Dulce venganza (continuación)

Emilio continúa hablando del poder viril de Antonio -su padre- convenciéndose de que en ese lugar él es el mancho.

Emilio no podía entender la fuerza viril de aquel individuo, ni su implacable deseo por demostrar que él era el macho, y que para ejercer  su poder lo hacía a través del sexo,  restregándole en su rostro a cualquier individuo las verdades íntimas de su mujer. Con lujo en los detalles, bien podría haberles dicho si su pareja iba depilada, o si ostentaba una discreta mata de vellos allí abajo; si al correrse lo hacían entre murmullos, o con desgarrantes gritos; bien podría haberles hecho un inventario de las bragas que había arrebatado, y de la miel de aquellos coños que había probado. Ninguna de ellas logró ocultarle los secretos de su intimidad.

El único obstáculo entre él y las mujeres ajenas era tan sólo  las prendas que  ellas vestían. Seda o algodón, de la misma forma sucumbian. Esos textiles  eran despojados certeramente, sin la oportunidad de defender  lo que de antemano se había entregado. Esas mujeres que debían de pertenercerle a otro, sabían que Antonio habría de usurpar su lugar; que sin medida, le permitirían profanar su vagina, para que su macho la sorbiera , la penetrara, la lastimara. para que la llenara una y otra vez más con su semen.

Las mujeres de los socios de Antonio que habían pasado por su cama, sabían disimular y ocultar su doble vida. Pero no corrían con la misma suerte las empleadas de la hacienda, cuyos maridos tenían la “obligación” de saber que ellas le pertenecían. Cuántos de aquellos indiviuos habrán pasado las noches en vela, atormentandos por la idea de que en  ese pleno instante su mujer yacía en la cama del patrón, sometida y entregada a sus más bajos deseos; muchos de ellos probablemente abrían perdido el deseo, pues ya lo habian hecho con su dignidad. Tantas habían sido las mujeres que pasaron por los aposentos de Antonio,  desde las humildes campesinas, hasta las sofisticadas mujeres de su nivel económico. Pero por las que sin duda guardaba de una especial predilección, era por las mujeres de su familia.

Antonio era el macho y de ello no había duda. Emilio terminó por aceptar que las mujeres le habían dado ya ese lugar y que los beneficios que éstas recibian a cambio de su cuerpo habían quedado relegados a segundo plano, y esto lo confirmaba con imágenes, como aquella cuando lo vio follar con sus cuñadas. El rostro de aquellas mujeres no era el de la prostituta que con suma  indiferencia admite ser  penetrada, o el de la que emite sonidos sordos de un éxtasis que nunca llegará. Era todo lo contrario. Rebeca, la esposa de su hermano menor, era  tan bella, o quizá más,  que Julia, su otra cuñada.

Mientras  Rebeca  cabalgaba pausadamente, embadurnando  con sus flujos aquel inmeso falo que asfixiaba su vagina, Julia se postraba en  el rostro de Antonio  acomodando entre sus labios la pequeña perla carmesí que su intimidad protegía. No podía ver los ojos miel de una, ni los negros de la otra, pues la mayor parte del tiempo permanecian cerrados, entregándose sin medida. No había nada que Antonio no conociera de esos cuerpos, ningún lugar estaba vedado a sus caricias. Desde que las vio por vez primera, supo que sus cuñadas terminarían entregándosele. Su líbido aumentaba al recordar que él las había estrenado antes siquiera que sus hermanos, quienes sólo recibieron lo que les dejó. Inclusive, durante sus respectivas bodas, ambas dieron el sí, mientras que podían sentir como escurría por su vagina el semen de su amante.

La coquetería y el atractivo que Julia desprendía, no se comparaban al  encanto y la sensualidad de Rebeca,  quien provenía de una familia adinerada venida a menos.  Era un deleite recorrer sus  piernas firmes, de un tenue, pero brillante color oro, en las que algo tan ligero como una pluma bien podría patinar. Navegando al norte de ese mar terso, se encontraba esa pequeña isla, en cuya comisura se instalaban  delicados bellos, un poco menos claro que el trigo de su espectacular cabella. Su rostro fino y su mirada calculadora, vislumbraban a una persona segura de sí y de lo que podía optener. La intuición siempre estaba de su lado, y muy bien la aprovechava. Sabía lo que los demás querían y lo que ella estaba dispuesta a dar. Sabía cuando había que entregarlo todo, y cuando reservarselo. Sin duda, para Antonio era la amante perfecta, una cortesana elegante que adornaba su corte. Él quedaba especialmente cautivado cuando se encontraba con su mirada y ella le dedicaba ese par de gotas de ambar, mientras sorbía su falo. Ella lo sabía.

Las primeras noticias que Emilio tenía de la sexualidad, le eran reveladas a través de lo que veía que Antonio hacia, y eso le causaba gran frustración, pero aun así, atento continuo mirando aquella sesión

Antonio era quien marcaba la pauta en aquel encuentro y, ambas mujeres, sumisas, accedian a sus peticiones, haciendo sólo algunas pausas para beber profusas cantidades de vino, de aquel  tan caro que Antonio acostumbraba. Me parecía extraño que así fuera, pues según él, no le gustaba coger con “putas borrachas”. Más tarde supe la razón. El Falo de su amante no perdía potencia, pero ambas mujeres yacían de pie, mirando extasiadas como su vagina era estimulada por aquellas rudas manos, hasta que las hizo orinar, para despúes, dedicarse a sorber ese líquido claro que corría sobre la tersa piel de Julia y Rebeca. No dejaba de pasar su boca sobre sus piernas, sobre los vellos claros que cubrian esas vaginas húmedasy extasiadas, introduciendo salvajemente  tres de sus dedos en cada una de ellas.

-Ustedes son mis putas, y deberían de tenerlo siempre en la mente y, sobre todo, cuando se meten en la cama de mis hermanos, los eunucos  -decía Antonio en tono agresivo  mientras descargaba todo su semen en Julia, quien lo había sobreexitado cuando le dijo que podía ser peligro tener relaciones sin protección, pues estaba en su periodo fértil-

-Julia, cuando Antonio dice que somos sus putas, lo dice en el amplio sentido de la palabra, y si desea eyacular dentro o fuera, aun estemos en días fértiles, reglando, o no, es su problema. –Julia conocía la preferencia de su cuñado por tomarlas especialmente en esas situaciones- Te he dicho de qué manera nos tenemos que cuidar si pretendes evitar un embarazo, pero también tienes que recordar que debemos estar dispuestas a darle un hijo nuevamente si así lo desea.

-Lo sé, –Advirtió Julia, mientras delicadamente, con sus dedos tan finos y su rostro de puta elegante, dejaba al descubierto un  inchado e irritado glande, de cuya boquilla aun supuraban restos de semen y que ella se acomedía a limpiar con sus labios- de otra manera no le habríamos dado ya una hija.

El miembro de Antonio comenzó a cobrar vida nuevamente cuando escuhó aquellas palabras. Los tres se encaminaron a la ducha.

-Es necesario que tratemos ese tema. Ustedes saben que estando conmigo nada les faltará, ni a ustedes, ni a mis hijas, pero lo mejor es que vayamos entendiéndonos. A pasos agigantados, esas muchachitas están dejando de ser unas niñas, y quiero que sepan que no les pienso negar la felicidad de convertirlas en mis putas, tal como lo he hecho con ustedes, con las mujeres de mis peones  y con cualquier otra cosa que tenga coño y pretenda vivir en esta hacienda.

La aromática espuma del líquido para baño vestía de blanco aquellas figuras femeninas.

-Con el paquete que te cargas no creo que esas chiquillas duden en rendirse- añadió Rebeca- Pero nada garantiza que así lo harían.

-Yo nunca me he follado a ninguna de ustedes, ni a nadie, a la fuerza; no emplearía ese metodo con ellas. Pero me parece que pueden ser tan, o más putas que ustedes,  y de esto comienzan a dar las pruebas.

Mientras  Julia albergaba la mano de su amante en su entrepierna, preguntó alarmada –Es que acaso ya te las has follado?

-No, aun no. Bien saben que no me gustan chiquillas de esa edad, que por fortuna, no será eterna.

Cuando Rebeca enjuagaba su sexo,  sintió un poco de ardor y molestia, provocados por la extenuante sesión. –Querido, cuando llegue ese momento, sólo procura hacerlo con suavidad. Aunque no lo creas, no es fácil acostumbrase a la magnitud de tu paquete, y estoy segura las quebrarías si no lo haces con cuidado...

Rebeca intentó decir algo más, pero  se guardó sus palabras al sentirse una vez más penetrada, mientras el agua de la ducha se rompía en gotas de cristal sobre su piel...

Continuará....