Dulce pecado - 2

Walter y Lenna son dos hermanos con una sola cosa en común, una chica.

Creo firmemente que al llegar a una nueva ciudad uno no puede irse de largo al pasar por un bar. Leí que las mejores historias comienzan ahí, no sé si será cierto, pero sé que me encanta imaginar la historia de aquellos cuyos pasos los terminan llevándo por un trago.

En el departamento de mi hermano encendí el televisor y luego me di cuenta que no quería seguir atrapada ni sola, como había estado en el largo viaje. Así que me aventuré a lo desconocido. Caminar un poco, alejarme y terminar en la barra con una cerveza en la mano.

Cuando ella cruzó la puerta varias cabezas giraron y todo lo comencé a ver en cámara lenta. Tenía un andar sutilmente arrogante. Que no me dejaba imaginar la historia que la condujo al mismo bar que yo, pero si la de esta noche, la que podría suceder cuando se acerque con esa sonrisa disparando a quemarropa y mirada que dice, no busco nada pero ya que estamos aquí finjamos que después de tanto nos encontramos. Puedo decirle que ya que nos sabemos la película podríamos saltarnos algunos diálogos. Que será la primera y última vez que la veré caminar con tantas interrogantes porque después de esta noche ya conoceré el número exacto de sus lunares.

Pide una cerveza.

Tiene unos verdes preciosos.

Un tatuaje en el antebrazo izquierdo.

Y la marca de un anillo en el dedo anular.

Hay más preguntas en mi cabeza.

Me mira y sonríe.

―Hola. ¿Te puedo ayudar?

Entonces caigo en la cuenta que me le he quedado mirando como una estúpida.

― ¿Nos conocemos?

Su cara es un signo de interrogación. Que excusa más ridícula para justificar mi forma descarada de verla, es obvio que no tiene la puta idea de quién soy, y yo tampoco la he visto antes, jamás, es de esas mujeres que no se olvidan.

―No ―responde sin titubear―estoy segura que te recordaría.

―Lenna ―extiendo la mano y también le sonrió― puedo encargarme de que no me olvides.

Arquea una ceja.

―Interesante propuesta. Voy a correr el riesgo de no aceptarla.

―Voy a correr el riego de insistir.

Sus ojos tienen un brillo que me provoca quererlos ver con menos luz y más privacidad, aunque en esas circunstancias no me enfocaría únicamente en sus ojos.

Es hermosa, de esas mujeres hermosas por las que vale la pena subirse a un avión y atravesar medio continente tan solo para verlas.

―No prometo nada. Pero inténtalo.

―Eso ya vale por la mitad de un tal vez.

Se encoje de hombros.

―Puedes intentarlo Lenna.

Bebe su cerveza.

―Aun no sé tu nombre.

―Eva.

Sonríe abriendo mil puertas.

―Yo invito la siguiente ronda.

― ¿Qué te trae a este bar Lenna?

―Intento evitar que alguien cometa una estupidez―respondo con un suspiro y la miro fijamente― ¿Y a ti?

―Estoy a punto de cometer una estupidez.

Da un largo sorbo a su cerveza.

Suena el móvil. De un vistazo me doy cuenta que el Walter.

―Discúlpame.

Me alejo para responder.

―Te deje una nota Walter.

―Lenna, ¿Dónde estás?

―Salí a caminar.

―¿Y esa música?

―Termine en un bar.

―Espero que no hayas bebido de más.

―No para nada, pero he conocido a alguien y...

―No me cuentes, y olvídalo Lenna. ¿Recuerdas el favor que te pedí?

Me rompo la cabeza buscando en mis recuerdos a qué favor se refería Walter.

―Enserio lo que sea puede esperar Walter, tengo algo aquí...

―Lenna, te pedí que acompañaras a mi prometida por su vestido. Ella no tiene a nadie más para hacerlo, no la puedes dejar botada.

Me golpeo la frente con el puño, recordando.

―Si tú vieras a la mujer que está bebiendo una cerveza en la barra del bar no me pedirías que fuera a comprar vestidos.

―Lenna, no me hagas esto, por favor.

Puse los ojos en blanco, no me afectaba que la noviecita de mi hermano se largara sola por el vestido, pero él me necesitaba en eso. Aunque fuera una locura, no podía dejarlo solo. Y claro, eso me serviría para conocer a la muchachita y darme cuenta por mí misma lo que ya sospechaba, que era una oportunista.