Dulce obsesión
Era sólo una amiga, pero me obsesioné con ella. Transcripción de un suceso real que me llevó a cumplir mi sueño de poseer a aquella chica que me traía de cabeza.
Te lo pregunto a ti, lector, y te insto a que hagas la misma reflexión con tu propia experiencia: ¿has estado alguna vez enamorado? Ya seas hombre o mujer, seguro que contestas afirmativamente en el silencio de tus pensamientos. Las manos titilantes, el vuelco en el estómago, el corazón que se desboca, la garganta que se cierra y se seca Vemos a la amada (mujer en mi caso, como hombre heterosexual que soy y que escribo estas confesiones) y el mundo se reduce a ella, no existe nada más, y queremos mirarla, observarla, admirarla, y amarla en última instancia. Cometemos mil y un disparates con la excusa del amor, nos arriesgamos y caemos y nos levantamos con una sonrisa tonta en los labios, qué felices somos de estar enamorados.
Luego, cuando la llama se apaga, nuestra alma se resquebraja en frágiles pedazos y se dispersa en las arenas del tiempo. ¿Y qué nos queda, lector? Tan sólo el recuerdo de nuestro amor, tan efímero como intenso. Pero, poco a poco, la desolación se va abriendo paso en nuestra vida diaria, emponzoñándola con su mezquina rutina exenta de pasiones ardientes e ideales bajados del cielo y depositados en la tierra con forma de ángeles de los que nos enamoramos. Primero amamos, y después sufrimos el desamor durante fechas incontables.
Sí, la mayoría hemos estado enamorados alguna vez. El relato que procedo a contar a todo aquel que quiera leerme no tiene que ver con este tipo de amores, no obstante. Como dice la canción, no es amor, es una obsesión.
Obsesión, bendita y mortífera obsesión. Os pondré en antecedentes para contextualizar la historia ocurrida ayer mismo. Y sí, es una historia real. Intentaré ser breve con la esperanza de que les asalte el fogonazo que yo mismo he sentido hace apenas unas pocas horas.
Estoy en mi último año de universidad, así que llevo meses y meses saliendo de juerga con mis amigos, un grupo formado por un par de tíos aparte de mí y diez o doce mujeres. Me llevo muy bien con todos ellos y ellas, les tengo aprecio y cariño por todos estos años compartidos, y espero que mantengamos el contacto en el futuro. Incluso me llevo estupendamente con los novios y novias respectivos, los cuales muchas veces nos acompañan en nuestras aventuras nocturnas. Nunca me han considerado "peligroso", por así decirlo, a pesar de que hace un tiempo que no tengo pareja estable y estoy relativamente de buen ver por aquello del deporte que practico asiduamente.
El caso es que nunca había sentido nada "especial" por ninguna de mis amigas, eran mis amigas y punto, las quería un montón y ni se me pasaba por la cabeza intentar algo más con ninguna de ellas, ni siquiera tenía la intención. Pero nunca digas de esta agua no beberé, porque el destino es impredecible.
¿Quién me iba a decir a mí que una de mis amigas del alma me acabaría despertando ciertas sensaciones? ¿Cómo iba a pensar que, de un día para otro, comenzara a sentir cosas cuando bailaba con ella, cuando su mano me acariciaba el brazo, o cuando se me sentaba en una de mis rodillas, acción que solía hacer bastante porque era más bien pequeñita?
Natalia. Veintiañera corta, como yo, y ahí acaban las similitudes, tanto físicas como de personalidad. Yo mido 1.80, moreno, fuerte sin pasarse. Ella apenas llega al metro sesenta, bien proporcionada de pecho y de caderas, pelo castaño largo, rizado o liso según la ocasión, un piercing en el labio. Yo soy introvertido, reflexivo y neurótico, ella es alegre, pletórica e impulsiva. Aunque es cierto que suelen gustarme las mujeres que me dan caña, nunca me había fijado en Nati en ese sentido. Pero ahora me había obsesionado con ella. No es amor, ni tampoco puro deseo sexual es un deseo de poseerla.
No quiero darme con más rodeos. Ayer por la noche Nati iba pasadísima de copas (como casi todas las semanas, es pequeña pero matona, nos gana a todos en concursos de chupitos), y el resto de peña con la que habíamos salido se había largado a otro garito, así que la tuve que acompañar a casa porque no se tenía en pie. La metí en el ascensor y abrí la puerta con sus llaves. Sabía que sus compañeras de piso no estaban estos días porque no tenían clase, no me extrañó no ver a nadie. Nati recobró a medias la compostura y se metió tal cual en su cama sin prestarme demasiada atención. Le dediqué una mirada sonriente mientras se dormía y procedí a marcharme del piso.
Ay, lector, ya te habrás imaginado que no llegué a irme.
La obsesión me cegaba, pero no me convertía en un loco, ni mucho menos en una mala persona. Soy hombre, y por defecto los hombres estamos salidos, más aún con cuatro cubatas encima. Pero Nati es mi amiga y no me perdonaría nunca abusar de ella. Por supuesto que en mi mente se formaron escenas calenturientas en las que la toqueteaba mientras dormía, pero resistí la tentación y me apoyé en una pared hasta deslizarme al suelo. No iba a dormir. Sólo quería estar ahí, al otro lado de la puerta abierta y escucharla suspirar plácidamente. No siento amor por Nati, sólo el cariño que se le tiene a una amiga. No siento la líbido desenfrenada al verla desprotegida y a mi merced, no es como una típica tía buena que te cepillas en la disco. Es un sentimiento diferente, simplemente estoy obsesionado con ella y quiero tenerla cerca de mí, a mi lado.
En contra de lo que hubiese esperado, Nati se despertó a primeras horas de la mañana. Yo estaba somnoliento pero en vigilia, y me oculté en otra habitación al percibir que Nati salía de su habitación en dirección al baño. A los pocos minutos, el inconfundible rumor de una ducha se abrió paso al otro lado del pasillo.
Me acerqué con el corazón palpitando por la extraña situación que estaba viviendo. Estaba escondido en casa de una amiga, como un violador que acecha a su presa. Pero yo no soy así. No soy malo, no soy tan malo. La ducha duró unos cinco o seis minutos interminables, y entonces mi mundo cambió.
La puerta está entreabierta. El vaho se desprende del ambiente y me inunda la nariz y los sentidos. La ducha ha sido rápida, así que el espejo continúa bastante cristalino. Puedo ver toda la estancia reflejada en él. La cortina se abre, y aparece un ángel.
Sí, un angelito, una chica castaña de metro sesenta con la piel húmeda y reluciente. El pelo mojado le cubre parcialmente dos pechos hermosos con forma de pera madurada al sol y una barriguita preciosa que acaba en un monte de venus recortado y coqueto. Nati emerge de la bañera y se posa delante del espejo, se levanta los cabellos y deja al descubierto sus senos, dos frutas apetecibles, y unas gotas escurridizas resbalan por sus nalgas, que brillan y se mantienen redondeadas a pesar de la gravedad.
Deseo que el tiempo se detenga para toda la eternidad. Quiero observarla de arriba abajo hasta el fin de los tiempos. Es la chica normal más perfecta que he visto en mi vida. Tiene que ser para mí.
Oh, es verdad; si yo puedo verla a ella, en algún momento ella podrá verme a mí. Y así es.
Nati se gira y ve a alguien que la espía tras la puerta. El primer impulso es cubrirse los pechos con la mano izquierda y su sexo con la derecha, y permanecer de esta guisa unos instantes, como una diosa griega de insuperable imperfección.
Empujo suavemente la puerta con los dedos y me revelo ante ella. Nati se sorprende al verme, pero no sabe qué hacer. Continúa cubriéndose. Yo me acerco, y a cada paso que doy me vuelvo más humano, porque mi pene se está sacudiendo de su letargo. A fin de cuentas, estoy frente a una chica desnuda y mojada con la que estoy obsesionado. Me coloco frente a ella y la miro con avidez infinita desde mi altura, le digo sin palabras que la quiero poseer y hacerla mía aunque sólo sea una vez. Ella lo entiende, es el dulce fruto de mi obsesión y se sabe deseada.
Y, entonces, mi pequeña y cautivadora Nati se rinde sin condiciones. Sus ojos almendrados se cruzan con los míos mientras desliza lentamente las manos a través de su cuerpo y desnuda sus partes pudorosas por propia voluntad. Las aureolas erizadas de los senos quedan al descubierto y admiro sus tetas, tan reales como deliciosas, y siento ganas de tomarlas entre mis dedos y pellizcar esos pezones que denotan un progresivo ardor interior. Sin mirar para abajo puedo apreciar su sexo pertrechado por los muslos, y creo oler el perfume de ese coñito embriagador que amenaza con llevarme al éxtasis.
El rostro de Natalia, compañera de tantos apuntes y juergas, sonrosa las mejillas y el rubor hace empequeñecer sus ojitos tímidos, que me observan con una mezcla de deseo y desconcierto. Yo, su amigo, me he vuelto un desconocido ante su mirada.
Inevitablemente, el pene se convierte en polla y no puedo retener mi propia naturaleza. El escorpión es escorpión, y el hombre es hombre. El objeto de mi obsesión está a mi alcance, y sólo tengo que estirar la mano y cogerlo.
Y acariciarlo. Y poseer a la chica que de un día para otro ha dejado mi mundo patas arriba.
¿FIN?
Nota: he querido cerrar mi historia como si fuese un sueño, en el aire. Sólo retomaré el resto de lo sucedido en ese trascendental momento si hay gente que esté interesado en ello. Tengo mucho material de cosas que me han pasado estos últimos años, pero no los suelo colgar porque no tuve tiempo de terminarlos en su momento y ahora soy una persona muy diferente para cerrarlos. Sin embargo, esta narración es especial para mí, y no me gustaría que corriese la misma suerte. Espero que os transmita por lo menos una pequeña parte de lo que sentí yo en esa mañana. Gracias por leerme.