada, extremadamente solitaria. Estaba lejos del lugar donde había crecido. Aunque hubiese nacido en Inglaterra, no se sentía como si ese fuese su lugar. Había dejado el país con su padre siendo aún muy joven. Nunca pensó que su primo la trataría con tanta frialdad. No quería ser un estorbo para él. Ian era su único pariente vivo, su única familia.

El ruido de algo siendo arañado en la ventana llamó su atención. Curiosa, Katherine se aproximó a ésta para ver al pequeño gato negro que la había seguido parado en el parapeto de la ventana con los ojos esmeraldinos suplicantes.

Sin pensarlo dos veces, la joven abrió la ventana, permitiendo que el gato entrase junto a una fresca brisa nocturna. Sin perder el tiempo, el animalito saltó dentro del cuarto y comenzó a mordisquear un pedazo del pedazo de pollo que había en la bandeja encima de la cama. Los labios de la joven formaron una sonrisa; ella no tenía hambre, al contrario del pequeño gato negro.

Con cautela, se aproximó a la cama, sentándose lentamente. El pequeño felino paró de comer y posó sus ojos inteligentes en el rostro de Katherine, como si la investigara. Juzgando que ella no representaba ningún peligro, volvió a comer rápidamente. La sonrisa en sus labios se alargó, por lo menos al gato no le incomodaba estar a su lado; se sintió menos sola.

—Necesitas un nombre -Informó la joven mientras observaba a su nuevo amigo felino.

Al gato no le importó el comentario, estaba oliendo las legumbres con mucha curiosidad; parecía que ya se había hartado del pollo.

—Nunca he tenido una mascota, estaba prohibido tener animales en el internado.

Mentalmente, Katherine se preguntó si también estaría prohibido tener un gato allí. Ian estaría enfurecido con la presencia del animal. Aún así, decidió arriesgarse; se sentía mejor con la presencia del gato.

—¡Nino! -Exclamó de repente, como si de repente hubiese tenido una idea súbita-. Eres pequeño y agraciado, creo que ese es un nombre perfecto. ¿Tú qué opinas?

El gato la miró y soltó un pequeño maullido, mostrando los menudos dientes puntiagudos y la lengua rosada.

—Creo que eso ha sido un sí.

Perezosamente, Nino se levantó y se fue con Katherine, refregando su cuerpo peludo contra el brazo de la chica. Un suspiro profundo escapó de sus labios rosados: no sería fácil permaneces allí, en aquel país extraño, pero no tenía alternativa, sería mejor acostumbrarse rápido… así el sufrimiento sería menos.

Continuará...~