Ducha deliciosa
Una hija madura disfruta de las delicias de su anciano padre.
Soy una mujer divorciada de 42 años. Vivo sola en un bonito piso en el centro de Madrid. Suelo cuidar mucho mi alimentación y mi físico, con una dieta saludable y bastante ejercicio, por lo que realmente puedo presumir de un buen cuerpo. Mido un 1.70 m., uso una talla 100 de sujetador, soy morena, pelo corto, ojos castaños, caderas anchas y piernas bien moldeadas. En fin, no me considero una "miss", pero todavía hago girarse a algunos hombres cuando paseo por la calle y recibo algún que otro piropo.
La historia que les quiero contar ocurrió este verano. Mi hermana, con quien habitualmente vive mi padre, viudo, quería ir de veraneo, después de algunos años sin salir de la capital a causa de las frecuentes dolencias de éste. Así pues, me llamó un día para pedirme que me encargara del cuidado de nuestro padre durante una quincena del mes de agosto y, aunque ciertamente no me apetecía mucho, acepté porque me parecía que mi hermana también tenía derecho a disfrutar de la vida.
Mi padre es un hombre de avanzada edad, 80 años (yo soy la hija más pequeña de la familia) y su salud no es muy buena. Tiene problemas en las piernas que le dificultan enormemente caminar, además de otros muchos achaques.
Los dos primeros días transcurrieron sin ninguna incidencia digna de mención. Pero al tercer día, debido al gran calor reinante, le animé a que se duchara, pues empezaba a desprender un "tufillo" a sudor poco agradable. La idea no le gustó demasiado porque tenía miedo de caerse en la ducha, por lo que le dije que no había ningún problema, que mejor era que se bañara y yo le ayudaría y cuidaría de él para que no sufriera ningún percance.
Dicho y hecho. Abrí la ducha, regulé la temperatura del agua y le invité a pasar al baño. Al principio ambos sentíamos un poco de vergüenza, pero yo no podía dejarle solo y exponerle al riesgo de sufrir un grave accidente. Así que le dejé que se metiera en la ducha y cuando estaba en ella, pasé para enjabonarle. Al verme entrar se giró hacia la pared para cubrir su desnudez y comencé a enjabonarle la espalda. El agua me salpicó por todo el cuerpo y empezó a empaparme por lo que le dije a mi padre que para poder realizar bien mi tarea, si a él no le importaba, me iba a quedar en bragas y sujetador. Su silencio lo interpreté como una respuesta afirmativa por lo que me quedé rápidamente en paños menores y me metí en la ducha con él para poder bañarle mejor.
Al ponerme frente a él no pude evitar ver su miembro. Me quedé atónita. Jamás había visto una verga de esas dimensiones. A pesar de su edad, y de estar en estado de flacidez, tenía una verga de unos 18 o 20 cms. y 8 o 10 cms. de grosor. ¡Un auténtico aparato de guerra!. Me quedé como hipnotizada durante algunos segundos sin poder separar mi vista de tan fenomenal miembro, pero al darme cuenta del nerviosismo de mi padre, logré desviar la mirada y empecé a frotarle lentamente con la esponja el pecho, el cuello, los brazos y así fui bajando poco a poco. Al llegar al vientre observé que su pene empezaba a crecer de forma desmesurada.
Lo siento mucho, hija mía, no se lo que me pasa, pero no puedo evitarlo, dijo él, señalando con la mirada su descomunal instrumento.
No te preocupes, papá, llevas muchos años viudo y es algo normal que te ocurra esto. Además, a cualquier hombre en esta situación le ocurría lo mismo.
Ya lo sé, pero tú eres mi hija y no está bien.
Vamos papá, no seas ahora un remilgado. Además, olvídate que soy tu hija e imagina que soy tu enfermera particular.
Después de este breve intercambio de palabras continué bajando y llegó la hora de enjabonar su hermosa verga. Me puse de rodillas y empecé a masajearla lentamente con la esponja mientras el permanecía de pie, sin dejar de mirar mis preciosas tetas. De pronto sentí sus manos sobre mi pecho intentando quitarme el sujetador.
Hija, perdóname, pero hace tanto tiempo que no veo una mujer desnuda, que me gustaría pedirte un favor. ¿Te importaría quedarte desnuda delante de mi?.
Está bien papá, pero no hace falta que te diga que esto será un secreto entre nosotros dos, le dije yo, haciéndome la estrecha, aunque mi calentura iba en aumento por segundos.
Me desnudé totalmente y continué con mi tarea. A estas alturas su polla había alcanzado un tamaño colosal y no dejaba de manosearme el pecho con sus grandes manazas, lo que me producía una calentura como hacía años que no sentía. Sin pensármelo dos veces agarré su cipote y, abriendo la boca todo lo que podía, lo engullí hasta su mitad, porque era imposible tragárselo entero. Le di una deliciosa y lenta mamada, mientras que con mi mano libre tocaba mi húmeda raja que estaba a punto de explotar. Cuando intuí que estaba a punto de venirse la saqué de la boca y se la cogí con las dos manos, sin llegar a abarcarla en su totalidad debido a su enorme tamaño, incrementando el ritmo de la deliciosa paja que le estaba haciendo. En unos segundos brotó de su falo un enorme torrente de leche espesa y caliente que salió disparada hacia mi cara inundándome. Le terminé de lamer los restos de semen de su polla que aún permanecía medio erecta. Me incorporé situándome frente y restregándome su glande en mi raja experimenté uno de los orgasmos mejores de mi vida.
Desde ese momento, mi padre se aficionó a las duchas, y perdió el miedo a caerse, disfrutando durante esos días como nunca había imaginado. Nuestra experiencias no quedaron solo en la ducha, sino en otros lugares de la casa, que les contaré en una próxima ocasión.