Duda, certeza, confusión, certeza, duda
Nota del autor: relato basado en una terrible pesadilla.... pero, como dice Descartes, debemos dudar de todo, pues de lo único que no podemos dudar es de que dudamos.
DUDA, CERTEZA, CONFUSIÓN, CERTEZA, DUDA
"¿En qué ayer, en que patio de Cartago cae también ésta lluvia?" "Llueve", Jorge Luis Borges.
"La correcta comprensión de una cosa y la incomprensión absoluta de la misma cosa, no se excluyen recíprocamente" "El Proceso", Franz Kafka
I
Volvíamos de cierto lugar, no sé de cuál. Los recuerdos son confusos y se mezclan continuamente con otros. Tampoco recuerdo hacia donde volvíamos. En realidad, no debe parecer extraño o, al menos, no debería.
Lo que sí recuerdo perfectamente es la sinuosidad de la carretera, la niebla, los morros y los camiones. También la noche. Recién habíamos pasado por Santo Amaro da Imperatriz y nos dirigíamos a Águas Mormas, plácidamente y sin preocupaciones, a pesar de encontrarnos en una ruta perdida en la noche. No sé que hora sería en ese entonces. La voz de Ebe Stignani y de Mirto Picchi era nuestro sonido cercano en ese entonces, pues siempre fuimos fanáticos de Norma.
De repente, sucedió algo extrañísimo, aunque en ese entonces no lo pareció. Nos encontrábamos en otra ruta, en el Camino Blanco que une La Plata con Ensenada. Lo reconocimos por intuición, no por racionalidad. Nos resultó lógico, aunque la ópera ya no existía.
El camino estaba oscuro, a pesar de las luces que adornan el borde izquierdo de este. Son como fósforos o velas que le dan la espalda a cierto lugar que desconocemos físicamente.
Plácida y calladamente la ruta era interminable. La calma se quebró cuando un auto, nos sobrepasó, aunque en ese mismo instante choca contra una de las luces. El auto explota, y la luz se desintegra a nuestros ojos, peligrosamente y muy cerca de nosotros. El tiempo pareció detenerse, quizá transcurría más lentamente. El farol ardía, y los hierros se retorcían, descendiendo e intentando alcanzarnos. El espectáculo era fantástico, aunque lo sentía peligroso y aterrador.
Salimos rápidamente de nuestro vehículo, y nos apartamos de la ruta, dando unos pasos hacia la derecha, con la certeza de que el parque Martín Rodríguez se encontraba allí. A partir de ese momento, todo estaba oscuro, pues las luces no existían, y nuestra visión era nula. Tomamos silenciosamente la decisión de avanzar hacia dentro del parque.
Yo fui el primero que cruzó la zanja fétida, donde el agua me llegaba hasta las rodillas. Mi hermana y mi padre cruzaban junto a mí. En ese momento, su presencia no me llamó la atención, me parecía natural.
Nos adentramos rápidamente en el bosque, mientras amanecía (tal vez oscurecía, no estoy seguro). Teníamos hambre y sed, y queríamos llegar al otro lado del parque para pedir ayuda.
Caminamos ansiosamente bastante tiempo cuando encontramos una gran construcción, aparentemente abandonada. Parecía un comedor, quizás un quincho. Observamos detenidamente y llegamos a la conclusión de que estaba abandonado hacía muchos años.
Mientras avanzamos hacia él, pensando que acaso hubiera alimentos dentro, vimos con sorpresa los huesos de lo que indudablemente había sido un hombre. De repente, vimos varios más. Con decisión, y con cierto nerviosismo a la vez, decidimos acercarnos a una de las ventanas laterales, para observar que se podía ver hacia dentro del edificio.
Y allí, en ese momento y en ese lugar, notamos algo que acaso me ha marcado para siempre. Aún hoy me resulta aterrador. Vimos a dos mujeres cocinando, que estaban muertas y vivas a su vez, en estado de putrefacción. No sé como supimos en seguida que eran cadáveres. Una de ellas nos sonrió cínicamente, entonces miramos para otro lado. Repentinamente vimos que el lugar estaba lleno de ese tipo de seres, que, rodeándonos, nos miraban extrañados.
Petrificados, no supimos que hacer (o no pudimos hacer), y sólo esperamos, sin gritar, sin decir una palabra, sin pensar en nada.
II
No recuerdo nada más, solo que me encontraba en Ensenada, en mi casa, preparando un asado junto a mi hermano y mi madre. No pregunté nada, y ninguno mencionó nada, aunque los tres nos mirábamos con sorpresa, confundidos, como no comprendiendo que sucedía. Desde allí, no he visto a mi padre ni a mi hermana, y es algo que me llena de intriga a mí y, seguramente, también al resto de quiénes nos conocen.
Volví al parque, y no había nada de nada. Todo era normal. Decidí olvidar y seguir normalmente, aunque siempre me asaltará la duda de qué fue lo que sucedió en ese día, noche, o lo que haya sido. Aun añoro esa última experiencia con mi padre y mi hermana...
Dedicado a Hebe S.C., mujer de quién secretamente estuve (y aún estoy) profundamente enamorado, y con quién compartí momentos maravillosos en San Luis