Dulce Sofía
Una madre incursa en amor filial con su hijo relata su experiencia de Año Nuevo a la mujer que la inició en el incesto.
Dulce Sofía:
Evidentemente sabes de lo que hablas, lo practicas, lo cometes, lo disfrutas. Por eso sigo atenta a tí, te escucho, te admiro... deseo emularte.
Me incitaste al incesto, supiste alentar mis más oscuras fantasías, me sembraste el cerebro de nuevos apetitos, me susurraste al oído delicias que luego se cumplieron cabalmente, incluso en exceso. En el proceso, también, meenvenenaste, fuiste provocando que me enredara en una madeja en la que hoy me encuentro definitivamente atrapada.Cuando quise salir, ya era tarde. Las veces en que, confundida o aterrada, pretendí tomar distancia de Mauro, me descubrí completamente perdida en un laberinto insondable de afectos, sensualidad, culpas, secretos y lujuria. Lasvías de escape que pretendí encontrar sólo me llevaron a hundirme más, a perderme ya definitivamente en la dulce oscuridad del amor filial.
Este amor tan prohibido que me consume, al mismo tiempo me enloquece. Y no lo digo en sentido figurado, pues de a poco me está carcomiendo la cabeza. De día, en el trabajo, en la vida social, soy una. De noche, en la intimidad de nuestro dormitorio, soy otra. Extramuros, la profesional exitosa, la amiga querida, la madre... Intramuros, la confidente íntima, la compañera ideal,la pareja apetecida.El cuidado de las aparienciasme desgasta terriblemente, me llena de tensión, me pone irascible. Muchas veces he estado tentada de gritar a los cuatro vientos lo que estoy viviendo, que en definitiva me hace sentir cada día más viva, porque vivo enamorada, satisfecha, llena, plena... y lo quiero compartir. Como también quiero compartir mis tribulaciones, mis miedos, mi llanto, mi arrepentimiento.
Pero debo callar, guardar silencio, ser discreta, y procurar que Mauro también lo sea. Ambos sabemos que la energía principal de nuestro vínculo viene del secreto, de mantener una relación oculta, de transgredir continuamente lo prohibido. Ambos nos sentimos tentados de ir más lejos, de provocar cada vez más el límite, y eso nos ha colocado a veces en situaciones peligrosas, como durante la cena de Año Nuevo.
Esta vez, la culpable fui yo, pues(con toda irresponsabilidad) decidíjugar a la vista de todos.Decidimospasar Año Nuevo en mi departamento, en compañía de algunos familiares y amigos, doce personas en total, nosotros dos (por supuesto, madre e hijo en familia) y diez personas más. Movida no sé por qué pulsión enferma, me propuse provocar a Mauro en presencia de todas nuestras visitas, calentarlo porque sí, jugar con él.Por eso, tan pronto hubieron llegado los invitados, me fui a cambiar. Me duché y me vestí de una forma absolutamente discreta: pantalones de jeanhasta poco más de la rodilla, una blusa de hilo, tacones acordesal sport, nada que pudiese llamar la atención.Sin embargo, no me privé de colocarmecierto perfume, unaanchavincha negra y una pequeña cadenita en el tobillo izquierdo.
Tú me dirás qué tiene que ver. Pues telo diré. El perfume que elegí, era precisamente elque enloquece a Mauro, el que usosiempre y cada vez que me propongo hacerle el amor, el que lo incita... La vincha negra, tan elegante, era la comencé a utilizarhace algún tiempo por comodidad, para sujetarme elcabello durante las feladuras y así, evitando que me caiga elrizo sobre el rostro, poder mirarlo a los ojos, sumisa, cuando se la mamo. Y la cadenita en el tobillo izquierdo fue la misma que usamos cierta vez en que jugamos en la cama a que yo era su esclava y él mi amo (la práctica lo enloqueció, pues en todo momento me comporté como una sierva, y en definitiva lo hice experimentar un momento glorioso de omnipotencia masculina).
Apenasapreció mi atuendo, absolutamente indiferente para los demás, Mauro se volvió loco.Casi nome miraba, y procuraba evitarme, pero yo sabía el impacto que le había producido y la efervescencia interior que le estaba generando mi provocación, más aún teniendo en cuenta que la reunión recién empezaba, y que debería disimular sus impulsos durante toda la noche. Cuando lo supe hirviendo, decidí ir todavía más lejos y, ya todos presentes, le pedí que me ayudara a vestir la mesa para los comensales. Cada uno a un lado del tablón, fuimos desplegando mantel y platos de sitio, copas, velasy arreglos florales. Por supuesto, nadie notó nada extraño, nadie se percató que yo, dando la espalda a los presentes, me inclinaba más de la cuenta en cada movimiento, exhibiéndole a mi niño un escote ligeramente desprendido a través del cual podía entrevermis mamas, que sabes enormes, y que son su perdición. Para peor, mientras hacía todo ésto lo miraba directamente a los ojos,prodigándole la sonrisa más incitante que podía esbozar, sabiéndome dueña absoluta de la situación. Él, que estaba de cara a las visitas,no podía mover un pelo, debía evitarme y aparentar que sólo estaba arreglando la mesa. Por supuesto, erectó, y puedo asegurarte que sus erecciones son muy firmes y visibles, más aún cuando (como esa noche) usa pantalones livianos. Para disimular, Mauro se sentó un rato, cubriéndose discretamente con el mantel, yyo me fui a la cocina, para dejarlo un rato en paz.
Cenamos, cada cual en un extremo diferente, a prudente distancia uno de otro, ambos metidos en conversaciones distintas, con personas diversas. Todo normal, excepto por dos cosas: a la medianoche, a lahora del brindis y de los abrazos, no evité un contacto apenas más prolongado de lo que hubiera sido decente,una ligera presión extra de mis pechos, para recordarle que tenía allílo que era suyo, lo que tanto apetece, mis ubres henchidas, el fruto con el que se solaza.En sintonía conel discreto roce de mis globas, vino el regalo.No sé cómo será en tu país, pero aquí en Argentina se acostumbra hacer pequeños presentes en la noche de Año Nuevo, generalmente detalles, algo así como souvenirs. Le regalé un auto de escala, de esos que se venden en las jugueterías, que el muy grandulón todavía colecciona. Por mi parte, y sabiendo que él no me regalaría nada (los hombres no sirven para esos detalles), me regalé de su parte un pequeño paquetito. Se quedó expectante cuando se lo agradecí efusivamente (¡me había preparado yo misma una tarjeta ytodo!), y pude ver su cara de estupefacción mientrasfui rompiendo el papel. Le agradecí públicamente el detalle de habermeobsequiado con un pequeño frasquito de lociónJohnson´s para piel sensible. Nadie notó nada, pero de inmediato ví la sombra de la lujuria enturbiándole la mirada, porque es precisamente ese aceite, extremadamente delgado y acuoso, el que uso para lubricarme lasmamas cuando le prodigo las sesiones que tanto le agradan. Gracias a esaloción, su pene resbala y resbala en el profundo canal que forman mis tetas, con las que lo voy masturbando suave y largamente, hasta hacerlo eyacular contra mi cuello, entre bufidos y sollozos de placer.
Sabiéndolo ya irremisiblemente mío, fui todavía más lejos, y en la charla posterior al brindis, mientras departíamos con los comensales bebiendo café y compartiendo postres, crucé las piernas y me dediqué a mover, con suave naturalidad, el tobillo en el cual llevaba puesta la cadenita. Nadie notó nada, pero para Mauro aquello fue el summum de la incitación, para mí el máximo de la malicia, y para ambos la cúspide absoluta de la hipocresía. En determinado momento, se incorporó y se despidió de los presentes anunciando que saldría a festejar el inicio de año con sus amigos. Cuando alguien le preguntó si saldría con alguna chica, me encargué de comentar que sabía que estaba noviando, pero que todavía no se animaba a traer a la muchacha a la casa. Fue la coartada perfecta para los dos. Para él, pues le permitió salir de escena, y para mí porque me permitió, en su ausencia, comentar en público las preocupaciones que toda madre le genera no conocer a la chica con la que está saliendo su hijo.
Compartimos charla, trago y café con los invitados hasta pasadas las tres de la madrugada, cuando empezaron a despedirse. El último se fue a las cuatro. Dejé pasar un tiempo prudencial y, cuando me aseguré que todos ya estarían lejos, le mandé a Mauro un mensaje a su teléfono celular, haciéndole saber que ya podía volver. Demoróapenas cincominutos, pues había permanecido en el estacionamiento subterráneo del edificio, sentado en nuestro auto, contando a prudente distancia cómo se iban yendo uno a uno los invitados, asegurándose por su cuenta que nadie quedaba para interrumpirnos o molestar. Como podrás imaginar, no me preocupé de poner orden en la casa, ni de levantar la mesa, o lavar los platos sucios, sólo me lavé los dientes para recibirlo con aliento fresco. Y fue una decisión acertada, teniendo en cuenta que, no bien trapuso la puerta, nos fundimos en un beso interminable de pasión y entrega mutuas, ambos liberados ya de las ataduras que nos habíamos autoimpuesto en público para ocultar a terceros nuestra perdida relación privada.
Me devoró el cuello apretándome contra la pared del lobby, y prácticamente me rompió la blusa con las manos para abrirse camino hasta el brasier. Me lo fui quitando mientras su boca besaba, mordía, lamía e iba besando cada pecho liberado. Dejé que lo hiciera, dejé que se desahogara, y disfruté como posesa su locura y su entrega,hundiendo mis dedos entre sus cabellos, aprobando con gemidos cada succión. Mientras lo hacía, sequitó el cinturón y se desprendió los pantalones. Para mí fue un mandato. Me arrodillé frente a él y comencé a mamarlo con la misma desesperación con la que él me había besado los pezones.Eyaculó al segundo o tercer vaivén de mi cabeza, lo que puede darte una idea de su grado de excitación (luego me confesaría que su escroto estaba tan inflamado por el juego al que lo había sometido, que desde medianoche venía soportando un despiadado dolor de testículos). Eyaculó con fuerza, su cuerpo curvado sobre mí, mi frente contra su vientre, sus manos arañando el empapelado de la pared del lobby.
Como podrás imaginar, me tragué su esperma, pues para entonces era yo la que estaba ida, ebria de amor, enferma de lujuria. Me incorporé, le tomé ambas mejillas y lo besé con dulzura una y otra vez, haciéndole recordar que sigo siendo su madre aún cuando sea su amante. Lo advertí mareado, sacudido hasta la médula por la polución a través de la cual había liberado la tensión acumulada en seis horas. Lo abracé, le dí mi calor, le hice sentir mis ubres, lo contuve. Luego, lo llevé de la mano al living oscurecido, donde quería alcanzar mi propio placer. Me quité los tacones, el pantalón y la tanga; y así, completamente desnuda, me tumbé de espaldas sobre el sofá, las piernas abiertas. Por supuesto, Mauro entendió de inmediato lo que yo quería, lo que le ordenaba, lo que le suplicaba. Se desvistió también, se arrodilló frente a mí y, de inmediato, comenzó a chuparme la vulva con amor, con delicadeza, con la parsimonia del hombre que ya no tiene la urgencia de su propio gozo y que, por eso mismo,aspira adeleitar definitivamente a su hembra.
Empecé a derretirme, a disolverme, a desaparecer como ser pensante, licuada en el torbellino de sensaciones que me provocaba su lengua. Perdí la noción del tiempo y del entorno. En determinado momento advertí que mis nalgas empezaban a resbalar en la película líquida que se había formado sobre la cuerina, y me afirmé para no caer sobre la alfombra. Mauro lo advirtió, corrió al toillette y volvió con un toallón; envolvió con él un almohadón del sofá y me lo puso debajo. Luego siguió en lo que estaba y, para mí, fue la gloria absoluta. Besó despacio, me hizo levitar con dulces lamidas superficiales. Luego cepilló mi clítoris y, finalmente, sin detenerse, hundió dos dedos en mi interior. Volé en pedazos al instante, bramé de amor, volví a sujetarle la cabeza, ésta vez para pegarlo a mí durante todo el tiempo que duró aquel orgasmo furioso. Quedé exangue, desarticulada, casi extinta. Ahora fue él quien me cubrió de besos, quien me abrazó, quien me contuvo sentado a mi lado en el sofá. Todo era un murmullo, un íntimo susurrar de agradecimientos y más agradecimientos.
Podríamos habernos quedado dormidos, ambos, allí mismo; pero ambos queríamos más y deseamos continuar.Serían las cinco de la mañana y, aunque estaba oscuro todavía, se advertía que la noche comenzaba a estarmás clara. Nos duchamos en lugares diferentes,yo en el baño principal, él en el pequeño de servicio, pero coincidimosal mismo tiempo en la cama matrimonial.El ventanal que da al balcón estaba abiertoy, tras las cortinas corridas, se filtrabala música de las fiestas con las que, en edificios cercanos, los vecinos seguían celebrando el Año Nuevo. Lo obligué a recostarse y lo fui besando, cuidando de que mis pechos colgantesfueran rozando su cuerpo, éso le encanta. Mis besos húmedos, mi lengua, lo estimularon al instante, ya mitad de camino advertí que su mástilhabía vuelto a latir erguido. Lo dejé para el final, quería lamerle los pies, mostrarle mi sumisión, ratificarmecomo su hembra. Aunque no lo creas, me excité muchísimoen aquella práctica, algocurioso teniendo en cuenta que era él quien estaba siendo lamido, atendido, estimulado. Cuando consideré que era suficiente, cuando me harté de juguetear con la lengua entre sus dedos, volví hacia arriba. Coloqué su verga entre mis mamas, sólo un poco, para recordarle que no había olvidado su deleite.Lo sentí retorcerse, aquello le encantaba, no puedes imaginar cuánto. Busqué un preservativo en la mesita de luz, lo abrí y se lo coloqué con delicadeza, anunciándole que aspiraba a ser penetrada.
Después, y sabiéndolo excitado,seguí subiendo y le puse las mamas sobre la cara, para que hiciera lo obvio. Se solazó largo rato, mamando (no es figurativo, mamaba)y, finalmente, decidí que era mi turno. Con mucho cuidado, me senté sobre su vara, buscando el ángulo exacto para que se envainara de una sola vez. Lo logré en parte por mi pericia, y en parte porque se deslizó por un canal que, para entonces, estaba hiper-lubricado. Para mí, te confieso, fue la gloria. Empecé con movimientos discretos, descendentes y ascensionales, y luego me fui poniendo más guarra, presionando hacia abajo con todo mi peso al tiempo que hacía bailar mi cadera con movimientos circulares. Para que te des una idea de lo que Mauro comenzó a sentir, me basta con decirte que se aferró con ambas manos a la cabecera de la cama. Perdí el control y me descubrí saltando sobre él como una posesa, cabalgándolo al tiempo que me la enterraba hasta el fondo, una, otra y otra vez. Mauro, también sobreexitado, empezó a dedicarme palabras de amor. Mamita, mamita, te amo. Yo quería más, esperaba más. Busqué sus manos, las llevé contra mis tetas, y de inmediato entendió que quería que me las apretara. Le pedí que lo hiciera más y más, hasta que me hizo doler. Cuando gemí, fue él quien tomó la iniciativa, y me metió dos dedos en la boca.
Se los chupé con desenfreno y, cuando ya no pude más, me incorporé de un salto para ponerme en cuatro patas sobre la cama. Maurose acomodó detrásmío y ésta vez fue él quien me penetró, accediendo desde otra posición, desde otro ángulo, a la profundidad de mivagina. Sabes que me gusta copular en cuatro patas, sabes que me hace sentir una vulgar meretriz. Mauro también lo sabe. Con mis gemidos, con los movimientos de mi cadera, le hice saber lo perdida que estaba, lo perra que podía llegar a ser. Cuando me pongo así, él ya sabe cómo actuar, y supo tratarme comomerecía, o como quería que me tratara. Sencillamente, comenzó a insultarme al tiempo que me penetrabacon más fuerza. Me dijo varias veces "puta" y"negra", con sus respectivos adornos exaltantes ("puta de mi vida", "negra hermosa"). De esa forma, me fue penetrando la mente al tiempo que me penetraba el cuerpo,y finalmente estallé.Al advertir que estaba llegando, también él alcanzó el orgasmo, y los dos terminamos retorciéndonos boca abajo, uno sobre el otro, entre jadeos y gemidos. Para entonces, clareaba el alba y, en lugar de la música de fiesta,se sentía el trinar de los pájaros desde los árboles ubicados en la calle,varios pisos más abajo. Cuando despertamos, eran las tres de la tarde.
Sofía, yo no podría haber vivido ésto de no haber mediado tu intervención oportuna, tus palabras acertadas, tus consejos de oro. De no ser por tí, mi vida estaría privada de ésta delicia, de este amor que me enaltece, de ésta hoguera en la que me consumo, día a día, cada vez un poco más. Mi vida ha cambiado, no sabes cuánto, y en buena medida ello se debe a tí. Guardo una deuda contigo, lo sabes, y juntas hemos vivido momentos que podrían ruborizar a más de un recatado.
Por eso, sencillamente por eso, voy a darte la respuesta que tanto quieres.
He decidido aceptar tus convites.He decididoabrirte mi mente para que la ensucies un poco más, para que la pudras tanto como la tuya, para que me sigas enseñando esas cosas exquisitas que sabes.Eres sabia y profunda, por eso te admiro. Tu inteligencia me enloquece, y lo sabes.Quiero que vuelvas a ser mi maestra, la mujer que me enseñe lo que me falta saber, o aquella con la que comparta lo que ya conozco.
Te quiero para mí, quiero ser tuya. No me defraudes.
A tus pies, agradecida,
Ana Lía