Dulce introducción al caos (Cap. 1)
El inicio de una pareja joven en el descubrimiento del role-switching
“Creo que es la vez que más me he corrido en mi vida”, dijo Gabriel, extenuado en la cama, tumbado sobre su pecho. Las piernas le temblaban, y las sábanas habían quedado marcadas por su abundante corrida. “Y yo creo que es la vez que más has gemido en tu vida”. Ángela lo sabía perfectamente. Llevaban juntos varios años, y había ido creciendo sexualmente de la mano.
Hace un par de años, Gabriel y Ángela estaban en la celebración de la boda de unos parientes lejanos. El convite se hizo en una amplia casa rural, con establo y patios. Él había ido a por unas bebidas, mientras ella conversaba cordialmente con la familia de los novios.
“¿Dónde estabas? Tu tía no paraba de darme el coñazo”, le dijo al oído. Gabriel apoyó los vasos en la mesa, y besó su frente. “Perdona cielo, esto es enorme y no encontraba la barra”. La fiesta ya llevaba unas horas en marcha, y algunos se retiraban a los dormitorios comunes que había por toda la primera y segunda planta. Mientras tanto, todos bailaban y bebían mientras la orquesta tocaba a todo volumen. “¿Qué te parece si nos tomamos ésta y nos vamos a descansar?”. Ángela sonreía a Gabriel mientras hablaba, con esa sonrisa que él conocía tan bien, y cuyo significado conocía sobradamente. “Genial, pero primero, tómate la copa, que he estado haciendo cola durante un cuarto de hora”.
Iban subiendo las escaleras, riendo y hablando de todo el espectáculo bochornoso que dejaban en la pista de baile. Buscaron una habitación vacía, ya que la mayoría estaba llena de literas y ocupadas por familiares y amigos, y no es el tipo de “tranquilidad” que ambos querían. Encontraron una habitación vacía, apartada del resto, y entraron.
Subieron a la parte superior de la litera más apartada de la puerta, y se tumbaron junto al otro, abrazados. “Cielo, no sé si es por lo que he bebido o por lo que me pones, pero estoy deseando follarte”. Gabriel sonrió, confirmando sus sospechas. Se desabrochó la camisa, y dejó que Ángela le besara el pecho, con dulzura, pero con cierto calor salvaje que empezaba a despertarse en ella. Poco a poco, fueron deshaciéndose de toda la ropa, hasta quedar completamente desnudos.
“¿Sabes? Me apetece hacerte algo distinto hoy, si me dejas”. Las palabras de Ángela despertaron un sentimiento de curiosidad en Gabriel, que ya estaba bastante excitado. “Bueno, no voy a ser yo quien te frene…”. Ella agarró su cintura, le besó fuertemente, y con un susurro, le dijo “date la vuelta”. Sin oponer resistencia, dejó que sus manos le ayudaran a girarse, dejando que fuera ella quien llevara la voz cantante. Ángela bajó por su espalda, besándolo, acariciándolo, y dándole pequeños mordiscos que empezaron a ponerle aún más nervioso y encendido. Acabó entre sus piernas, clavando sus dientes en sus glúteos. Pasó su lengua por ellos, casi como una caricia. Ayudándose de sus manos, los abrió un poco, y se dispuso a lamerle el culo.
“Uf… cielo, es una sensación muy rara, pero me da muchísimo morbo”. Gabriel estaba al borde de una taquicardia, tenía sensaciones hasta entonces desconocidas. En el sexo, siempre había tenido él el rol de dominante, y sin embargo, ahora se sentía frágil, sensible… Y eso le daba un placer tremendo.
Pasaba su lengua con cuidado, de arriba abajo, haciendo pequeños círculos, mientras sus uñas se clavaban en los muslos. Ángela se manejaba con cierta torpeza, ya que era la primera vez que tomaba la iniciativa de esa forma, pero rápidamente se adaptó a los suspiros que Gabriel soltaba, dejando ver qué le gustaba y qué no. Hundió más su lengua, haciendo que los suspiros se convirtieran en pequeños gemidos. Estaba dentro de él, y le excitaba tanto la situación que no pudo evitar empezar a tocarse mientras lo hacía.
Sacaba y volvía a meter su lengua, al ritmo que sus dedos acariciaban su clítoris, hinchado por el morbo. Mientras tanto, él se había ido poniendo en posición de perrito, para poder pajearse a la vez. Los gemidos de él empezaban a solaparse con los de ella; ambos estaban muy calientes, y sin decirse nada, sabían que el otro lo estaba pasando genial.
Ángela no podía más, su coño estaba a punto de estallar. Su mano subía y bajaba, metía sus dedos con facilidad por el abundante flujo que emanaba de ella. Sentía que le venía un orgasmo, así que aceleró el ritmo. A la vez, de forma inconsciente, metía su lengua más fuerte en el culo de Gabriel, que tenía una erección tremenda, y no paraba de masturbarse.
La puerta del cuarto se abrió, y ambos se tumbaron rápidamente, fingiendo dormir, mientras Ángela subía hasta la almohada. La oscuridad y la embriaguez del invitado no deseado evitaron que viera el espectáculo. Al cerrar, ambos soltaron un gran suspiro, aliviados.
“Dios, estoy mojadísima, y ha entrado justo antes de que me corriera”. Gabriel, que seguía con la excitación bombeando sangre, la puso contra la almohada, tal y como habiá estado él hacía unos segundos, y la penetró de forma brutal, mientras dejaba caer su mano por el vientre de Ángela para masturbarla mientras lo hacía. En menos de un minuto, su cuerpo empezó a contraerse por el intenso orgasmo que Ángela estaba teniendo, y dejó su polla dentro hasta que descargara toda la corrida que llevaba un buen rato esperando. Cuando terminaron, fueron al baño a hurtadillas, y mientras Gabriel se limpiaba frente al espejo, Ángela lo abrazaba desde atrás. “No me has dicho nada… ¿te ha gustado?” “No puedo negar lo evidente, y es que me tenías muy, muy caliente cielo” Ángela sonrió con picardía. “Lo tendré en cuenta”, dijo, guiñando un ojo, y acercando su cadera a las de Gabriel desde atrás, dejando entrever las siguientes ideas que tenía en mente para su novio.