Duchas morbosas
Las lagunas legales de una ley política provocan que unos gamberros puedan acudir a las duchas de un centro educativo junto a las chicas. Contiene parodia y escenas lésbicas.
Esto es un total abuso-protestó una de las chicas.
- ¡Una vergüenza!, ¡no entiendo cómo se puede consentir una cosa así! -añadió otra compañera, lanzando una mirada furibunda a los que se hallaban sentados en el banco, que al parecer encontraban la situación súper divertida porque no paraban de reírse y burlarse, intercambiando codazos y comentarios por lo bajo.
Nerea creía que aquello no podía pasar. Había seguido las últimas noticias por la televisión, había asistido atónita a los estúpidos debates en los que se enzarzaban los miembros del gobierno y sus consejeros; y cómo aquella joven mujer había hinchado el pecho orgullosamente ante los medios por la aprobación de la nueva ley de Igualdad.
-Calmaos, chicas-les aconsejó Raquel, arrojando el macuto con fuerza contra la pared, aunque el sosiego de su voz fue sepultado por nuevas carcajadas burlonas. La chica se armó de paciencia y les hizo un gesto a las demás para que se reunieran a su alrededor, como si se dispusiera a transmitirles nuevas instrucciones para un partido de baloncesto.
-No podemos consentir este atropello, Raquel-sostuvo Rocío, lanzando una nerviosa mirada a sus espaldas. Nerea asentía en silencio, comprendiendo la desesperación que se reflejaba en el rostro acalorado de su compañera. Rocío era la chica que mejores curvas poseía, su redondeado trasero y sus pechos generosos despertaban el anhelo carnal de todos los demás chicos e incluso algunos profesores.
- ¿Y si nos vamos? - propuso Gemma, con un brillo esperanzado en sus ojillos negros y pequeños. Las demás chicas secundaron la propuesta con un ademán de la cabeza, pero Nerea negó levemente con la suya.
-Ya sabéis cuáles son las normas de higiene y limpieza del centro-replicó Nerea, chasqueando la lengua, disgustada. La ciudad podía hallarse en mitad de un maldito desastre y caos social, pero eso no impedía que el centro quisiera presumir de la imagen de sus internos.
- “Debemos demostrar una imagen clara, limpia y adecuada de nuestros estudiantes”-les recordó Nerea, que se había leído el Estatuto de los Estudiantes, un proyecto irónico, ya que les había sido impuesto desde los puestos directivos sin consultar con ningún estudiante, y rezumaba por doquier un tufo machista.
-Sí, pero ¿qué diablos vamos a hacer? -estalló Paula, indignada. Su baja estatura provocaba que la chica tuviera un aspecto regordete, pero su mal genio era capaz de acallar cualquier calumnia que se atrevieran a lanzarle.
-Podríamos unirnos y expulsarles-propuso Carla-al fin y al cabo, somos doce y ahí sólo hay cuatro.
Carla era la chica que más fuerza poseía en el grupo, sin embargo, su estilizada figura le proporcionaba cierta elegancia y delicadeza en sus movimientos. Nerea la había visto con un vestido, y aquella chica se movía casi como un cisne.
-No, eso es lo que me temo que están buscando-respondió Nerea, arrugando el entrecejo y con un mohín de disgusto en sus labios finos-si armamos bronca, al final seremos nosotras las castigadas.
- ¿Entonces? -insistió Gemma, ante un estallido de vítores entre los que se habían apoderado del banco.
-Hay duchas suficientes para todas, pero usaremos solo la mitad y por parejas-propuso Nerea. Aquella era la parte fácil del plan, ahora tenía que conseguir que asumieran las complicaciones.
-Solo hay una ducha con pestillo-intervino Carla, y Nerea asintió.
-Sí, esa se sorteará. En realidad, todas deben ser sorteadas, y una de las parejas ha de…, actuar como cebo.
- ¿Cebo? -repitieron las demás, al unísono. Nerea se aclaró la garganta, sintiéndose presionada.
-Actúan como animales, de forma instintiva casi, solo están aquí para molestarnos y aprovecharse de estas malditas lagunas legales, y ahora tenemos que confrontar la situación. Si les enseñamos lo que quieren, dejaran en paz al resto-explicó Nerea, intentando sonar convincente.
Las demás chicas intercambiaron miradas dubitativas.
-Yo seré una de las que actúen como cebo-se ofreció Nerea, inspirando profundamente. No se sentía para nada como una heroína, ni pretendía serlo, pero sabía que solo de esa forma, tal vez las otras compañeras accedieran.
- ¿Y si no se conforman con ver solo a una pareja? -replicó Gemma. Nerea la observó. Gemma era una chica astuta y perspicaz, que se movía en función de sus intereses. Evidentemente, reconocía en la estrategia de Nerea la oportunidad para esconderse y salir indemne de la situación.
-El cebo deberá ser convincente para aplacarlos-le respondió Nerea.
Hubo nuevas protestas y réplicas entre ellas, pero Nerea sabía que al final acabarían cediendo. Y más cuando les confesó el resto de la estratagema que había ideado.
Muchos colectivos y asociaciones, pese a las contemplaciones y objeciones señaladas al gobierno, habían rechazado la aprobación de la ley. –“Si observamos algún tipo de incoherencia o de debilidad en nuestra propuesta, no duden que actuaremos para subsanarla inmediatamente”-había insistido la ministra.
-Maldita igualdad-refunfuñó Nerea, mientras las chicas procedían a sortear quién sería la pareja de Nerea y las que irían a ocupar las diversas duchas.
La situación, allí fuera, en las calles, era cada vez más insostenible. La ciudad se veía afectada por sucesivas oleadas de violencia nocturna, protestas y cargas policiales se sucedían iluminadas por las llamas de contenedores y el reflejo de cristales rotos. Asesinatos, secuestros, violaciones, agresiones y asaltos a hogares de gente indefensa…, parecía que el mundo se iba al traste.
Y no solo sucedía en esa ciudad, otras muchas del país también se veían afectadas por aquella marea virulenta. Era cierto que la situación económica era grave, y el malestar de los ciudadanos palpable, pero ¿hasta qué punto?
Nerea, por primera vez desde que entró a los vestuarios, se atrevió a lanzar una mirada a la jauría que se enardecía mediante comentarios obscenos y aplausos. Iban ridículamente disfrazados, con pelucas, coloretes en las mejillas, uñas pintadas, o globos camuflados bajo las ropas simulando senos.
-Vamos, chicas, ¿os venís a las duchas o qué? -escuchó que decía uno de ellos, Rubén, uno de los más bravucones. Nerea sostuvo su mirada, altiva e indolente, de aquel joven por el cual una vez había llegado a sentirse hasta atraída. Los ojos verdes y grandes del chico parecieron recordar los momentos pretéritos, pues enseguida desvió su mirada y se volvió hacia sus compañeros.
- Yo voy contigo-señaló Rocío, con un hilillo de voz, observando a Nerea. Esta asintió con la cabeza y le pasó el brazo por los hombros, intentando consolarla.
-Todo saldrá bien, ya lo verás-le comentó al oído.
Nerea ignoró las miradas apenadas y desconsoladas de las demás, exceptuando la triunfal que mostraba Gemma, a la cual le había tocado la del pestillo, y fracasaba en su intento de mostrarse compasiva con Nerea y Rocío.
-Quitaos la ropa, la metéis en los macutos y os introducís en las duchas en ropa interior. Nosotras-indicó Nerea con un gesto de la cabeza-lo haremos ya desnudas, así atraeremos su atención. Y no tardéis mucho.
Las demás aceptaron las indicaciones de Nerea, y se separaron para dirigirse a sus respectivos macutos. Rocío se movía resignada, y parecía hasta a punto de romperse a llorar, de la furia que amenazaba con estallar dentro de su pecho.
-Cálmate-le susurró Nerea, mientras se desprendía de los pantalones y provocaba una ovación, ya que los chicos debían haber visto el asomo de las braguitas moradas que llevaba. Agradecía para su fuero interno no haber elegido ese día alguna prenda interior que fuera demasiado provocativa.
- ¿Por qué nosotras? -refunfuñó Rocío, mientras se quitada la camisa blanca y reprimía el gesto protector de ocultarse el sujetador negro.
-Tenemos que cuidarnos entre nosotras, si no, ¿quién lo hará? – replicó Nerea, intentando sonar convincente. Rocío la miró, afligida, y asintió levemente.
-Vamos, chicas, que hace frío aquí, ¡necesitamos un poquito de calorcito aquí! -exclamó Marcos, levantándose del banco e improvisando un ridículo baile, agitando descaradamente el culo.
Nerea lanzó un quedo suspiro. Marcos era un chico inteligente y avispado, pero se dejaba llevar con demasiada facilidad, y cedía rápidamente a los caprichos de los demás con tal de agradar a sus compañeros. Intentaba paliar esta flaqueza mediante payasadas y tonterías que realizaba para encandilar al resto de la pandilla.
Una nueva ovación sacudió la habitación cuando al mismo tiempo Nerea y Rocío se desprendieron de los pantalones, quedándose en ropa interior. Nerea lanzó un rápido vistazo a las demás chicas, y observó que algunas de ellas, como Ana, la más tímida del grupo, bajita y con carita angelical, aún no se había quitado ninguna prenda.
Nerea supo que necesitaban un mayor apoyo y, por ello, conteniendo la respiración, se aferró con ambas manos el borde de sus braguitas y se las bajó de un tirón, sintiendo casi como el corazón se le iba a escapar por la boca.
- ¡Menudo culamen se gasta la Nerea!, ¡y parecía que no! -se jactó Juan, el más zafio del grupo. Grosero, bravucón, problemático en las clases; su aviesa mirada de ojos verdes y maliciosos reforzaba los malos modos de aquel chico. Sin embargo, Nerea creía que, bajo aquella capa, se escondía alguien que solo buscaba encontrar un hueco en un mundo que no comprendía.
-Anda, date la vuelta, que te veamos ese conejito, que aquí hay una buena zanahoria para alimentarlo-añadió el grueso y robusto chico, señalando obscenamente el bulto que alzaba la chillona falda que llevaba puesta.
Nerea ignoró sus comentarios y observó a Ana, sosteniendo su mirada e intentando transmitirle seguridad y confianza. Con un silencioso gesto, Ana entendió, y procedió a desvestirse, sabiendo que ahora la atención recaía en Nerea y Rocío.
-Deja que te ayude-dijo en voz alta Nerea, buscando el broche del sujetador de Rocío y procurando no darse la vuelta. Pretendía, ante todo, conservar el máximo tiempo posible el resquicio de orgullo que le quedaba, privando a los depravados que las observaban de la imagen de su coñito.
-Tenemos que seguir llamando su atención, déjales que te vean las tetas a su antojo-indicó Nerea al oído de Rocío, mientras sus temblorosos dedos liberaban la prisión de las tetas.
Comprendiendo el instintivo gesto protector de Rocío al sostener las copas del sujetador negro, Nerea alcanzó sus manos y las guio con delicadeza y afecto hacia los costados. Al hacerlo, durante una fracción de segundo, acarició con el dorso la curvatura de los senos de Rocío, sintiendo su esponjosidad y calidez, y fue la primera testigo visual de sus pezones afilados y rosados, rodeados de unas amplias areolas.
Los mirones corearon y aplaudieron salvajemente cuando las tetas de Rocío quedaron libres, orgullosas, turgentes y desafiantes, pues aún poseían el vigor de la juventud y batallaban incansablemente contra el tirón gravitatorio.
Afuera, ya solo quedaban Ana y Carla, la última ya en ropa interior, aguardando a su compañera de ducha. Nerea y Rocío intercambiaron una mirada, comprendiéndose y amparándose. A cada paso que daban, se sentían más y más vulnerables frente a la jauría de lobos hambrientos que las devoraban con la mirada.
Nerea contempló el compartimento de la ducha, y sintió como la desazón la golpeaba. Su arriesgada estratagema le parecía muy ridícula ahora. Se sentía muy incómoda al saber que muy pronto estaría regalando a los desgraciados mirones un espectáculo exuberante.
Rocío, intuyendo la aflicción de su amiga, decidió ofrecerle un poco de apoyo, e inclinó su espalda para resaltar la curvatura de sus nalgas redondas y permitir que sus tetas colgaran indecentemente. Tras esto, y manteniendo esa incómoda postura, cerró los ojos y se zafó del tanga negro cuyo hilo había permanecido seductoramente incrustado entre sus nalgas morenas y carnosas.
Ya desnuda, y con las mejillas ruborizadas, guiñó un afectuoso ojo tanto a Nerea como a Ana, y caminó con ritmo hacia la avergonzada Ana, que la miraba con ojos atónitos y permanecía paralizada, aferrando el borde de sus pantalones.
Su desconcertante determinación impresionó incluso a los bravucones que se hacían pasar por chicas, enmudeciéndolos durante unos instantes. Parecía que ni ellos mismos daban crédito alguno a lo que veían sus ojos.
En más de una ocasión, en la que las drogas destacaban por su presencia, habían intercambiado obscenos comentarios entre ellos sobre sus compañeras de clase, especialmente sobre Rocío, y se confesaban jubilosos como se habían tocado fantaseando con su cuerpo.
Hacía dos noches, cobijados en su cubil tras corretear por la ciudad embozados y destrozar los cristales de las casas y pisos que elegían caprichosamente, Guille les había expuesto su plan, aprovechándose de las lagunas legales de la nueva y desconcertante ley propuesta. Los demás al principio se lo tomaron a broma, pero casi todos se pajearon aquella noche imaginando el espectáculo espumoso de las tetas de aquella chica en sus cabezas.
Guille les había planteado aquel plan como otra gamberrada más, y ni él mismo había llegado a creerse que vería a alguna chica sin ropa. Creía que se escandalizarían y armarían un buen jaleo, y ellos se excusarían argumentando que actuaban según la ley, ya que al “sentirse como mujeres, legalmente podían actuar como mujeres, ocupando los espacios reservados para ellas”. Luego, ante cualquier intento de réplica, pensaba añadir el astuto chico que había realizado una cita textual de las palabras de la ministra, y se regodearía en su interior ante la ineptitud demostrada por los gobernantes.
Le habían otorgado el espacio central del banco, reconociéndolo de nuevo como líder del grupo, y por una milésima de segundo, estuvo a punto de arrojar de su sitio al flacucho Marcos, que se encontraba en la esquina del banco más próxima a Ana, y hacia donde parecía dirigirse la desnuda Rocío.
Rocío intentaba no pensar en la quemazón que sentía de las miradas de aquellos brutos, y resistió estoica el impulso de taparse y acuclillarse en una esquina u ocultarse en las duchas. En su lugar, prefería mantenerse valerosamente firme y socorrer a Ana.
-Pero, ¡tú has visto eso, hermano!, está buenísima, tío – comentó ufanado Juan, alias el Gordito, lanzando un codazo contra las costillas de su compinche Guille.
-Uf, y espera, que ahora viene la otra-añadió jocoso el bravucón, volviendo sus ojos hacia Nerea.
-Venga, Ana, no te demores-la apremió Rocío, apretando suavemente una de sus manos y acompañándola hacia el compartimento de la ducha.
-Pero, pero…, estáis las dos…desnu…-expresaba Ana, ruborizada-perdonadme, Ro, soy una cobarde, debería unirme a vosotras-se apresuró a añadir, llevando una de sus manos hacia el broche del sujetador y deteniéndose frente a la ducha.
Nerea sonrió, orgullosa, al observar por el rabillo del ojo el insólito coraje mostrado por Ana. Era cierto que Ana podía ser la más temerosa y asustadiza de todas, pero ante las injusticias, era capaz de apartar sus titubeos y miedos, y encararlos con entereza.
Influida por su coraje, Nerea quiso atraer hacía sí la atención de aquellos indeseables, y optó por enfrentarlos, sin tapujos, desabrochándose el sujetador y mostrándose tal cual era.
Sin embargo, fue incapaz de resistir un súbito temblor que sacudió sus prietos muslos, al sentirse capturada dentro de la mezquina oscuridad de las pupilas de Guille. El chico incluso se permitió sonreír burlonamente ante la expuesta desnudez de ambas chicas.
-Rocío te gana de calle, Nerea-le soltó el Gordito, riéndose con crueldad manifiesta, secundado por sus compinches.
La aludida reprimió una mueca de rencor gracias a que Rocío se encontraba a su lado y le transmitía afecto a través del contacto de sus manos entrelazadas. Pese a ello, Nerea reconocía que aquellas hirientes palabras encerraban una gran verdad.
Nerea era de complexión delgada, con curvas menos sugerentes y destacadas, sus pechos asemejaban la forma de pequeños conos puntiagudos, e incluso la finura y delicadeza de sus cejas y la graciosidad de su nariz se veía eclipsada por la leve prominencia de los pómulos. Rocío, por su parte, poseía un cuerpo más robusto, acorde a sus formas, y su rostro parecía haber sido esculpido con esmero y cuidado. Ninguna tara era apreciable en su faz ovalada y angelical, y la cristalina sonrisa de sus labios era capaz de eclipsar todas las miradas.
Nerea, en su línea, había proporcionado a su cabello azabache y liso un aspecto rebelde y moderno, ya que se había rapado el lateral derecho y dejado crecer sobre este una media melena que le llegaba a la altura del lóbulo. Su compañera prefería mantener su cabello acariciando los hombros, destacando la hermosura de la cabellera áurea y vetada con trazas carbonadas.
Ni si quisiera se asemejaba a Rocío en el valle de los sexos: frente al bosquecito con aspecto áspero y enrizado de vello negro de Nerea, destacaba el cuidado y rectangular boscaje azabache de su compañera, pero con finísimos ribetes dorados.
-Vamos- se dijeron en silencio, mirándose a los ojos. Tal vez solo ahí podía destacar Nerea, y es que ella poseía una deslumbrante mirada de pupilas pinceladas con una mezcolanza verde, frente a los de Rocío, negros y grandes.
Nerea se estremeció, al apartar la mirada de su compañera y encaminarse hacia la expuesta ducha. ¿Tenía a su vez Rocío la sensación de que eran como unas indefensas corderas que se introducían cándidamente en el matadero? Por un momento, Nerea flaqueó, sufriendo un leve ataque de pánico, pero Rocío la calmó al abrazar su cintura con la mano.
- ¡Uy!, ¡Ro!, esa manita la carga el diablo- señaló con mofa el Gordito, al percatarse de como la mano de Rocío se posaba sobre el culo respingón de su amiga. La propia Nerea se sintió desconcertada e interrogó con la mirada a Rocío, pero esta le guiñó el ojo y replicó en voz alta:
-Si fuerais realmente chicas, no tendríais nada de qué preocuparse. Pero claro, siendo unos simios, debéis estar asustados de mostraros como sois realmente entre vosotros-añadió, burlona.
Nerea le lanzó una mirada preocupada, advirtiéndole de que no era demasiado prudente herir en el orgullo a esos brutos que se las comían con los ojos, pero parecía que Rocío quería plantear por su cuenta otras reglas del juego.
La pandilla de golfos, por primera vez, se calló, mientras Rocío accionaba la manivela de la ducha y liberaba una cascada de agua cálida sobre el cuerpo de ambas. Ahora, solo reinaba el ruido del agua precipitándose, arrastrando la espuma del cuerpo de las chicas, liberando volutas de vapor que se condensaban en las ventanas de los aseos y las gafas de Marcos, como si pretendieran defender la desnudez femenina.
Con fastidio, Marcos se quitó las gafas y se limpió las lentes, y al volver a colocárselas, casi creyó que su miopía le estaba jugando una mala pasada.
Rocío se había colocado detrás de Nerea, y le estaba enjabonando todo el cuerpo con detenimiento: los ojos del chico no se despegaban de como la esponja se enroscaba en los pezones de la chica, ni como el reguero de espuma se precipitaba por el vientre hasta estrellarse en el valle de su entrepierna.
¿Era el único que creía que la chica estaba jugando con ellos? Rocío iba alternando entre aproximar sus labios casi hasta el lóbulo de su compañera y observarlos a ellos con un aparente brillo desafiante.
-Vamos, chicas-les dijo, con cierto retintín en su voz- ¿no vais a darse un remojón?, parecéis un poco acaloradas-añadió, mientras una mano revoloteaba sobre el valle de Nerea.
Gordito pareció captar la mofa de Rocío y apenas contuvo el impulso de levantarse.
-Tal vez necesiten sentirse más sudorosas-comentó Nerea, tendiendo su rostro hacia el de Rocío. Los chicos contuvieron el aliento al contemplar como casi los labios de ambas parecían encontrarse.
Ambas parecieron entenderse sin necesidad de palabras, ya que intercambiaron las posiciones, provocando una marea de suspiros entre los depravados. Nerea no había sido capaz de reunir el coraje de Rocío, y mientras su compañera la había estado enjabonando, había optado por desviar sus ojos.
Agradecía aquel intercambiado. Se sentía extrañada y desconcertada. Los mirones tal vez no se habían percatado, pero en todo momento, Rocío había estado masajeando su espalda con sus tetas, y el tacto endurecido de sus pezones la había agradado, y provocado un turbador escalofrío.
Asimismo, casi había deseado por un instante acariciar los labios de Rocío con los suyos, encandilada, como si estos la hubieran estado llamando en silencio, rogando su recibimiento.
Nunca, estaba segura, había sentido algún tipo de impulso lésbico, pero en esa ocasión, con la tan cercana presencia de Rocío, transmitiéndole firmeza y valor, y ahora exponiéndose al escrutinio vicioso de los mirones, asumiendo sin pesar alguno los riesgos y sus despreciables reacciones, la contemplaba asombrada.
Ella había orquestado toda la estrategia para librarse lo antes posible de la indeseable situación en la que se encontraban, y pese a que se había esforzado en permanecer inflexible y decidida, estaba segura de que, sin el apoyo, la presencia y el sacrificio de Rocío, se hubiera rendido mucho antes.
-Venga, bribona, dales un buen espectáculo-le susurró Rocío, volviéndose un poco hacia Nerea.
La chica asintió con la cabeza, y echó un buen chorro de gel en la esponja. Rocío llevaba un buen tiempo musitándole comentarios subiditos de tono. “Qué culito tan respingón tienes”, “me gusta el tacto de tus pechitos”, “no sabía que tenías este lunar en el cuello” …
Hasta ese momento, Nerea creía que todo aquello lo decía Rocío para impulsarla, para estimularla a continuar con el teatrillo, pero ahora, la muchacha tragaba saliva mientras tendía sus manos mojadas aferrando la esponja hacia la turgencia de los senos de Rocío. Sí, ahora comprendía que Rocío no había acariciado sus pechitos al descuido, sino que sus acciones escondían una faceta más profunda.
En ese momento, Nerea comprendía que se estaba sintiendo excitada, y aquello la asustaba y la enardecía al mismo tiempo. Y el fulgor en los ojos de Rocío le transmitían que ella compartía las mismas sensaciones.
¿Cómo podía estar sintiéndose cachonda en medio de aquel ultraje?, ¿sería acaso la combinación morbosa y humillante de las miradas y comentarios de aquellas bestias y la dedicación y el cuidado manifestados por Rocío?
Nerea estrujo la esponja sobre las tetas de Rocío, blanqueándolas con su suave y bulliciosa espuma, al tiempo que rozaba con sus dedos el contorno mullido y amelocotonado de los senos.
Era la primera vez que sentía en la palma de sus manos el tacto de otro pecho, y no le desagradaba en absoluto. Tenía un toque especial y muy distinto a cuando había magreado el pecho del que había sido su novio durante casi medio año, pero había pasado tanto tiempo desde que no apreciaba un tacto así, que sentía mucho más real el de su amiga.
Rocío, sin mediar palaba con Nerea, distanció sus muslos lo suficiente como para que, llevando su mano hacia el culo de Nerea, animarla a colar uno de sus muslos entre los suyos.
-Y pensar que eráis unos machitos-se burló Rocío, mientras restregaba su entrepierna contra la pierna de su compañera.
Sus palabras fueron como un detonante para la pandilla, y no le extrañó ver que Guille y Gordito, disputándose el liderazgo del grupo, se levantaban y se aferraban sus propios miembros, que destacaban abultadamente sobre las faldas.
- ¡Joder, hermano!, ¡no creía que eras tan zorrita, Rocío! -exclamó jubiloso Gordito, metiendo la mano bajo la falda y sacudiendo obscenamente su hombría.
-Venga, machitos, enseñadme esa hombría, lo estáis deseando-añadió Rocío, mordiéndose ligeramente el labio inferior.
Los demás compinches se miraron entre sí, e imitaron a sus compañeros, tocándose con descaro ante las chicas desnudas.
En ese momento, Rocío cogió una de las manos de Nerea, y la llevó hasta situarla sobre su propio coño, aplastando sus dedos sobre su expuesto sexo.
-Vamos, descubrid vuestras pollas-los animaba Rocío, en un tono que hubiera encendido incluso a un eunuco.
Los chicos apenas parecían razonar, y se tiraron de las faldas casi hasta desgarrarlas, y en apenas medio minuto, Nerea y Rocío se enfrentaron a cuatro mástiles carnosos y rematados por unos bulbos morados.
- ¡Ahora, chicas! -exclamaron Nerea y Rocío, casi al unísono.
De súbito, las cortinas de las duchas se descubrieron, y dirigieron las alcachofas de las duchas hacia el grupo de jóvenes, que manotearon inútilmente y se empujaron entre ellos para cubrirse de aquel ataque de agua fría que les lanzaban.
¡Seréis zorras!, ¡esto os va a costar caro! -gritó furioso Guille.
¡Quejaos si os atrevéis!, que enseñaremos a todos el vídeo que os ha hecho Clara con su cámara acuática pajeándoos como monos! - les soltó a bocajarro Ana, súbitamente envalentonada.
¡Maldita sea!, ¡todos fuera, ya! -ladró Guille, y se precipitó el primero hacia la salida, mientras las chicas se burlaban de ellos.
¡Hemos triunfado, chicas! -exclamó jubilosa Rocío, cogiendo de las manos a Nerea y recibiendo los vítores y aplausos del resto.
¡Nada de esto hubiera sido posible sin ti, Nerea! -señaló alegre Rocío, abrazando a su amiga sin importarle ni por asomo la desnudez de sus cuerpos.
Prosiguieron un buen rato comentando el éxito de la estratagema, y una a una, fueron vistiéndose y marchándose del vestuario, quedando únicamente Rocío y Nerea en el lugar, vestidas con la ropa interior y sumidas en sus propios pensamientos.
-Te equivocas-comentó Nerea.
¿Cómo?
Has dicho que, sin mí, no podríamos haberlo consigo. Falso. Sin ti, no habría tenido el arrojo de…
-Lo hubiera repetido, una y otra vez, Nerea, ¿lo entiendes? – le confesó Rocío, mirándola con seriedad. La joven se estremeció, percibiendo el sentido de aquellas palabras.
Por eso, cuando Rocío fue aproximándose poco a poco hacia ella, Nerea no hizo amago alguno de alejarse. Ni cuando las manos de su amiga se posaron en sus hombros, ni cuando sus labios se fueron aproximando hacia los de Nerea, que permanecían ligeramente abiertos, temblorosos y expectantes.
-Supongo que, pese a todo, mereció la pena, ¿no?
En ese momento, intercambiaron un tímido beso, delicado y cálido, y ambas estaban seguras de que, por nada del mundo, deseaban que aquel contacto finalizara.