Dulce adolescencia

Las adolescentes son un caramelo demasiado apetitoso para dejarlo pasar

Dos días.

Natalia llevaba dos días en nuestra casa y yo no podía tener más hinchados los cojones. Literalmente.

No es que me molestase que mi hermana trajese amigas a pasar una semana en casa, con 18 años estaba en la edad. Yo había pasado mi adolescencia siendo un poco friki, así que no la culpaba por querer socializar. En mi caso las cosas no habían salido tan mal. Me aficioné al gimnasio y empecé a hacer amigos allí. Supongo que a esa afición tenía que agradecerle que 10 años después pasase de chaval marginado a ser un tío bastante resultón y con un curro de “personal trainer”. Cosa de los genes supongo. Mi hermana María también gozaba de un cuerpo bien formado, y más aún con la adolescencia (y mi gran influencia como entrenador personal, que a ella le salía gratis por ser familia, todo sea dicho) que le había hecho crecer unos pechos envidiables para una cría de su edad. Pero su forma de vestir… eso era otro cantar. Ya había notado que desde hacía un tiempo, María se vestía con prendas cada vez más cortas y ajustadas: Tops, leggins,  shorts… No le di demasiada importancia hasta que una noche intentó salir de casa con un de esos sujetadores “push up” y un escote con el que casi se le salían las tetas por fuera.

-Pero he quedado con Natalia… - Me lo dijo como si eso fuera justificación de algún tipo. Me dieron igual sus quejas, la obligué a cambiarse. No es que me guste ejercer de figura autoritaria, pero nuestros padres viajan mucho y mi hermana se viene a vivir a mi casa cada cierto tiempo, hasta que alguno vuelve. Y mientras esté bajo mi techo, como decía mi padre, aquí mando yo.

Pero volviendo al tema, aunque no me molestaba que trajera amigas a casa, que siempre eran muy educadas (y algunas muy monas, por qué no decirlo) siempre relacioné la imagen de aquella noche con la tal Natalia, enchufándola en la lista de malas influencias.

Y tuve ocasión de confirmar mis sospechas. Vaya si la tuve. El día que me dijo que esa niña iba a venir no le di mayor importancia. Recuerdo que era viernes, y volvía del trabajo, bastante cansado, con ganas de cenar una ensalada con atún y meterme en cama, hasta el sábado.

-Criatura, ya estoy aquí – Siempre la llamaba así, la hacía rabiar y me resultaba gracioso.

-Holaaa – Sonaron dos voces femeninas a la vez, lo que me hizo acordarme de que su amiga iba a quedarse con nosotros hasta la semana siguiente. Entonces entré en la cocina, y entendí  quien había definido la nueva estética de mi hermana. Si su ropa era provocativa, solo había una palabra para definir la de su amiga, zorra.

Por mucho que me pese, tengo que admitir que si fuera el novio de esa chica, no censuraría en absoluto su comportamiento y su forma de vestir. Al contrario, lo incentivaría. Era una delicia ver ese culo respingón salirse por fuera de los diminutos shorts, mostrando el inicio de sus nalgas, o recrearse con la visión de las tetas apretadas en el top deportivo, que dejaba al descubierto su precioso ombligo, adornado con un piercing de color azul. Simplemente perfecto, la viva imagen de niña guarra y calientapollas que tantas pajas me había inspirado en el instituto. Y que ahora lamía un helado en mi cocina (Lo sé, ¿Hay algo más tópico? Mirándolo con perspectiva, puede que lo cogiese a propósito)

-Esta es mi amiga Natalia – No hacía falta que María me lo dijese, no podía tratarse de nadie más con esa pinta. La salude con dos besos en las mejillas. ¿Había golpeado sus caderas con las mías o era solo fruto de mi estado alterado? No lo sé, pero todo el tiempo que estuve en la cocina, no pude desviar la vista de aquel ángel de pelo castaño y ondulado; la melena le llegaba casi hasta el culo. Faltaba el casi, porque era obvio que no quería tapar aquel maravilloso atributo, algo que seguramente muchos hombres agradecían.

El día siguiente fue una auténtica tortura. Me levante empalmado, como casi siempre (cosa de la testosterona y el deporte, supongo) así que fui al baño a darme una ducha de agua fría. Es mi casa, voy en calzoncillos si me da la gana, pero ese día había olvidado a Natalia. Justo al abrir la puerta del baño salió ella, envuelta en una toalla y con su larga melena húmeda. Creí que se sorprendería, pero el sobresalto que esperaba nunca llegó.

  • Estoy lista. Puedes entrar… - esta vez no fueron imaginaciones mías, me recorrió con la mirada y se quedó absorta en el bulto de mis calzoncillos – cuando quieras.

Ahora si necesitaba esa ducha. Y aún después de dármela, seguí necesitando descargar. Puse un video porno en mi portátil, pero mi hermana interrumpió una placentera paja gritando desde la cocina que no había nada de comer.

Cagándome en mis muertos por el calentón sin resolver, baje a comprar comida con María, dejando a Natalia sola en el piso.

-Papá vuelve hoy, así que aprovecho para coger el bus e ir a esperarlo al aeropuerto – esa fue la razón de que me acompañase a comprar. Yo tenía clientes que atender por la tarde. No podía ir a esperar a mi padre, pero alguien tenía que hacerlo.

-¿Y Natalia?

-Volveremos pronto, no te va a molestar – Eso lo dudaba mucho. Más que molestar me iba a distraer mucho tener aquel dulce caramelo danzando por casa.

-Bueno… espero que no.

Compré lo que necesitaba para comer y subí de nuevo al piso. Esta vez no dije nada al llegar, pues mi hermana ya se había ido… Pero Natalia seguía allí. Escuché gemidos, pero no eran suyos, las voces estaban en inglés. Mierda… el video porno. Me dirigí deprisa a mi habitación, y al pasar por el salón la vi. Estaba sentada, con las piernas cruzadas, vestida con esos diminutos shorts vaqueros de ayer y una blusa blanca que sus tetas mantenían tensa arriba y floja en la parte más baja, removiéndose inquieta mientras veía el video en el portátil. Me quedé helado. Ella me miró un momento, sonrío de un modo que me recordó lo mucho que necesitaba correrme y continuó mirando hacia la pantalla.

-No deberías estar viendo estas cosas – la amonesté.

-Anda ya, ni que fuera la primera vez que lo veo. Además es tu portátil y el video ya estaba puesto, así que debería ser yo quien dijera eso.

Ahí me había pillado.

-Ya, bueno… Al menos lo harás en compañía de un adulto – No sé por qué lo dije ni por qué me senté a su lado para ver porno. Sabía que estaba mal, pero era una dulce tentación echarme en el sofá junto a una zorra adolescente. Esa cría parecía tan…fácil.

  • Joder… que bien se lo pasa la rubia – Natalia se estaba mordiendo el dedo índice con disimulo. Cuanta provocación en un cuerpo tan pequeño. Poco a poco se fue arrimando a mí, cada vez más cerca, cada vez más calor.

-Como para no pasarlo bien, con lo que le están metiendo – Me di cuenta de que ella estaba deseando llevar aquella conversación tan lejos como fuera posible, y era mi intención darle todo lo que pedía.

-Ya… Qué envidia – Su cuerpecito se acomodó aún más a mi lado, frotándose con despreocupación y dejando su melena rizada junto a mí, rozándome la cara. Empecé a acariciar ese pelo de color miel, de una forma nada inocente. Y por la forma en que miraba de reojo el bulto en mi entrepierna, estoy seguro de que ella lo sabía.

-¿A ti te gustaría que te la metiesen? – Se lo pregunté en voz baja pero clara. Se puso tensa un instante y luego se relajó. Supongo que no se esperaba algo tan directo, así que se quedó callada. Sus hormonas revolucionadas ya habían respondido hacía un rato, pero quería oírlo de sus labios… Sus labios húmedos y entreabiertos.

Estaba disfrutando mucho con todo aquello, me gustaba el calor que desprendía su cuerpo menudo apoyado contra mi pecho, la suavidad de su piel… y sobre todo la incipiente dureza de los pezones a través de la blusa, haciéndose cada vez más clara la deliciosa evidencia de que no llevaba sujetador.

Mi mano paso de acariciar su pelo a agarrar la parte de atrás de su cuello, rodeándolo con mis dedos y apretando un poco. Cualquiera que no estuviese justo a su lado, como lo estaba yo en ese momento, no habría oído el quedo gemido que brotó de sus labios al agarrarla así.

-Te acabo de hacer una pregunta ¿Te gustaría que te la metiesen? – Esta vez se lo susurré al oído, rozando el lóbulo con mis labios. Sabía que el aire caliente deslizándose dentro de su oreja solo podía provocar una respuesta.

-Sí… Mucho… -  Me iban a reventar los vaqueros, pero hice un esfuerzo para contenerme. Subí mi otra mano para poner mi dedo índice en el lugar donde había estado el suyo momentos antes, aprovechando para rozar “accidentalmente” sus pezones. Lo apresó entre sus labios de fresa y pude experimentar la succión de su boca, anticipando el placer que me produciría en otras partes del cuerpo.

-Separa las piernas – No se lo pedí, fue una orden. Y obedeció al momento. Eso me gustó mucho.

Ahora que tenía las piernas abiertas, pude ver hasta qué punto llegaban sus ansias de exhibicionismo. Apenas un hilo de tela vaquera pasaba entre sus piernas, tapando su intimidad. No pude resistirme, lo agarré con los dedos, reduciéndolo a una fina línea y tiré de él hacia arriba, asegurándome de que sus labios vaginales lo engullían casi por completo. La idea pareció gustarle, pues sus gemidos iban en aumento, cada vez más profundos y prolongados. Al aflojar la tensión, la tela resbaló con facilidad fuera de su coño, totalmente empapada.

  • Eres una niña traviesa Natalia… y vas a chupármela – Otra orden, y no tardó ni dos minutos en escurrirse entre mis piernas hasta acabar de rodillas delante de mí. Aquella puta sabía a lo que venía.

Me desabroché el pantalón con impaciencia y liberé mi miembro completamente erecto.

-Jo-der… - Había sorpresa en sus ojos, que dio paso casi inmediatamente a una lascivia aún más intensa que antes. Caí en la cuenta de que le sacaba diez años y que a su edad mi pene ya llamaba la atención en las duchas del gimnasio. Y algo habría crecido desde entonces, probablemente nunca había probado algo así.

  • A qué esperas, ponte las botas guarra – No era mi intención hablarle así, pero no podía evitarlo. Me recordaba demasiado a aquellas chicas de mi instituto, cuyos novios eran unos gilipollas integrales, chulos con más músculo que cerebro. Ese era el tipo de tíos por los que aquellas chicas babeaban, buscando exhibirse como ganado para recibir un buen polvo.

La verdad es que no pude reflexionar mucho más, Natalia empezó a comerme los huevos, cosa que me encantaba. Sabía hacerlo, los embadurnaba de saliva y los succionaba alternativamente. Cuando terminó, exhibió una maestría chupándola impropia de su edad. Me pregunté cuántos compañeros de clase o tal vez incluso profesores habrían disfrutado de aquellos labios rodeándoles el miembro. La chica casi no tenía reflejos de vomitar y eso denotaba una dilatada experiencia. Quise probar hasta qué punto estaba dispuesta a ser sometida.

Hice fuerza, tal vez más de la que debería. Se la encajé hasta lo más profundo de la garganta, hasta notar que las arcadas llegaban a su boca. Trató de sacársela, pero fui más rápido y posando la mano en su nuca apreté hacia abajo con todas mis fuerzas, sin piedad, hasta que su nariz se aplastó contra mi vientre.

Recuerdo haberme sorprendido de que Natalia pudiese meter tanta carne en un espacio tan reducido.  Noté una calidad humedad en las ingles… lágrimas. Estaba llorando, y por alguna razón eso me incentivó no solo a mantener la presión en su nuca sino a cerrar mi mano en una garra que apresaba su pelo. Quería… No… Necesitaba aprovecharme de aquella situación, forzarla al máximo, convertirme en uno de esos gilipollas por los que su coño de adolescente con las hormonas en ebullición chorreaba.

Ahora lo entendía. Puede que no todos sus pretendientes fueran ese tipo de tío en un principio, pero eran su sumisión, su mirada lasciva y su provocación constante lo que convertía tratarla como un trozo de carne en un caramelo tan dulce que muy pocos rechazarían. De hecho, ella parecía disfrutar enormemente con ese rol, como descubrí muy pronto.

Finalmente deshice el agarre y aflojé la presión. Natalia subió rápidamente la cabeza y tomó una profunda bocanada de aire. Tenía el rímel corrido por la cara, que no era poco, dado lo mucho que sombreaba sus sugerentes ojos azules aquella cría. No puedo describir el placer que me produjo verlos anegados de lágrimas, rojos, con sendos regueros de color negro resbalando por sus mejillas.

Y aún a pesar de mi regocijo, me sentí un poco culpable.

-Perdona me he emocionado – Le acaricié despacio la cara, recorriendo el contorno de su barbilla con mis dedos. La veía respirar de forma entrecortada, temblando cada vez que exhalaba, y mientras continuaba mi recorrido, no pude evitar repasar sus labios. Carnosos labios de chupapollas.

Y entonces sucedió. Cogiendo mi mano con un gesto tímido, Natalia la desplazó lentamente de nuevo a su nuca y posó sus labios en mi glande, tan calientes que sentí como me quemaban.

-Más…Por favor

El tiempo que tardé en metérsela hasta los huevos, fue el que tardé en asimilar que aquella niña no solo no se quejaba, sino que había disfrutado de aquel abuso, había disfrutado de las lágrimas, las arcadas y la garganta llena de carne. Esta vez no me contuve:  La sacaba y la metía por completo en su boca, hasta golpear con mis cojones en su barbilla y más, me daban igual las arcadas o lo mucho que su cuerpo se contorsionase. Mis manos sujetaban su cabeza firmemente mientras disfrutaba de cómo se me derretía la polla en esa boca adolescente.

Me di cuenta en ese momento de que no iba a ser su príncipe azul. Sería tan solo otro cabronazo que se había aprovechado de aquella niñata falta de atención. No iba a hacer nada por ella, más allá de follármela una, dos o las veces que fuera. ¿Soy una mala persona? Puede, pero en ese momento ese pensamiento solo me excitaba aún más.

Cuando me quedé a gusto le puse de pie. Tenía toda la cara llena de babas y el pelo bastante revuelto. Me pareció que estaba preciosa.

-Ven aquí – No le dije nada más, solo tiré de su brazo bruscamente y la pegue a mi cuerpo para plantarle un buen morreo en los labios. Le metía la lengua todo lo que podía, regocijándome con aquel pecado que mi hermana me había traído a casa.

Le saqué los pantalones con fuerza, de un solo tirón, tampoco es que hubiera mucho que sacar. La dejé totalmente desnuda y miré durante un instante su sexo totalmente depilado. Dios bendiga al porno y su influencia en las nuevas generaciones. Mis testículos comenzaron a palpitar cuando observé las viscosas gotitas de fluidos vaginales que resbalaban por el interior de sus muslos. Estaba encharcada y la seguridad de lo que iba a pasar sobre aquel sofá me ponía fuera de mí.

Tan solo un empujón, usando las puntas de mis dedos, bastó para echar su delicado cuerpo sobre el sofá. No dije nada, solo la miré a los ojos. Aquella guarra no dejó de mantenerme la mirada mientras abría las piernas lentamente y se sujetaba los muslos con las manos, quedando completamente ofrecida. Ella también estaba segura de lo que iba a pasar, lo veía en sus ojos y en la forma en que se relamía el labio superior, exageradamente despacio.

Me dejé caer de rodillas en el borde del sofá y el tronco de mi polla azotó su bajo vientre. Con lentitud, saboreando cada instante, me la agarré y la situé en la entrada de su vagina desbordante de fluidos.

-No eres virgen – No se lo estaba preguntando, era una afirmación. Era evidente que se había comido pollas a pares. Y quienes quiera que fueran los cabrones a los que se lo había hecho, no podían haberse ido sin probar a llenarle el chocho antes.

-No… - Estaba claro.

-No tengo condones – Sí que tenía, pero estaban en mi habitación y yo estaba allí.

-Da igual

Y vaya si me dio igual. Me dio absolutamente igual.  Se la metí hasta el fondo de un solo empujón. Pegó un grito que se tuvo que oír en todo el edificio. Y a ese le siguió otro, y otro más, era de las que hacían mucho ruido y eso me encantaba. Supongo que ayudaba el hecho de que yo no parase de bombear como un martillo neumático. Toda fuera, toda dentro. En eso se pueden resumir los primeros 10 minutos.

La reventé sobre el sofá, contra la pared, en la alfombra y sobre la mesa. Cuando las piernas le fallaban la agarraba fuerte del pelo, obligándola a levantar la cabeza y mantener el cuerpo erguido. La verdad es que el desenfreno del momento hace que mis recuerdos sean borrosos. Sé que la agarré del cuello en un momento dado, desde atrás. Apreté tan fuerte que dejó de gemir, creo que le corté la respiración.

-          ¿Te gusta vestirte como una puta, verdad niñata? ¿Quieres convertir a mi hermana en una zorra facilona como tú?

No podía hablar, apenas podía respirar. Pero asintió. La muy guarra lo reconoció sin ningún pudor. Le solté un bofetón, no pude evitarlo, sentí que necesitaba una lección.

Craso error, descubrí que eso la ponía a mil y se sucedieron decenas de bofetadas más, cada una más salvaje que la anterior, hasta que sus mejillas quedaron totalmente rojas y los golpes perdieron su intención original.

Su manejable peso nos permitió nuevas y creativas posiciones. Podía sostenerla en el aire agarrándola de sus piernas abiertas y ella casi no necesitaba agarrarse a mi cuello para mantener el equilibrio. En esa postura empezó a susurrar en mi oído.

-Más, más adentro, quiero que me salga por la boca – Menuda perra, me estaba volviendo loco con su forma de hablar y no se callaba – Párteme en dos, revienta a la amiguita de tu hermana.

Eso ya era demasiado, no podía más, me iba a correr y se lo dije.

-          Hazlo dentro – jadeó mientras la seguía jodiendo casi en el aire.

-          ¿Tomas pastillas?

-          No… Pero da igual… llénamelo, descarga en mi coño

-          Natalia, no puedo… - Reduje el ritmo, pero no paré, aún me quedaba un resquicio de racionalidad

-          Sí puedes, córrete dentro, lo estás deseando – No sé si fue el tono o que lo dijo mirándome a los ojos con cara de salida, pero el caso es que la racionalidad se esfumo. Me corrí, y una vez empecé, me aseguré de quedarme a gusto. Le metí hasta el último chorro por el coño con mi rabo enterrado en ella por completo.

Después de eso me quedé un rato descansando sobre el sofá.

-          Esto ha sido una locura – me sentía un poco culpable

-          Ha sido genial – ella no – y tenemos que repetirlo

La miré, respiraba pesadamente, igual que yo, pero parecía totalmente satisfecha.

-          ¿Cuánto tiempo te vas a quedar?

-          Toda la semana

Sonreí. Mi polla ya había tomado la decisión por mi.