Dulce, Truco O Patada?

La noche de Halloween suele reinventarse cada cierto tiempo.

Saludos, lictores y lectores de TR. Como es tradición en algunos países como Renolandia, el sur de la isla pirata y el país de los deportes mas aburridos y menos vistos (USA) seguimos celebrando su noche menos aterradora. Con un toque menos original.

La noche de Halloween a veces suele reinventarse cada cierto tiempo. Pero no para Bryan, un solitario hombre de treinta y pocos. Cada 31 de Octubre era como un día de 48 horas, los niños a veces podían ser más pesados de lo normal y causar verdaderos dolores de cabeza. Sin ir muy lejos, el año anterior habían dejado su coche irreconocible bajo una espesa capa de huevos, harina y algo que no tenía muy buena pinta y mucho menos buen olor. Este año estaría más atento y trataría de evitar algún destrozo a la casa o al coche.

Bryan era alto y con un cuerpo algo ejercitado. Cabello rubio corto y ojos azules, no disfrutaba mucho Halloween porque sus recuerdos de infancia no eran los mejores precisamente. Reinaba una tensa calma al salir a la mañana para trabajar, pues los chicos estaban atrapados en sus respectivos colegios y no llegarían a estar listos, disfrazados y dispuestos a dar guerra hasta las cinco. Tiempo de sobra para comprar algunos dulces y evitar ataques a su propiedad.

Optimista, regresó a tiempo para ver a los primeros críos de la mano de sus madres o padres, tocando puertas y solicitando dulces amablemente. Esa era la primera oleada, la que menos le preocupaba, pronto pequeños y no tan pequeños monstruos saldrían a recorrer el vecindario y hacer sus diabluras. Aparcando el coche, lo aseguró con un pesado cobertor y dejó los dulces preparados y a su alcance. Nada malo ocurriría esa noche.

Poco a poco, el timbre fue sonando con mayor frecuencia, chicos con diversos e impresionantes disfraces fueron presentándose, algunos no eran tan buenos pero incluso así, era mejor prevenir cualquier desastre. Cerca de las ocho, un grupo de tres chicos causaron algo de problema al quejarse por la pobre calidad de los dulces pero la cosa no pasó al vandalismo y Bryan pudo respirar aliviado al cerrar la puerta.

Decidió colocarse el pijama para mayor comodidad y se sentó en el sofá con una buena copa de vino. Degustándolo, pensó que nada era mejor que un largo y difícil día que terminase de la mejor manera, mucho más si era Halloween. Pero en ese momento, el timbre volvió a sonar, con insistencia.

“Vaya, que no se cansan estos chicos…” pensó Bryan al levantarse e ir a abrir la puerta.

Para su sorpresa, descubrió desconcertado que no se trataba de más chiquillos. Eran tres adolescentes, las chicas vestían de negro y maquillaje a tono con su ropa. De arriba abajo se veían muy sensuales, piernas largas y enfundadas en medias de rejilla negras y rematadas con botas de cuero hasta las rodillas. Aquello debía de ser una broma loca.

“No están algo grandes para esto?” repuso con algo de humor.

“Todos tenemos derecho a divertirnos,” contestó la chica del medio, que parecía la líder del grupo.

“Así es, guapo,” dijo la de la derecha.

“Vale, esta bien. Respeto eso,” dijo Bryan encogiéndose de hombros.

“Basta de charla. Que aun queda mucho por hacer,” aseguró la muchacha a la izquierda.

“Si, es verdad. Dulce, truco o patada?” preguntó la chica del medio, rubia y con una gran sonrisa.

Bryan adoptó una mirada de desconcierto al oír la última palabra.

“Patada?” repitió perplejo.

“Un tio valiente,” dijo con regocijo la chica, y al terminar de hablar movió la pierna.

Bryan vio como el pie calzado de la joven ascendía a toda velocidad y se estrelló contra sus partes sin piedad. La patada le levantó del suelo un poco y se los aplastó y deformó contra su hueso púbico. Casi por instinto al ella bajar la pierna, se llevó las manos a los testículos y cayó hacia delante en posición fetal. Un aullido de dolor escapó de su boca en tanto el dolor subía por su vientre y silenciaba su gemido de angustia. Cruzó los pies y los agitó sin cesar, tratando de soportar las cotas de dolor, le ardían los huevos y cerró los ojos con fuerza.

“Buff… menuda patada…” dijo la chica a la derecha.

“Creo que estaba repitiendo la opción, no eligiendo,” dijo la joven a la izquierda entre risas.

“Vaya, no me percate de eso,” mintió la chica del medio. Sus amigas rieron.

“Feliz Halloween, coloca algo de hielo en esos huevos,” se burló una de ellas.

“Si, no querrás una tortilla hoy, precisamente.”

“Ten, un dulce,” dijo la chica que le había pateado y le dio un beso en la mejilla.

El hombre siguió bufando y gimiendo allí, frente a la puerta y pudo levantarse pasados unos diez minutos y aún caminaba lentamente y sin cerrar las piernas. Revisando bajo el pijama, pudo ver que sus huevos estaba algo hinchados y en el sitio de impacto, un pequeño punto morado.

“Joder… era mejor que lanzaran huevos a la casa…”