Dulce despedida

Dulce encuentro...

Dulce despedida

1 – Vino la muerte

La llegada de las vacaciones de verano habían comenzado a ser para mí un suplicio; una muerte psicológica que me duraba meses. Mis padres se iban a su casita en la sierra y mis hermanos tenían sus grupos y se desperdigaban, como casi todos mis amigos, por toda la geografía. Sólo mi amiga Consoli esperaba en su casa cercana a irse a Soria con sus padres a pasar otro verano aburrido.

Me veía, como en años anteriores, enterrado en vida en mi habitación con el aire acondicionado puesto porque no se podía salir a la calle. El calor se hacía sofocante, el aire irrespirable, los negocios cerraban prácticamente todos. Tenía que hacer algo.

Se me ocurrió preparar mi tienda, tomar un autobús y perderme en un camping entre pinares cercano a la playa. Sabía que iba a estar solo, pero no enterrado. Busqué el camping adecuado y el horario de los autobuses ¡Mi idea era posible! Corrí a casa de Consoli a contárselo y se alegró mucho.

  • ¡No sabes, Carlos – me dijo -, el verano que me espera! Sin embargo, esos pocos días en el camping serán un alivio para ti.

  • Sé que voy a estar solo, Consoli – exclamé -, pero necesito salir de mi casa.

  • ¿Y quién te dice que no vas a volver con un novio guapo y rubio? – se echó a reír - ¡Son los chicos que te gustan! ¿Por qué siempre eres tan negativo?

  • Porque soy muy tímido – dije -; no me creo capaz de hablar con nadie ¿Cómo piensas que voy a ligar?

  • ¡Nunca se sabe! – se enfadó - ¡No empieces negándolo antes de saberlo! Si no te sale nada, no habrás perdido nada. Por lo menos te evadirás unos días.

No preparé demasiadas cosas para llevarme; no pensaba estar en el camping nada más que unos días. Hice la reserva de mi sitio sólo para cuatro días. No quería tampoco encontrarme sumergido en una multitud de veraneantes de fin de semana. Saldría el lunes por la mañana; muy temprano.

Y temprano, por la mañana, ya estaba en la estación esperando el autocar para hacer mi viaje. Había bastante gente, pero no tanta como yo creí, así que el viaje no fue muy incómodo.

A la llegada al camping me puse a montar mi tienda en el sitio que me tocó pero que me agradaba; había bastante sombra y no estaba lejos de la zona de servicios, pero sólo en el primer día pensé que también allí estaría enterrado en vida.

Bajar solo a la playa no me apetecía, así que me puse unas calzonas y di una vuelta por los pinares. A la hora del almuerzo opté por comer al aire libre, en unas largas mesas compartidas de un self-service. No recuerdo haber dicho otras palabras que las que me permitieron elegir mi menú. Volví a dar otro paseo y me fui a la tienda a dormir una larga siesta. Tampoco allí me podía librar del calor.

Cuando me levanté, tomé una ducha, me vestí y me fui dando un paseo al pueblo cercano. Había mucho ambiente y muchos bares abiertos, así que decidí pasear hasta la hora de la cena. Tomé algunas cosas en un bar y bebí bastante cerveza bien fría. Dando otro solitario paseo, volví al camping y, sin leer ni siquiera un poco, me dormí hasta el amanecer.

2 – La aparición

Concienciado de que se me venía otro día igual encima, me fui al pueblo por la mañana y se pasó el tiempo rápidamente. Volví a mi tienda con dos libros nuevos y cerca de la hora del almuerzo. Me puse mis calzonas y mis zapatillas y fui al self-service a por mi menú.

Un chico rubio y sonriente, me dejó paso, pero no habló. Observé, mientras elegía los platos, que venía detrás de mí y me miraba sonriente. Por fin, una de las veces le oí hablar para pedir algo, pero por su acento inglés, aunque no era bastante fuerte, no supe qué decía.

Caminé hasta la mesa larga y extendí el pequeño mantel de papel en ella para poner allí mi bandeja y, al alzar la cabeza, el chico rubio estaba en pie frente a mí sonriendo.

  • ¿Te importa que me siente aquí? – preguntó amablemente -.

  • ¡No! ¡Por favor! – por fin hablaba con alguien - ¡Siéntate!

Se sentó justo enfrente de mí sin dejar de sonreír y comenzó a preguntarme cosas con su suave acento. Muchas respuestas no las sabía porque no conocía bien ni el pueblo ni la playa, pero pude observar su rostro, sus cabellos dorados, su sonrisa y sus ojos. Era de aspecto europeo, del norte, pero de gran belleza. Su pecho al descubierto me hizo bajar la vista más de una vez. Era realmente simpático y agradable y, por ciertos comentarios que hizo, me pareció alguien muy culto.

Al terminar el almuerzo, nos levantamos juntos, recogimos los papeles y nos dirigimos al lugar donde se dejaban las bandejas y la basura. Cuando los dos dejamos allí las cosas, nos miramos fijamente sin hablar. Algo nos estaba uniendo de tal forma que pensé que no quería que se fuese y, tal vez, no verlo más. Me dio la sensación de que algo parecido se le pasaba a él por la cabeza y le hable.

  • ¿Has venido solo?

  • ¡Sí! – dijo -; tengo familia en la ciudad pero quería conocer esto ¿Y tú? ¿Vienes solo?

  • Sí, también – agaché la vista -; necesitaba abandonar la ciudad unos días, pero la verdad es que aquí no sé qué hacer ¡Me siento solo!

  • ¿Por qué? – rió abiertamente - ¡Estás conmigo! ¡No estás solo! Mi tienda está allí; es la que tiene una banderita azul.

  • ¡Ah, sí! – miré de puntillas - ¡No está lejos de la mía! ¡Esto no es muy grande!

  • Yo quiero ahora dar un paseo – dijo -; eso es bueno para después de comer ¿Vienes?

  • ¡Sí! – no lo creía - ¡Claro que sí! ¡Gracias!

Habíamos evitado, sin darnos cuenta, una despedida. Posiblemente nos hubiésemos visto más tarde u otro día, pero seguimos juntos y hablamos mucho. Se llamaba Steve y le dije que mi nombre era Carlos. Desde entonces, además de caminar y hablar, fui notando que nuestras miradas se cruzaban de forma muy especial. Lo pillé mirándome ilusionado el bulto; me había empalmado.

  • ¡Podemos bajar a la playa a tomar un baño! – dijo - ¡Hace calor!

  • Como quieras – le dije -; la verdad es que yo solo no bajo, pero me gustaría.

Por el camino de arena que bajaba hasta la playa, nos tomamos de la mano. Era algo peligroso y estuvimos a punto de caernos varias veces, pero no dejaba de reír.

Nos acercamos a la orilla y comprobamos que el agua estaba helada, pero él siguió introduciéndose en el mar. Lo seguí. Cuando llegué a él, sacó el brazo del agua con sus calzonas y se echó a reír otra vez.

  • ¡Me gusta nadar desnudo!

Lo vi acercarse a mí nadando lentamente y me asusté. Cuando llegó hasta mí, paró en seco, me miró en silencio y tiró de mis calzonas hacia abajo.

  • ¡Vamos! – gritó - ¡Es perfecto!

Me quité las calzonas y metí uno de los perniles por mi brazo. No quería perderlas y tener que salir desnudo de las aguas. Levanté mi brazo y también le grité y reí. Entonces hizo algo que no entendí, pero no supe cómo reaccionar. Volvió a acercarse a mí y me tomó por la cintura pegando bastante su cuerpo al mío. No era un gesto sexual; era un gesto natural de sentirse a gusto. En ningún momento me rozó otras partes. Nadamos un rato, nos colocamos las calzonas y salimos del agua.

  • ¡Mejor ahora subir y ducharse! – dijo - ¡Mi madre dice que el agua del mar está sucia de todas nuestras porquerías!

  • ¡Puede ser! – le contesté -, pero en el mar hay muchos animales que se alimentan de esas cosas.

  • ¡Mejor no pensar! – rió -.

Cuando entramos en los servicios de caballeros, se quitó las calzonas con total normalidad, me agarró de la mano y se puso a buscar la puerta abierta de una ducha. Cuando encontró una, me volvió a sonreír y tiró de mí hacia adentro. No me pareció nada raro, pero luego puso el seguro de la puerta.

Sinceramente, si pensaba tocarme, iba a hacerme un favor, porque yo no me hubiese atrevido a hacerlo. Lo que ocurrió fue que me hizo señas para que me quitase mis calzonas, pero yo estaba empalmado y me volví disimuladamente de espaldas. Entonces abrió la ducha y noté sus manos sobre mi espalda ¡Me estaba enjabonando!

No me moví y no dijo nada de mi erección, pero él estaba empalmado también. Se volvió de espaldas y lo enjaboné. La cosa no pasó de ahí. No entendía aquella situación.

3 – La aclaración

Ya en la tienda suya los dos, volvió a quitarse las calzonas.

  • ¡Vamos! – me dijo - ¡Hay que poner ropa seca!

  • ¡Sí! – contesté confuso -, pero es que mi ropa está en mi tienda.

  • ¡Oh, eso no es problema! – se volvió - ¡Tengo más!

Me enseñó varias calzonas. Pretendía que me pusiera una de las suyas ¿Qué iba a hacer? Me quité las calzonas mojadas y lo miré cortado. Estaba echado frente a mí incorporado un poco apoyado en un codo.

  • ¡Vamos! – dijo en voz baja - ¡Descansemos desnudos un poco!

No podía pensar lo que hacer. Por un lado no entendía aquel comportamiento y por otro estaba deseando de acariciarlo. Volví a empalmarme más visiblemente y miró mi miembro sin disimulo.

  • ¿Crees que no sé qué pasa? – dijo - ¡Eso no se pone así siempre! ¡Mira el mío!

Asentí, pero no pude hablar.

  • Me gusta tu cuerpo moreno y delgado – dijo - ¡Eres afortunado!

  • A mí me gusta el tuyo – contesté -; es de piel clara, pero fuerte y suave ¡Me encantan los chicos rubios!

Sin pronunciar ninguna otra palabra, nuestros rostros se fueron acercando muy lentamente hasta que nuestros labios se unieron con suavidad. No pude evitar echar mi brazo sobre su cuerpo y acariciarle la espalda, pero empezó entonces a besarme desesperadamente y a tocarme por todos lados. Unimos nuestros cuerpos. Estaba claro que ambos nos deseábamos, así que nos rozamos durante mucho tiempo hasta empaparnos en sudor y terminar haciéndonos una paja.

  • ¡Necesito esto contigo! – dijo jadeando - ¡No se puede decir que es amor, pero quiero estar contigo! ¡Mañana tengo que partir!

  • ¿Qué? – me incorporé - ¿Te vas? ¿Vas a dejarme solo?

  • El amor o el sexo de los jóvenes es así – sonrió - ¡Es muy fuerte y pasional!, pero igual viene tan pronto que se va muy pronto ¿Quieres gozar esto conmigo?

  • ¡Claro que sí, Steve! – acaricié sus cabellos -, pero cuando te vayas me voy a sentir aún más solo ¿Te importaría darme tu número de teléfono? ¡No sé… algo! ¡Quiero verte otra vez!

  • Tengo papel para anotar – buscó -; ¡espera!

Escribió rápidamente. Era zurdo, pero su letra era muy clara. Tomé su nota sin leerla y la guardé con cuidado en el bolsillo de las calzonas.

  • Te daré mis datos – le dije -; si no me buscas tú, voy a buscarte a cualquier sitio.

Me miró muy extrañado, pensó un poco y guardó el pequeño bloc de notas.

  • ¿Has venido en tu coche?

  • ¡No! – contesté asustado -; he venido en el autobús ¿Por qué?

  • ¡Quédate conmigo todo el tiempo! – me besó - ¡Hay que aprovechar que me deseas y yo te deseo! Mañana, si quieres, puedes desmontar la tienda y venir conmigo en mi coche.

  • ¡Sí, sí! – me ilusioné - ¡Me iré contigo!

  • Así entonces vamos a descansar un poco aquí juntos. Después daremos un paseo para la cena y luego volveremos a estar juntos ¿Quieres así?

¿Cómo iba a decirle que no a aquella mirada y a aquel cuerpo? Habíamos evitado otra despedida. Volví a echarme a su lado y seguimos tocándonos hasta que notó que nos empalmábamos otra vez. Comenzó el segundo juego erótico, pero mucho mejor, más pausado, más dulce.

  • ¡No puedo decir ahora que te quiero! – me dijo - ¡No sé qué es lo que voy a pensar en el futuro, pero sí sé lo que siento ahora!

  • Yo no sé lo que siento – le dije -; lo primero que noté es que tu cara y tu cuerpo me gustaban, pero en muy poco tiempo empiezo a desearte tanto como para no abandonarte.

  • Amemos ahora – dijo -; cuando vayamos a casa seguiremos juntos hasta que esto se acabe ¡Quizá no se acabe nunca!

4 – Vino la vida

Aquella noche, después de cenar, nos metimos en su tienda. La verdad es que allí dentro hacía un poco de calor, pero nos pusimos totalmente desnudos y encendió una lámpara que no daba calor. Nos sentamos apoyados el uno en el otro y nos pusimos a leer sin dejar de tocarnos.

Llegó el momento en que no podíamos seguir la lectura y soltamos los libros sin dejar de mirarnos. Se dio la vuelta y se echó boca abajo. Sabía lo que me estaba diciendo, así que me senté sobre él, lo acaricié un buen rato y fui masajeándome la polla y rozándola por su cuerpo. Me miraba a veces de reojo sonriendo. Le gustaba.

Mi polla recorrió varios sitios de su cuerpo llenándolo de mi líquido hasta que se acercó a su culo. Echó su mano hacia atrás y me la cogió. Él mismo la llevó a su sitio y él mismo tiró de mis nalgas hasta que comencé a entrar en su cuerpo. Levantó un poco su culo y apretó para que entrase con más facilidad. Sentí tanto placer que me corrí en segundos.

Se echó a reír y me dijo que había más noche por delante, pero empujó suavemente mi cuerpo hacia su lado volviéndome. Me puse boca abajo y cerré los ojos. El tacto de sus manos y la piel húmeda de su capullo me iban a volver loco. No quería mirarlo, pero tuve que hacerlo cuando me di cuenta de que no encontraba mi culo. Le ayudé a penetrarme y se echó sobre mí besándome tiernamente y follándome. No sé cómo pudo aguantar tanto. Me estaba dando un placer enorme sin hacerme ningún daño.

No pudo evitar, eso sí, moverse agitadamente cuando le llegaba el orgasmo. Empujó con todas sus fuerzas y me mordió el cuello con sus labios húmedos. Lo oí susurrar.

  • ¡Oh, baby! ¡How much I love you! ¡This is love!

Me pareció entender que él mismo se asombraba de lo que estaba sintiendo por mí. No decía «¡Oh, qué gusto, qué culo tienes!». Parecía sorprenderse de que aquel placer sexual no era sino el producto de un amor que ni él mismo parecía comprender.

Desde ese momento, no me dejó ni un solo instante. Me acariciaba, me hablaba, me preguntaba que si quería tomar algo ¡Estaba totalmente pendiente de mí! Iba a conseguir que me enamorase de él cuando, en realidad, todo había empezado hacía tan solo unas horas y no era nada más que una atracción sexual.

Seguimos follando casi toda la noche empapados en sudor. Hicimos de todo, pero me encantó ver de cerca su pubis de vello rubio, mordisquear sus huevos, bajar su prepucio despacio y ver en la penumbra su capullo de color claro y brillante. Lo lamí con pasión. Se había lavado muy bien ante mí para que yo estuviese seguro de que estaba aseado. Se la comí con mi mayor deseo hasta que se corrió en mi boca casi gritando y tirando de mis cortos cabellos.

  • ¡Gracias! – repetía - ¡Muchas gracias! ¡Me das la vida!

5 – Se fue la pareja

Por la mañana, cuando aún el aire era fresco y esparcía el aroma de los pinos sobre el camping, desmontamos mi tienda primero y la suya después. Avisé de que me iba antes de tiempo, pero me hicieron pagar el total reservado. Steve me miró con un gesto de desagrado muy acentuado; le parecía que me estaban robando.

Bajamos por el trozo de carretera que llevaba al parking y lo vi adelantarse y dirigirse a un coche muy lujoso.

  • ¡Es de mi padre! – dijo - ¡Yo no tengo coche!

Abrió el maletero y pusimos allí nuestras mochilas. En poco tiempo, estábamos camino de la ciudad. No dejamos de hablar, pero sólo de temas culturales que nada tenían que ver con lo sucedido. Unas simples caricias y sonrisas nos recordaron los momentos pasados y los sentimientos de cada uno.

Al llegar a la ciudad, observé que tomaba por unas calles que se dirigían a mi barrio. No comenté nada, pero me pareció extraño. Y más extraño aún me pareció que entrase por mi calle y parase ante la puerta de mi casa.

  • ¿Me dejas aquí? – exclamé extrañado - ¿Qué pasa?

  • ¡No, Carlos! – puso su mano en mi pierna - ¡No bajes del coche! Solo quería que supieras que sé dónde vives.

  • ¿Conoces esta parte de la ciudad? ¡Lo has leído en mi nota!

  • ¡Sí! – dijo comenzando a circular despacio -; conozco bien tu barrio porque es el mío.

Lo miré incrédulo, me sonrió y comenzó a hablar mientras mi asombro iba aumentando.

  • Mi casa está allí detrás de la tuya. Sólo hace dos meses que vivimos ahí, pero un día vi a un chico caminando por la calle. Me gustó mucho; ¡era mi chico! ¡Quería que fuese mi chico!, pero no podía. Pasé días enteros en aquella esquina escondido – señaló a un lugar cerca de casa – sólo para ver a ese chico un minuto. Ahora tengo algunos amigos y amigas, pero todos están lejos de la ciudad. Una amiga fue a mi casa a decirme que "mi chico" iba a estar unos días en un camping. Escapé de casa para ir a buscarlo… ¡Lo encontré!

  • ¡Consoli!

  • Yo sé que mi chico está solo dos meses – concluyó -; tenía que volver para estar aquí con él.

Dio una vuelta, pasó por la puerta de su casa para que supiese dónde vivía ¡Yo no había leído la nota con su dirección! No pude evitar abrazarme a él.

  • ¡Vuelve a casa Steve! ¡Vuelve conmigo a casa!

Habíamos evitado otra despedida; quizá la más dulce. Estaríamos juntos para saber si nuestros sentimientos eran reales o sólo un capricho. Nunca más he pasado un verano encerrado y nunca más he tenido que despedirme de Steve.

  • ¡Gracias, Consoli!