Ducha Helada
Rescatando este relato del olvido.
El autor era Vudú blanco, y he encontrado este relato casualmente en la red y simplemente me apeteció recatarlo.
Deberías haberme visto cuando mi esperanza era nueva. Ahora mi corazón es negro, como un cuento en una noche de invierno.
Acabábamos de llegar de la playa. Carmen había estrenado su bikini celeste y eso me había puesto de mal humor. Y es que el dichoso bikini era precioso y muy sugerente, me encantaba; pero también a todos los moscones que no dejaban de mirarla en la playa. Sí, soy celoso. Nos metimos en la ducha para quitarnos la arena y el salitre. Era un cuartito en la parte trasera de la casa a salvo de miradas curiosas. La ducha solo tenía agua fría, pero la verdad es que con el calor no apetecía otra cosa. Nos duchamos los dos juntos en el poco espacio de la ducha y no podíamos evitar que nuestros cuerpos se rozaran y el agua helada me tonificaba los músculos. La verdad es que el bikini era realmente excitante, no demasiado pequeño, lo justo para que la imaginación empezara a trabajar. Aunque claro, Carmen podía excitarme con cualquier ropa, aunque fuera unos vaqueros viejos y un abrigo de cuello vuelto. Eso era algo que no había cambiado con el tiempo, al contrario, cada vez me gustaba más. Me quedé mirando como el agua recorría su cuerpo. Había cerrado los ojos y levantaba la cabeza para beber directamente del chorro. El agua se escapaba de su boca y caía por la garganta. Los pechos parecían querer escapar del bikini, demasiado grandes para su pequeño cuerpo. Durante la adolescencia le habían acomplejado y aun no lo había superado del todo. El agua había endurecido los pezones que se marcaban de forma rotunda contra la tela. El agua seguía bajando por su vientre, bifurcándose al llegar al ombligo en forma de I. La tela se ajustaba sobre sus labios vaginales, formando un bulto que dejaba claro su volumen y la raja que los separaba. Al darse la vuelta, pude ver su cabello mojado y brillante pegado a la espalda. La cintura estrecha que dejaba paso a unas caderas bien formadas y a un culo un poco pequeño, pero redondito. Se volvió y me sonrió. No era ese tipo de mujer que hace que te vuelvas en la calle. No, ella era mucho peor. Era ese tipo de mujer de la que te enamoras sin darte cuenta y entonces es demasiado tarde, ya estas atrapado. Un día estaba hablando tranquilamente con ella, y sin esperarlo, hubo una explosión dentro de mi cabeza y me di cuenta de que era la mujer más bella del mundo. Tenía un rostro un poco infantil. Me gustaba hacerla enfadar diciéndole que se parecía a Heidi o una de las supernenas. Una cara pequeña y redonda, que podía ser dulce y a la vez transmitir una fuerza increíble. Tenía la piel clara y en cuanto le daba un poco el sol se llenaba de pecas. Ella las odiaba y a mí me encantaban. Estiró la parte de arriba del bikini para que el agua cayera directamente sobre sus tetas, dejando al descubierto unos pezones anchos y grueso de color canela. Ese gesto indiferente fue el que lo comenzó todo. Me lacé a por esos pezones, chupando y lamiendo, Las copas del bikini quedaron por debajo de sus pesados pechos, levantándolos y dejándolos en mejor posición para que yo hiciera mi trabajo. Carmen primero se asustó un poco, pero luego me dejó continuar, ayudándome a coger una posición algo más cómoda, en el poco espacio de la ducha.
Había empezado un viejo juego. Dominar al otro a través del placer. Las reglas eran simples y silenciosas, aunque cambian en cada ocasión. Ganaba el que hacía sentir más placer al otro e intentábamos ocultar lo que sentíamos. Los dos queríamos ganar y a la vez ansiábamos ser derrotados por las caricias del contrario. Apretaba sus tetas a la vez que chupaba sus sensibles pezones. Ella se estremecía y gemía muy bajito. Subí para besarla, mientras que le desabroché la parte de arriba, que tire a un rincón. Seguí besándola dulcemente mientras mis manos bajaban por su espalda y el agua fría caía sobre nuestras cabezas. Atrapé su culo y lo rodeé con mis manos; amasándolo y haciendo que la tela se perdiera entre los cachetes. Ella me abrazaba con fuerza, como si temiera que me fuera a escapar; temblando, no sé si de excitación o de frío. Quizás hubiera algo más. Bajé dándole besitos entre los pechos, en las axilas y en el vientre. Algunos eran suaves, como el roce de las alas de una mariposa y otros eran ruidosos a propósito para hacerla reír como a una niña pequeña. Cuando quedé de rodillas frente a ella, tiré lentamente de las tiras de la parte de abajo del bikini, dejando al descubierto su hermoso pubis. Espeso y suave, depilado solo lo justo para usar el bikini. La parte de abajo termino en el mismo rincón que la de arriba. Le separé ligeramente las piernas, y bebí de ella, porque estaba sediento. Sediento de ella, del roce de su piel y del suave aroma a regaliz que exhalaba. Lamí su grieta, separando los labios y buscando lo que ahora era el centro de su ser; un clítoris grueso que había salido a recibirme. Lamí, chupé y tuve que aguantar las ganas de morder. Los labios mayores eran carnosos y cubrían a los menores que habían tomado un fuerte color rojo. Carmen tuvo que agarrarse a las paredes cuando las piernas se negaron a sostenerla. No me importó nada que hubiera llegado al orgasmo. Yo estaba ganando el juego y continué lamiendo, tragando sus flujos vaginales y haciéndola gozar una y otra vez hasta que se tuvo que apoyar en mi; completamente agotada y vencida por el placer. Y aun así no la dejé descansar. Me puse de pie y le di la vuelta con un poco de brusquedad; dejándola apoyada de cara a la pared. Le acaricié la espalda y deslice mi mano entre su culo. Le di un pequeño susto jugando con su ano, pero seguí bajando hasta su coño, que parecía latir al ritmo de nuestra excitación. Pero fue ella la que agarró mi miembro y lo llevó hasta la entrada, fue ella la que echó el culo hacia atrás empalándose lentamente. La agarré por las caderas y seguí el ritmo de los latidos. Sus grandes tetas se aplastaban contra los azulejos y el agua helada acariciaba nuestra piel. Entraba en ella con fuerza, casi con ira y Carmen gemía con la cara apoyada en la pared y los ojos cerrados; moviendo las caderas en círculos. Le besaba el cuello en silencio, supongo que todo el mundo tiene una rareza, la mía es que no habló en esos momentos, de hecho no hago ningún ruido, ni siguiera jadeo. Estábamos haciendo el amor en un silencio roto solamente por el sonido del agua y los suaves gemidos que Carmen intentaba reprimir. Yo estaba en tensión, no podía soltarle las caderas ni dejar de bombear dentro de su coño. Pero fue ella la que se separó con una mirada salvaje, dispuesta a tomarse la revancha. Me acorraló en un rincón y jugó con sus reglas. Se pasaba la lengua por los labios y se acercaba a mí. Cuando creía que me iba a besar se apartaba obligándome a buscar su boca. Lo hizo varias veces, hasta que al final se dio por completo en un beso profundo e intenso. Su lengua entró en mi boca enredándose con la mía y explorando cada rincón. Ahora era ella la que bajaba por mi pecho y mi vientre, hasta llegar a mis ingles. Cuando estaba apunto de tragar mi polla la aparté; y es que hago trampas en el juego. Nunca dejaré que me haga una felación y ella lo sabe muy bien. Debe ser el amor ¿no? Pero no quería que ella se humillara de esa manera. Me sentiría fatal, mi sexualidad estaba orientada a su placer no al mío. Ella lo seguía intentando sabiendo que yo siempre la apartaría, era casi una broma. La puse de pie y la besé con desesperación. Podía sentir sus duros pezones clavarse contra mi pecho. La levanté en peso y la ensarté de una sola vez. Estaba completamente húmeda y dilatada. Ella quedó con un pie apoyado de puntillas en el suelo, mientras que la otra pierna me rodeaba la cadera. En esa posición su vagina se cerraba por completo sobre mi polla. La sensación para los dos era increíble. No solo hacía que roce fuera más intenso, sino que además podía sentir como los músculos de la vagina se contraían una y otra vez haciendo ondas que succionaban mi polla. A la vez mi pubis frotaba con fuerza su clítoris en cada embestida. A pesar del agua fría podía sentir el calor de sus flujos salir a borbotones de su coñito y derramarse encima de mis huevos para luego mezclarse con el agua y perderse entre nuestras piernas. La penetración era infernalmente lenta y ella había entrado en una serie de pequeños orgasmos que iba subiendo de intensidad poco a poco. La penetración era tan profunda que mi glande rozaba la entrada de su útero. La cadena de orgasmos continuaba y Carmen, con los ojos medio cerrados, suspiraba como si estuviera apunto de asfixiarse. Estaba fuera de control y de forma instintiva había comenzado a mover las caderas en círculos. Se estaba acercando a un orgasmo realmente fuerte y yo no sabía cuento podría aguantar. Ese orgasmo llegó lentamente pero fue creciendo en intensidad hasta que ella no pudo resistirlo y se dejó llevar por el placer. Arqueándose hacia atrás, dejando la cabeza colgando y con la cara completamente relajada, disfrutando plenamente de las sensaciones que atravesaban su cuerpo. A la vez yo me derramé por completo en su interior mientras que con una mano la sostenía por la espalda y con la otra acariciaba sus grandes tetas. Quedamos abrazados en esa postura. Éramos uno solo hecho de dos y el agua seguía cayendo sobre nosotros. Tardé unos segundos en volver en mi y mire a Carmen, una vez más me di cuenta de la suerte que tenía porque estuviera a mi lado. Alargué la mano con pereza y cerré el agua. Carmen me sonreía y yo me sentía realmente bien. Y abrazados como estábamos, empecé a contarle al oído, la historia de la ciudad de las cuatro puertas, una historia que no solo se cuenta con palabras, sino que debe ser contada sobre el cuerpo de una mujer. De esa manera mis caricias convirtieron su vientre en un desierto místico que las caravanas debían atravesar. Y a medida que la historia avanza, las caricias se hacen más intimas e intensas, hasta que los dos estábamos preparados para empezar de nuevo. La ciudad de las cuatro puertas es una historia especial y Carmen es la única mujer que conoce su final.