Dulce Andrea
Me casé con Andrea suponiendo que era una dulce niña y me encontré con una gran sorpresa...
DULCE ANDREA
Desde hacía muchos años tenía fantasías en las que me veía a mí mismo sometido y humillado por una mujer hermosa, sexy y cruel. Aunque nunca fui muy ardiente en materia de sexo, debo decir que esas fantasías eran capaces de mantenerme en un estado de calentura casi constante. Pero sobre todo, lo que más me excitaba eran las historias de infidelidad femenina: mi máxima fantasía era unirme a una mujer que no solamente me dominara sino que permanentemente me metiera los cuernos.
Una vez un amigo me confesó que, un día que había llegado de vuelta a su casa antes del horario habitual, había encontrado a su joven y bella esposa en la cama con otro tipo. Mientras él me contaba todos los escabrosos detalles yo imaginaba la escena y tuve una erección terrible. Secretamente lo envidiaba. Sin embargo, mi amigo quedó tan destruido por la infidelidad de su mujer, que me puse a reflexionar largamente acerca de todo esto. Finalmente, llegué a la conclusión de que lo mejor iba a ser tratar de no pensar más en estas cosas: hay fantasías, me dije, que por más excitantes que parezcan cuando uno las imagina, es mejor no llevarlas jamás a la práctica.
Fue entonces cuando conocí a Andrea. Ella me parecía una típica chica de su casa: sencilla, dulce, recatada. Qué mejor oportunidad que ésta, pensé, para dejar atrás todo ese mundo oscuro y problemático que me daba vueltas adentro de la cabeza.
Andrea es rubia, con el cabello lacio que le llega casi hasta la cintura. De tez muy blanca, y hermosos ojos verdes. Una carita de nena que no hace pensar que ya cumplió los treinta años. No muy alta; más bien menuda, pero con una cola redonda y paradita, pechos pequeños pero firmes, y unas piernas largas, bien torneadas.
Apenas le propuse que nos pusiéramos de novios, ella me aclaró que no quería que tuviéramos sexo antes de casarnos. Sus padres, que eran muy católicos, habían descubierto que ella había estado teniendo relaciones con su anterior novio y por poco se mueren de la vergüenza que habían sentido. Ella se sentía tan culpable que no deseaba darle un nuevo disgusto a sus padres, que además ya eran bastante mayores. No me fue fácil resignarme a su pedido; pero a esa altura yo ya estaba perdidamente enamorado de ella y le dije que era capaz de cualquier cosa, de absolutamentecualquiercosa , con tal de no perderla.
Nos casamos. Nuestra noche de bodas fue un desastre. Yo estaba tan excitado, luego de seis meses de un noviazgo en absoluta abstinencia, que cuando por fin la penetré no aguanté ni dos minutos dentro de ella. Esto se repetía una y otra noche hasta que, finalmente, yo me fui quedando tan cohibido por el temor a eyacular pronto, que terminaba por perder la erección cada vez que estaba a punto de entrar en ella.
Así pasaron nuestros primeros dos meses de matrimonio. Yo estaba profundamente dolido y frustrado de no poder satisfacer a mi preciosa mujercita, pero ella no me reprochaba nada. Con su voz más dulce y tierna me decía todas las noches:
-No te preocupes, mi cielo; vas a ver que el día menos pensado esto va a cambiar y vamos a estar felices.
Yo no imaginaba (no podía imaginar) cuánta razón había en estas palabras.
Un día, en la oficina, pedí autorización para retirarme antes de hora porque debía realizar un trámite. Con fastidio me di cuenta de que me había olvidado en casa los papeles que necesitaba, de modo que
me fui inmediatamente para allá a buscarlos.
Cuando llegué al edificio en el que vivía, vi a un tipo parado en la puerta de calle. Le pregunté si iba a entrar.
-Sí, pero no se moleste, ya bajan a abrirme -fue su respuesta.
Había un ascensor en planta baja y lo tomé. Subí; me llamó la atención el que la puerta de mi departamento estuviera cerrada, pero sin llave. Seguramente, supuse, Andrea habría salido apurada y se habría olvidado de cerrar. Me dirigí al dormitorio -allí estaban los documentos en cuestión- cuando sentí abrirse la puerta del departamento (yo ni me había molestado en cerrarla con llave porque ya mismo estaba saliendo de nuevo) y luego la voz de mi esposa, que hablaba animadamente con alguien. En seguida reconocí la otra voz: era la del hombre que estaba en la puerta de calle. El corazón comenzó a
latirme con fuerza.
-¿Me extrañaste, preciosura?
Era obvio que se conocían de antes...
-¡Extrañé tu pija...!
También era obvio que ya se conocían muy bien...
-¿Querés tomar algo, primero?
-No, estoy muy caliente...mejor vamos a la cama.
-Bueno.
Yo no podía dar crédito a lo que oía. Estaba confundido, sin saber qué hacer. En medio del aturdimiento atiné a esconderme en el placard del dormitorio. No era muy grande pero tampoco estaba muy lleno así que logré acomodarme y alcancé a cerrar la puerta cuando los pasos ya estaban muy cerca.
Desde allí no podía ver nada, pero podía escuchar perfectamente. A pesar de la angustia y la indignación por la infidelidad de mi mujer, noté que tenía una erección tan fuerte que me dolía.
Los pasos se acercaron. Sentí ruido de hebillas, de cierres. Se estaban desnudando.
-Qué pija hermosa que tenés...
-¡A cuántos les dirás lo mismo...!
-A mi marido seguro que no...
-¿Tan chiquita la tiene?
-Un nene de diez años no le envidiaría el tamaño...Y encima, ya ni se le para.
Hizo una pausa. Con una voz ronca, casi suplicante, dijo:
-Hoy la quiero por atrás...
-Primero chupámela un poco. Ahh... así...Qué bien que lo hacés...
-Mhfg...mmhh...mngh...
-Seguí...seguí...ahh...
-Mhmhj...mlñ...pmh...¡Mpflg!
-¿En serio querés por el culo...?
-Mjgh...Sí, por el culo...mblgf...toda por el culo...bien adentro... ¡Mhlgfb!
-Mirá que estoy muy, pero muy caliente...te voy a reventar... Ahhh... qué buena chupadora que sos...
-Mhmhf...eso...reventame...matame...mlgf...
-Ahh...mhhh...después no te quejes de que te quedó doliendo...
-Mhgh...¡pflg!...eso...que me duela...mhff...que me quede ardiendo el ojete durante una semana...fghhm...
Repentinamente me acordé de mis suegros y se me ocurrió pensar que ellos seguramente no habrían aprobado el vocabulario de su hijita...
-Bueno, suficiente...Traé la vaselina.
-No...así...sin vaselina...
-¡Te voy a matar! Después no digas que no te lo advertí...
-Dale, ¡matame!...dejame estropeada...
-Ponete asi. No, más para acá...¡ Eso!. Las rodillas un poco más dobladas ...así...
-Dale, mi macho...¡no aguanto más...!
-¿Estás lista...?
-Soy toda tuya...¡Ayyyyy! ¡Mmmhh! ¡Así, así! ¡Bien hasta el fondo! Ahhhh...
-Ahhh...Mirá que sos puta, eh...
En medio de las exclamaciones y los jadeos, se oía el
rechinar de los elásticos de la cama a un ritmo que a cada momento se hacía más y más frenético. Estaba tan aturdido que no recuerdo en qué momento me había bajado el cierre de la bragueta; sí recuerdo que, a pesar de lo incómodo que estaba en mi escondite, me estaba pajeando con ganas. Yo sentía una mezcla de fascinación y horror por toda la situación que estaba viviendo. De pronto se pusieron a jadear con más fuerza.
-Ay, nena, creo que voy a acabar...ahhh...sss...
-Yo también....ssss....ahhh....
-Ahhh...mmmmh....ahhh...sss..
-Ahhh...acabá...dame tu leche...
-Ahhh...ahí...a-ahí va...ahhh...
-Dame...ahhh...toda...tu leche...explotame...¡ahhh!...bien en el fondo
del...orto...
-Ahhhhh....ahhhh....mmm...
-Ahhhh....¡ahhh!
-¡¡Aahhhhhhhhhhhhh!!
-¡¡¡¡Aahhhhhhhhhhhhhh!!!!
Silencio total. Yo había acabado también, junto con ellos. Estaba agotado y la cabeza me daba vueltas. Al rato empezaron a conversar, distendidos, en voz baja pero que me resultaba perfectamente audible.
-¿Por qué no lo dejás a tu marido? Si es tan malo en la cama...
-¡Ya te dije que voy a seguir con él!
-¿Pero por qué?
-¡Porque lo quiero a él!
-Je, je, je...cómo lo querrás que estás acá conmigo en la cama y...
-Y... ¿vos acaso no pensás seguir casado con tu mujer?
-¡Pero eso es distinto! Si no fuera por los chicos... la dejaría y me vendría con vos.
-Igual yo no querría. Cuando estoy con vos, no sabés cómo pienso en él...
-Ja, ja, ja...sinceramente, no te entiendo.
-Te voy a explicar. Si yo no siguiera con mi marido, yo no gozaría tanto con vos...
-Sigo sin entender.
-Es claro: a mí me excita meterle los cuernos, me calienta saber que mientras él está en el trabajo yo estoy aquí gozando con mi macho...y encima, en la misma cama donde a la noche duermo con él.
-Ahora empiezo a entender.
-Y más me excitaría que él lo supiera...
-Ja, ja, ja...
-No sabés qué hermoso sería para mí tenerlo aquí con nosotros...
-¿Qué?¿Un trío con él?
-No, tontito. Tenerlo acá en casa, y que mientras nosotros estamos dale que dale, él estuviera, por ejemplo, haciendo las tareas domésticas, mientras escucha cómo cogemos. O si no, tenerlo encerrado en el placard y dejarlo libre en los intervalos para que nos traiga algo de comer...¡De sólo pensar en humillarlo así me parece que fuera a acabar!¡Uy! ¡Mirá cómo estás! Parece que a vos también te excitó la idea...
Sin duda estaban ambos muy excitados, porque al instante siguiente volví a sentir los jadeos de él, los gemidos de ella, y pocos minutos más tarde escuché cómo acababan a los gritos.
Yo también estaba caliente de nuevo y tampoco me costó mucho volver a terminar.
Después de un rato de silencio, escuché la voz del tipo que preguntaba:
-¿Te parece que algún día...podremos...?
-¡Claro que sí! Él es un sumiso, me di cuenta apenas lo vi por primera vez. Por eso me casé con él, je. Mi plan es moldearlo a mi gusto hasta tenerlo sometido a mis caprichos por completo. Todo el proceso tal vez me lleve un buen tiempo, pero bien que vale la pena...y estoy segura de que lo voy a lograr. Él es dócil...y hasta a veces llego a pensar que debe tener fantasías parecidas...Es cuestión de ir llevándolo de a poco. Además...
-¡Uy! ¡Qué tarde se hizo!¡Me tengo que ir ya! Después hablamos, eh.
Oí que lo acompañaba hasta la puerta y que le decía:
-A esta hora, abajo está sin llave. Te abro desde acá.
Pasada la calentura, mi confusión seguía y yo no sabía qué hacer.
Hasta que de golpe se abrió la puerta del placard. Andrea pegó un grito, pero apenas me reconoció y salió de su asombro, sonrió con satisfacción.
Estaba desnuda, con el pelo revuelto, y más hermosa que nunca. Se veía a la legua que la cogida le había hecho bien.
-Bueno, bueno...qué sorpresa...Supongo que habrás escuchado todo...
-Eh, s-sí...yo...
-Me parece que eso facilita las cosas...Decime,¿qué pensás?
-Mi amor, yo...no sé...
-¿Te acordás de algo que vos siempre me decías cuando estábamos de novios...?
Ya me imaginaba a que se refería, pero igual pregunté.
-¿Q-que cosa?
-Que vos serías capaz de hacer cualquiercosa con tal de no perderme...
-Eh, sí, es cierto...
-¿No te parece que ya es hora de que te tome la palabra? ¿O preferirías que te dejara y me buscara otro sumiso?
Obedeciendo no sé a qué impulso, me arrojé a sus pies, se los besé y, casi llorando, le supliqué que no me dejara.
-¡Muy bien! ¡Así me gusta! Bueno, tesoro...quedate tranquilo que está todo bien...Yo no te voy a dejar...pero a partir de ahora las cosas van a ser muy distintas en esta casa,¿está clarito?
-Sí, mi amor.
-Bueno, salí de ahí.
Llamó por teléfono al tipo. Mientras alegremente le contaba lo que había pasado, ella me mandó a la cocina a prepararle un jugo de naranja, unas tostadas con manteca y mermelada y un café con leche. Evidentemente los polvazos que se había echado le habían abierto el
apetito. Me dijo que iba a dormir un rato y que más tarde íbamos a hablar.
Esa noche, en la cama, me sentí un poco triste. Ella me dijo que comprendía que ése era un cambio muy grande en nuestras vidas, pero que nada había que temer; que, por el contrario, era para alegrarse, porque era para bien de todos. Yo era un sumiso (ahora ya no cabía
ninguna duda de ello) y debía aceptarlo y tratar de gozar según mi naturaleza, del mismo modo que ella iba a gozar según la suya.
Al día siguiente, empezó mi nueva vida.
A la tarde llegó su amante. Ricardo (así se llamaba) me dio la mano y se mostró muy amable conmigo. Les preparé café; cuando les llevé la bandeja al living, ellos estaban en el sofá, besándose y
franeleando. Mientras lo tomaban, tuve que ir al dormitorio a preparar todo: bajar la persiana, cambiar las sábanas, hacer la cama. Luego Andrea me llamó aparte. Me pidió que la acompañara al baño. Me hizo
quedarme en slip.
-Bajate el slip.Hasta ahí no más.No te lo saques.
Obedecí. Vi que tenía en la mano algo que hasta entonces yo sólo conocía por fotos: un tapón anal.
-De ahora en más, cada vez que Ricardo y yo vayamos a hacer el amor, vas a tener que usar esto. Abrite las nalgas.
Con una mezcla de vergüenza y excitación, hice lo que me pedía. Ella estaba detrás mío. Había agarrado un pote de crema del botiquín y lo estaba destapando.
-No tengas miedo, te voy a lubricar bien...No te voy a hacer daño. Levantá bien la cola.
Sentí sus suaves dedos encremados jugueteando con mi agujerito y luego penetrando en él y dilatándolo; momentos después, el artefacto se iba deslizando lenta y trabajosamente en mi interior.
-¡Ay!
-Bueno, ya falta poco...ya entró casi todo.
-¡Aaayyyyyyy!
-¿Qué pasa?¿Molesta mucho?
-¡Sí!
-Bancátelo. Para eso es: para que moleste -no para que goces...
Después pasamos los tres a la pieza y yo tuve que colgarles la ropa luego que ellos se desnudaran. De reojo miré la pija de Ricardo que, aún sin erección, era imponente. Se acomodaron en la cama y Andrea se dirigió a mí:
-Le dije a la señora de la limpieza que no viniera más. A partir de ahora te vas a encargar vos de todo eso. Y vas a aprovechar para hacerlo, los momentos en que nosotros estemos en la cama. Vas a empezar por el living.
Ella, perversamente, me ordenó que entornara la puerta, de modo que yo pudiera escuchar todo pero sin poder ver nada.
-No se te ocurra espiar, ¿eh?
Yo estaba con una calentura que me moría, pero la molestia que me producía lo que tenía en el culo me impedía que la erección fuera completa. Mientras fregaba el piso, pasaba el plumero por los muebles y barría la alfombra, tuve que oír varias acabadas terribles de Andrea y una sola, larguísima, al final, de Ricardo. Me parecía que gritaban y jadeaban más fuerte que el día anterior. Sin duda la nueva situación los ponía más calientes a ambos.
A la noche ella se mostró muy dulce conmigo, y me preguntó si me había sentido bien. Mientras me hablaba me rozaba los labios con los suyos; con su mano me acariciaba el pito y los huevos, enloqueciéndome de deseo, pero sin dejarme entrar. Me dijo que tuviera
paciencia, porque una vez por mes me iba dar permiso para acabar (aunque aún no me aclaró cómo), pero que eso no iba a ser para mi placer, sino sólo una especie de medida higiénica, porque no quería que tuviera las bolas tan llenas de leche que me terminara afectando la salud.
Aparte de las tareas domésticas, tuve que aprender a ocuparme de la apariencia y el cuidado de mi mujer; de hacerle las manos y los pies; de la depilación; de maquillarla y peinarla cada vez que recibía a su amante. Y de algo a lo que ella daba suma importancia: un baño de inmersión con sales aromáticas y un masaje cada vez que se disponía a hacer el amor. Ella afirmaba que eso la relajaba de tal modo que después tenía orgasmos mucho más intensos y prolongados. Ésta era una tarea que me sumía en la más absoluta desesperación. Tener que ver de cerca la blancura perfecta de su piel, sentir con mis manos su textura sedosa, masajear esas carnes firmes, y saber que su cuerpo encerraba todo un mundo de placeres al que jamás podría acceder, era para mí algo tan vertiginoso como caminar al borde de un precipicio. Sin embargo, me di cuenta de que, con el correr de los días, a la vez que aumentaba mi calentura, me iba haciendo más sumiso y más deseoso de complacer a mi mujer en todo.
Las cosas siguieron así por una semana. El tener que escuchar todo lo que hacían, sin poder ver nada, me estaba enloqueciendo. Un día, desesperado, me arrodillé a los pies de Andrea y se lo dije, rogándole que me dejara observarlos. Ella sonrió y me miró con ironía.
-¿No te da vergüenza, siempre pensando en "eso"? ¿No sabés que el sexo no lo es todo en la vida?
-Por favor, mi amor...
-Está bien...podría ser...Pero... ¿estás seguro de que te lo vas a bancar?
-Sí, mi amor.
-¿Seguro, seguro...? Porque tené en cuenta que pienso humillarte bastante...
-No importa, mi amor.
-Mirá que después no quiero lloriqueos, ni lamentaciones, ni "esto no me gusta"...
-Lo que vos digas, mi amor.
Esa tarde, cuando llegó Ricardo, nos fuimos los tres a la pieza. Andrea se quedó en bombacha y corpiño, y Ricardo en slip. Se acostaron, y les colgué la ropa. Ella me dijo:
-Ahora salís un momento, te desnudás por completo, dejás la ropa bien dobladita afuera y cuando estás listo volvés.
Hice todo eso y apenas volví a la puerta sentí la voz de Andrea.
-¡De rodillas! Ahora vas a venir caminando en cuatro patas hasta al borde de la cama.
Cuando llegué hasta allí, ella se sentó en la cama y sacó de la mesita de luz un tapón anal...Era otro, mucho más grande que el que había tenido que soportar hasta entonces. Me asusté. Ricardo estaba recostado y miraba divertido la escena. Andrea me acercó el tapón a la boca.
-Chupá. Mejor será que lo ensalives bien, porque ése va a ser el único lubricante que vamos a usar esta vez. Ahora date vuelta.
Apenas entró la puntita pegué un grito.
-¿Qué pasa, mi amor? ¡No me digas que duele!
-¡Aghhh!
-Si supieras lo que es aguantar la pija de Ricardo en el culo, esto te resultaría un juego...
Una vez que lo tuve todo adentro, me pidió que me diera vuelta otra vez. Me miró a los ojos de un modo que me hizo estremecer.
-A ver, mostranos lo que tenés adelante.
Mi pito, ya de por sí nada grande, estaba totalmente fláccido por el dolor que me provocaba el tapón.
-Decíme, cariño... ¿vos creés que con esa cosita en miniatura podés llegar a hacer gozar a una mujer?
-N-no, mi amor.
-Y no sólo eso...A ver...contános cuánto tiempo llegaste a aguantar adentro mío.
-Uno...o dos...minutos, creo.
-¡Uno o dos minutos! ¿Sabías que Ricardo...se aguanta el polvo como tres horas?
Yo estaba consternado, pero algo en mi interior me impulsaba a experimentar la humillación hasta el final. Ricardo le pasaba la mano por la espalda a mi mujer, acariciándosela, hasta que le desprendió el corpiño y se lo sacó. Andrea siguió hablando.
-Y aparte de chiquita la tenés blandita...como cuando estábamos en la cama y me la tratabas de poner, ¿no es cierto?
-Sí, mi amor.
-¿Qué te pasaba entonces?
-Se-se m-me bajaba...
-Se te desinflaba toda...y se te quedaba blandita y colgando...¡Como un flancito!¿te acordás qué papelón, no?
-S-sí, mi amor.
-O sea que sos impotente.
-Sí, mi amor.
-Decílo.
-Soy impotente.
-Más fuerte. Como para que se enteren los vecinos.
-¡SOY IMPOTENTE!
-Sos impotente...es decir que no servís para nada.
-No, mi amor.
-Ni ya se puede decir que seas un hombre.
-No, mi amor.
Sin dejar de mirarme a los ojos, se fue sacando la bombacha, lentamente.
-Entonces, si no sos un hombre...podrías usar esto, ¡no te parece?
Me tiró la bombacha en la cara y me ordenó que me la pusiera.
-¡Muy bien! Ricardo, vení, acercate...
Andrea puso la cara a la altura de la entrepierna de él y luego de bajarle el slip, le agarró la verga y empezó a trabajársela con ambas manos.
-¿Ves? Esto, y no lo que vos tenés, es una pija...Mirá qué belleza... Justo como a mí me gusta: larga...gruesa...cabezona...¡Y siempre dura como una piedra...!Porque él sí es bien hombre, no como vos...a él no se le desinfla el globo a la hora de ponerla...ni se deja dominar por una mujer...ni usa bombachita...
Seguía masajeándolo y de vez en cuando le pasaba los labios y la lengua por la puntita. La poronga de Ricardo iba tomando unas dimensiones espeluznantes.
-Ahora vas a ver cómo un macho de verdad se coge a tu mujercita, cómo la hace gozar como a una yegua...
Todo lo que ocurrió esa tarde quedará grabado por siempre en mi memoria, hasta el más ínfimo detalle. Se acariciaron, se besaron apasionadamente, y en seguida él se tendió boca arriba, con las piernas cerradas. Andrea se colocó de costado, de forma que yo pudiera ver todo, y empezó a chuparle la pija. Le pasaba la lengua por el glande, subía y bajaba una y otra vez por el tronco, hasta llegar a los huevos; abría la boca y lo rozaba con los labios...De a ratos se le caía el pelo sobre la cara, tapándosela; con un hábil movimiento de cabeceo, se lo quitaba, dejándome ver otra vez todo...
Al rato lo montó. Vi con desesperación cómo los labios de su conchita se iban comiendo esa verga descomunal y cómo la iba encajando hasta llegar al fondo, estremeciéndose de placer. Empezó a moverse de arriba a abajo; después, a dibujar un círculo con las caderas. Él la tomaba de la cintura, o de las nalgas; de a ratos, le
agarraba las tetas y se las manoseaba. Estuvieron así un rato, después fueron cambiando de posición. Los vi entreverados de formas que jamás había imaginado; sus movimientos eran fluidos, armoniosos, perfectamente coordinados. Era evidente que hacía mucho que eran amantes; llegué a pensar que probablemente ya lo serían de antes de que ella y yo nos conociéramos...Los veía arquearse, sacudirse, retorcerse...Los oía gemir, jadear, resoplar, suspirar...Me sentía entre el cielo y el infierno al ver a la mujer que tanto amaba gozando como una loca en brazos de ese tipo que la hacía acabar a cada momento...Habrían pasado como dos horas; quizás un poco más. Ricardo le dijo que ya no iba a esperar más y que quería explotarle en la boca; se acostó boca arriba, con las piernas abiertas, y Andrea se arrodilló cerca del borde de la cama; él levantó las piernas y las acomodó sobre los hombros de ella. Yo estaba ahí al lado, mirando
absorto, pero mi mujer me dijo que me pusiera detrás de ella, siempre arrodillado en el piso (era la primera vez que cambiaba de posición y recién ahí me di cuenta de cómo me estaban doliendo las rodillas y las piernas).Una vez ubicado como me lo había pedido, me dijo:
-Ahora vas a lamerme los pies mientras hago acabar a mi macho.
Con todo mi amor y devoción me dediqué a la tarea que debía realizar. Recuerdo que los pies de Andrea estaban un poco transpirados, húmedos, y con un sabor que me pareció entre salado y agrio. Tener que hacer esto mientras sentía los esfuerzos de mi mujer para hacer acabar a su amante, y los gruñidos de éste cuando estaba
largándole la leche en la boca, me parecieron la situación más humillante que pudiera imaginarse, y tuve que hacer un esfuerzo espantoso para no derramar ahí mismo el contenido de mis huevos.
Fue en ese momento cuando comprendí cuál era el significado del amor para mí. Amar era sufrir por amor. Amor era sumisión, entrega, obediencia; cuanto más me martirizaba la mujer que amaba, más la amaba yo, y más digno me sentía de ella.
Cuando iba a cumplirse el primer mes de nuestra nueva vida, Andrea me dijo que el domingo siguiente (los domingos estábamos siempre los dos solos en casa) me iba a dejar acabar.
Estábamos en el living. Se recostó en el sofá y me hizo desnudarme y arrodillarme a sus pies.
-Por ser la primera vez (y porque te portaste bien) te voy a dejar acabar sobre mis pies. Más adelante veremos. No creas que siempre voy a ser tan buena con vos...Tenés dos minutos por reloj. Y si no lográs eyacular...vas a tener que esperar hasta el mes que viene.
Horrorizado ante la perspectiva de seguir en abstinencia un mes más, acometí la tarea con tal energía que unos pocos movimientos de mi mano bastaron para hacerme largar un chorro de leche sobre los bellos pies de mi mujer. Todavía no me había repuesto del mareo cuando ella me dijo:
-Sacá la lengua... ¡Ya sabés lo que tenés que hacer!... ¡Y hacelo bien!
Las cosas siguieron así durante unos meses, hasta que Andrea me anunció que había abandonado a Ricardo. Me explicó que quería iniciar una nueva etapa. Eso significó, por un lado, más placer para ella: empezó a cambiar de amantes con frecuencia, y de vez en cuando, hasta se encamaba con dos a la vez; por el otro, más sometimiento para mí: me obligó a usar un cinturón de castidad en forma permanente, sólo me permitía masturbarme una vez cada mes y medio; se volvió más creativa y permanentemente encontraba nuevas formas de gozar martirizándome y humillándome; sus métodos se fueron volviendo mas morbosos y sofisticados. Sin embargo, en ningún momento perdió su actitud cariñosa hacia mí ni la dulzura de su carácter; por el contrario, tanto sexo le hacía bien y cada día se la veía, no sólo mas hermosa y sensual, sino más alegre y tranquila.
Yo también estaba feliz de verla así. Y feliz porque, a pesar de todos los amantes que pasaban por su cama ella, en el fondo, me era fiel: nunca me reemplazó por otro...