Dulce Venganza: Ian&Katherine. 2

La muerte de Masson Moore pone a Ian Moore, su sobrino, como tutor legal de Katherine, hija de este. La ira de Ian será tan grande que se vengará de Masson a través Katherine, quien está sola, sin dinero y fuera de su único lugar, el Internado para chicas.

Remotamente, Katherine escuchó pasos a su alrededor, sus ojos permanecieron cerrados, tenía tanto sueño... pero tenía que levantarse ya, a la directora Jannette no le gustaban los atrasos y no quería recibir una reprimenda.

Unos ojos perlados se abrieron de repente; confusa, la joven observó la fina cortina que cubría la ventana. Afuera, la luz del sol era débil, había nubes de humo blancas saliendo de chimeneas con tejados rojos. Aquella no era la escena que ella acostumbraba a ver en el internado... Estaba en Londres, en casa de su primo Ian. Su ánimo descendió profundamente hasta su estómago.

Sin ánimo alguno, Katherine se movió en la cama sintiendo una vez más la suavidad y el caro perfume de las sábanas, pero algunos ruidos en el cuarto le llamaron la atención. Sólo en aquel instante notó que había una criada en la habitación; estaba haciendo una maleta con todas sus ropas. Tal vez, Ian hubiese desistido de cuidar de ella, tal vez quisiese que se marchara lo más rápido posible. Las garras del miedo agarraron su corazón. Si su primo la expulsaba, ¿dónde iría?

—¿Con... permiso? —Llamó Katherine, atrayendo la atención de la criada. Necesitaba preguntarle lo que estaba sucediendo.

La joven criada miró asustada a la joven, como si tuviese miedo de estar cometiendo un grave error.

—Discúlpeme -Pidió la sirvienta inmediatamente-. No quería despertarla. Lo siento mucho.

—No me despertaste -Respondió Katherine, desconcertada.

El rostro de la joven se tiñó de rojo mientras ella se explicaba:

—El señor Moore me pidió que hiciese sus maletas, ya que en breve partiremos a la mansión Moore.

—¿Mansión Moore? -Preguntó Katherine, confusa-. ¡Espera! ¿Esta no es la casa de Ian?

—El señor Moore posee varias propiedades en todo el país, señorita, pero acostumbra a pasar la mayor parte del tiempo en la mansión Moore en el campo, a dos horas de Londres.

Los ojos perlados de Katherine se abrieron con espanto. Por lo visto, no tenía ni idea de cuán rico era su primo. Sin embargo, eso no podía importarle por ahora. La criada le había dicho que iban a una propiedad en una zona rural de Londres, incluyéndola a ella, lo que indicaba que su primo aún no la había expulsado. El descubrimiento la alivió.

—Necesita arreglarse, señorita -Informó la criada-. Debe estar cansada del viaje en navío, pero al señor no le gustan los atrasos y ha dicho que hoy quiere almorzar en la mansión.

Katherine percibió claramente el miedo de la joven criada al citar a su primo. Debía ser un patrón extremadamente rígido con sus empleados. La joven Moore simpatizó con la criada.

—Bueno, entonces voy a arreglarme. No quiero que nadie se atrase por mi culpa.

—Déjeme ayudarla -Le pidió la criada.

El rostro de Katherine se tiñó de rojo. Pasaría mucho tiempo hasta que lograse acostumbrarse a todo aquel lujo. Nunca antes había tenido una criada para ayudarla a vestirse, pero se podía decir que era muy eficiente, no permitiendo un no por respuesta.

Todos sus vestidos estaban planchados, a excepción de tres, guardados en una inmensa maleta de cuero negro. Katherine escogió su otro vestido negro, sin escote y mangas largas que terminaban en delicados bordados que ella misma había realizado; el vestido la dejaba con una apariencia simple y delicada.

La criada insistió en peinar su largo cabello, pero ella, extremadamente avergonzada, no se lo permitió. Sólo pasó un peine por su melena y la dejó suelta, cayendo sobre su delgada espalda.

Cuando al fin estuvo debidamente vestida y peinada, la doncella la acompañó hasta un refinado comedor, donde su primo tomaba café servido por el mayordomo Luisandru.

Katherine sintió su rostro caliente al adentrarse en la sala; por instantes, sus ojos quedaron fijos en la hermosa araña de cristal encima de su cabeza. La joven creyó haber visto esa misma imagen en algún lugar.

—¿Te vas a quedar ahí parada? -Preguntó Ian, sacándola de sus devanéos.

Muy avergonzada, la muchacha balanceó la cabeza en negativa, sentándose en una silla al lado de su primo. Gentilmente, Lauisandru la ayudó y enseguida depositó un plato de porcelana decorado con pequeñas y delicadas flores rojas frente a ella. Se sintió en extremo feliz por haber estudiado en un colegio donde conocer la etiqueta en la mesa siempre fue bien recibido.

Por encima del periódico que estaba leyendo, Ian irguió sus pupilas para depositarlas sobre su prima: ella no parecía tener ninguna dificultad en reconocer los cubiertos necesarios para cada comida. Sus gestos eran delicados y precisos.

Katherine podía ser sólo una chiquilla con el título de duquesa y sin dinero, pero había en ella una gracia sólo obtenida por pocos al nacer. Ian sabía que no poseía eso; él era un mero bastardo rico.

Cerrando con brusquedad el diario, el joven Moore tomó su taza de café y se la llevó a los labios mientras decía:

—Partiremos después del desayuno. Espero que esté todo preparado en tu cuarto.

Katherine asintió indicándole que sí. La comida estaba especialmente deliciosa, pero ella no conseguía concentrarse en ella; se sentía avergonzada por la presencia de su primo, siempre tan frío y rígido.

—Katherine -Preguntó Ian en determinado momento, atrayendo su atención-, pasé esta mañana frente a tu cuarto y oi algunos ruidos extraños; algo parecía estar arañando el suelo. ¿Qué estabas haciendo?

Los ojos perlados de la joven Moore se abrieron ligeramente al oír aquello. Había olvidado por completo de Nino, el pequeño gato que había hecho un ruido razonable por la mañana, tratando de salir del cuarto. El rostro de Katherine se volvió rojo mientras notaba la mirada desconfiada de Ian sobre su persona. Su mente pensaba en varias respuestas posibles, pero todas eran mentira y Katherine siempre fue una pésima mentirosa.

—Yo-yo... e-estaba -Comenzó la muchacha, nerviosa y retorciéndose las manos sobre el regazo- buscando una cosa...

—¿Aún tartamudeas? -Preguntó Ian, impresionado.

—Sólo cuando estoy nerviosa -Respondió la joven, quedando aún más roja.

—¿Por qué estás nerviosa?

—Yo... n-no conseguí encontrar lo que buscaba...

La ceja de Ian se arqueó ligeramente. Podía ver claramente el perfil rojo de Katherine, no necesitaba ser un genio para saber que ella estaba mintiendo, pero, ¿qué estaría escondiendo en su cuarto?

—Voy a subir para continuar buscando... la cosa que perdí -Dijo Katherine, levantándose muy rápido de la mesa y subiendo las escaleras antes de que Luisandru o Ian tuviesen la oportunidad de contestar.

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Katherine tratando de calmar su respiración acelerada. Reparó en su maletas, que ya estaban listas encima de la cama. Pero no había señal del pequeño gato negro en ningún lugar. ¿Alguna criada lo habría encontrado y echado fuera?

Su corazón latió más fuerte por el miedo de pensar en esa posibilidad. Nino había sido su primer amigo en aquel país lejano, no le importaba que fuera sólo un animal. No quería separarse más de él.

—Nino… -Le llamó la chica en voz baja, tratando de atraer la atención del felino.

No hubo ninguna respuesta, ningún ronroneo o movimiento. Sintiendo sus entrañas retorcerse se arrodilló al lado de la elegante cama y levantó la colcha blanca para poder ver mejor allí abajo. Ya había notado que a Nino le gustaba quedarse en lugares escondidos.

Una sonrisa divertida y brillante surgió en sus labios cuando avistó la pequeña figura del gato negro durmiendo bajo su cama. Su pequeña boca rosada estaba abierta y sus largos bigotes temblaban mientras respiraba. Fue por eso que el gato no le respondió, dormía profundamente.

Con mucho cuidado, metió la mano bajo la cama y atrajo el cuerpecito caliente de Nino hacia sí. El animal se agitó un poco en su sueño pero no despertó. Aún sonriendo la joven lo acomodó en sus brazos, y justo en ese momento, la puerta de la habitación se abrió.

—Katherine... -Dijo Ian, parando abruptamente cuando vio al gato en brazos de su prima-. ¿Qué hace ese animal en mi casa sin mi permiso?

El tono gélido de este la asustó, la joven apretó al gato entre sus brazos aún más; la mirada que su primo le lanzó la congeló.

—Le dejé entrar anoche -Explicó Katherine, levantándose con timidez-, tenía hambre...

—¿Has dejado que un animal entre en mi casa sin yo saberlo? -Preguntó Ian, enfurecido-. ¿Me lo pensabas contar alguna vez?

Sin esperar respuesta, Ian caminó en su dirección, y con fuerza, agarró al gato por el pescuezo, quitándoselo a Katherine y levantándolo en alto. El animal se rebeló, despertando irritado, sus pequeños dientes y garras trataron de arañar y morder la mano expuesta del joven Moore.

—¡Por dios! -Exclamó Ian, impresionado-. ¡Es una gato callejero, debe estar lleno de enfermedades!,¡Saldrá inmediatamente de mi casa!

La sentencia de su primo hizo que el corazón le diese una punzada. Inmediatamente, sin pensar en nada, la joven corrió y agarró el brazo con el que Ian sujetaba al gato, que se retorcía frenéticamente.

—¡Primo! -Pidió la joven, mirando a los ojos de Ian- ¡Por favor, no!, ¡Déjame quedarme con él, te prometo que voy a cuidar de él!

—¡No soy tu primo!

Avergonzada, Katherine bajó la cabeza, mas sus dedos no se soltaron del brazo de su primo. Podía oír los maullidos desesperados de Nino haciendo su corazón retorcerse de pena.

—Discúlpame -Continuó ella, sin conseguir enfrentar a Ian-, pero no lo eches fuera. Sé que fue un error esconderlo de ti. Pero te prometo que nunca más lo haré… Por favor, Ian… No quiero estar sin él… Me acompañó hasta aquí desde el puerto…

Los ojos perlados de la joven subieron y se fijaron en el rostro de su primo. Por un instante, ninguno de los dos Moore dijo nada, ni siquiera se movieron, sólo se quedaron en aquella posición, enfrentándose. El rostro de ella estaba ligeramente levantado. Ian era varios centímetros más alto que ella, y reforzaba aún más su postura imponente gracias a la altura. En compensación, ella sólo era una muchacha fina, de cuerpo delgado.

—Por favor… -Volvió a pedirle Katherine. Sin percibirlo, sus dedos apretaron aún más los músculos del brazo de su primo.

Los labios del muchacho formaron una línea rígida. Dejó escapar un suspiro rabioso y entonces respondió, irritado:

—¡Está bien! Si tanto lo quieres, quédate con éste gato demoníaco. No sé cómo alguien puede encontrar en eso una buena mascota.

Las pupilas perladas de Katherine brillaron de felicidad. Sus labios se abrieron en una sonrisa deslumbrante cuando su primo depositó al inquieto animal de nuevo en sus brazos. Nino se calmó inmediatamente al verse en los brazos de su dueña y le lanzó a Ian una mirada triunfante.

—¡Muchas gracias, Ian! -Exclamó Katherine.

—Cierto -Respondió el joven en extremo irritado consigo mismo. Frustrado, se pasó una mano por los largos cabellos color chocolate, casi deshaciendo su coleta suelta.

No conseguía mirarla y ver aquella sonrisa espontánea y feliz. Tenía que admitir que Katherine era una actriz excelente. Ninguna mujer que él conociera estaría tan feliz sólo por quedarse con un simple gato callejero.

—Vamos a salir ya -Dijo él, ignorando los agradecimientos de la joven— estate abajo dentro de cinco minutos; y controla a ese animal insalubre.

Sin decir nada más, el chico salió del cuarto cerrando la puerta tras de sí, con una fuerza exagerada.

Aún sonriendo, Katherine acarició al pequeño gato en sus brazos. Su primo no era tan malo, aunque se esforzase en demostrarlo.

Las sacudidas y balanceos del carruaje irritaban a Ian en extremo; aunque él sabía que no debería sentirse así. Estaba exagerando, obviamente. A veces, ni él mismo soportaba su genio.

¿Pero como podía ser diferente? Pensó en silencio. Estaba en el pequeño espacio que era un carruaje con Katherine sentada frente a él; ésta no paraba de sonreír y reír delicadamente por cada payasada que hacía ese gato estúpido, como ronronear o arañar el asiento acolchado del carruaje.

Lo ojos de su prima brillaban mientras acariciaba el pelo negro del gato con todo su cuidado y cariño. Ian se sintió tonto al observar aquella escena, y peor, se irritó con ella. Hasta parecía que tenía celos del gato.

El pensamiento dejó al joven Moore aún más irritable. Girando su pálido rostro, cruzó los brazos a la altura de su pecho y miró por la ventana del carruaje. Londres pasaba ante sus ojos a rápida velocidad.

Las casas coloniales, los fétidos ríos, las calles llenas de tiendas repletas de gente de todas las clases sociales. El muchacho se sentía extremadamente satisfecho de estar dejando ese lugar. Le gustaba visitar aquella ciudad y gastar su dinero en todas las diversiones que le ofrecía. Los lujosos bailes, los restaurantes caros, las hermosas mujeres fáciles y conquistables. Pero, después de un tiempo siempre se agobiaba; en ese momento, era hora de volver a la mansión Moore.

Localizada en la zona rural de Londres, la gigantesca casa al estilo medieval le daba a Ian todo lo que más le gustaba: Paz y sosiego. Allí ningún indeseable le iba a visitar y podía -con todo el confort- cuidar de sus negocios sin dejar la propiedad.

Era su santuario, una de sus conquistas más memorables. De ninguna forma lo entregaría o vendería.

Sin querer, la pierna de Katherine rozó la suya, haciendo que dirigiese la mirada a su prima. Ella continuaba totalmente entretenida, jugando con aquel gato pulgoso, ignorando totalmente su presencia.

Sonrió mentalmente por aquella ironía. Conocía a varias mujeres que habrían hecho cualquier cosa por dar una vuelta en su carruaje y aprovecharían para intercambiar besos y toques lascivos; pero Katherine le ignoraba por completo, jugando con su mascota como si fuese una niña.

—De esa manera vas a llenarte la ropa de pelos -Comentó Ian con voz ácida, incapaz de continuar sólo observando aquella escena.

Katherine clavó su mirada en el rostro de su primo y le lanzó una sonrisa tímida, como si hubiese percibido su presencia en aquel momento exacto.

—No me importa -Respondió simplemente la chica-, después sacudiré el vestido.

—Claro -Rebatió Ian, triunfante—, cualquier empleado puede realizar ese trabajo, ¿no es así?

—Siempre he sacudido mis vestidos en el internado -Le explicó ella-; no teníamos empleados.

Incrédulo, Ian continuó observándola. Parecía decir la verdad, aunque se le hacía difícil verla con un cepillo en la mano haciendo el servicio de una simple empleada. De todas maneras, ella era una auténtica Moore; justo al contrario que él.

El pequeño gato negro andaba por las piernas de Katherine, curioso por todo lo que había a su alrededor. El carruaje sufrió entonces una sacudida más intensa, haciendo que el gato perdiese el equilibrio de sus patas y cayese en el espacio en que estaban las piernas de ambos primos.

—¡Nino! -Exclamó la muchacha, salvando al gato— Intenta quedarte quieto.

—¿Nino? -Preguntó Ian en tono de burla— ¿Qué tipo de nombre es ese para un gato?

—Bien -Explicó Katherine ligeramente avergonzada por aquella pregunta-… era pequeño… entonces le di ese nombre.

—¿Cómo sabes que es un macho?

La pregunta la tomó desprevenida, abrió la boca para responder pero se quedó sin habla. No tenía idea si Nino era un gato o una gata.

—No lo sé… -Respondió la joven al fin.

Ian puso los ojos en blanco con la respuesta de su prima. Era algo típico de ella ese lapso de atención al sexo del animal.

—Dámelo -Pidió el muchacho tratando de alcanzar al animal.

El gato negro bufó hacia Ian, tratando de protegerse en el regazo de Katherine. Aún así, el chico tuvo gran trabajo en mantenerlo quieto.

—¡Gato del demonio! -Exclamó Ian.

—¡Nino, compórtate! -Le pidió Katherine.

El chico giró al gatito cabeza abajo y miró fijamente a la parte inferior del cuerpo, en la zona próxima a las patas traseras del animal.

—No es un gato -Respondió al fin-, es una gata.

Se lo devolvió a Katherine, el gato seguía tratando de arañarlo y lanzando miradas de maldad hacia el joven Moore.

—¿Nino es una mujer? -Preguntó ella, decepcionada.

—Sin sombra de duda, es una gata -Respondió Ian.

—Entonces no puede tener nombre de macho -Explicó la muchacha-. ¿Qué nombre puedo darle, Ian?

—No me preguntes a mí; es tú gato. O mejor, la gata es tuya.

Se quedó pensativa mientras observaba al animal jugar con los hilos en el puño de su vestido.

Ian siguió observándola, detestando ver aquella mirada. Por el amor de Dios, no necesitaba estar así sólo porque no conseguía dar un nombre a su mascota.

—Sus ojos me recuerdan a jades -Comentó Ian, incapaz de enfrentar a su prima; miraba por la ventana sin verla.

—Jades… -Repitió Katherine, pronunciando el nombre con cuidado.

"¡Te estás ablandando, Ian, bastardo idiota!" Pensó Ian. "¿Desde cuando bautizas a gatos?"

—Jade -Dijo ella por fin, volviendo a sonreír mientras miraba a la gata-. Es un nombre perfecto… ¡Gracias, Ian!

Al oír su nombre, volvió a mirarla. Una vez más, pudo observar la deslumbrante sonrisa de ella. Durante casi un segundo, llegó a pensar que valía la pena fingir ser idiota para verla sonreír de aquella manera, pero se arrepintió de su pensamiento y volvió a ignorarla, mirando el paisaje que comenzaba a cambiar mientras más se alejaban de la ciudad.

Conocía muy bien ese truco femenino. Las sonrisas sencillas, los ojos brillantes. Cuantas y cuantas veces había visto la misma expresión en los rostros de sus amantes siempre que recibían un regalo particularmente caro.

En opinión de Ian, todas las mujeres eran iguales. Todas hechas de la misma materia podrida, jugueteando para alcanzar sus objetivos. Fingiendo que amaban, que les importaban, cuando en el fondo sólo se preocupaban por sí mismas. Falsas, traicioneras, egoístas...

Sus ojos se hallaban fijos en el paisaje que ahora ostentaba copas frondosas de árboles como el sauce y el roble. El cielo, de un azul profundo, estaba punteado por pequeñas y esparcidas nubes blancas. Pero el joven Moore no veía nada de eso. En su mente, un antiguo recuerdo volvió para asombrarlo. Era nítido, como la tela de un cuadro recién pintado con colores chillones.

&

Ian estaba sentado encima de una inmensa cama, el mal iluminado cuarto donde se encontraba estaba maltrecho, en el suelo, había pequeños fragmentos de vidrio colorido que se reflejaban a la luz de las velas.

Con dedos regordetes y torpes, el pequeño niño trataba de alcanzar el recorte de paño colorido que le llamaba la atención. Era joven y listo, todo le llamaba la atención.

El pedazo de tela escarlata se perdió entre la confusión de mantas y edredones que estaba sobre la cama. Por algunos instantes, el pequeño se entristeció y hasta pensó en llorar, pero cambió rápidamente de idea. A ella le disgustaba que llorase.

Los orbes perlados del pequeño Ian se irguieron y posaron en la figura sentada frente a un tocador de pino en mal estado. Una mujer cepillaba hábilmente sus largos cabellos negros, dejándolos brillantes y sedosos.

Por el espejo, ella percibió que el niño la observaba. Delicadamente, posó el cepillo en el tocador y se levantó, caminando hacia la cama.

Su cuerpo alto y delgado, casi no era escondido por el tejido fino y transparente del camisón; sus senos pequeños y puntiagudos estaban expuesto exageradamente por el escote del corpiño.

Sus dedos largos y finos tocaron la mejilla de Ian; instintivamente, éste trató de recular para evitar su toque, pero aquel gesto despertó una chispa de ira en los ojos dorados de su madre.

—Hijo mío -Dijo ella, sonriendo hermosamente-, eres tan parecido a tu padre… y eso ojos… Dos perlas rodeadas de pestañas. Nadie puede negar que eres uno de ellos.

Emocionada por sus propias palabras, la mujer se arrodilló junto a su hijo y abrazó su cuerpo frágil y desnutrido. Los ojos de él se abrieron por aquel gesto de su madre. La conocía suficiente como para saber que ella nunca demostraba cariño sin querer algo a cambio.

Los dedos de la mujer rozaron el corto cabello color chocolate de su hijo. El pequeño aspiró el conocido perfume de su madre: polvo de arroz mezclado con vino.

—Un día -Susurró ella al oído de Ian— tendrás toda la fortuna de la familia Moore… No importa lo que ellos digan, tú eres mío. Mi bastardo Moore.

Con cautela, la mujer dejó de abrazar a su hijo, lo miró largamente y entonces volvió a sonreír de modo angelical.

Golpes se oyeron en la puerta, llamando la atención de Ian y su madre. Su sonrisa aumentó aún más.

—Ha llegado -Anunció a su hijo-, ya sabes lo que tienes que hacer: escóndete y no salgas hasta que te lo diga.

&

—¿Ian?

La voz de Katherine lo trajo de vuelta al presente. Ya no era un niño asustado de seis años, ya no estaba dentro de ese cuarto fétido e inhabitable. Era un hombre de negocios que había superado todos sus problemas con el pasado y sus fantasmas. Recordar aquello ahora era inútil...

—¿Ha pasado algo? -El tono de voz de su prima sonaba preocupado; el chico lo detestó.

—No -Respondió él volviendo a su tono frío habitual.

Katherine no pareció muy convencida con su respuesta, sin embargo volvió su mirada a la ventana. El paisaje le quitó momentáneamente el aliento.

Campos de flores y plantaciones se extendían hasta donde la vista conseguía alcanzar. En el horizonte, podían verse las montañas azuladas que trataban de alcanzar el cielo de un azul sin igual.

Aquí y allí podían verse pequeñas casas y chozas de madera, los árboles de troncos gruesos ladeaban la estrada de tierra para el cultivo. No había mucho movimiento, a veces el carruaje pasaba rápidamente por al lado de alguna carreta empujada por un viejo burro que luego dejaban atrás.

Cuanto más se adentraba el carruaje en aquel valle, más bien se sentía Katherine consigo misma. Aquel lugar combinaba mucho más con ella que la lujosa mansión Moore en la ciudad de Londres.

—Estamos llegando -La avisó Ian.

La joven asintió. Realmente comenzaba a sentirse curiosa por ver la mansión Moore, y principalmente ansiaba salir de aquel carruaje. El viaje la había dejado con dolor en la espalda y las piernas.

Se volvió a fijar en el exterior. No pudo dejar de sonreír cuando el reflejo dorado del sol brilló en la superficie de un lago de aguas cristalinas. Podía oír de fondo el sonido estridente de las cigarras; era un día atípicamente caliente.

—Es un lugar hermoso... -Murmuró ella más para sí misma que para su acompañante, sin embargo este oyó sus palabras.

Al principio no dijo nada, entonces cruzó sus brazos sobre su tórax bien definido. Esa mañana llevaba puesta una casaca ceniza-oscura, con una corbata de seda negra alrededor del cuerpo. como siempre, estaba extremadamente elegante.

—Es el mejor para estar cuando comienza la primavera -Respondió el chico sin mirar a su prima-. Londres será un verdadero infierno. Dime Katherine, ¿ya has hecho tu debut?

—¿El qué? -Preguntó repentinamente, prestándole atención.

—Cuando una chica cumple quince años comienza a freqüentar las fiestas de sociedad. Eso se llama debut. Es en ese momento cuando se le elige un marido. Ahora raramente pasa en sus primeras apariciones. Es una costumbre británica antigua.

Las cejas de la muchacha se alzaron. No había ninguna costumbre semejante en Estados Unidos, sin sombra de duda tenía que aprender mucho sobre aquel país.

—¿Cuántos años tienes, Katherine?

—Dieciocho -Respondió la joven, cautelosa.

—Estás retrasada tres años en realizar tu debut -Le explicó su primo-. Apuesto que en tu colegio no te enseñaron nada sobre etiqueta.

El rostro de la joven Moore se tiñó de rojo. Tenía plena conciencia, que comparada con las chicas de la ciudad no pasaba de una chica pobre y con el mínimo de instrucción.

—¿Sabes al menos bailar un vals? -Preguntó Ian, continuando con su interrogatorio.

Ella balanceó la cabeza negativamente. bajó su mirada, observando sus manos apretando el tejido de su vestido.

Un suspiro frustrado e irritado salió de los labios de Ian. Echó la cabeza atrás, posandola sobre el acolchado de cuero del carruaje.

—Justo como pensé -Respondió-. Voy a tener que contratar a una profesora de etiqueta para ti. No tenemos mucho tiempo antes de que comience la primavera el mes que viene. Si no te presentas en sociedad no voy a poder conseguirte un marido.

Los ojos de la joven se clavaron en el rostro de su primo. Ian no la miraba. Sus ojos estaban cerrados mientras su rostro parecía concentrado en algo.

Katherine sintió como sus labios se secaban, el silencio se instaló en el carruaje. No quería casarse, no quería realizar ningún debut como una típica londinense... pero no sabía cómo evitarlo, y aunque lo supiese, no tendría fuerzas para enfrentar a su primo, su tutor legal.

Un frío viscoso se escurrió por su columna mientras pensaba en las palabras de Ian. Era incapaz de imaginarse entrando en una iglesia vestida de blanco, para casarse con un hombre que no la amaba. Su estómago se retorció con des-confort. Sólo de imaginárselo, se ponía enferma.

La joven Moore estaba tan concentrada en sus pensamientos que no percibió que el carruaje disminuía su velocidad gradativamente. A su lado, Ian abrió los ojos y se sentó completamente recto en el asiento. Algunos minutos después, el cochero apareció al lado de la puerta del carruaje y la abrió con una pequeña reverencia.

Aún conmocionada por la conversación que acababa de tener con su primo, Katherine dejó que su mano fuese sujetada por el cochero, que la ayudó a descender, aunque ella pudiese hacerlo sola. Sus pies tocaron el césped bien cuidado y de un tono verde-oscuro. Ella siguió a su primo, que andaba más al frente. Y entonces sus ojos dieron con la majestuosa construcción que se extendía frente a ella.

Momentáneamente, perdió el aliento y dejó que su boca se abriese ligeramente debido al espanto. Nunca había visto nada como aquello.

La mansión Moore era gigantesca. Su fachada estaba hecha de color ceniza-oscuro. Podría tener cuatro plantas e innumerables ventanas de vidrios que reflejaban la luz solar. Debía poseer muchísimos cuarto, más de cien tal vez... Era imponente, con sus cuatro puertas dobles de caoba que se abrían a un jardín donde setos de un verde profundo crecían esculturalmente, ladeando una fuente de piedra donde había un ángel también del mismo material, que soltaba agua por sus labios ligeramente abiertos.

Mirando hacia la derecha, la chica vio un pequeño bosque con árboles pequeños y medianos que extendían sus copas hasta un pequeño establo que podría abrigar a varios animales.

Había también una pequeña confluencia de empleados desempacando las maletas, yendo y volviendo a la mansión; Luisandru estaba en medio de todos ellos, dando órdenes que eran prontamente obedecidas. Katherine buscó a su primo, pero no le encontró.

Estaba de pie, aún impresionada con la imponencia de la mansión, que no notó como el mayordomo Luisandru se aproximaba a ella.

—¿Está todo bien, señorita Katherine?

La joven le miró; sonrió para tranquilizarle.

—Sí -Respondió-, sólo estoy impresionada con la construcción.

—Entiendo. Espero que pueda apreciar su estadía aquí. Sin duda es un lugar magnífico.

Sin decir nada más, el mayordomo se alejó, yéndose a juntar a los otros criados que estaban esparcidos por la propiedad, concentrados en sus quehaceres. La muchacha avistó entonces a su primo de pie a la entrada de la mansión, dando órdenes a algunos empleados que estaban llevando las maletas a sus cuartos. El joven parecía bien adaptado a aquel lugar, tan seguro de sí mismo y dando órdenes a todos.

Todos allí parecían estar acostumbrados a desempeñar sus funciones en el trabajo. Todos pertenecían a aquello menos ella. La muchacha permanecía parada en el jardín, esperando que alguien le dijese lo qué hacer. Le habría gustado ayudar, ser útil... ¿Pero qué podía hacer?

No pasaba de ser un estorbo para su primo, que deseaba casarla lo más rápido posible para verse libre de aquel problema -que por supuesto era ella-. Una vez más, la idea le causó escalofríos. No podía dejar que aquello pasase.

Tenía que mostrarle a su primo que era una persona útil, capaz de cuidar de sí misma. Podía no saber bailar, o no saber todas las normas de la etiqueta, pero sabía hacer otras cosas... Una idea surgió en su mente. Una sonrisa traviesa se adueño de sus labios rosados. Sin duda, era una buena idea... sólo necesitaba ponerla en práctica.

Conseguiría probarle a su primo que no necesitaba casarse.

Continuará...~