Dulce gallego no empalaga jamás
-Pero mira qué rico culete me estoy comiendo, coño dijo Ramón, mientras yo veía todas las estrellas de la Vía Láctea entre mis lágrimas y con su verga enterrada en mi culo.
-No te creo que nunca hayas entregado el culo… - me dijo Ramón con una sonrisa de incredulidad.
Debo aclarar previamente que hacía a la sazón como dos o tres semanas que nos encontrábamos para estudiar matemáticas en el almacén de su padre -el gallego, el comerciante que todo barrio tenía a su disposición en mi infancia y juventud antes de florecer los minimercados como hongos de otoño- y entre binomios, polinomios y funciones él me había propuesto mamársela y yo no había resistido al encanto de aquel tremendo arcabuz de carne dura que portaba. No era por cierto la primera: mi primera golosina sexual había sido la de mi primo Alberto, seguramente la mitad o menos de grande y experiente.
Pero de las placenteras chupadas que mi boca experimentaba a alojarla en mi culo había una enorme diferencia. El tamaño de la pija del galleguito de diecinueve años, uno mayor que yo y con más mundo, me daba escalofríos. Todavía creía que una verga gruesa y dura como aquella podía dejarme rengo, aunque vaya si tenía ganas de sentirla echando ríos de leche en mi culito…
-En serio, te digo que nunca lo di. Me da miedo que me lastime. Y más que nada, que se note. Que me rompan el orto y tenga que ir al médico o dar explicaciones a mis padres – dije poco o nada convencido, aunque era la pura verdad así como que me estaba muriendo por tenerla adentro.
-Pero si lo hacemos con cuidado no pasa nada, tranquilo – sugería Ramón mientras me la pasaba por la mejilla, acariciándome la comisura de la boca- Sé que te gusta mi carallo, y mira cómo está de rico y pronto para ti…
-Pero, ¿estás seguro que nadie vendrá a tu dormitorio? Me muero si don Dosindo o doña Chichita entran y me ven… - porfiaba yo a pesar de la necesidad de sentirla sin prisas ni interrupciones.
-No, el viejo está en el almacén y mi madre fue a probarse un vestido a la casa de mi tía. Dale, te pongo despacito la cabeza y si te duele mucho la saco, pero te va gustar – trataba de convencerme aunque ignoraba que yo estaba más que convencido de que tenía que ser ahora o nunca – vení que te mojo bien la colita para que se deslice bien fácil…
Y así me hizo poner de espaldas para abrirme los cachetes y hundir su lengua en el agujerito que ya estaba guiñando de placer, anticipando la portentosa visita.
La lengua de Ramón me trabajaba con pericia el hoyito inundándolo de saliva. Hubo un momento en que casi la sentí entrar al umbral de mi intimidad y rodearlo con la punta, abrazada por el esfínter con verdadero gozo…
Puso un dedo bien humedecido, entrándolo y sacándolo con cuidado, mientras mi necesidad de ser penetrado iba creciendo y mi miedo a ser “desgraciado” disminuyendo. Luego dos, trabajando en redondo, expandiendo considerablemente el recto y multiplicando mis ganas de sentir su pija alojándose sin remedio. Me jaló de la cintura, sentándome en sus piernas velludas, buscando con la cabeza de su poronga el culo ya presto a sentir esa maravilla. Mi culo parecía tener voluntad propia, porque buscó el ariete que estaba impedido de ver por la posición y lo enfiló en la correcta dirección hacia su placer hasta que lo sintió entrar, no sin esfuerzo pero sin demasiado dolor, y lo tragó hasta la mitad con esa decisión que solo presta el instinto.
Ramón me dejó hacer -quieto, duro, respirando sobre mi cuello con fuerza- antes de señalarme halagador:
-Pero mira qué rico culete me estoy comiendo, coño…
Excitado por el comentario de mi compañero de estudios y experiencias, me afirmé con ambas manos sobre sus rodillas y me dejé caer un poco más hasta que sintiéndola toda adentro tuve que reprimir un grito de dolor: la pija de Ramón había tocado fondo, me tocaba la próstata con la cabeza y llenaba las paredes de mi recto con total alevosía. Me quedé muy quieto, esperando que la sensación de incomodidad y presión cedieran, y también él, expectante, oprimiéndome las tetillas con suma delicadeza. Pero una vez constatado que ya no sentía otra cosa que placer, fui oprimiendo con mi recto su pija pidiéndole me bombeara con un desparpajo que me sorprendió. Era como si esa primera experiencia ya la hubiese vivido de un modo atávico, como si hubiese nacido para tener una poronga asaltando mi culo desde siempre…
Ramón se puso de pie, sin retirarla, para hacerme apoyar sobre el respaldo de su cama, del que me así fuertemente en espera de lo que sabía se me sobrevenía: comenzó a propinarme una paliza de verga enloquecida hasta que sin poderse contener, me descargó en un envión profundo una copiosa ración de esperma caliente que me llevó al paroxismo…
Ese día quedó inaugurado formalmente mi culo y lo repetimos muchas veces más mientras estudiábamos juntos. Era un ritual pautado por la confianza y la búsqueda de sensaciones que solo cesó –un tiempo- mientras viajó a La Coruña a visitar a la abuela en la aldea. Al regreso vino con muchas ideas para poner en práctica, de modo que además de matemáticas empezamos a formar un equipo de estudios para literatura, historia, química y física. Y seguimos encontrándonos, ya casados ambos, para ir de campamento una semana en los veranos con la excusa de una “reunión de amigos del barrio” aunque solo vamos los dos, siempre a lugares distintos, a recordar viejos tiempos y ponernos al día hasta regresar exhaustos a la rutina de nuestras familias.