Dulce introducción al caos (Cap. 2)
El descubrimiento de un complemento que introduciría el punto de cambio entre ambos
“Sigue, sigue, sigue”, eran las únicas palabras que Gabriel lograba pronunciar entre gemidos. “¿Sí perrita? ¿Tanto te gusta que te folle?”. Ángela se dejaba llevar, y movía sus caderas a un ritmo cada vez más acelerado, golpeando con fuerza los glúteos de su novio, sintiendo que, de alguna extraña forma, se le sobrevenía un orgasmo.
Hacía un par de meses desde la nueva experiencia que habían vivido Ángela y Gabriel. Nada había cambiado, simplemente no había vuelto a surgir. Hablaban todas las tardes por teléfono, ya que no vivían juntos, y a veces sus conversaciones subían de tono sin que ninguno lo viera venir.
“¡Hola cielo! ¿Qué andas haciendo?” preguntó Gabriel animado. “Ahora mismo he llegado de la Facultad, me iba a la ducha, por qué?” Ángela notaba que esa pregunta llevaba un significado que en ese momento desconocía, pero nunca se negaba a pasar un rato de intimidad con Gabriel, aunque fuera a distancia. “Es que se me ha ocurrido, que como estás estudiando y entre semana no nos vamos a poder ver tanto… pues he comprado algo por Internet, y deberías recibirlo en unos minutos.” “Bueno, en ese caso, debería esperar al mensajero antes de ducharme. Cuéntame, ¿qué has comprado?” El tono de voz de Ángela revelaba que conocía perfectamente las intenciones de Gabriel. “Pues cuando llegue lo sabrás, y no vas a tener que cancelar tu ducha para probarlo”.
Sonó el timbre, y se apresuró a abrir al repartidor. Le entregó una caja relativamente pequeña, de cartón, sin indicaciones de quién era el remitente. La llevó a su cuarto, puso el móvil en altavoz, y con unas tijeras, rompió el precinto. Al abrirla, vio un consolador de aproximadamente 15 centímetros, plateado y completamente liso. Lo había visto en películas, pero nunca había tenido uno tan cerca, y éste, además, era suyo a partir de ahora.
“¿Qué te parece? ¿Te gusta?” “No sé si puedo llevarlo, no tengo ropa que conjunte con él” reía Ángela, con un poco de nervios y deseo. “Me encantaría que lo probaras ahora mismo, en la ducha. ¿Tienes pilas?” Al sacarlo, vio que en la base tenía un compartimento, y un indicador con el que marcar la intensidad de vibración. “Voy al salón y se las quito al mando”. Gabriel también reía, satisfecho de que su novia hubiera aceptado con tanto entusiasmo su propuesta.
Ángela colocó las pilas, comprobó que todo funcionaba bien, y fue desnudándose de camino al baño. “¿Y quieres escuchar o ver lo que hago con él?” “Hombre, si puedo verlo, puedo disfrutar de las vistas” “Entonces, deja que cuelgue, lo prepare todo, y te haga una videollamada”.
Colocó su teléfono frente a la ducha, de forma que se viera su cuerpo al completo. Marcó de nuevo, esta vez desde videollamada, y encontró a Gabriel sentado, con la camiseta quitada, y pasando su mano por su entrepierna. “Vaya imagen, desde luego no pierdes el tiempo”. De nuevo, esa sonrisa de complicidad que siempre precedía a un polvo de los suyos, en los que amor y deseo se entremezclaban. “Bueno, es hora de estrenos, ¿no crees?”. Ángela se retiró, para que Gabriel pudiera ver cómo se quitaba la ropa interior, dejando a la vista sus grandes atributos físicos. “Cielo, nunca me cansaré de verte desnuda, estás tremenda”, decía mientras metía su mano bajo el pantalón. Ella sonrió a cámara, y con un guiño de ojo, enseñó su nuevo juguete, pasándolo entre sus pechos. “¿Te gustaría que fuera tu polla la que estuviera a punto de meterme bajo el agua?” “Uuuuf, me encantaría, estarías contra la mampara mientras te embisto”.
Ángela abrió el grifo, dejando caer el agua para que se calentara, mientras empezaba a tocarse el clítoris con una mano. Instintivamente, lamió la punta del consolador, lo encendió, y lo pasó por los labios de su vagina con suavidad, sintiendo un leve cosquilleo. Miró la pantalla de su móvil, y veía cómo Gabriel se escupía en la mano para comenzar a masturbarse. Se había quitado ya toda la ropa, y por la fuerza de su erección era evidente que estaba muy excitado. “¿Quieres que me lo meta ya, papi?” A Gabriel le encantaba ese juego, y Ángela lo sabía sobradamente. “Sí perrita, enséñame cómo juegas con tu nuevo amiguito.”
Lo metió en su boca, usando su saliva para lubricarlo, y se lo metió con facilidad, ya que su entrepierna estaba muy mojada por la situación. La vibración hizo que un escalofrío le recorriera la columna, con un placer desconocido para ella hasta ahora. “Vaya zorrita, no has tardado nada en metértelo entero.” Lo sentía frío, sin esos pequeños golpes que Gabriel le hacía sentir cuando su cuerpo bombeaba sangre hasta la erección que tanto le hacía disfrutar. Sin embargo, subió el nivel de vibración, lo que hizo que se le escapara un gemido. “Uf papi, no pensaba que esto fuera a estar tan bien.” Su mano izquierda lo metía y sacaba de su cuerpo, mientras la derecha frotaba con fuerza su clítoris. “Sabía que te iba a gustar, todo lo que sea meterte algo por tu coñito te encanta.”
Las palabras de Gabriel encendían aún más a Ángela, que aceleraba el ritmo, sintiendo cómo su cuerpo se preparaba para el orgasmo. “Papi, creo que me voy a correr.” Gabriel aceleró también el ritmo, mientras su miembro se hinchaba cada vez más. “Sí putita, vamos a corrernos juntos, vas a sacarme la leche mientras te pajeas para mí.” Ángela subió la vibración al máximo, y mientras lo metía y sacaba con furia, pellizcaba sus pezones, hasta que llegó al punto de no retorno. Gritó, un grito ahogado que marcaba el final de esta experiencia. Su cuerpo se tensó, y mientras gemía, veía cómo Gabriel comenzaba a correrse a la vez, viendo su semen brotar como una fuente desde su pene, hasta que poco a poco, ambos recobraron el aliento.
“Me encanta follar contigo, cielo” dijo Gabriel, recobrando la compostura, mientras se limpiaba. “Y a mí, siempre se nos ocurren nuevas formas de disfrutar”. Ángela estaba con su espalda apoyada en la ducha. Había dejado caer el consolador, que aún seguía encendido, y terminó de ducharse, limpiando todo el flujo que había expulsado durante el orgasmo. “¿Sabes? Aprovechando que es viernes, podrías venir a dormir conmigo, y así me enseñas esa maestría que has demostrado manejando tu nuevo juguete.”
Esa misma noche, quedaron para cenar. En la mesa, rieron hablando de lo ocurrido esa misma tarde, sorprendidos ambos por lo fluido de la situación. Al terminar de comer, Ángela tuvo que levantarse al baño, y acercándose a Gabriel para besarlo, le dijo al oído: “Ven conmigo, y te doy las gracias por mi nuevo regalo”. Esperó unos segundos, y se levantó, siguiendo los pasos de Ángela.
Entraron al baño de mujeres, cerraron la puerta de uno de los privados, y se besaron con pasión. Ángela bajó su mano hasta su entrepierna, que volvía a presentar el mismo bulto que vio a través de su móvil. “Me ha bajado la regla, y esta noche va a ser imposible que follemos, pero puedo hacer otras cosas.” Desabrochó su cinturón, dejando al descubierto su miembro, erecto y con unas gotas de preseminal brotando de la punta. Besaba su boca, de la cual sólo salían suspiros y gemidos ahogados, mientras su mano le masturbaba. De repente, una idea cruzó la mente de Ángela. “Date la vuelta, quiero hacer que te corras desde tu espalda”. Gabriel asintió sin dudarlo, deseando que le hiciera una de esas pajas que le llevaban al cielo. Puso las manos en la pared, y dejó que Ángela hiciera el resto. Ella pasó su mano hacia adelante, agarrando con fuerza su miembro, mientras con la otra, buscaba en el interior de su bolso el nuevo juguete. Lo lamió, dejándolo mojado de su saliva, y lo acercó a la entrada del culo de Gabriel. Sobresaltado, se giró para mirarla, sin decir nada. “¿No querías ver lo bien que sé manejarlo? Deja que te lo demuestre en tus propias carnes.” Empujó su mano contra él, haciendo que se abriera paso entre sus nalgas. Gabriel tembló un poco, pero la constante masturbación de Ángela hacía que se relajara, lo que le facilitaba el trabajo. “Así mi amor, deja que te haga disfrutar.” Mordió el lóbulo de su oreja, mientras su mano se movía cada vez más rápido, haciendo que Gabriel se relajara y pudiera seguir empujando su juguete dentro de él hasta que estaba completamente dentro. Con un movimiento, encendió la vibración, que tocó su próstata e hizo que su erección fuera aún más fuerte. “Vaya, así que el juguete no era sólo para mí… Si no me dices que te duele, voy a hacer que te corras así.” Gabriel sólo podía gemir, la excitación del momento le impedía hablar, y Ángela comenzó el movimiento de vaivén del juguete, subiendo la velocidad a la vez que le masturbaba cada vez más rápido.
“Cielo, me voy, me voy, me v….” Su cuerpo comenzó a temblar, mientras su corrida caía al suelo con fuerza, empujada por las embestidas que Ángela le proporcionaba con el consolador. Incluso después de aquella tarde, en la que había descargado bastante, expulsó una cantidad de semen que cubrió parte de las losas de la pared.
Con cuidado, Ángela sacó el juguete, besó a Gabriel en la mejilla, y se fue al lavabo para limpiarse las manos, de las que aún caía esperma. Ambos se miraron de reojo, con esa sonrisa de amor y fuego que sólo sabían hacer entre ellos.