Dulce tortura

Relato de temática BDSM, femdom. «—Suplica cuanto quieras, gusano, pero no te quitaré las pinzas hasta que yo decida que no puedes más —le dice Jade antes de besarle, un beso largo, húmedo y sucio».

Zander sentía sus pezones ardar bajo el mordisco de las pinzas, el dolor, como siempre, aumentaba de forma progresiva. Empezó a respirar despacio y se concentró en la habitación para así evadir su mente del dolor y aguantar más tiempo con ellas. Recordó, cómo al entrar a la habitación percibió el característico aroma de las velas tras apagarse, nunca podría dejar de asimilar ese olor con el placer. Antes de ser cegado, por la capucha de privación sensorial, pudo echar un vistazo a la habitación. Apenas tenía una cama grande, un escritorio y unas largas cortinas oscuras, la luz era cálida y suave, quizá la habitación tuviera más cosas, pero solo era capaz de recordar aquellas. Por supuesto, sabía que aquella mesa estaba repleta de juguetes de todo tipo, desde los más sórdidos y sexuales hasta los más, casi inofensivos, artículos que cualquiera podría encontrar en un chino. De nuevo, como si de fuego se tratara, la presión y el dolor de sus pezones aumentó, cada vez más intenso, al igual que un orgasmo.

—Por favor, Ama, no aguanto más, se lo suplico…

—Suplica cuanto quieras, gusano, pero no te quitaré las pinzas hasta que yo decida que no puedes más —le dice Jade antes de besarle, un beso largo, húmedo y sucio. Ambos saben que aún está lejos de llegar a su límite por mucho que suplique. «Hoy no voy a parar hasta que no me des hasta la última lágrima de sufrimiento, y placer, que puedas aguantar», pensó.

Tras comprobar que tenía las muñequeras bien puestas, las unió con el mosquetón y llevó las manos de Zander a la nuca. De la mesa agarró una madeja de cuerda y le masturbó durante unos segundos hasta que su polla se endureció del todo, después empezó a atarle. Dio tres vueltas alrededor de la base, recogiendo los huevos y la polla; una en cada testículo; otras dos en la base del tronco; y, el cabo sobrante, lo pasó hacia abajo entre los huevos, pegado al perineo y lo subió hasta sus manos, sujetándolo en la argolla de cada una de las muñequeras. Comprobó la tensión de la cuerda y no había duda, al mínimo movimiento la cuerda tiraría clavándose en su piel. Satisfecha con su trabajo volvió a coger otra cuerda, esta vez más pequeña, junto con una barra separadora, con sujeciones en los extremos, y dos pequeños cascabeles. Tras correr las cortinas descubrió la puerta de un pequeño armario empotrado. Tenía una barra en la parte superior, y hasta ahí llega todo el parecido con un armario normal: anclajes en las paredes, una polea en el techo, acabados con papel de lija y, lo que a ella más le gusta, una pequeña alfombra, cubriendo el suelo, de césped artificial. Enganchó la cuerda a la polea, mientras que el resto lo dejó en el suelo al lado de la puerta, listo para su uso.

Guiando a Zander con sus manos le obligó a dar unos pasos, luego le hizo girar sobre sí mismo. Una, dos, tres y hasta cuatro vueltas aguantó sin desorientarse, después no volvió a saber dónde se encontraba. Sin él sospecharlo siquiera, ella le guio hasta el armario y allí, con cuidado del pequeño escalón a la entrada, le introdujo dentro. En cuanto su pie desnudo tocó la suave alfombra, él dudó, pensando cómo era posible estar en la calle y a la vez dudando de sus propios sentidos. No podía ver nada, el sonido de los tacones le llegaba amortiguado, el resto era silencio. Inseguro de dónde se encontraba empezó a agobiarse y sentirse abrumado, incluso el dolor parecía haberse atenuado, inseguro e inquieto como estaba se sintió libre. Libre por no tener que preocuparse, su Ama era quien controlaba la situación, quien sabía dónde estaba y sabía que jamás le llevaría a ningún sitio que él no quisiera ir. Sin más empezó a dejarse ir, se concentró en sentir cada respiración, cada roce de su Ama y cada cuerda acariciando su piel. Sintió como ella hacía algo con las pinzas, se sentían ligeramente más pesadas, lo que aún no sabía es que eran dos pequeños cascabeles que delatarían cualquier movimiento con el sonido. Igual que había sentido mientras caminaba, su polla empezó a doler, era la presión de la cuerda, tan acusada que se puso de puntillas buscando alivio. Se quedó allí, sin posibilidad de movimiento a riesgo de un profundo dolor, estaba atado a algo más. Un sentimiento de profunda indefensión empezó a apoderarse de él, no sabía dónde estaba, qué tenía encima ni dónde o a qué estaba atado, tampoco sabía lo que le esperaba. Ya no podía sentir el roce de su Ama en ninguna parte de su cuerpo, nervioso se movió y solo consiguió aumentar su tormento. Volvió a concentrarse en sentir el fuego a lo largo de las cuerdas, en sus pezones y el inmenso placer que eso le proporcionaba. El dolor cuando es suave puede confundirse con placer, pero llegado un punto es solo dolor, para él ese dolor era igualmente palcentero, deseable y anhelado. Tan concentrado estaba en sus sensaciones que gritó asustado cuando sintió un golpe en la polla. Jade le obligó a abrir las piernas, obligándole a su vez a estirar más los pies para ganar altura. Con ellas abiertas, le puso unas tobilleras y le ató la barra, impidiéndole cerrar o abrir las piernas. Se hizo el silencio de nuevo. Jadeando por la exigencia física de la postura y la excitación volvió a esperar, podía notar su polla goteando y lo único que podía desear era más.

Pendiente de cualquier sonido que él pronunciase y abriendo la puerta para comprobar su estado sin que él lo notara, Jade se encontraba en la habitación acomodando todo lo que usaría para tenerlo más a mano. Pasados diez minutos desde que le metió en al armario volvió a por él, sabiendo que el tiempo allí, solo, se alargaba tres veces más. Su cuerpo emanaba calor y su excitación era palpable, antes de desatarle le quitó las pinzas con cuidado, el dolor de la sangre al volver a los pezones era lo peor de llevarlas puestas. Su grito la excitó, pero más lo hizo el esfuerzo que hacía por contener los movimientos. No le dejó. Le tocó, pellizcó y azotó por todas partes, buscando que él se retorciera y se encogiera de dolor por la presión de las cuerdas. No duró mucho, él apenas podía mantenerse ya de puntillas y le liberó, primero del techo y después los pies. Tambaleándose salió del armario, se arrodilló solícito delante de ella, aún con las manos detrás de la nuca. Estas estaban ya frías del tiempo que habían permanecido en esa postura, soltó primero la cuerda que tensaba su polla, después las muñequeras mientras llevaba las manos al frente, en cuanto estuvieron libres las masajeó hasta calentarlas. Por último, quitó la capucha, esta vez más por ella que por él, con ansias por mirarle la cara de nuevo y devorarle la boca.

—Te estás portando muy bien, mascota, creo que te mereces un premio.

Con él de pie para que fuera más fácil le quitó la atadura, la erección le bajó un poco como es normal, pero no del todo. Respiró tranquilo una vez más, deleitándose en la visión de su Ama, estaba vestida con unas medias de rejilla negra y un conjunto a juego de encaje negro. Tal y como deseaba ella le dejó que la tocara, se acercó a ella caminando a cuatro patas y arrodillado ante ella, que se encontraba sentada al borde de la cama, empezó a acariciarla. Empezó por las piernas, sabiendo lo sensitiva que era ella, lo hizo despacio apenas rozándola con las yemas de los dedos. Al llegar arriba la miró a los ojos como pidiendo permiso, ella no le detuvo mientras bajaba la media por su pierna, también despacio, besanso y lamiendo su piel. Sus pies eran suaves, se notaba que estaban muy cuidados, con las uñas maquilladas en un tono morado. Tuvo cuidado de no hacerla cosquillas, conocedor de primera mano del castigo que eso le supondría, mientras lamía sus dedos, cada vez a un ritmo mayor envalentonado por los gemidos de ella. Paró y repitió lo mismo con la otra pierna, se detuvo menos con este pie y volvió a recorrer su pierna, lamiéndola, empezó a hacerlo por la cara interna del muslo cuando ella abrió las piernas. Le sujetó por la cabeza y lo hizo despacio, sabiendo que a ella le encantaba que se detuviera ahí, lamiendo y mordisqueándola siguió subiendo hasta que un tirón del pelo le hizo levantar la cabeza.

—Por favor, Ama, déjeme seguir.

—¿Crees acaso que he acabado contigo? Súbete a la cama y ponte de rodillas.

Con ayuda del lubricante le introdujo un plug vibrador de silicona negro, tras encenderlo controló la vibración a distancia desde el móvil. En bucle dejó puesta una vibración ligera larga con una subida final más potente, la mejor para que él fuera calentándose de nuevo. Una vez listo le instó a ponerse en pie de nuevo y empezó a momificarle con plástico transparente: primero manos y pies; después el tronco con los brazos pegados al cuerpo; ya tumbado sobre la cama, las piernas juntas; y, por último, la cabeza.

—Coge aire —dice Jade antes de empezar a envolver la cabeza tapando la boca, a la segunda vuelta para y hace un agujero para que pueda respirar—. Otra vez. —Cuatro vueltas después abre de nuevo el agujero.

Zander disfrutaba de las sensaciones de la vibración, de nuevo aislado, inútil para hacer cualquier cosa que no fuera respirar. El patró cambió a un lento crescendo que parecía no llegar nunca a su fin antes de volver a empezar, dejándole frustrado y deseando una sensación más potente. Como respondiendo a sus pensamientos Jade abrió el plástico a la altura de sus pezones y empezó a lamerlos, pellizcarlos y morderlos. Luego vinieron las descargas eléctricas de la violet wand, el hielo, las pinzas… Indistintamente, sin saber nunca qué parte atacaría. «Un momento, ¿cuándo ha abierto ese agujero?», piensa Zander antes de empezar a gemir.

Con el plug a plena potencia haciéndole enloquecer de placer, Jade empezó a chuparle la polla, llevándole al borde. Nadie le había dado tanto placer con la boca antes de conocerla a ella y dudaba mucho que hubiera alguien que lo hiciera mejor. Sabía siempre dónde tocar y cuándo para volverle loco, si quisiera podría haberle hecho correrse en segundos. Pasó de la garganta profunda a lamer y succionar sus huevos mientras le masturbaba con la mano, de nuevo le estaba chupando el glande, lamiendo el frenillo con la lengua, rozando la punta con sus dientes. Masturbándole con más fuerza aún y sin dejar de chupar siguió, era inevitable que él se corriera, pero justo antes de llegar al punto de no retorno ella paró cortando el orgasmo en seco. Con fuerza le azotó la polla con la mano, una ola de placer le recorrió el cuerpo casi como si de un orgasmo se tratara.

—Ama, por favor, ¿me puedo correr?

Ignorando su pregunta, Jade siguió con su particular tortura alternando el dolor y el placer, fundiéndolos en uno. Zander se había convertido en su mesa de juegos particular, alimentando su vena más sádica y la juguetona a la vez se estaba divirtiendo. Inmersa en el topspace estaba concentrada en él, en sus reacciones, excitándose con cada grito, usando toda la información que le daba su cuerpo en su contra. Él suplicó por correrse varias veces más, también por parar, la tortura era más de lo que podía soportar, en este punto era el placer el que se convertía prácticamente en dolor. Agradecido por el respiro que le daba se afanó en lamer con fruición su coño cuando ella se sentó encima de su cara. Como siempre que jugaban con el control de la respiración, le recorrió un escalofrío cuando ella le impidió respirar, no era de miedo sino de respeto, sumisión y confianza plena, aunque no era su forma preferida sí que resultaba la más erótica de todas: envuelto en su olor y escuchando sus gemidos amortiguados. Volvió a respirar con normalidad cuando ella se levantó y se puso a horcajadas, esta vez encima de su polla, sin metérsela la usó para frotarse y darse placer usándole como un simple objeto. De nuevo él se excitó, el plug estaba a plena potencia de nuevo, con ella encima y frotándose, el orgasmo llegaría rápido. Con su tapándole la boca escuchó sus gritos mientras ella se corría, fue la mayor pausa hasta el momento, nunca le había tenido tanto tiempo sin respirar, eso le excitó más y a la vez por reflejo empezó desesperado a buscar aire. Volver a respirar con ella masturbándole de nuevo le llevó al éxtasis, olas de placer recorrían su cuerpo, borracho de placer suplicó por última vez.

—Por favor, por favor, por favor… —dice agitado, moviéndose de todas las formas posibles, que no son muchas dadas sus restricciones.

—Muy bien, mascota, ya no vas a tener que suplicar más —contesta Jade susurrándole al oído tras dejar de tocarle—. Quizá la próxima vez, si lo haces aún mejor, te deje correrte.

Empezó a desenvovler su cabeza y, al acabar, él parpadeó varias veces, desorientado, aún en las profundidades del subespace. Buscándola con la mirada la encontró tumbada a su lado, con la cara a escasos centímetros de la de él. Esperando pacientemente a que él volviera, acariciaba su cara y su cuerpo, aún envuelto.

—¿Ama?

—¿Si, mascota?

—Gracias.