Dulce pecado - 1

Walter y Lenna son dos hermanos con una sola cosa en común, una chica.

Viajar miles de kilómetros por algo que no me gusta en lo absoluto es de las cosas que uno tiene que hacer por la familia.

No que quejo de Walter, lo adoro, pero mierda, casarse dos meses después de conocer a la chica, eso es una estupidez, de por sí que casarse ya es una mala decisión. Si a la hora de la ceremonia pedían razones para que no se llevara a cabo el enlace matrimonial yo tenía una lista bastante extensa al respecto.

Lo primero que pensé cuando me contó que se había enamorado y que se iba a casar fue que la chica en cuestión debía tener un culazo.

Lo segundo que pasó por mi mente es que de nuevo me había ganado en algo. Yo era dos años menor que él y ese número ha sido mi condena. En juegos, en el colegio, incluso en la vida, siempre he estado destinada a caminar sobre sus huellas y por supuesto, hacerlo mal.

Jamás le guarde rencor a mi hermano por una absurda competencia ideada por nuestros padres, sin intención claro. Pero apenas pude tome mis cosas y me fui lejos. A donde el camino estuviese libre de huellas.

―Es aquí ―dice el conductor del taxi con su voz de fumador pasivo.

Miro por la ventanilla, no me sorprende que a mi hermano le hubiese ido bien en la vida.

―Gracias ―le digo cortésmente.

Cuando le pago y se marcha, quedo junto a un elegante edificio. Definitivamente Walter sigue siendo el número uno. No vivo mal, pero tampoco tan bien como él. Ya comienzo a darme una idea de por qué una chica dio el sí a los dos meses.

Mi hermano me había puesto sobre aviso, cuando yo llegara él aún se encontraría trabajando, pero dejó instrucciones específicas para que yo pudiese acceder a su departamento sin problemas.

Él sitio era bastante espacioso. Sala, comedor, estancia, cuarto de TV y tres recamaras. La principal y dos secundarias. Walter había dicho que podía usar cualquiera de esas, ambas pese a estar desocupadas se encontraban impecables.

Todo estaba demasiado ordenado como para ser el departamento de un hombre soltero y mi hermano iba a compartirlo pronto con alguien más, con una extraña de sospechosas intenciones. No la conocía, y no tenía ganas de conocerla. No era una boda a lo que iba, si no a ver a mi hermano conducir su automóvil hacia un acantilado.

Aquello no me gustaba en lo absoluto y tenía que decírselo.

Ni siquiera desempaqué, por si Walter llegaba a tomar mal mi consejo y me echaba. Pero no podía quedarme callada viendo como jugaba a la ruleta rusa.