Drogué a mi esposa, mi cuñada y mi suegra (2)
¿Con quién empezaría? Obviamente que no con mi mujer, a ella pensaba darle por el culo más rato. Las tetas de mi suegra perdieron un poco de su atractivo al ver el pubis depilado de mi cuñada.
Drogué a mi esposa, mi cuñada y mi suegra (2)
Pueden leer la primera parte de este relato en: https://www.todorelatos.com/relato/152201/
El teléfono empezó a sonar con insistencia. Seguramente eran las amigas de mi cuñada con las cuales iba a salir. Así que dejé de contemplar a las tres damiselas tendidas sobre la cama y procedí a desnudarlas.
Había colocado a la izquierda, cerca de la cabecera de la cama, a mi suegra. Ella tenía ropa más holgada y desnudarla fue sencillo. Sus grandes tetas eran como dos imanes para mis manos. Su pubis estaba bastante poblado y no pude evitar hundir mi cara ahí por unos instantes cuando le quité las bragas.
Desnudar a mi esposa fue un poco más complicado, pues usaba la ropa ceñida. A ella no le dediqué mucho tiempo en esta etapa de mi perversión pues estaba acostumbrada a verla dormida. Aunque ella no solía colaborar mucho con mis empeños. Su pubis estaba cuidado, tal como acostumbraba, usaba un mechón elegante para poder usar ropa de baño cuando la situación lo ameritaba.
A mi cuñada simplemente la despojé de la toalla. No sabía por qué, pero me imaginaba que estuviera completamente depilada. Y no me equivoqué. Verla así era todo un deleite. Ella estaba al pie de cama, así que uno de sus brazos quedaba colgando fuera de la cama, estaba completamente inconsciente. El efecto de esas pastillas era bastante potente.
¿Con quién empezaría? Obviamente que no con mi mujer, a ella pensaba darle por el culo más rato. Las tetas de mi suegra perdieron un poco de su atractivo al ver el pubis depilado de mi cuñada.
Sé que muchos hubieran preferido dejar lo mejor para el final, pero yo no sé contenerme. Así que me acomodé de rodillas en el suelo, frente al cuerpo de mi cuñada. Le separé los muslos y hundí mi lengua en su vagina depilada como una seda.
Le hice una sopeada de órdago, como dicen en mi pueblo. Mi lengua se hundió en su vagina y probé sus jugos, mordisqueé sus labios menores y mayores y me regodeé con su clítoris.
Cuando la tenía completamente babeada, me incorpore, me acomodé sobre el colchón, la cogí por los talones y la penetré sin miramientos.
Su vagina era estrecha y ya estaba húmeda por mi saliva. Le fui dando con furia, como quien rellena un pavo. Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para no terminar dentro de ella, pues eso recién empezaba.
El teléfono había dejado de sonar. Así que luego de serenarme un poco, me puse a la altura de la cara de mi mujer, le abrí la boca y metí mi pene ahí. Saber que poco antes mi verga había estado en la vagina de mi cuñada, le daba un aliciente especial a esa mamada forzada.
Mi esposa no colaboró mucho con esa mamada por obvias razones. Por un momento pensé que iba a vomitar, empezó a tener arcadas, así que no abusé de esa práctica. Me detuve jadeante por la excitación.
Me tomé unos segundos para tomar aliento. Realicé el mismo procedimiento con su madre. Mi suegra tenía la boca más complaciente y ahí sí pude meter mi verga hasta el fondo.
Luego realicé el mismo procedimiento con ella que con su hija menor. La cogí por los tobillos, puse sus piernas en mis hombros y la penetré sin asco. Sus tetotas se sacudían en cada arremetida. Me agaché para lamer sus pezones y sus aréolas marrones, luego los pellizqué hasta dejarlos enrojecidos.
Luego de un minuto, llevé mi verga erecta a la boca de mi cuñada. Ella también pareció que vomitaba, por lo que solo pude meterle la punta de mi verga. La tenía sujeta por los cabellos y la usaba como una muñeca sometida a mis más bajos instintos.
Para no olvidarme de mi mujer, la penetré un par de veces por la vía vaginal. Me gustó ver cómo rebotaban sus tetas mientras le daba. Su rostro tenía una expresión serena. Eso era algo muy excitante. Generalmente ella se quejaba si yo era muy brusco. Definitivamente, drogarla había sido una idea fabulosa.
Me puse de pie y procedí a voltear a mis tres paquetitos sexuales. Empecé con mi suegra. Ella tenía un culo fofo y con estrías. La celulitis había hecho mella en sus nalgas y sus muslos por la edad, pero todavía era una mujer con un culo apetecible.
El culo de mi esposa estaba mucho mejor. Verla era un verdadero placer, le di un par de nalgadas porque se lo merecía. Era una lástima que teniendo ese palmito, no se lo dejara comer. Pero eso cambiaría en unos minutos.
Voltear a mi cuñada fue algo sensacional. Su culito era un auténtico monumento. Un bocado de cardenal como decía mi abuelo, besándose los dedos unidos de la mano derecha.
Esta vez empecé sodomizando a mi suegra. Su ano cedió con relativa facilidad. Definitivamente mi suegro la había usado muy bien. A pesar de los años se notaba que el sexo anal no había sido ajeno a sus prácticas sexuales.
Luego le di por el culo a mi esposa. Sodomizarla era algo que había soñado por años. Su anillo anal estaba mucho más estrecho por el poco uso, pero finalmente entré en ella. La sacudí como a una muñeca de trapo, le dejé las nalgas enrojecidas por las nalgadas que le di. Fue espectacular.
Antes de sodomizar a mi cuñada, le hice un beso negro. Empecé besándole las nalgas y luego fui al canalillo entre ambos músculos para luego hundir mi lengua en su ano. Fue algo inenarrable lamer ese orificio de olor intenso. Mi verga goteaba casi a punto de explotar.
Finalmente le clavé mi verga a mi cuñada. Entré en ella a punto de eyacular. Mis ojos estaban enrojecidos por la excitación. Sus nalgas duritas y apretadísimas parecieron querer tragarse mi cipote erecto. No pude contenerme más y eyaculé copiosamente.
Pensé que nunca terminaría de venirme, mi pene estaba palpitante dentro de su anito. Mi cuñada había resistido todos mis embates sin prorrumpir un solo quejido.
Saqué mi verga y fui a ducharme. Ahora que ya había satisfecho mis más oscuros deseos tenía el problema de cómo buscar una explicación para cuando despertasen. No había tenido el cuidado de planificar esa parte. Tenía que improvisar sobre la marcha.