Dulce Tentación

Un bar nocturno, una caperucita al acecho, un lobo convertido en presa y un par de tragos. Salir de cacería nunca había sido tan divertido, ni dulce.

Dulce Tentación

El cosquilleo que acompaña la adrenalina en un momento de cacería es algo único. Acechar a tu presa analizando cada movimiento y expresión mientras imaginas el inmenso placer que tendrás cuando esté entre tus garras, sin oportunidad de escapar, sobrepasa mucho de los grandes placeres de este mundo. Y por cacería no me refiero al crimen contra un animal, sino a ese momento donde ves algo que realmente deseas y te sabes con el poder de conseguirlo sin forzar en demasía la situación pues, a final de cuentas, será la presa quien se rinda voluntariamente.

Soy, después de todo, el tipo de chica que tiende a parecer absorta en sus pensamientos mientras toma un cóctel en un bar. La misma a la que admiras desde lejos preguntándote por su soledad. La que analiza al resto de clientes imaginando y recreando situaciones que podrían hacerte suspirar de placer. Soy la mujer que espera en la barra a que finalmente tomes valor y te acerques, la que sostiene una copa en la mano y clava sus ojos en ti mientras desliza eróticamente los labios por el borde, atrapando en la lengua el refrescante licor. Seduciéndote inocente, lenta y constantemente.

Lo cierto es que te he visto desde que entraste en el local, tu rostro cansado después de una larga jornada laboral y los pasos pesados de quien lo único que quiere es irse a la cama, y no necesariamente a jugar. No te he visto antes por aquí pero ya he puesto mis ojos en ti y la adrenalina bombea en mis venas cuando nos visualizo a ambos envueltos en placer.

—¿Puedo ofrecerle algo más? —pregunta el barman con una sonrisa coqueta.

Aparto mis oscuros ojos de ti para ver al hombre tras la barra. Sus ojos están perdidos en algún lugar en mi escote y no puedo evitar sonreír socarronamente ante su descaro. No lo culpo, sé que el ceñido vestido rojo que abraza cada una de mis curvas es bastante llamativo y que las largas ondas negras de mi cabello, cayendo en cascada por los costados de mis senos, le indican a quien tenga el suficiente valor, el camino a seguir.

—No, gracias. —respondo sin dejar de sonreír.

Cruzo una pierna sobre la otra, tirando del bajo de mi vestido hacia arriba por mis muslos mientras vuelvo mi atención a ti. La noche ha sido larga y he sentido un aceptable número de miradas sobre mí pero no he estado interesada. Hasta ahora.

Cuando el semblante te cambia, sé que finalmente me has notado. Quizás ha sido el destello rojo en la periferia de tu visión, el susurro de mi voz cuando hablé con el barman o mera curiosidad lo que te han hecho voltear, pero cada vez estás más cerca del peligro.

Tus ojos se deslizan desde las finas tiras de mis altos tacones atadas a mis tobillos, por mis torneadas piernas, la marcada silueta de mis caderas y hasta mis pechos. Te detienes un momento más de lo prudente en mi escote antes de encontrarte con mis ojos. Y yo vuelvo a sonreír, mucho más inocente de lo que realmente soy para poder atraerte.

Parpadeas confundido y miras disimuladamente hacia atrás, buscando a alguien más. No hay nadie, el que me interesa eres tú. Automáticamente tu postura se endereza y una confianza que antes no estaba ahí, exuda de tu cuerpo. Tus labios se curvan en una sonrisa lobuna y vuelvo a morderme el labio inferior para no sonreír más duro.

Probablemente estás pensando que soy una linda caperucita que puedes devorar. Que soy la presa que necesitas esa noche para olvidar las pesadas horas de trabajo y el puñado de mujeres que ya no te satisfacen. Te crees el depredador pero estás equivocado. Yo mando aquí.

Durante unos momentos más pareces sopesar tus opciones, sin apartar la vista de mí. Yo vuelvo a llevar mi bebida hasta mis labios dejando que mi lengua barra la escarcha del borde con mucha lentitud. Tus pupilas se dilatan y finalmente tomas una decisión.

Te pones de pie y caminas decidido hasta donde estoy, luciendo sumamente confiado y despierto. Me aseguro de terminar mi bebida en un par de tragos más y dejo la copa sobre la barra en el momento exacto que alcanzas mi posición, cargando la tuya.

—¿Puedo invitarte otro trago? —preguntas aprovechando la oportunidad.

—Claro. —respondo con falsa timidez.

No me preguntas lo que estaba bebiendo, inmediatamente le indicas al barman que prepare otro coctel idéntico y lo cargue a tu cuenta. Luego tomas asiento a mí lado y empiezas una charla trivial con un montón de datos intrascendentales para hacerme sentir más “segura” y “cómoda” con tu compañía.

—¿Cómo te llamas? —preguntas después de ofrecerme tu nombre.

—Yessica. —respondo con la misma falsa timidez. —Con “y”, no con “j”. —aclaro con el fin de lucir un poco más torpe.

—Bueno, Yessica con “y”, no con “j”, es un placer. —dices bromeando.

—Lo mismo digo.

El barman deja una bebida exactamente igual a la que había estado tomando sobre la barra y descruzo mis piernas para acomodarme en el asiento, antes de volver a cruzarlas. Tus ojos se disparan casi de inmediato hacia el triángulo entre mis muslos, queriendo atrapar un vistazo de lo que hay debajo.

—¿Eres de por aquí, Yessi? —me preguntas hablándome con demasiada confianza.

Arqueo una ceja y respondo: —No exactamente.

—¿Cómo?

—Soy estudiante de intercambio. —respondo y puedo ver el nuevo brillo en tus ojos. Lujuria. —Apenas llevo unos meses aquí.

La palabra “estudiante” ha despertado un nuevo interés en ti y sé que ahora te estás preguntando qué tan joven seré. No precisamente porque te preocupe la posibilidad de meterte en problemas. El desarrollo de mi cuerpo es suficiente para saber que por más joven que sea, no soy menor de edad.

Mis ojos escanean nuevamente el local y cuando aterrizan en lo que estoy buscando, el cosquilleo de la adrenalina comienza a recorrerme el cuerpo. Tú me hablas un poco de la vida en esa ciudad, de tu trabajo y otras cosas más mientras intentas engatusarme. Debo darte crédito por el esfuerzo aunque sea innecesario, yo fui la que te eligió.

—Disculpa, estas sillas son realmente incómodas. —espero una pausa para decir. —¿Te importa si nos movemos a esa cabina?

Al inicio me miras confundido y no por primera vez, me siento frustrada de que aunque compartamos el mismo idioma, entre tu país y el mío haya tantas diferencias en el vocabulario. Entonces apunto con el dedo hacia el lugar que me refiero y tu mirada sigue el trayecto. Cuando topas con uno de esos reservados que generalmente ocupan los ruidosos y numerosos grupos de jóvenes, tus ojos se iluminan con anticipación.

—Sin problema.

Tomas tu bebida y la mía de la barra, y esperas a que baje de mi propia silla y me encamine hacia la cabina para seguirme. Hay cuatro de esos reservados alineados en la pared, los primeros dos ocupados por una pareja y un grupo pequeño. Sin embargo, los ignoro y me dirijo directamente al último en la fila, al mismo que da contra la esquina del local, suficientemente aislado para lo que tengo en mente pero también suficientemente visible para que el riesgo de ser atrapados sea mayor.

—Eres muy guapa. —susurras a mí espalda con voz ronca.

De reojo capto tu mirada clavada directamente en mi culo y sonrió perversa. Mi atractivo principal parece haber capturado tu atención, de modo que me detengo de golpe con el único fin de que distraído como estás, impactes contra mí.

—Joder.

Tus manos caen a mis caderas pero no te apartas de mí. Durante unos momentos pareces debatirte, antes de restregarte ligeramente contra mi culo y hacerme gemir quedamente. El sonido te pone tenso y golpeas tu pelvis hacia adelante, forzándome a sentir toda la longitud de tu polla.

Siguiendo tu juego, muevo mis caderas para encontrarme con tus movimientos y luego me aparto de ti. Un par de miradas han caído discretamente sobre nosotros y eso sólo me excita más. Continúo el camino hacia la cabina y una vez ahí, me deslizo descuidadamente en el asiento semi-circular.

—Qué culazo. —te escucho murmurar muy bajo, sospecho que sin la intención de ser oído.

El ceñido vestido sube un par de centímetros más por mis muslos mientras sigo deslizándome por el asiento de la cabina hasta el lugar que deseo. Me sigues inmediatamente y te quedas muy cerca de mí, tu pierna contra la mía. Siento tus ojos recorriendo la longitud de mis piernas, acariciando mi piel con un deseo cada vez más intenso y me muevo a propósito sobre el asiento, subiendo aún más el vestido que ya bordea muy cerca de mis caderas.

—Qué calor hace aquí, ¿no? —pregunto burlonamente.

—Mucho calor.

Vuelvo a tomar mi bebida y me relamo los labios con un movimiento suave antes de darle un trago. Sé que estás cada vez más caliente y espero pacientemente tu siguiente movimiento.

—Me estás provocando. —susurras bajo y ronco.

Una de tus manos se mueve cuidadosamente hasta mi pierna mientras esperas mi reacción. Cuando sonrío, tus dedos comienzan a ascender por mi suave piel y una serie de escalofríos me envuelven. Estoy comenzando a mojarme.

—Te gusta esto, ¿eh, guapa?

Tu mano sigue subiendo por mi muslo hasta el vértice entre mis piernas, colándose bajo lo poco que queda de mi vestido; entonces te encuentras con la primera sorpresa.

—No traes nada. —murmuras sorprendido y yo te miro con inocencia.

Tus dedos acarician con vacilación mi coño y sientes la humedad comenzando a filtrarse por éste. Está libre de vello y eso facilita tu inspección mientras deslizas uno de tus dedos de arriba hacia abajo por mi abertura. Tu pulgar roza mi clítoris y me estremezco en el asiento, gimiendo lo más quedo que puedo. Estoy muy excitada.

Satisfecho con mi reacción, vuelves a rozar mi clítoris y un instante después, lo presionas con mayor fuerza, haciéndome temblar. Más jugos salen de mi coño y tengo que morderme los labios para no gemir más fuerte de lo prudente. El dedo que has seguido trazando arriba y abajo por los labios de mi coño comienza a ejercer una leve presión hacia dentro, pero no me penetras con él. Sólo sigues burlándote de mí y yo te lo permito porque sé que muy pronto, será mi turno.

—Eres una chica muy traviesa. —me susurras excitado.

Tu pulgar vuelve a darle un par de golpecitos a mi clítoris, arrancándome un par de jadeos más, antes de que tu dedo finalmente entre en mi coño con una embestida dura. Vuelvo a morderme los labios con fuerza pero ni eso impide que escuches mi prolongado gemido. Estoy tan sensible que mis pezones no tardan en marcarse tras el forro del vestido y tus ojos se clavan sobre ellos, ávidos.

Retiras tu dedo de mi coño para esparcir más de mi humedad por todo éste y vuelves a meterlo de improvisto cuando mis ojos se clavan en los tuyos. Mis músculos internos se aprietan alrededor de tu dedo y te escucho gemir complacido. Sospecho que ya estás imaginando cuán apretada y caliente se sentirá tu polla en mi coño cuando me folles.

No tardas mucho en agregar otro dedo a mi coño y al hacerlo, mis músculos vuelven a contraerse a su alrededor, exprimiéndolos. Y aunque apenas has metido dos de ellos, me siento completamente llena. Entonces comienzas un mete y saca que me hace rodar involuntariamente las caderas para ser yo quien se encuentre más rápido y duro con tus dedos.

—Eso es, niña, fóllate mis dedos. —gimes roncamente.

Tu lenguaje sucio suena muy diferente a lo que estoy acostumbrada pero me excita muchísimo y te obedezco. Apoyando una de mis manos en el asiento, tomo impulso para encontrarme con tus dedos mientras vuelves a frotar tu pulgar contra mi clítoris y otro gemido sale de mi boca.

—Joder, estás muy apretada. —gruñes cuando intentas agregar un tercer dedo y no consigues hacerlo con facilidad.

Después de unos intentos, finalmente consigues introducirlo y siento un dolor que raya con el placer cuando me llenas todavía más. Sigues moviendo tus dedos, incrementando cada vez más la velocidad hasta que me sientes tensarme en mi lugar y mi cabeza cae contra tu hombro. Sin poder evitarlo, muerdo esa zona para acallar mi grito de placer cuando el orgasmo me golpea y comienzo a correrme en tus dedos, apretándolos duramente en mi interior, como si quisiera obtener una semilla que no pueden darme.

—Mierda, te estás corriendo. —murmuras sorprendido.

Mis jugos empapan tus dedos y a pesar de que has dejado de moverlos, yo sigo balanceando mis caderas lentamente, terminando de cabalgar mi clímax. Tu respiración se ha vuelto pesada y desde mi posición en tu hombro puedo ver el bulto que ya se ha formado en tus pantalones. Finalmente te tengo donde quiero.

—Podríamos ir a un lugar más privado para seguir con esto. —sugieres con voz ronca. —Quiero follarte.

Sonrío y comienzo a deslizar mis labios por la piel expuesta de tu cuello. Dejo que mi lengua trace ligeramente el contorno de la zona a mí alcance y te siento tensarte. Después le doy una rápida y suave mordida a tu piel.

Dejas caer la cabeza contra el respaldo, entregado a mi pequeño juego mientras sigo moviendo mis caderas y sintiendo tus dedos dentro. Deslizando todavía mis labios por tu piel, voy subiendo hasta tu oreja y después de morderte suavemente el lóbulo, te susurro con voz dulce: —Tengo una mejor idea.

Con una de mis manos aparto la que has colado bajo mi vestido y aún gimiendo disgustada por la pérdida, dejo que tus dedos se deslicen fuera de mi coño y los llevo hasta mi boca. Tus ojos vuelven a concentrarse en mí cuando comienzo a chupar cada uno de ellos, arremolinando mi lengua antes de meterlos por completo entre mis labios y probar mis propios jugos.

Aunque no lo creas, me encanta el sabor. Sin embargo, ha llegado el momento de terminar este juego. Abandonando la fachada de inocencia que he creado para ti, deslizo mi mano sobre el bulto en tus pantalones y con todo el descaro del mundo, le doy un pequeño apretón que casi te hace saltar del asiento. Llevo una de mis manos hasta mis labios y te indico que guardes silencio mientras con la otra bajo la cremallera de tus pantalones y la cuelo dentro para acariciar sobre tu ropa interior la impresionante polla que seguro tienes.

—Menuda putita me he venido a encontrar.

Riendo, saco mi mano y me deslizo bajo la mesa de nuestra cabina de rodillas frente a ti. Expertamente desabrocho el botón que falta de tus pantalones y me las arreglo para liberar tu polla del resto de tu ropa. Entonces la miro extasiada, relamiéndome los labios, deseosa por probarla mientras observo cada vena marcada, su longitud y grosor, y la brillante cabeza húmeda que me está llamando.

—Muy impresionante. —te digo en un susurro travieso.

Deslizo las yemas de mis dedos desde la base hasta la punta en una lenta caricia, sintiendo lo caliente y dura que está. Mi pulgar se entretiene sobre la cabeza, trazándola en círculos y presionando la punta cada vez que una gota de humedad se filtra por la abertura. Después utilizo toda mi mano para rodearla y darle un par de lentas sacudidas, subiendo y bajando.

Acerco mi rostro y soplo ligeramente sobre la cabeza de tu polla, haciendo que te estremezcas. Mi lengua no tarda en salir a darle un rápido lametón a la punta mientras mi mano se cierra con más fuerza sobre la base y vuelve a subir apretadamente por toda tu polla.

—¿Lo estás disfrutando? —te pregunto divertida.

Tus ojos siguen cada uno de mis movimientos pero no dices nada. Mi lengua vuelve a salir para burlarse de la punta de tu polla aunque en esta ocasión hace un largo círculo alrededor de toda la cabeza antes de subir nuevamente a la punta y lamer un poco más de ese líquido pre-seminal que ya está escapando.

Mi mano continúa masturbando de arriba hacia abajo toda tu longitud y la otra no pierde tiempo en acercarse a tus bolas y darles un suave masaje que sólo hace que te tenses más en el asiento.

—¿No? —vuelvo a preguntar.

—Joder, ya chúpamela, zorra. —gimes perdido.

Tus palabras me calientan todavía más y no puedo evitar frotar mis muslos juntos cuando mi lengua vuelve a golpear contra la punta de tu polla. Desde ahí, inicio un camino húmedo que baja por tu longitud hasta la base y vuelvo a subir, lamiendo como una paleta la cabeza cuando llego a la cima.

Puedo sentir la frustración y ansiedad que te recorren, así que me apiado de ti y abriendo mi boca, meto la cabeza de tu polla en ella, dándole una fuerte succión antes de que mi lengua vuelva a moverse en círculos por la abertura. Lentamente, comienzo a meter cada vez un poco más de tu dura longitud, sin dejar de mover mi lengua alrededor de la caliente piel que va ingresando. Sin embargo, poco antes de permitirte llegar a mí garganta, muevo mi cabeza hacia atrás hasta que sale por completo de mi boca.

—Yessica. —me gruñes frustrado.

Incapaz de seguir conteniéndome, vuelvo a tragarme tu polla, siempre asegurándome de meterla lentamente. Mi mano se envuelve en la base y de ese modo comienzo un mete y saca rítmico. Mis dientes rozan la sensible piel en algunos movimientos y puedo escucharte sisear ante la sensación mientras mueves inconscientemente tus caderas queriendo más.

Cada vez que el impulso extra que agregas lleva a tu polla al borde de mi garganta, aparto mi cabeza hasta casi sacarla por completo y no vuelvo a meterla hasta que me he divertido un poco más jugando con la punta.

—Eres una puta.

Sacando por completo tu polla de mi boca, soplo ligeramente sobre la cabeza y me burlo de ti dándole unos cortos y castos besos.

—Es muy pronto para decirlo. —me río.

Capto tu intención de decir algo más y de improvisto vuelvo a meterme tu polla en la boca, comenzando a chuparla rápido y duro mientras mi mano juguetea con tus bolas. Mi cabeza se mueve adelante y atrás con cada succión, y entre algunos movimientos me aseguro de presionar ligeramente mis dientes contra la sensible piel para que te estremezcas. Sonidos obscenos y acuosos salen de cada chupada, y mi propio coño comienza a mojarse de nuevo.

Entonces, habiéndote torturado lo suficiente y escuchando tus sexys jadeos, finalmente permito que tu polla golpeé con mi garganta y la llevo incluso un poco más allá hasta que apenas puedo respirar. Comprendo que la presión y el calor de mi garganta te generan demasiado placer cuando vuelvo a apartarme y me gruñes molesto.

—No, no, no. —jadeas. —Vuelve a tragártela.

Repito el mismo movimiento un par de veces más antes de que pierdas la paciencia y tomando duramente mi cabello en un puño, me fuerces a mantener tu polla atrapada en mi garganta. El repentino movimiento me sorprende y arranca un gemido que es acallado por tu intrusión en mi boca, pero no me quejo demasiado. Si bien tu movimiento me ha tomado por sorpresa, y aunque no lo creas, yo sigo teniendo todo el control.

—Te gusta rudo, ¿verdad, gatita?

La presión de tu puño en mi cabello se vuelve más fuerte y comienzo a resentir la falta de aire, sintiéndome atragantada. Finalmente, después de unos segundos más me permites apartarme y un hilo de saliva sigue todo el recorrido de mis labios hasta que tu polla sale de mi boca.

Tomo aire a bocanadas mientras veo el placer escrito por todo tu rostro. La mirada de alguno de los otros clientes o puede que incluso la del barman está sobre nosotros, pero no me mortifico. Me gusta que nos vean, que se empapen del deseo que ambos exudamos y sufran por no poder alcanzarnos.

—Me gustan muchas cosas. —susurro ronca por la excitación. —Y la lechita que puedes darme es una de ellas.

No soy una gatita pasiva y te lo demuestro cuando vuelvo a tragarme tu polla sin moverme, pese a que tu mano tarda en volver a sostener mi cabeza. Mientras estamos en ello, aprovecho también para tragar un poco de saliva, y la contracción que hace mi garganta aprieta dolorosa y placenteramente tu miembro.

—Joder, sí, vuelve a hacerlo. —gimes.

Tus caderas se impulsan más hacia adelante empujando todavía más profundo tu polla, y ésta vez, el reflejo de tragar me sale involuntario, volviendo a exprimirla con fuerza. Es entonces que pierdes el control, sueltas mi cabello pero tú mismo comienzas un mete y saca, moviendo tus caderas, que hace que la saliva se derrame en hilillos por las comisuras de mis labios.

Te estás acercando a tu clímax, mi cabeza comienza a igualar el ritmo de tus embestidas en mi boca y mis mejillas se hunden cuando agrego alguna succión. Mientras tanto, mi mano libre desciende hasta mi coño y comienza a acariciarlo superficialmente. La humedad escurre de él y mi clítoris late ansioso.

—Voy a correrme. —anuncias sin aliento.

Mi lengua se las arregla para acariciar la abertura en la punta, estimulándola ansiosamente para obtener lo que he estado deseando. Tus movimientos comienzan a volverse erráticos, con estocadas lentas pero profundas, y cuando sabes que has llegado al límite, tus dos manos se sitúan en mi cabeza y me empujan con fuerza contra tu polla.

—Mierda, síiiii, trágatela toda….mhmmmm… —gimes fuertemente. —No desperdicies ni una gota.

Mis ojos se abren con sorpresa cuando el primer chorro golpea mi garganta con más fuerza de la esperada. A ese primer disparo le siguen otros dos de igual magnitud y algunos más ligeros. Comienzo a tragar con avidez sintiéndome ahogada, mientras la mano sobre mi coño se mueve frenéticamente sobre mi clítoris. El segundo orgasmo de la noche me golpea con fuerza muy poco después y mi boca se tensa alrededor de tu polla, ahogando mi grito de placer.

—Eso se sintió jodidamente bien… —suspiras. —Ya decía yo que eras toda una putita.

Me quedo ahí en el suelo temblando con los restos de mi corrida, mi mano empapada de mis jugos y la boca llena de tu leche. Lentamente, comienzo a sacar tu polla de mi boca, recogiendo los restos de tu semen con mi lengua y gimiendo extasiada por el fuerte sabor.

—Déjala bien limpia.

Dándole unos pequeños lametones y algunas cortas chupadas más, me aseguro de limpiarla por completo antes clavar mi mirada en la tuya y relamerme los labios con deliberada lentitud.

—Gracias por el trago de leche. —ronroneo juguetona.

Vuelvo a deslizarme hacia arriba sobre el asiento, acomodando mi vestido de vuelta en su lugar, cepillando mis largos mechones de cabello y recuperando el aliento. Tu cuerpo yace deshuesado sobre el asiento y aunque aún puedo ver la lujuria brillando en tus ojos, el juego ha terminado por esta noche.

—Eres toda una sorpresa, Yessi.

Agarro el vaso con lo que resta de mi coctel, y lo bebo en unos cuantos tragos antes de sonreírte y acercar mis labios a tu oreja para susurrar: —No tienes ni idea.

—Dame tu número.

Arqueo una ceja ante tu orden y no puedo evitar reírme. Entonces niego con la cabeza ligeramente, deslizándome por el lado contrario del asiento hasta la salida de la cabina que hemos convertido en un cuarto de perversiones. Una vez que llego al borde, dices con una mezcla de molestia y saciedad:

—No me lo vas a dar, ¿no?

—No. —respondo, sonriendo inocentemente de nuevo.

—¿Hay posibilidades de que podamos volver a coincidir por aquí?

Me encojo de hombros y respondo maliciosa: —Quizás.

Me pongo de pie y estiro los músculos lanzando mis brazos hacia arriba; el ceñido vestido vuelve a subir hasta que el borde deja casi expuesto mi culo y mis senos se marcan perfectamente contra la tela. Tus ojos siguen el movimiento, llenándose de fuego nuevamente y tras bajar los brazos, me inclino hacia tu rostro.

—Hasta pronto. —susurro burlonamente.

Deposito un pequeño beso en la comisura de tus labios y vuelvo a enderezarme. Sé que estarás rondando el local durante los próximos días, esperando encontrarme. Y también sé que yo no podré resistirme a venir, sabiendo bien que la próxima vez seré follada dura y salvajemente por ti.

Después de todo, esa soy yo. La chica que se sienta en la barra mientras bebe un coctel de nombre sugerente, acechando a su presa y mojándose ante la idea de complacer y ser complacida. Soy la mujer que aún en territorio desconocido deja salir sus deseos y fantasías más oscuras; la inocente caperucita que mueres por corromper y se muere por ser corrompida también.

Mientras me alejo en dirección a la salida balanceando las caderas sin dejar de sonreír y observando atentamente a los clientes, no puedo evitar preguntarme una sola cosa:

¿Será que nos encontraremos alguna vez?